El mundo del poder
El mundo del poder
Raúl Prada Alcoreza
El mundo del poder
Dedicado a Nicmer
Evans y Luisa Ortega; por el coraje de la verdad que contienen y expresan.
El mundo del poder no solamente corresponde
al mundo de las representaciones o,
por lo menos, parte de este mundo
imaginario y de la ideología, sino que corresponde al mundo de las dominaciones; es decir, mundo conformado, por cierto, no solo por representaciones, exactamente, aunque estén, sino por tecnologías de poder; aunque también por
coerciones, chantajes, forcejeos. Mundo material, si se quiere, no virtual, como parece ser el de las representaciones. Sin embargo, es un mundo que funciona de acuerdo a una estructura
diferente al mundo efectivo; su eje
aparente o, si se quiere, eje material e
institucional de esta estructura,
restringida a los campos y ámbitos del dominio del poder, es la “lógica” – si se puede hablar de lógica en
este caso – de la dominación. Lo que
rige el funcionamiento de las máquinas de poder es el cumplir con el ejercicio de la dominación; lograr
efectuarla, realizarla como tal.
En relación a este eje de la estructura de poder, los demás ejes
de la arquitectura de la dominación
funcionan a su servicio; subsumidas a
la “lógica” de la dominación. Por
ejemplo, el lenguaje, la emisión y enunciación de los discursos
funcionan no para decir algo que tenga sentido
o responda a la lógica del lenguaje, si se quiere, a la lógica de la expresión, así como a la lógica
de la razón, sino para hacer ruido y acompañar al ejercicio del
poder; se diga lo que se diga. Este comportamiento discursivo se da por inercia.
Por otra parte,
quienes ejercen el poder son subjetividades adecuadas a este ejercicio; cuyo deseo se reduce a “tener
poder”, estar en este objeto oscuro del
deseo. Se trata de sujetos nada
creativos, sino, mas bien, en este sentido, castrados; eunucos al servicio del objeto
oscuro del deseo. Recurriendo al
lenguaje hegeliano, diríamos que se trata de consciencias desdichas, es decir, de sujetos desgarrados; en lenguaje nietzscheano, consciencias del resentimiento y consciencias culpables; la frustración
convertida en deseo de venganza. Se
trata de subjetividades revanchistas.
Pueden investirse de
lo que sea; no se trata de atender a sus investiduras, a sus auto-representaciones, a los papeles del teatro político; sino de atender a
lo que hacen, a la función que
cumplen en el mundo del poder. Por
ejemplo, pueden disfrazarse de “revolucionarios”, hacer escandalo para aparecer
como tales, desgarrarse las vestiduras; pero, lo que importa, es lo que
efectivamente hacen y la función que
cumplen en las máquinas de poder y en
los diagramas y cartografías de las dominaciones.
En lo que respecta a
este hacer y a su función, el disfraz de “revolucionarios” es adecuado para poner en escena el espectáculo
y lograr los efectos atrayentes de la
dominación. Sobre todo, cuando se
trata de la convocatoria al pueblo, a
los desposeídos, a lo que denominaba Franz Fanon los condenados de la tierra. Este mensaje al pueblo recurre a
recónditos mitos, mitos mesiánicos,
mitos de la tierra prometida, mitos patriarcales. También al mostrarse con la simbología revolucionaria, convence, por
lo menos, en una primera etapa, de que los que emiten este discurso
“revolucionario” están con el pueblo. Por eso, la dominación por la vía populista es eficaz, más eficaz que por
la vía liberal, neoliberal y mucho más que por la vía conservadora.
El problema de esta forma de dominación, que hemos llamado forma de gubernamentalidad
clientelar, es que cuando la convocatoria
se agota, cuando el espectáculo,
reiterado, recurrente, publicitario, propagandístico, se agota, ya no convence,
pues contrasta con la realidad efectiva.
Es cuando la forma de gubernamentalidad
clientelar se convierte efectivamente en tal, dejando la convocatoria del mito, para ingresar a
la expansión de las relaciones
clientelares y mantener a cierta masa adecuada de apoyo.
Entonces pasamos de
la etapa de la ilusión, propiamente ideológica,
a la etapa del clientelaje y de la prebenda.
