Balance del análisis crítico a los gobiernos progresistas
Balance del análisis
crítico a los gobiernos progresistas
Raúl Prada Alcoreza
Balance del análisis crítico a los gobiernos progresistas
Vamos a hacer un balance de los análisis que hicimos de los “gobiernos progresistas” de Sud
América; particularmente del gobierno bolivariano de Venezuela, más bien, de la
varias gestiones de gobierno en la República Bolivariana de Venezuela. La
mayoría de las gestiones bajo la conducción de Hugo Chávez; la reciente bajo la
conducción de Nicolás Maduro. Queremos hacerlo, en contrastación con lo que ocurre políticamente, sobre todo,
considerando las circunstancias del momento,
en la coyuntura de la crisis política. No se trata de desenlaces, como lo hicimos notar,
precisamente en un escrito que lleva este título, Desenlaces[1].
Se trata de una metáfora, haciendo
referencia a la conclusión de la trama
narrativa. Pero, en este caso, tampoco se trata de esta metáfora, púes tampoco se parecen a
desemboques o conclusiones de procesos
políticos, sino simplemente de situaciones,
mas bien, relativas a las correlaciones
de fuerza.
De lo que se trata es
de visualizar las falencias del análisis
crítico en lo que respecta a abarcar,
comprender y entender las dinámicas de la complejidad, sinónimo de realidad. El análisis crítico de la perspectiva de la complejidad, no
pretender haber abarcado la complejidad,
menos haberla comprendido plenamente,
ni ostentar un entendimiento como la verdad de la complejidad. El análisis desde la perspectiva de la complejidad siempre va quedar corto respecto a la
integralidad y simultaneidad dinámica de la complejidad
misma, como devenir de los tejidos de la realidad. Siempre va requerir de la actualización de sus interpretaciones, aprovechando las
acumulaciones de la experiencia social
y los aprendizajes de la memoria social. En este sentido, el balance que iniciamos del análisis crítico de los “gobiernos
progresistas”, busca su contrastación
en las situaciones donde las correlaciones de fuerza parecen
mantenerse equivalentes, sin modificar mayormente la composición de las situaciones;
salvo lo relativo a los hechos
circunstanciales, que cambian las formas
de presentación de las circunstancias, sin modificar la estructura de las situaciones.
Hay un problema en
las teorías de la crisis; la narrativa de la crisis supone desenlaces;
estos corresponden a la conclusión de la crisis
o su clausura; su convergencia en la culminación de la misma. El desenlace
cobra varias figuras, dependiendo de la trama,
sobre todo, de la manera cómo se concibe la crisis
y cómo se estructura la narrativa. Un tipo de concepción que ve
en la crisis la manifestación de la decadencia, del derrumbe y el
desmoronamiento, tiende a vislumbrar el desenlace
como apocalipsis. Otro tipo de
concepción de la crisis es la que encuentra
la realización intensa de las contradicciones inherentes a una
estructura social y económica dada; en este caso el desenlace es la superación
de una forma y estructura de
contradicciones. Superación que inaugura otra forma y estructura de contradicciones. Un tercer tipo de concepción de la
crisis es la que la concibe como desequilibrio;
en este caso, el desenlace esperado
es el retorno al equilibrio. Hay más
tipos de concepciones de la crisis;
sin embargo, nos quedaremos con estas tres, que son significativas por su incidencia
en las ideologías; por este camino,
en las prácticas.
¿Por qué son problema
las teorías de la crisis? Pues, como
hemos dicho, porque se suponen desenlaces.
No hay una teoría que considere a la crisis como crónica, que sea la crisis
crónica, más bien, la regularidad,
no un desenlace. La cuestión es la
siguiente: si bien se pueden encontrar corroboraciones históricas de las teorías de
la crisis, incluso como realizándose sus concepciones; lo que también se
encuentra es que el modo de producción
capitalista evoluciona con la crisis
congénita. Así también la forma Estado-liberal ha sobrellevado sus crisis y se ha rehecho en determinados contextos y ciclos más o menos largos. Así mismo se puede encontrar, contra
todo pronóstico, que la tenacidad de una actitud persistente estatal, en su
ejecución gubernamental, logra coexistir con la crisis, administrándola y controlándola. Por lo tanto, las teorías de las crisis no dan cuenta de
estas realidades. ¿Cómo comprender estos otros procesos que no derivan ni en algo
parecido al apocalipsis, tampoco a la
superación, así como al equilibrio? Asumiendo que el juego de las fuerzas y la correlación de fuerzas definen las resultantes, la pregunta, dicha de otra
manera, sería: ¿Cómo se logra la correlación
de fuerzas que permite administrar y controlar la crisis? Incluso forma parte de la propia evolución del sistema, en
un caso; en otro, la crisis, después de haber sido manejada de una manera,
refuerza la estructura estatal liberal; en el tercer caso,
sobre todo en estado de guerra permanente,
se fortalece la estructura estatal
inmersa en el conflicto, conviviendo con el conflicto.
