Triángulo perverso del poder
Triángulo perverso del poder
Dominación, corrupción y clientelismo
Raúl Prada Alcoreza
Hay que preguntarse
qué se conforma cuando se articula el triángulo
de dominación, corrupción y clientelismo. A lo largo de los ensayos de los
últimos años hemos definido la forma de
gubernamentalidad clientelar,
también, recientemente, hablamos de gubernamentalidad
clientelar y corrupta; en este caso, menos definida en lo que respecta a la
combinación[1]. En lo que
respecta a la corrupción, hace unos
años, sugerimos la interpretación del diagrama
de poder de la corrupción, íntimamente vinculado a la economía política del
chantaje. En relación a la dominación,
mantuvimos el enfoque genealógico del
poder y llegamos a la hipótesis interpretativa del círculo vicioso del poder.
El desafío, ahora, es sugerir una interpretación del triángulo perverso de dominación, corrupción
y clientelismo. ¿Qué es lo que se constituye?
A pesar que la
hipótesis teórica de la gubernamentalidad
clientelar ayuda mucho a comprender
el manejo social y político, una vez que se desgasta o se pierde la convocatoria, no parece factible hablar
de gubernamentalidad, en este caso,
pues, exactamente no se tiene una estrategia
de poder, sino, mas bien, un uso del
poder; lo que es distinto. Hablar de forma
de gubernamentalidad es darle, si se quiere, el mismo estatus de las forma de gubernamentalidad territorial, forma de gubernamentalidad policial, forma de gubernamentalidad liberal y forma de gubernamentalidad neoliberal, estudiadas y configuradas
por Michel Foucault[2]. Quien incluso llega a
decir que no encuentra que se haya desarrollado una forma de gubernamentalidad socialista. Nosotros sugerimos, a partir
de esta lectura y de la revisión de la genealogía
histórico-política de las revoluciones
socialistas y su institucionalización,
que el Estado del socialismo real, en
vez de profundizar la democracia, lo
que corresponde a una revolución
socialista, retrocede a la forma de
Estado policial. Después utilizamos
el concepto de forma de gubernamentalidad
de manera más abierta, menos rigurosa, sobre todo, para referirnos a las formas de gobierno que se conforman en
las reformas populistas y, de aquí
extender la irradiación metafórica a
las múltiples formas de gobierno
singulares que se pueden conformar.
Sin embargo, ahora,
se requiere no solo del uso metafórico
del concepto forma de gubernamentalidad,
sino de manera más rigurosa preguntarnos sobre la conformación concreta de lo
que se constituye cuando se articula
el triángulo perverso de dominación,
corrupción y clientelismo. Al
respecto, solo estamos en condiciones de sugerir hipótesis prospectivas de investigación, a la espera de la contrastación de investigaciones dadas,
desde la perspectiva de la complejidad.
Hipótesis
prospectivas sobre el triángulo perverso del poder
1. El concepto de gobierno implica conducción; por lo tanto, puede dar lugar a la gubernamentalidad, entendiéndola como estrategia y praxis de gobierno convertidas, en su combinación,
en paradigma político y en diagrama de poder de incidencia social.
2. En cambio, cuando no
se observa conducción, sino, mas
bien, ausencia de ella, no es
adecuado hablar de gobierno. Parece
más adecuado hablar de uso del poder
institucionalizado, que se tiene al alcance. El concepto de uso supone el de consumo, también la figura de utilización
o de empleo; si se quiere, en el buen
sentido de la palabra, de manipulación
o manejo.
3. En consecuencia,
sugerimos que en vez de hablar de gubernamentalidad
clientelar y de forma de
gubernamentalidad clientelar, que suponen múltiples formas de gobierno, hablemos de uso
del poder; en este sentido, de empleabilidad
del poder. Por esta proyección, quizás sugerir hablar de formas de empleabilidad del poder.
4. Otra consecuencia de
estas hipótesis es que parece que tampoco es adecuado hablar de reproducción del poder, como lo hemos
venido haciendo, al referirnos a las formas
de gobierno populistas; sino, mas bien, de consumo o agotamiento del poder. Cuando no hay conducción, es decir, gobierno, mucho menos, gubernamentalidad, como paradigma y diagrama, no se generan las condiciones
de posibilidad de la reproducción del
poder; que supone acumulación de
fuerzas. Cuando hay, mas bien, des-acumulación
de fuerzas, a las que se trata de contener de una manera clientelar y prebendal, en vez de reproducción
del poder parece darse una extinción
del poder.
