Hermenéutica compleja del conflicto
Hermenéutica compleja del conflicto
Dejar los paradigmas heredados
Raúl Prada Alcoreza
Dejar los paradigmas heredados
Dedicado al
Mallku, Felipe Quispe, y a la guerrera amazónica Marquesa Teco; que abren senderos hacia mundos alternativos.
El problema de la modernidad es la ideología;
en términos generales, la fetichización
de las ideas, que deriva en confundir el mundo efectivo con las configuraciones que componen las ideas[1].
Gastón Bachelard identificó este problema respecto de la ciencia; donde también
la ideología le juega una mala pasada.
Los paradigmas científicos, las
teorías, los conceptos, que sirvieron para explicar fenómenos, bajo determinadas circunstancias y condiciones de la
investigación científica, se convierten en obstáculos
epistemológicos, en otro momento, cuando la relación con el universo, en
sus distintas escalas, se extiende y se intensifica, mostrándonos facetas
desconocidas antes, evitando el desarrollo de nuevas interpretaciones, más adecuadas. El problema en la actualidad
parece más impactante; se trata de obstáculos
existenciales, obstáculos que
impiden que la vida desprenda sus
capacidades, por lo menos, en las sociedades humanas.
Por ejemplo, debido a
la recurrencia acrítica de los paradigmas de las ciencias sociales,
sobre todo, de la ciencia política, de la sociología y la economía, incluso
cuando se lo hace de manera crítica,
no deja de ser una recurrencia
obstaculizadora; no se logra visualizar, comprender y entender las
transformaciones estructurales en las
formas de poder logradas, su alcance,
su irradiación demoledora, sus características y sus efectos en las sociedades. El seguir enfocando el problema del
poder desde los esquematismos dualistas, inherentes en los paradigmas, hace que se siga interpretando
la génesis del poder y también su crisis como conflicto entre dos lados opuestos. Esta forma dualista está lejos de ver que posiblemente también los enemigos son cómplices, comprometidos en una paradoja perversa a reproducir el poder y la violencia.
Las categorías de
“izquierda” y “derecha” han quedado obsoletas; sin embargo, se las sigue usando
como si tuvieran alguna utilidad explicativa en las contingencias y formaciones políticas del presente[2].
En la historia reciente ya se ha
visto que la “izquierda” en el poder
se comporta como la “derecha” cuando estuvo en el mismo. Las diferencias son discursivas, si se quiere, ideológicas, aunque también de
personajes y de convocatorias. Sin
embargo la regularidad de conductas
preservativas del poder, de
recurrencias a la violencia legal del
Estado, cuando la emergencia lo demanda, incluso hasta los argumentos de ambas
expresiones políticas, aparentemente opuestas, llegan a parecerse, cuando
tienen que justificar sus actos cuestionables.
Considerar que un
gobierno es “revolucionario” o de “izquierda” porque así se identifica, o
definir a otro gobierno como de “derecha” porque así se lo califica y se lo
reconoce por su programa y su ideología, es uno de los errores del esquematismo dualista. Un gobierno, en el sentido de gubernamentalidad, es, sobre todo, la forma concreta del ejercicio del poder, la realización
concreta del Estado. Pueden distinguirse los gobiernos por sus finalidades; unos perseguir, por ejemplo,
el equilibrio económico; otros
perseguir, por ejemplo, la redistribución
del excedente; sin embargo, cuando los métodos
comienzan a parecerse, es cuando hay que tomar más atención en los métodos y no tanto en las finalidades. Reflexionando, ¿si los medios y métodos se llegan a parecer en formas
de gubernamentalidad que se reclaman opuestas, no ocurre que las finalidades pierden sentido o, si se quiere, terminan subsumidas a los medios y
métodos? Este es el tema. El secreto del poder no está en los fines
sino en los medios, métodos y procedimientos.
Para decirlo de otra
manera, la pregunta es ¿cómo lo hacemos?,
no tanto ¿hacia dónde vamos? Si el hacia dónde vamos va a tener altos
costos sociales, muchas muertes, bastantes crímenes, demasiados sacrificios,
ese hacia dónde vamos, por más promesa que sea, pierde sentido, pierde cualidad, se
desvaloriza, hasta convertirse en una finalidad
triste y desvanecida. Por ejemplo, ¿si la justicia
es la finalidad, si los costos son
tan altos, qué quedaría de la justicia
alcanzada?