Ciertamente estos
casos no pueden generalizarse,
precisamente por que corresponden a otros decursos
históricos; así como tampoco es sostenible la generalización que suponen las teorías
de la crisis, pues sus referentes también son casos singulares. Entonces, sin pretender ninguna generalización, tampoco buscarla, habría que preguntarse en qué condiciones de posibilidad se dan estas situaciones singulares sin desenlaces.
De la misma manera, complementando, habría que preguntarse sobre las condiciones de posibilidad cuando se dan
procesos singulares, que hacen de
referente a las teorías de la crisis.
Si se trata de la correlación de fuerzas, en los campos de fuerzas donde se dan los juegos de fuerzas, entonces, en ambos
casos, el de los desenlaces de la crisis y el de la crisis crónica, tienen que darse resultantes de concurrencia
de las fuerzas que ocasionen ya sea
los desenlaces o ya sea la persistencia crónica de la crisis. Como hemos venido tocando el
primer caso, a lo largo de los ensayos que hemos venido publicando
recientemente, ahora nos ocuparemos del segundo caso.
Convivencia
estatal con la crisis crónica
Cuando ocurre la convivencia estatal con la crisis crónica,
el Estado en cuestión, tiene que tener como la fortaleza como para hacerlo, sin que la crisis lo desmorone. Las condiciones
de posibilidad para que pueda hacerlo parece que tienen que ver tanto con
la firmeza, resistencia, constancia, tenacidad y eficacia de la maquinaria estatal; acompañadas con la
preservación de determinados niveles de convocatoria,
aunque no sea la convocatoria de
legitimación. Hay como un mínimo de convocatoria, que permite maniobrar y ejercer el poder adecuadamente a la forma de gubernamentalidad que lo logra. Sin este mínimo, por más fortaleza
institucional que se mantenga, se
cierran las posibilidades de maniobrar y de gobernar.
Revisando la historia política moderna, sobre todo,
contemporánea, se puede observar que son pocos los casos donde los estados logran
la fortaleza requerida y mantener la convocatoria en las magnitudes
requeridas para poder maniobrar y gobernar. La mayoría de las veces, mas bien,
la gubernamentalidad que realiza al
Estado no logra resistir la crisis y
se desmorona. Entonces, como
apreciamos en anteriores ensayos, se trata como de excepciones que confirman la
regla. Así como los procesos
políticos que llegan a desenlaces
también son excepciones que confirman la
regla. En ambas situaciones no se
puede generalizar, salvo por ideología inherente a la metodología de la teoría interpretante. Por eso, dijimos también que hay que estudiar las excepciones, no tanto las regularidades,
en el acontecimiento social y el acontecimiento político.
Tocaremos como ejemplo algunos
casos donde se da lo que llamamos la convivencia
estatal con la crisis crónica; uno de ellos es lo que ocurre con el Estado
liberar de los Estados Unidos de Norte América. La crisis política, que puede
manifestarse en los síntomas sociales y
políticos, además de culturales,
se puede detectar en las bajas asistencias electorales, que legitiman al régimen liberal. También
aparecen otros síntomas, esta vez
sociales, relacionados con los niveles de pobreza que se dan en la
superpotencia económica. Se calcula 45 millones de personas viviendo en la pobreza en Estados Unidos. Es
decir, entre un 14% y 15% de la población, como destaca un reporte de Alternet.
Y uno de cada cinco niños pasa hambre[2].
La crisis económica mundial de
1929 ha golpeado fuertemente la arquitectura
y la estructura de la economía nacional y del Estado-nación
norteamericano; tras la caída de la bolsa en octubre de 1929, la economía
mundial se hundió en la Gran Depresión. La Reserva Federal empeoró las
condiciones en Estados Unidos al permitir que la oferta de dinero se
contrajera en un tercio. El incremento del proteccionismo que se puso de
manifiesto en la Ley Hawley-Smoot, de 1930, incitó a represalias por
parte de Canadá, Gran Bretaña, Alemania y otros socios comerciales. En 1932, el
Congreso comenzó a inquietarse por el creciente déficit público y la deuda
pública; elevó las tasas del impuesto sobre la renta. Los economistas
generalmente están de acuerdo en que estas medidas profundizaron la crisis que
ya era manifiestamente grave. En 1932, la tasa de desempleo llegó al orden del
25%. Las condiciones eran peores en la industria pesada, maderera, la
agricultura de exportación del algodón, del trigo, del tabaco y de la minería.
Las condiciones no eran tan malas en los sectores de cuello blanco y de
manufactura ligera. Franklin Delano Roosevelt fue elegido presidente en 1932. Su política
económica se basó en una propuesta de intervención estatal, al estilo de
Keynes; propuesta, que al final, llegó a combinar programas; esta política fue
denominada como la del New Deal[3].