5. Esta extinción del poder, que es un problema
primordial para el uso del poder y la
empleabilidad del poder, es
enfrentado con el incremento de la violencia institucionalizada, que puede
venir acompañada por el incremento de
la violencia no-institucionalizada.
6. La expansión y la
intensificación de la violencia son ponderadores de la magnitud de la extinción del
poder, pues no se reproduce el poder
con el incremento de la espiral de
violencia, sino, mas bien, tiende a diseminarse.
7. Lo que se tiene,
entonces, no es exactamente el retroceso
al Estado policial, como propusimos
en relación a la crisis política del
Estado del socialismo real, sino un retroceso
- aunque esto suponga que esa situación
se dio antes, cayendo, de alguna manera, en el supuesto de Tomas Hobbes de la
guerra de todos contra todos; lo que obviamente es un supuesto teórico
insostenible, sin embargo, lo decimos con fines expositivos y del boceto de las
hipótesis prospectivas - a la situación
de violencia permanente y en sus
plurales formas.
8. Por lo tanto, tampoco
no se trataría exactamente de Estado,
en el sentido asumido por la ciencia política, sino, mas bien, de la diseminación del Estado.
9. La pregunta es: ¿Cómo
puede durar este proceso de uso del poder, de empleabilidad del poder, de diseminación
del Estado? Se puede decir, que dura
lo que dura su consumo o agotamiento;
también dura lo que dura su destrucción. La temporalidad
de la duración depende de la correlación de fuerzas.
10. Por lo tanto, se
puede leer la crisis de los gobiernos populistas, también llamados “gobiernos
progresistas”, a partir del enfoque
que propone el uso del poder, la empleabilidad del poder, su consumo y agotamiento, además de la diseminación
estructural del Estado.
La
ilusión del poder
Ahora bien, ¿cómo
interpretar este acontecimiento de la
diseminación estatal, de la utilización agotante del poder, de la empleabilidad gozosa del poder? Esta
pregunta pone difícil el seguir con la interpretación
prospectiva; sin embargo, recurriremos al uso metafórico, como lo hemos venido haciendo, más de manera retórica o expositiva que conceptual,
cuando hablamos de la ausencia del
instinto de sobrevivencia de este manejo
político clientelar. En vista que falta un concepto al respecto, seguiremos usando la metáfora; sin embargo, esto implica interpretar esta ausencia de instinto de sobrevivencia; ¿Por qué se da esta situación tanática?
No parece sostenible
decir que se busca conscientemente la
desaparición; sino, mas bien, parece
más adecuado sugerir que se trata de algo así como una exacerbada sobrestimación de las propias fuerzas del manejo político clientelar y del uso del poder. Como si por el hecho de
contar con el poder ya se hubieran
resuelto los problemas, sobre todo, aquellos que tienen que ver con la durabilidad del “gobierno”. Parece
también que se da como un sentimiento
exacerbado, por cierto engañoso, de impunidad
para todo lo que se haga.
En pocas palabras,
los involucrados en el manejo clientelar
del poder son atrapados por su propia ilusión
del poder o, si se quiere, por el fetichismo
del poder, que corresponde, en términos psicoanalíticos, como al deseo del deseo, que no se cumple. En
resumen, asistimos, paradójicamente, en vez de a la reproducción del poder, a la diseminación
del poder; en vez de al gobierno
o conducción de las fuerzas disponibles, a su agotamiento.
No se crea que este acaecimiento de la diseminación del poder es
lo opuesto, en sentido de contradicción dualista, de la reproducción del poder, que el consumo
gozoso de las fuerzas disponibles es lo opuesto de la conducción de las fuerzas disponibles.
Desde la perspectiva paradójica, que
es la del pensamiento complejo, reproducción y diseminación del poder, conducción
y uso gozoso del poder, conforman la dinámica de la paradoja del poder.