Otro ejemplo, si el
objetivo es el “desarrollo” mayúsculo, la revolución tecnológica y el acceso
sin restricciones a los bienes de consumo de los estándares modernos, y si para
llegar a esta finalidad los costos
son la destrucción de los
ecosistemas, de la biodiversidad, de los pueblos y sus cohesiones culturales propias, que son como las condiciones de posibilidad de la reproducción humana, ¿qué sentido tiene
alcanzar esta finalidad cuando se
deja de paso la devastación planetaria?
Pareciera que, en
ambos casos, las finalidades se
difuminaran en el horizonte ante la
vertiginosidad desbordante de crímenes y de destrucciones. Hay pues una equivocación crucial en esta manera dualista de enfocar las problemáticas del
presente.
No se trata solo de
si las finalidades son ideales y está por verse su realización
completa, sino de la relación entre medios y finalidades, todavía manteniendo los términos medios y finalidades,
obviamente discutibles. La episteme
moderna ha concebido la siguiente relación: los medios son instrumentos
para alcanzar o realizar el fin; en
alguna de las expresiones se habla de medios
adecuados a los fines. Eso es, los medios son instrumentos o métodos
para alcanzar los fines. A muy pocos
se les ha ocurrido cuestionar esta relación
supuesta; preguntarse, por ejemplo, si, mas bien, los medios no son los fines y
los fines, mas bien, medios. Esta
pregunta no debería sorprendernos a la luz de la experiencia de la modernidad, particularmente de la experiencia política en la modernidad. El fin o la finalidad es la promesa, que funciona ideológicamente, devenida de la promesa religiosa; entonces, la esperanza y espera de este cumplimiento
permite no solamente el empleo de los
medios, sino permite justificar el uso de medios cada vez más violentos
para llegar al fin. Se comprende,
entonces, que, de este modo, el fin
se convierte en el medio efectivo y los medios son efectivamente
el fin perseguido.
Ahora bien, este
parece ser el problema crucial.
Cuando se trata del desenvolvimiento, del despliegue, del incremento y de la
acumulación de medios, incluso de su
desmesurada conformación, en lo que respecta al poder; el poder es el fin mismo, además de desarrollar maquinarias cada vez más mecanizadas y
atroces, efectivizando el empleo de
los medios, métodos y procedimientos del poder.
Retomando los términos usados por el esquematismo
dualista político, ya se defina el poder
como de uso de “izquierda” o de uso de “derecha”, ya se declare como de uso “antiimperialista”
o se lo caracterice como de uso “imperialista”, en ambos casos lo que se
observa es la marcha compulsiva a contar y desplegar maquinarias de poder demoledoras, implacables, eficaces. Al final,
“izquierda” y “derecha”, “antiimperialismo” e “imperialismo”, se parecen por el
uso de los métodos de poder.
Lo que amenaza a la humanidad, a las sociedades humanas, no es lo que señalan unos u otros discursos,
calificando al enemigo, cada uno de
ellos, como el mal, sino estos medios descomunales de poder en manos de unos y de otros, los que
se nombran como enemigos. Al final
los enemigos tienen más en común que diferencias, tienen que defender el monopolio de la disponibilidad de fuerzas con las que cuentan para
perpetrarse. Por eso, es indispensable observar
e interpretar lo que se ha conformado
como dominación en el mundo y en los
países. No debería sorprendernos que lo que prepondera es el pragmatismo económico y también el pragmatismo político. En este sentido son
concebibles entramados que convierten
en concomitantes o cómplices a actores sociales que según
la ideología son enemigos.
Uno de estos entramados es el que tiene que ver con
la exploración, explotación, industrialización de la energía fósil. Más que la industria
misma que usa la energía fósil, como,
por ejemplo, la de los automóviles, que podrían adaptarse a otra forma de energía, es la industria de los carburantes
la que está preocupada e interesada en mantener prolongadamente el uso y consumo de la energía fósil.
Es una burguesía en particular, la
que hemos denominado hiper-burguesía
mundial de la energía fósil, la preocupada e interesada por imponer el uso
indefinido de la energía fósil a las
sociedades del mundo, cuando ya hay condiciones tecnológicas y científicas,
además de económicas, para usar y consumir energías
limpias. Apoyando a esta
hiper-burguesía o, mas bien, entrabada con ella, la burguesía mundial de sistema financiero internacional, también está
interesada por preservar el uso y consumo de la energía fósil, pues es la que permite el capitalismo especulativo. Y aunque usted no lo crea, como se dice popularmente,
son los “gobiernos progresistas”, que han nacionalizado
los hidrocarburos, los preocupados e interesados en que se preserve el uso y el consumo mundial de la energía
fósil; incluso son los más dedicados defensores de esta energía contaminante, depredadora y
destructora de los ecosistemas. Hemos denominado a la casta política de los “gobiernos progresistas” burguesía rentista[3]. Ciertamente no es
la única burguesía nacional ni la única forma de gobierno que apuestan a la
prolongación de la energía fósil,
están también las formas neoliberales de
gobierno y las burguesías nacionales
tradicionales.