Mucho después, la crisis
financiera de 2008 se desató de manera directa debido al colapso de
la burbuja inmobiliaria en
Estados Unidos, en el año 2006; que provocó, aproximadamente en octubre de 2007,
la llamada crisis de las hipotecas
subprime. Las repercusiones de la crisis hipotecaria comenzaron a
manifestarse de manera extremadamente grave desde inicios de 2008, contagiando,
primero, al sistema financiero estadounidense y, después, al internacional. Teniendo
como consecuencia una profunda crisis de liquidez; causando,
indirectamente, otros fenómenos económicos, como una crisis alimentaria
global, así como diferentes derrumbes bursátiles, como la crisis bursátil
de enero de 2008 y la crisis bursátil mundial de octubre de 2008; en conjunto,
una crisis económica a escala internacional[4].
No debemos olvidar que no se
trata, en el fondo, de las crisis intermitentes financieras, sino de la crisis de sobreproducción, desatada
entre la década de los setenta y ochenta del siglo pasado, como lo hace notar
Robert Brenner[5].
Isabel Ordóñez hace el recuento de las 11 grandes crisis económicas en los
Estados Unidos; dice:
Que nadie sabe a ciencia
cierta cuando se pondrá fin a la actual crisis económica mundial, que tuvo su
origen en las hipotecas subprime generadas en los Estados Unidos (EE.UU.) y
repartidas por todo el mundo, y tampoco se conoce el alcance real de esa
crisis sobre el bolsillo de los ciudadanos. Sin embargo, sí se sabe que en los
últimos 245 años se han producido 11
grandes crisis en territorio estadounidense y que las inmobiliarias han estado presentes en
cinco de ellas. Así lo confirman los datos procedentes a lo largo de ese
tiempo de las siguientes fuentes: a partir de 1760, las cartas personales de
Benjamín Franklin a otros colonizadores; los datos estadísticos del PIB per cápita real hasta 1790
del Measuring Worth; y
desde 1857 los datos del National
Bureau of Economic Research.
La más grave, la de 1764
Como se puede observar en la siguiente tabla, elaborada a partir de la
información procedente de las citadas fuentes, la crisis económica más grave
para los Estados Unidos en los últimos 245 años se produjo en 1764, con una
caída del PIB per cápita del
50% (medida en libras esterlinas), cuando todavía el territorio estaba
representado por las 13 colonias británicas secesionistas. La gestión de los
bienes inmuebles fue la principal causa de grave situación económica, que se
alargó entre 1764 y 1768 y que tuvo como efectos la crisis imperial que llevó a
la Revolución Americana.
LAS GRANDES CRISIS
EN ESTADOS UNIDOS
(Valoradas en
PIB per cápita real
en dólares del año 2000)
|
|||||
Año
|
PIB
per cápita
|
Caída
PIB (%)
|
Nuevo
PIB
|
Duración
|
Causas
|
1764
|
* 100
|
-50,00%
|
* 50
|
1764-68
|
Inmobiliarias
|
1818-19
|
1.330
|
-1,00%
|
1.315
|
1819-20
|
Inmobiliarias,
materias primas, importaciones y peajes
|
1837-39
|
1.681
|
-4,00%
|
1.618
|
1837-43
|
Inmobiliarias,
agricultura y canales
|
1857
|
2.252
|
-2,00%
|
2.202
|
1857-58
|
Cereales y oro
|
1873
|
2.834
|
-3,00%
|
2.737
|
1873-79
|
Construcción
ferrocarril
|
1893-95
|
4.559
|
-14,00%
|
3.913
|
1893-97
|
Construcción
ferrocarril y mercado de valores
|
1907
|
5.621
|
-12,50%
|
4.917
|
1907-08
|
Mercado de valores
|
1929-33
|
7.099
|
-29,00%
|
5.056
|
1929-33
|
Mercado de valores
y bancos
|
1980
|
23.007
|
-3,00%
|
22.346
|
1980-82
|
Ahorros y
préstamos, e inmobiliarias
|
28.429
|
-1,50%
|
28.007
|
1990-91
|
||
2000-01
|
34.759
|
-0,03%
|
34.659
|
2001
|
Mercado de valores
y contabilidad corporativa
|
2007-?
|
38.148
|
?
|
?
|
2008-?
|
Inmobiliarias,
hipotecas subprime y derivativas
|
* En libras esterlinas
El crack del 29
En 1907 se produjo
la siguiente crisis en orden de importancia, al reducirse el PIB un 12,5% entre
1907 y 1908, a causa de problemas en el mercado de valores. Y, en magnitud de
crisis, entramos de lleno en las
de los ochenta, con una primera parte entre 1980 y 1982, con una bajada
del PIB per cápita del
3%, cuyas causas tienen que ver con los ahorros, los préstamos y las
inmobiliarias; y una segunda entre 1990 y 1991 con una bajada del PIB per cápita del 1,5% y las mismas
causas. El resto de crisis en orden decreciente, las de 1837-39; 1873; 1857;
1818-19; y 2000-01, ya se sitúan en caídas del PIB per cápita del 4%, 3%,2%, 1%, y 0,03%, respectivamente,
como se puede ver en el cuadro anterior[6].