De manera asombrosa,
este fenómeno de la diseminación del
poder nos muestra lo que se ocultó y se oculta a la mirada moderna de la política,
cuando se trata de entender las dinámicas
del poder. En otras palabras, la reproducción del poder se asienta en el uso gozoso del poder, que viene a
equivaler a su consumo y agotamiento; así como el uso gozoso del poder se arraiga en la reproducción del poder.
Ahora bien, la paradoja del poder es dinámica mientras mantiene conectados
los polos de la paradoja; para decirlo fácilmente, aunque no adecuadamente,
mientras mantiene el equilibrio dinámico
entre ambos polos simétricos de la paradoja. Cuando se da lugar
como a una hipertrofia de alguno de
los polos de la paradoja del poder, parece que se genera una situación de estancamiento,
donde desaparece la dinámica política. Por el lado de la hipertrofia del uso gozoso
del poder, se daría lugar a lo que habíamos denominado antes forma de gubernamentalidad clientelar,
que hora llamamos forma de empleabilidad clientelar. Del lado de la
hipertrofia del otro polo, el relativo a la reproducción del poder, es más difícil
decirlo; sin embargo sugeriríamos, provisionalmente, la figura de situación estacionaria, usando metafóricamente un concepto demográfico. Retomando los problemas del círculo vicioso del poder, que expusimos
en otros ensayos, en ambos casos, tanto en la hipertrofia de la reproducción del poder como en la hipertrofia
del uso gozoso del poder, se ocasiona
la diseminación del poder; solo que
en un caso, la que corresponde a la reproducción
del poder, la diseminación se da
de manera dilatada y diferida,
prolongándose su durabilidad; en
cambio, en el caso de la hipertrofia
del uso gozoso del poder, la diseminación, es más bien rápida.
Al respecto de la paradoja del poder, incluso, en el caso
de la preservación de las dinámicas del
poder, manteniendo el equilibrio
de los polos de la paradoja, los problemas inherentes al círculo vicioso del poder no se
resuelven. Lo que puede ocurrir es que las órbitas
o circuitos del poder se dinamicen, inventando nuevas formas de equilibrio de la paradoja
del poder; pero, esto no significa que se prolongue esta invención política de manera indefinida.
El círculo vicioso del poder
conlleva, de manera inherente, la diseminación.
Genealogía
de la dominación
La dominación, palabra que viene del latín dominus, que quiere decir maestro,
señor, propietario, deriva en el verbo dominar
que hace referencia a la acción o,
mas bien, el efecto de la dominación, cuya connotación deriva en
varios usos semánticos. Se entiende también por acción de dominar o efecto de
la dominación al dominio, es
decir, al poseer o tener en propiedad
algo que se puede usar según la voluntad o al antojo del ejercicio
del dominio, del dominante o de
la referencia preponderante de la dominación. Como, por ejemplo, dominación en el sentido espacial; dominación en
cuanto a la ubicación estratégica, si se quiere geopolítica; dominación
en lo que respecta al comportamiento
relacional; dominación en lo que
atañe a la ubicación de los usuarios en
el mapa de las instituciones del
Estado; dominación por el terror, dominación geopolítica, propiamente dicha; dominación económica; dominación
o predominancia ideológica. En el lenguaje político se usa el término de dominación para referirse a la práctica del ejercicio del poder, al efecto
social y subjetivo que causa, por ejemplo, el sometimiento.
Considerando esta acepción
política, podemos decir que la dominación
genera la disponibilidad fuerzas, cuerpos
y sujetos en beneficio del dominante. En consecuencia, se da lugar
como una apropiación y subsunción de fuerzas, cuerpos y sujetos a la voluntad
del dominante o a los fines de la dominación. El dominante
se coloca como por encima de los dominados, dispone de ellos, los usa según su voluntad o sus finalidades.
Este colocarse encima es imaginario, en tanto se genera la representación de la dominación bajo la figura espacial que diferencia
la relación vertical. Ciertamente
este imaginario se sostiene sobre la materialidad social del ejercicio de la dominación o acción de dominar, además, ejercicio condensado en estructuras institucionales. Resumiendo y esquematizando, se puede
decir que la dominación es un hecho y un efecto subjetivo y físico
de la acción de dominar. Lo que
importa en la exposición es remarcar en el efecto
o el fenómeno de la disponibilidad de fuerzas y de sujetos.
Esta disponibilidad diferencia
cualitativamente la situación y la condición de dominantes y dominados.