Es este contexto el que hay que tener en cuenta
para descifrar el conflicto del
TIPNIS y el conflicto de Achacachi. La
defensa de los territorios, la defensa de la vida, de los ecosistemas y la
biodiversidad, se enfrenta con la hiper-burguesía
mundial de la energía fósil, la burguesía
mundial financiera y la burguesía
rentista nacional. La defensa de los recursos del municipio, de la institucionalidad
municipal, de la Constitución y la democracia, se enfrenta contra la forma clientelar y prebendal de gobierno,
que ha optado por ejercer el dominio
a través del lado oscuro del poder,
la economía política del chantaje[4]. Busca mantener su
cohesión política mediante la
complicidad del saqueo de las arcas, tanto municipales, departamentales, así
como nacionales.
La Declaración
conjunta del TIPNIS y Achacachi expresa que se defiende la democracia contra la tiranía, que se defiende la
vida contra el extractivismo;
además señala al “gobierno progresista” como enemigo común. El conflicto entonces es desatado por el modelo extractivista colonial del
capitalismo dependiente, que se enlaza adecuadamente con el dominio mundial de la hiper-burguesía de la energía fósil y de
la burguesía mundial financiera. El
conflicto es desatado por la forma de
gobierno clientelar y prebendal, que forman parte de la economía política del chantaje.
Entonces, el enfrentamiento de Achacachi es contra el lado oscuro del poder, no solo nacional, sino mundial; pues el lado oscuro del poder no se explica sino
por su expansión mundial. Siguiendo con la Declaración conjunta, el enemigo común es la dominación de la geopolítica
del sistema-mundo capitalista, el orden
mundial, es decir el imperio.
Éste también es el enemigo de los
pueblos y las sociedades del mundo; la hiper-burguesía
mundial ha declarado la guerra a los pueblos al convertirlos en eternos deudores de una deuda infinita[5]. La guerra tiene
que ver con el dominio absoluto de
las reservas de los recursos naturales, con el dominio absoluto de los monopolios; monopolios de los mercados, monopolio
financiero, monopolio de la ciencia y tecnología, monopolio militar, monopolio
cibernético y comunicacional. Los pueblos solo pueden ser, en estas condiciones
de la dominación mundial, el nuevo proletariado nómada, suspendidos sus
derechos y desvirtuadas sus organizaciones.
Lo que ocurre con el
TIPNIS y con Achacachi, con las resistencias
y luchas desatadas, no solamente
tiene una irradiación local y
nacional, sino tiene una connotación mundial. Las resistencias y luchas contra
el dominio de la hiper-burguesía de la energía fósil, contra el capitalismo especulativo, contra la burguesía rentista y contra las burguesías
tradicionales, son profundamente
locales, de acuerdo al concepto de local
de Milton Santos, por eso mismo, son integralmente
mundiales. Comparten con los pueblos en resistencia
y en lucha del mundo contra la dominación fósil y especulativa de la geopolítica
del sistema-mundo capitalista.
La muletilla de la conspiración del
gobierno ha acusado a las movilizaciones de Achacachi y del TIPNIS, así como a
otras organizaciones sociales que se acoplan a la Declaración, de complicidades
con la Embajada Norte Americana, aludiendo de que se trata de la constante
“conspiración imperialista”. Fuera de desgastada esta muletilla, simplona y nada creíble, lo que llama la atención es que
el gobierno devela, sin darse cuenta, sus compromisos
con las empresas trasnacionales extractivistas, además de su entramado y concomitancia con la hipér-burguesía
mundial de la energía fósil y la burguesía
mundial financiera del capitalismo
especulativo. Devela no solo su complicidad
sino su triste papel de agenciamiento
concreto de poder del imperio.
[1] Ver Imaginación e
imaginario radicales. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/imaginaci__n_e_imaginario_radicales.
[2] Ver Espesores del presente; también Espesores
coyunturales.
https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/espesores_del_presente.
[3]
Ver Paradojas del sistema-mundo.
[4] Ver El lado oscuro del poder.
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