Las crisis políticas se manifiestan en el monopolio rotativo de la
representación “democrática” bipartidista; entre demócratas y republicanos.
Este control del electorado de parte
de la clase política muestra la forma de la crisis política, forma de monopolio, opuesto a la concurrencia y a la libertad, así como opuesto a la apertura
de opciones. Entre las crisis políticas
o de relaciones internacionales se menciona mediáticamente la crisis
diplomática entre los
Estados Unidos de América y los Estados Unidos Mexicanos, desatada en 2017, que
corresponde a un estancamiento diplomático, que enfrasca en una controversia política
y diplomática a ambos Estado-nación norteamericanos. La mentada crisis comenzó cuando Donald Trump amenazó a México con la renegociación del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte; porque lo considera “muy poco
beneficioso para su país”; por otra parte, dijo que ampliaría el muro
fronterizo ya existente entre los dos países. Debido a estos impases, Donald
Trump y Enrique Peña Nieto cancelaron una reunión que tenían en Washington
D.C[7].
Sin embargo, hay que hacer notar la llamada mediáticamente crisis diplomático supone la crisis
de fondo, la crisis de hegemonía, así
como también la crisis de dominación;
la superpotencia del Norte habría perdido hegemonía,
así como legitimidad, derivando estas
pérdidas en problemas de dominación
geopolítica.
Ampliando el
panorama, observando las relaciones de Estados Unidos de Norte América y
Europa, Ekaitz Cancela, en El Confidencial, escribe:
Un sistema
está en crisis cuando sus contradicciones internas son tan manifiestas como
visibles los defectos que pueden hacerlo explotar. Estados Unidos ha
ostentando el papel de actor global desde 1945, en un periodo denominado como
Pax Americana. No obstante, en los albores del nuevo siglo es incapaz ya de
alzarse como tal. La dominación sin legitimidad se revela palmaria
en cada apretón de manos de su nuevo presidente, en las falta de
moderación de sus declaraciones y en la apelación a una fuerza que ya ha dejado
de ser hegemónica. Los últimos en sufrirlo han sido sus
socios en la Unión Europea, ese baluarte que ayudó a EE.UU a
contener a la Unión Soviética y salir triunfante de la Guerra Fría. Las
casualidades han querido, además, que estos sucesos coincidieran con la muerte
de Zbigniew Brzezinski, precisamente el hombre clave de Jimmy Carter
durante aquel conflicto. “El mundo hoy está tan despierto, tan activo
políticamente, que ninguna potencia puede ser hegemónica. La responsabilidad de
América en este caos debe ser compartida con cualquiera que participe en
él. El caos no es producto de un solo país. El orden, tampoco”, advirtió en una entrevista no
muy lejana. La patosa interpretación de esta palabras por parte de Donald
Trump se evidenciaron durante la última semana de la última cumbre de
la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
cuando eligió humillar a los aliados recordándoles que no gastaba suficiente en
sus ejércitos, al tiempo que se negó a expresar su compromiso con el artículo 5
- el principio de defensa colectiva que supone que ataque contra un aliado lo
es contra el resto -. Las intenciones de Trump por evitar mostrarse como una
potencia declinante, que permita a otras potencias ocupar el liderazgo que
lleva ejerciendo desde la Segunda Guerra Mundial, también roza lo burdo en
otros ámbitos estratégicos. En una acrobática filigrana de relaciones
exteriores durante la cumbre del G7, en Italia, rechazó
comprometerse con el acuerdo de París sobre el cambio climático.
Trump también dio largas a la reanudación de las conversaciones comerciales
transatlánticas y ambos bloques solo pactaron el establecimiento de un “grupo
de trabajo” para acercar posturas tras la muerte del TTIP.
Como expresó
Robert Cox, ex director general de la OIT, la crisis de hegemonía es también
una crisis de representación en la que emergen las condiciones necesarias para
el establecimiento del “cesarismo”. Sin embargo, Trump está muy lejos de Julio
César, Napoleón u otros como Otto Von Bismarck. En una versión degradada y
patética de éstos, solo conserva el culto a su personalidad. Es más, su
populismo autoritario está basado en la pretensión de reforzar una postura
gubernamental más dura con el fin de recuperar la legitimidad popular y desplegar
un capitalismo que se integre en los aparatos del Estado, al estilo
chino. De momento, con poco éxito.
Evidentemente,
los problemas internos norteamericanos afectan a la plétora de los que recorren
la espina dorsal europea. En este sentido, en un intento por superar la
fragilidad comunitaria, Ángela Merkel trata de sacar partido de un contexto
global caracterizado por la incertidumbre y la espontaneidad de lo aleatorio. “Los
europeos tenemos que agarrar el destino con nuestras manos. Los tiempos en los
que podíamos depender completamente de otros han terminado”, expresó a
tan solo cuatro meses de las elecciones generales sobre
sus últimos acercamientos con el líder estadounidense. El lenguaje de la
política suele ser propenso al eufemismo, tratando de resistirse a la
exposición de intenciones reales. El de la canciller alemana, rodeada de
bretzel y cerveza de trigo, no lo es menos.