El disponer de más fuerzas, más cuerpos y más sujetos convierte al dominante, en el imaginario social, como alguien superior,
cuyos atributos son superiores a los atributos de los dominados.
Aunque, de acuerdo a la condición humana,
a la cualidad social y cultural, si se quiere, ontológica, de la humanidad, sean iguales, institucionalmente no lo son, representativamente tampoco. Para que
ocurra esto, la desigualdad, se tiene que haber ocasionado la sobrevaloración del dominante y la subvaloración
del dominado; es decir, se sobreestima la condición humana del dominante
y se subestima de la condición humana del dominado. Para ilustrar, daremos la
siguiente figura: pasa como si se la aumentara la condición humana al dominante
hasta convertirlo en un superior al humano mismo y se disminuyera la condición
humana del dominado hasta
convertirlo en un subhumano.
Volviendo a las narrativas
sociales, alguien superior puede
hacer lo que se le antoje, a su voluntad,
a su capricho; en cambio, alguien inferior
obedece, se somete. La dominación
genera la desigualdad y la diferencia en la disponibilidad; es esta diferencia
la que convierte a los humanos en desiguales. El tema es que esta diferencia de la disponibilidad, estas desigualdades,
se institucionalizan. Entonces la dominación deviene institución. La institución
como habitus cristalizado, como norma y ley asumida, como código establecido, se convierte en algo así como una naturaleza artificial; empero, asumida
como “naturaleza”; es decir, como si así fuera la realidad siempre.
Pero, el dominante no ejerce
la dominación solo, no lo podría;
requiere de mediadores. Entonces, el efecto de la dominación es no solo la diferenciación
entre dominantes y dominados, sino también, entre ambos,
distinguir a los mediadores de la
dominación. También, otro efecto de
la dominación es la diferencia entre los dominados; distinguir unos dominados de otros o unos dominados de
otras dominadas. La dominación
se expresa a través de toda una taxonomía
social.
Por lo tanto, la relación del dominante con los mediadores es distinta de la relación
con los dominados, incluso es
distinta la relación con unos dominados respecto de otros, la relación de unos dominados
respecto de otras dominadas. Es en
estas relaciones diferenciales del dominante con sus entornos dominados o de dominio
donde podemos encontrar la generación de procedimientos institucionales y no institucionales de la cohesión de la
dominación.
El trato de la dominación, para no solo hablar del dominante, con los sujetos sociales de la taxonomía
del poder es diferencial. A unos los trata mejor que a otros, a unos los trata mejor que a otras. O, si se quiere, a unos los trata peor que a otros, a unas las trata peor a los otros.
En otras palabras, unos son más
privilegiados que otros, unos son más privilegiados que otras; o unos son más desafortunados que otros,
unas son más desafortunadas que otros. Se conforma entonces una estratificación social diferencial, que
supone una valoración subjetiva
diferencial.
Se puede decir que la dominación
logra comprometer a los sujetos
sociales, en el ejercicio de la
dominación, a través de estas relaciones
diferenciales y estos tratos
diferenciales. En este ejercicio del
poder, la dominación ocasiona
como una distribución fragmentada de
la disponibilidad de fuerzas, cuerpos y
de sujetos, haciendo que los
ejecutores del poder se coloquen en una posición
de fragmentadas dominaciones a su
alcance. No se trata de dominación,
en pleno sentido de la palabra, sino de dominios
circunscritos, por así decirlo, que sostienen a enseñoramientos fragmentados y provisionales.
Estos, a su vez, recurren a cohesiones
circunscritas a sus reducidos entornos,
diferenciando entre cómplices del su fragmentado ejercicio de poder y
explícitamente dominados o afectados por la irradiación restringida
de su dominio circunscrito.
