La apuesta por la continuidad de la revolución
La apuesta por la continuidad de la revolución
Raúl Prada Alcoreza
La suma exponencial
de la votación por los representantes a la Asamblea Nacional Constituyente de
la República Bolivariana de Venezuela, Asamblea convocada por el poder constituido, descartando la voluntad del poder constituyente, la potencia
social, el pueblo movilizado, asombra por su invención aritmética; las nuevas reglas del poder. Edgardo Lander anota observaciones pertinentes a la elección de
constituyentes; dice:
Uno a uno los principales mecanismos de control, que habían hecho que el
sistema electoral Venezuela fuese extremadamente transparente y confiable, a
prueba de trampas, fueron desmontados por el Consejo Nacional Electoral.
1. Las listas de quienes podían participar en las elecciones de los
representantes sectoriales no fueron conocidas ni auditadas. La auditoría
previa del registro electoral permanente había operado en todos los procesos
electorales anteriores.
2. No se utilizó tinta indeleble, un mecanismo hasta ahora usado para
impedir que se votara más de una vez.
3. Un mecanismo de control fundamental habían sido hasta ahora los
cuadernos de votación. Un cuaderno único por cada máquina de votación, con los
datos de cada uno de los votantes, que podían votar en esa mesa. Ahí se firmaba
y se ponía la huella después de votar. Al permitir a los votantes votar en
otras mesas, a veces en el propio municipio, a veces en otros municipios, este
control desaparece por competo.
4. Como quienes no estaban de acuerdo con la constituyente no participaron
en ninguna fase del proceso, terminaron siendo unas elecciones internas del
PSUV-gobierno, con lo cual no hubo testigos diferentes a los del PSUV-gobierno.
No hay manera por lo tanto de saber hasta qué punto los resultados que
anuncian corresponden a lo que pasó.
Dos cosas adicionales:
1. La presión sobre los empleados públicos y sobre los receptores de
beneficios de las políticas sociales fueron muy, muy fuertes, con serias
amenazas a quienes no fuesen a votar. Se trata de muchos millones de personas.
2. Por la poca presencia de la gente en las colas para votar, parecía que
el número de participantes fue mucho menor que lo que anunció el Consejo
Nacional Electoral.
En síntesis, ya no se puede confiar en el CNE, pero no contamos por
el momento con información confiable que nos permita decir cuánta gente
efectivamente votó[1].
Estos serios problemas, esta manera de efectuar las elecciones, muestran
claramente las deficiencias, para no
decir otra cosa, de elecciones que deberían ser respetadas, pues se trata de la
constituyente, del poder constituyente, de la fundación del Estado. La manera
bochornosa, sin mecanismos de control,
de estas elecciones, de la forma cómo
se llevó acabo, sin nombrar a lo que mencionamos anteriormente, que la
convocatoria a la Asamblea Constituyente la hace el poder constituyente, no el poder
constituido, como corresponde, es ya la evidencia ilegitima, ilegal y nada matemática, incluso restringidamente aritmética, de estas elecciones forzadas
y grotescamente llevadas a cabo.
En estas condiciones, es absurdo
hablar de “defensa” de alguna “revolución”, que solo está en el discurso insostenible de la burocracia chavista deschavetada. Una revolución, si lo hubiera, no se
defiende con tan burdas maniobras, donde incluso la astucia brilla por su
ausencia. Ni es una revolución, sino
la decadencia política, que detuvo la
marcha de la revolución misma. La intelectualidad apologista que defiende
esto, que no es solo una comedia
reiterada, como decía Marx, en el 18 de Brumario de Luis Bonaparte, sino lo grotesco político llevado a su extrema
expresión.
Estamos ante la descarnada decadencia de la clase política. Mucho más notoria cuando
se usufructúa los símbolos de la revolución, la memoria de las revoluciones
históricas; peor aún, cuando se usurpa al pueblo la conducción del
proceso de cambio, por parte de una burocracia mediocre y angurrienta, además
de corroída y corrupta.