Desde el
final de la Segunda Guerra Mundial, el propósito de Estados Unidos ha sido
asegurar la seguridad del mundo y promover los mercados abiertos. Hoy, el
mensaje que traslada Merkel con su retórica es que Estados
Unidos es simplemente un país, no el motor del orden mundial.
También pone de manifiesto, resaltando la oposición de Trump a los acuerdos del
clima y a los tratados de comercio, que la potencia norteamericana ha dejado de
poseer ese poder adicional que caracteriza al grupo dominante. Cuando da a
entender que las cuestiones universales que preocupan a la humanidad ya no son
las que preocupan a Estados Unidos, Merkel pone de manifiesto que el
proyecto estadounidense no es congruente con el proyecto liberal basado
en normas globales comunes y ganancias recíprocas. De la misma forma deja claro
que Estados Unidos ya
no es un poder hegemónico tolerable ni benigno, sino un
problema y refuerza la importancia de la Unión Europea que, pese a todo, sigue
siendo uno de los conglomerados comerciales más importantes y fiables del
planeta.
“El militarismo —decía de nuevo Robert Cox— es un síntoma de la
regresión de la hegemonía global sobre la que descansa el orden económico
mundial. Cuanto más se tiene que aumentar la fuerza militar y cuanto más se
emplea, menos descansa el orden mundial sobre el consentimiento y menos es
hegemónico”. Con sus movimientos, Merkel trata de anteponer las leyes
universales del mercado, que es el artículo básico de fe del liberalismo, a las
posiciones de poder expresadas por Trump y respaldadas únicamente por la
fuerza. Es aquí donde radica el poder de la Unión Europea para ejercer influencia
en el tablero global:
en la garantía del mercado libre como vía para lograr un mundo pacífico y
próspero. De tal manera, tampoco es un hecho casual el impulso a la agenda
comercial comunitaria, reflejado en la culminación del acuerdo de libre
comercio con Canadá (CETA) y en la reciente reunión bilateral entra Jean-Claude
Juncker y Shinzo Abe para hacer lo propio con el tratado con Japón.
La imagen que
Merkel traslada es que, a pesar de que la relación transatlántica se debilite, el equilibrio europeo se
mantendrá incólume.
Se dice que la demagogia populista ha sido sobrepuesta en Francia, Holanda
y que de ningún modo florecerá en Alemania. Así es que las declaraciones de la
canciller han sido cuidadosamente escogidas para posicionarse como la única
líder del mundo libre, una imagen especialmente valiosa para
legitimarse de cara a las próximas elecciones - que, casi
inconscientemente, se plantean en clave europeísta -. Como si, en la acúneme
Atlántica, Europa y Alemania encaran valores más elevados que Estados Unidos
y su papel como guardianes de las democracias liberales fuera hoy más
importante.
Es bien
sabido, y la historia de Atenas o Jerusalén lo atestiguan, que los centros
políticos necesitan tener un rol considerable en el imaginario colectivo.
Quiera o no, ese papel es para Alemania, y el respeto es la imagen que trata de
proyectar en un momento en el que Europa
se enfrenta a varios desacuerdos internos. En el Este, estados como Polonia y Hungría encuentran
sus posicionamientos más en órbita con los Estados Unidos de Trump que con
Alemania. En el Sur, las dañinas políticas de austeridad siguen siendo
identificadas con Merkel. Incluso el eje franco-alemán, epítome de la historia
de la integración europea, se verá ligeramente alterado por las posibles concesiones
en materia de gobernanza económica que exigirá Francia, lo que
al mismo tiempo tendrá un coste político interno.
Huelga
recordar que Merkel se mueve en un estrecho margen dentro de una relación
marcada por la larga tradición transatlántica y no
adoptará una línea de acción sumamente transgresora. Aunque sus
últimas palabras parezcan demostrar lo contrario, no dejan de seguir la línea
mantenida tras las elecciones del magnate. Guste o no, Estados Unidos es un
socio fundamental e
irremplazable tanto en términos de comercio internacional como de seguridad
colectiva, un hecho que es difícil que cambie radicalmente en
los próximos tiempos, a pesar de Donald Trump. La indómita estadista alemana
sabe que necesita a su aliado norteamericano en todas estas cuestiones, y tratará
de acercarle hacia sus posiciones. Su importancia como
estadista será juzgada por la capacidad de actuar con éxito en el límite de
dicho margen y moldear la posteridad europea[8].
Del artículo de Ekaitz Cancela tomaremos
algunas anotaciones; primero, la relación entre hegemonía, dominación y crisis;
es decir, que cuando se pierde la hegemonía
se retorna a la descarnada dominación.