Se puede decir que es la complicidad
directa de parte de la sociedad la
que garantiza la cohesión
indispensable de la dominación. Complicidad retribuida con relaciones y tratos diferenciales, complicidad
retribuida con privilegios y beneficios. Todo esto se institucionaliza, se cristaliza
en las estructuras institucionales. Sin embargo, no todo ejercicio del poder, no toda práctica
del ejercicio del poder, está
cristalizado institucionalmente. Hay como una concurrencia de ejercicios y prácticas que se dan sin llegar a institucionalizarse
o que buscan incluso institucionalizarse. Cuando se monetiza el tributo al
Estado, las relaciones diferenciales,
los tratos diferenciales, los estratos sociales, los privilegios diferenciales, son también monetizados. Entonces, es cuando comienza a aparecer lo
que nombramos como economía, que
corresponde propiamente al intercambio
monetizado; las relaciones de
dominación derivan en su cuantificación
monetaria. Puede ser un acierto decir que es cuando se puede nombrar, a
ciencia cierta, que aparece el fenómeno
propiamente dicho de la corrupción.
La corrupción de la que
hablamos, política y económica, es como la monetización
de los efectuaciones y prácticas del ejercicio del poder no
institucionalizado, que sobrepasan o atraviesan a la misma
institucionalidad. En todo caso, corresponde a la distribución fragmentada de la dominación. La corrupción no es ajena a la cohesión
de la dominación, como de alguna manera suponen la ciencia política y la
ciencia jurídica, así como el discurso moralista.
La disponibilidad de fuerza,
cuerpos y de sujetos nace, por así decirlo, de la dominación inaugural, para no remontarnos a las genealogías del poder, remitiéndonos
para ello a lo escrito en ensayos que vienen desde la serie Acontecimiento político. En
consecuencia, la monetización de esta
disponibilidad supone este substrato del poder; parte del uso de la disponibilidad
fragmentada, de su monetización,
la parte no institucionalizada, tiene
que ver con lo que se reconoce como el fenómeno
de la corrupción. Entonces, la disponibilidad, como efecto de la dominación, es el substrato
de lo que se viene en llamar corrupción.
Como hemos dicho, la corrupción
forma parte de la cohesión del poder,
aunque no sea la parte fundamental. El problema aparece cuando se da la hipertrofia de estas formas de cohesión del poder, cuando las
prácticas paralelas del poder
desbordan a las prácticas institucionales
del poder. Entonces, en vez de generar cohesión
de la dominación, generan su descohesión. Pero, lo que importa aquí es que la dominación se articula de una manera perversa
con la corrupción.
Como hemos dicho en la serie Gramatología
del acontecimiento, el clientelaje,
que corresponde a la economía política del chantaje, concretamente al chantaje
emocional, tiene que ver con una forma
perversa de búsqueda de legitimación,
cuando se pierde la capacidad de convocatoria.
Es también un fenómeno político de la
modernidad o un fenómeno moderno de la política;
pues en lo que respecta al Estado moderno, es decir, al Estado-nación, se
requiere de legitimación en el ejercicio de gobierno. Por lo tanto, no
se trata solo del substrato de la disponibilidad, en lo que respecta al clientelaje o a las relaciones de poder
clientelares, sino de la adulteración de
la legitimación; legitimación
indispensable en el funcionamiento de la república,
que es la composición y estructura jurídico-política-institucional
del Estado-nación.
En el esquematismo al que
recurrimos, para elaborar las hipótesis
prospectivas de investigación del triángulo
perverso del poder, dado entre dominación,
corrupción y clientelaje, se genera
un entramado enrevesado entre los
componentes de esta estructura. La corrupción
corresponde a la monetización de parte
de las relaciones diferenciales, tratos diferenciales, en la distribución clasificada del ejercicio de la dominación; el clientelismo corresponde a la alteración adulterada de la búsqueda de legitimación; podríamos sugerir la
figura de que se trata como de una legitimación
chuta o, si se quiere, tramposa.
[1]
Revisar las series Acontecimiento político, Espesores del presente y Crisis de legitimación. Libros : "Raúl
Prada Alcoreza"; Tapa blanda; eBook Kindle.
Amazon: https://www.amazon.es/gp/search/ref=sr_nr_p_n_binding_browse-b_mrr_0?fst=as%3Aoff&rh=n%3A599364031%2Cp_27%3ARa%C3%BAl+Prada+Alcoreza%2Cp_n_binding_browse-bin%3A831435031&bbn=599364031&sort=date-desc-rank&ie=UTF8&qid=1503578838&rnid=831428031.
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[2] Leer de
Miche Foucault de Michel Foucault Seguridad,
territorio, población. Fondo de Cultura Económica; Buenos Aires 2006.
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