Aquí no está en juego lo que hace
o deje hacer la llamada “oposición”. Ellos hacen lo que saben hacer y han hecho
siempre; defender sus intereses. Son la otra cara del círculo vicioso del poder; la cara claramente conservadora; en
cambio, el “oficialismo”, es la cara conservadora oculta, por la máscara
“revolucionaria” usada. Lo que está en juego es la revolución, la posibilidad de la revolución, de su continuidad;
lo que está en juego es el porvenir
del pueblo y de la sociedad. Por eso, lo que se hace a nombre de la “revolución”
es catastrófico, no solo por la impostura,
sino por el uso de sus símbolos heroicos; desacreditándolos al
extremo del desarme de la potencia
popular. Sabemos que la contra-revolución
arranca o resiste en las clases
dominantes derrocadas; empero, lo que no se sabe con claridad es que los demoledores y destructores eficaces de la revolución,
son los impostores, que usan su convocatoria para enriquecerse y
prolongarse en el poder.
Este es el tema, y no las
bagatelas insinuadas por la intelectualidad
apologista, así como los “militantes deportivos” de partidos que se
reclaman de “revolucionarios”; quedando su actitud en los mezquinos límites de
la detentación del poder. Cuando es
tarea primordial de todo y toda revolucionaria
destruir el poder y liberar la potencia social.
El porvenir de la revolución
no puede reducirse al lamentable dilema
o Nicolás Maduro o Henrique Capriles u otro, o Leopoldo López; este no es el dilema. El porvenir de la revolución
depende de salir del círculo vicioso del
poder, tenga la forma que tenga, tenga el discurso o la pose que tenga. La intelectualidad apologista deja mucho
que desear. Por lo menos, antes, cuando las revoluciones
socialistas estaban en medio de la tormenta, el debate era escoger entre la
dictadura del proletariado o el reformismo pequeño-burgués. La pobreza
del debate, ahora, se restringe en escoger entre una dictadura clientelar o la “oposición” de “derecha”. Esto a todas
luces no es un debate serio, sino una pantomima de exaltados gobernantes, que
se creen herederos, no solo del caudillo, la convocatoria nacional-popular del mito, sino de todas las revoluciones de la historia moderna, y de patéticos intelectuales que argumentan que se trata de defender lo que se tiene. ¿Qué se tiene? El derrumbe ético moral, la usurpación de una burocracia
oportunista, la evidencia de las improvisaciones políticas y económicas. ¿Es
esto lo que hay que defender?
Si fuera esto la revolución, habría perdido todo, todos
sus contenidos seductores y convocativos, toda su fuerza transformadora, para no ir más lejos y decir su potencia creativa. La revolución se habría reducido a mezquinos
juegos de poder; además, juegos de poder atosigados en la
banalidad de las prebendas y los clientelajes. ¿Es esto lo que hay que defender?
Hay que defender lo que ha quedado inconcluso
de un proceso de cambio, abierto por
el pueblo, por la insurrección popular del caracazo.
Hay que defender la Constitución de 1999, que ha sido aplicada parcialmente. Hay
que defender las comunas y las misiones,
sobre todo contra la burocracia que
las ha boicoteado. Hay que defender
la apertura a la participación popular, social, colectiva, indígena; hay que defender la autogestión comunitaria y participativa, que están establecidas en
la Constitución bolivariana. Todo esto no tiene nada que ver con “defender” una
burocracia decadente.
Si algo tenemos que aprender,
entre otras cosas, de los y las revolucionarias,
que hicieron las revoluciones
plasmadas en la historia, es que no
se dejaron llevar por chantajes
emocionales, ni chantajes ideológicos,
sino que innovaron en la praxis,
inclusive en la teoría. Esta actitud
rebelde brilla por su ausencia en la burocracia
decadente y en la intelectualidad
apologista.
La tarea, ahora, en las condiciones y circunstancias enredadas de la coyuntura
política, es defender lo conquistado,
lo logrado; evitando que lo que queda del proceso
de cambio, se derrumbe y se pierda. Ciertamente, considerando la correlación de fuerzas, parece muy
difícil hacerlo; sin embargo, como el mismo Marx lo dijo, no hay peor derrota
que no haber intentado.
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