Segundo, que la crisis de hegemonía,
que también diremos es crisis de
legitimación, que ocasiona el retorno a la descarnada dominación, aparece en la coyuntura
mundial, en figuras banales y personajes burdos; lo que denota perdida de imaginación. Tercero, estamos ante un mundo multipolar, donde Estados Unidos
de Norteamérica ha perdido su capacidad de influencia e irradiación, su
facultad de orientación y conducción, en la geopolítica
del sistema-mundo capitalista. Cuarto, el papel articulador y de cohesión del
Estado-nación alemán en la Unión Europea y en la economía continental.
Dejaremos de lado su inclinación apologética
por el Estado liberal, que forma parte de su ideología; así como también su apreciación sobre el liderato de
Ángela Merkel, la Canciller alemán; que es un tanto apresurado.
Estos son algunos ejemplos, a
vuelo de pájaro, y recurriendo a citas descriptivas,
de la convivencia estatal con la crisis
crónica. Por lo tanto, la crisis
crónica es compartida por el mundo mismo, por todos los Estado-nación del
mundo y sus bloques; es restrictivo y
sesgado señalar que esto ocurre solo en la inmensa geografía de las periferias del sistema-mundo capitalista; así como es mucho más sesgado e
intencional referirse solo a la crisis
política y económica de los llamados “gobiernos progresistas”. En
consecuencia, para comprender la crisis orgánica del sistema-mundo capitalista, incluso, para
entender las crisis singulares, nacionales, regionales, de tipos o estilos
políticos, de formas de gubernamentalidad
singulares, tanto económicas como políticas, es menester de la mirada compleja a las dinámicas inherentes del mundo efectivo, del sistema-mundo en crisis.
La primera tesis, sobre el tema
en cuestión, la de la crisis de
hegemonía, legitimidad e, incluso de dominación,
es que lo que pasa con respecto a las crisis
de los llamados “gobiernos progresistas”, es parte de la crisis crónica del sistema-mundo
capitalista y de la civilización
moderna. Para tener un acercamiento adecuado al problema, hay que tener en cuenta el substrato de la crisis
orgánica, estructural y crónica del sistema-mundo capitalista. Este substrato
tiene que ver, en primer lugar, con la relación
o estructura de relaciones
diferenciadoras de las sociedades
modernas respecto a lo que denomina la ciencia y filosofía moderna la naturaleza. Al considerarse superiores respecto
a las sociedades orgánicas, donde
pertenecen, las sociedades modernas
ocasionan la separación institucional de estas sociedades de los ciclos vitales planetarios, de los ecosistemas y de las ecologías integradas
del Oikos. Esta es una separación imaginaria y, a la vez, institucional,
por lo tanto, material social, que es
la fuente primordial de la crisis, en
su forma existencial. Esta separación aísla a las sociedades modernas de sus condiciones de posibilidad existenciales,
embarcándose las mismas en una aventura no sustentable.
La separación existencial, aunque sea imaginaria e institucional,
ocasiona también una separación de
las sociedades humanas con respecto a
la vida misma, a los ciclos vitales y a los cuerpos vivientes. Al considerar que las
mallas institucionales son superiores
a las formas de organización biológicas
y de las biodiversidad, de las otras sociedades
orgánicas, la sociedades humanas
se alejan de lo que son realmente, de
la complejidad dinámica e integral vital
del planeta; al ocurrir esto se quedan solo con los recursos logrados por la racionalidad
instrumental; vulnerables ante contingencias mayores, sobre todo, a los
desafíos y exigencias del multiverso, en sus distintas escalas.
Saltando pormenores importantes,
correspondientes a las consecuencias de la separación,
en la era moderna, las sociedades humanas
conforman un sistema-mundo, basado en
esta economía política generalizada, sistema-mundo,
emergido de la diferenciación económica y política, que es como la condensación
institucional de la crisis misma;
es cuando se vuelve crisis crónica.
La crisis consiste en que las sociedades humanas no pueden recurrir a
su substrato ecológico, que han desechado, tampoco a las informaciones y saberes
no evocativos contenidos; estas falencias desatan múltiples singulares crisis en los decursos de estas
sociedades.
Entre estas crisis se encuentra la crisis
económica y política derivada de la dependencia
colonial del capitalismo extractivista, practicada por los Estado-nación
subalternos de los países periféricos.
Los Estado-nación subalternos, por más nacionalizaciones
que hagan, por más soberanía jurídico-política
que logren, no controlan la producción mundial del excedente; tampoco los mecanismos de su
apropiación. Los “gobiernos progresistas”, que comienzan con las políticas de nacionalizaciones, no pueden continuar
el camino, en lo que respecta a las consecuencias de las nacionalizaciones; el llevar adelante no solo la industrialización
y la independencia económica, sino con la irradiación de la independización en
toda la geografía de las periferias
del sistema-mundo. Al
contrario, después de las nacionalizaciones,
que son como la condición material
política de la constitución y consolidación del Estado-nación, derivan en
un recorrido dramático de regresiones; volviendo a la subordinación respecto de la dominación
y hegemonía del orden mundial.
Los “gobiernos progresistas” no controlan la producción del excedente, no controlan
los mercados, no controlan las cadenas
productivas, no controlan el sistema financiero internacional; en
consecuencia, lo que les espera es la emergencia y desenvolvimiento de una crisis de sostenibilidad y
sustentabilidad del proceso de cambio.
Aunque sean factores o variables intervinientes, la “conspiración” de la “derecha”
y del “imperialismo”, dicho desde la visión de un lado, o la “pésima
administración” del Estado, la “corrupción” y a “corrosión institucional”,
dicho desde la visión del otro lado, no son factores ni variables que explican la crisis de los “gobiernos progresistas”. La crisis es orgánica, es estructural y es crónica, como lo es la crisis
crónica del sistema-mundo capitalista. No pueden realizar la promesa de independencia, de
autodeterminación, de soberanía y la promesa
de justicia social, pues no controlan los monopolios
que dirigen los funcionamientos del sistema-mundo. No controlan el monopolio de
los mercados, no controlan el monopolio de
la ciencia y tecnología usada, no controlan
el monopolio de procesos de producción mundiales, no controlan el monopolio
financiero mundial, no controlan el monopolio de las máquinas de guerra, de los dispositivos militares. En el mejor de
los casos, los “gobiernos progresistas”, en los casos de una buena
administración pública, de la ausencia de corrupción
y corrosión institucional, de un manejo adecuado de las políticas económicas y
sociales, lo que puede pasar es que se difiera
la llegada de la crisis en sus formas
intensas; pero, no salir ni suspender la crisis.
Obviamente que no es ninguna
salida a la crisis de los “gobiernos progresistas”,
retornar a las formas de
gubernamentalidad derrocadas, por ejemplo, a la gubernamentalidad neoliberal.
Tampoco lograr la institucionalidad
del Estado de Derecho, que sería como
el logro de la utopía liberal. En el
anterior caso, se vuelve a la causa de la crisis
social y económica, que fue el substrato de donde emergieron las
movilizaciones anti-neoliberales y se derivó en los “gobiernos progresistas”. En
el segundo caso, que sería como una pax
liberal, que puede incluso ser duradera, la crisis se puede mantener en condiciones
latentes; empero, no es solucionada. La salida a la crisis crónica implica no otra cosa que salir del sistema-mundo, que funciona conviviendo con la crisis
crónica.
Las formas de la crisis crónica
del sistema-mundo capitalista son
variadas; se dan en distintos lugares
de la geopolítica del sistema-mundo
capitalista, adquiriendo sus singularidades
propias. La forma de la crisis en los
“gobiernos progresistas” es crisis de
convocatoria, por lo tanto, crisis de
legitimidad; también crisis ideológica,
pues la formación discursiva populista
ya no convence. Así como es una crisis de
poder, pues la reproducción del poder
tiene dificultades. Las crisis en los
centros del sistema-mundo capitalista no dejan de ser económicas, pues resulta
difícil apropiarse del excedente
producido mundialmente, en un mundo multipolar. No deja de ser crisis de legitimación, pues los discursos sobre la necesidad de pagar
los costos sociales del equilibrio económico no convencen. Por
lo tanto, también se trata de crisis de
hegemonía y de dominación.
La crisis crónica es compartida por centros y periferias de
la geografía compleja donde se desenvuelve
la geopolítica del sistema-mundo
capitalista. La interpelación de la llamada “oposición” a los “gobiernos
progresistas” no hace otra cosa que proponer salir de una forma de crisis crónica
para ingresar a otra forma de crisis crónica, además ya conocida. La petición
de retornar al cauce institucional
por parte de los organismos internacionales, donde se encuentran la ONU, la
OEA, el MERCOSUR, no es más que salir de un perfil
de la crisis crónica para ingresar en
otro perfil de la misma crisis. El retorno a la institucionalidad republicana - que es, en realidad, una utopía, pues ningún Estado-nación, ninguna proclamada república lo ha logrado -, si se daría,
hipotéticamente, lograría el diferimiento
de la crisis crónica; empero, no su
solución, ni suspensión.
No pidamos a los medios de
comunicación, tampoco a las estructuras
de poder, sean nacionales, regionales o internacionales, que atiendan esta situación mundial, estas condiciones y circunstancias, estos imponderables de
la crisis. No lo van a comprender ni entender; están en otra cosa, en preservar precisamente el orden mundial de las dominaciones polimorfas. La
interpelación y convocatoria es a los pueblos del mundo.
Límites
de la crítica
Como dijimos al
principio, es posible convivir con la
crisis orgánica, de tal forma que la convivencia de la crisis fortalece las estructuras
del Estado y la forma de
gubernamentalidad en ejecución. No se trata, como dijimos también, de una generalidad, sino, mas bien, de las excepciones que confirman la regla. Lo
lograron algunos Estado-nación, internalizando
la crisis en las estructuras e instituciones
del Estado; no como efecto demoledor, sino, mas bien, como insumo de la construcción misma del Estado. Lo asombroso de estos
casos es que logran construir y hacer
funcionar una maquinaria estatal adecuada e incluso motivada por la crisis orgánica.
Para que ocurra esto,
parece que es menester el lograr, por así decirlo, una ingeniería estatal; lejos de los factores corrosivos, lejos de las prácticas
paralelas del poder, relativas, entre otras, a la corrupción. Se requiere, como se dice,
usualmente, aunque sea una metáfora, profesionalismo en el manejo de la administración pública. Además, por
cierto, de vocación burocrática al
servicio del Estado, así como vocación
militar, en el sentido de estrategias
de defensa y de movimientos
envolventes. Condiciones ausentes en la mayoría de los Estado-nación, tanto
céntricos como periféricos.
Para dar dos
ejemplos, en el extremo de las dificultades y desafíos; el Estado socialista
cubano y el Estado Israelita, son como excepciones
que confirman la regla. Ambos estados lograron la convivencia adecuada con la crisis
crónica, en tiempos de guerra. En
este ensayo no se consideran ni sus opciones ideológicas, ni sus relaciones
con el sistema-mundo hegemónico y
dominante; lo que se observa es el funcionamiento
del aparato estatal respecto a la crisis crónica. Sobre todo, por lo que
queremos remarcar; es posible que se den también situaciones de convivencia
con la crisis crónica; no solamente desmoronamientos, como postulan las teorías de las crisis.
Uno de los límites de la crítica que expusimos, es que considera a la crisis como entropía,
desequilibrio, descohesión, incluso diseminación;
pero, no consideró las posibilidades de la administración
de la crisis como convivencia
estructural e institucional. Estas situaciones se han dado en la historia política de la modernidad y
pueden seguir dándose.
Cuando atendemos el
caso de la crisis política, de legitimación, de hegemonía
e ideológica de la República
Bolivariana de Venezuela; concretamente, de la forma de gubernamentalidad clientelar vigente, expusimos las tendencias hacia los desenlaces, desde la perspectiva de la crisis como sintomatología
del desmoronamiento. Sin embargo, por
lo menos, teóricamente, es posible una convivencia
con la crisis crónica, una convivencia estatal de la crisis. Claro que hay diferencias entre el Estado socialista
cubano y el Estado del “socialismo del siglo XXI” venezolano; estas diferencias hablan, mas bien, de las
vulnerabilidades del proyecto gubernamental
venezolano, que parece no cumplir con las condiciones
necesarias y suficientes para lograr la convivencia
estatal con la crisis orgánica.
Sin embargo, de todas maneras, es indispensable tener en cuenta esta
posibilidad hipotética y teórica.
Otro límite de nuestra crítica expuesta tiene que ver con lo que una vez me hizo notar
Edgardo Lander; la concentración de
la crítica a los “gobiernos
progresistas”, descuidando un tanto, la crítica
a las formas de gubernamentalidad
neoliberales. Si bien, mi respuesta fue que ya lo hicimos eso; ahora toca
atacar las problemáticas del presente, para continuar la revolución; es indispensable no volver a la crítica que ya hicimos, en su momento a
esta formas de gubernamentalidad,
sumisas al imperio y devastadoras de
la economía nacional y de la sociedad misma, sino lograr una crítica integral de las genealogías del poder en los espesores del presente, abarcando a las
distintas formas de gubernamentalidad concurrentes en el mundo.
Si bien es cierto que
hemos hecho hincapié en que las luchas actuales contra el capitalismo son ecológicas,
ya no solo circunscritas a la demanda social y económica, también política, es
indispensable concretizar y efectivizar la acción ecológica; sobre todo, como un movimiento mundial en defensa de la vida contra el sistema-mundo de la muerte. Este sería el tercer límite de la crítica
expuesta.
El cuarto límite,
aunque lo dijimos en ensayos anteriores y recientes, es que se trata de
comunicarse con los pueblos; de comunicarse con la potencia social de los pueblos. Desafío que está todavía por
atenderse.
[2] Leer 45
millones de personas viven en la pobreza en Estados Unidos. Tercera. http://www.tercerainformacion.es/antigua/spip.php?article97584.
[3] Revisar Historia económica de los Estados Unidos. https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_econ%C3%B3mica_de_los_Estados_Unidos.
[5] Leer de Robert Brenner Turbulencias en la economía mundial.
Akal. Madrid. También ver La inscripción
de la deuda, su conversión infinita. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/inscripcion_de_la_deuda__y_su_conve.
[6] Leer de Isabel Ordóñez Las 11 grandes crisis económicas en los Estados Unidos. http://www.forumlibertas.com/las-11-grandes-crisis-economicas-en-los-estados-unidos/.
[7] Revidar Crisis diplomática entre Estados Unidos y México de 2017. https://es.wikipedia.org/wiki/Crisis_diplom%C3%A1tica_entre_Estados_Unidos_y_M%C3%A9xico_de_2017.
[8]
Leer de Ekaitz Cancela Crisis hegemónica de EEUU y maniobras de Merkel: ¿hacia dónde van las
relaciones?
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