Esta etapa también tiene su propia duración;
se agota. Pues los recursos para mantener las relaciones clientelares y extenderlas no alcanza para todos; solo a
una parte, las dirigencias, los de la cúpula partidaria, los empresarios
beneficiados. Es cuando, se ingresa a la siguiente etapa, por así decirlo, la del empleo de la violencia, no solo empleo
sistemático de la violencia, que
nunca se dejó de ejercer, aunque de manera matizada, sino al empleo descarnado de la violencia descomunal, al uso del recurso del terror.
Es cuando más se
reclaman, los sujetos involucrados,
de “revolucionarios”, de “defender la revolución”; es cuando exigen
dramáticamente “fidelidad”, “lealtad” y hasta obediencia; es cuando más temen a
la crítica y buscan acallarla
tildándola de “contra-revolucionaria”, de coadyuvar a la “conspiración”, si es
que no la acusan directamente de “conspiradora”. Es cuando se cierran todos los
caminos y sólo queda uno, el de la violencia
descomunal, desenvolviéndose desbordante y despavorida; cobrando sus víctimas. Es cuando se queda con mucho
menos convocatoria y con menos base social; cuando pierden elecciones y
se comienza a constatar su aislamiento. Ni su estridente publicidad ya puede
ocultar la soledad del poder. Los
contrastes no solamente son notorios y evidentes respecto a la realidad efectiva sino abismales.
En estas condiciones
y circunstancias los gobernantes, los ocupantes del Estado, los que se creen “representantes
del pueblo”, ante el callejón sin salidas
en el que se encuentran, muestran sus más descomunales recursos o, mas bien,
recurren a ellos. Inventan una realidad
delirante, ni siquiera la que se transmite en la propaganda y publicidad,
sino otra más exacerbada en cuando a su insostenibilidad. Resulta que la
“revolución” está en peligro; que ellos, los gobernantes, que se proclaman como
los únicos, consecuentes y ardientes “defensores” de la “revolución”, están
obligados a tomar medidas de emergencia para preservar la “revolución”, la “soberanía”
y, nada más ni nada menos, la “paz”, con métodos de la “violencia
revolucionaria”. Es cuando se pasa a la cuarta etapa, la del Estado de excepción; el Estado en
peligro suspende los derechos constituidos, suspendiendo a colación la democracia, que ciertamente era
formal.
La convocatoria por parte del poder constituido, desechando al poder constituyente, a una Asamblea
Nacional Constituyente, para lograr la “paz”, es una muestra del ingreso a la etapa del Estado de Excepción. El llevarla a cabo en contra del poder constituyente, que es el pueblo
movilizado, es la realización violenta de esta Asamblea Constituyente espuria.
Lo que viene después ya son las consecuencias de esta imposición; como
suspender a la Asamblea Nacional Legislativa, elegida por el pueblo. Con esto
se terminan de definir las formas manifiestas y elocuentes del Estado de excepción, de la violencia con la que nace el Estado y la
violencia que retoma para volver a
instaurarse como poder descarnado,
sin barnices de la democracia formal.
El volver a insistir
en una nueva elección dolosa de magistrados, después de haber impuesto a los
magistrados a dedo, a pesar de haber perdido las elecciones, ahora, mediante
una bochornosa manipulada selección, acompañada de tramposos exámenes de
competencia y no menos engañosas preguntas sorteadas, es otra muestra del
ingreso al Estado de Excepción. De
manera más manifiesta, el retornar al conflicto del TIPNIS, después de haber
perdido con la VIII marcha indígena – derrota gubernamental que se expresó en
la promulgación de la Ley 180 de intangibilidad del TIPNIS -, volviendo a
imponer la construcción de la carretera
extractivista, que atraviesa el bosque del Territorio Indígena y Parque
Nacional Isiboro-Sécure, es la voluntad
del Estado de excepción. Queda claro
que no importa la Constitución, ni los derechos de las naciones y pueblos
indígenas, tampoco los derechos de los seres
de la madre tierra; queda claro que
no importa ni siquiera la imagen, menos el decoro, ni guardar las apariencias;
sino solo efectuar la marcha destructiva
del modelo colonial del capitalismo
dependiente. El poder se muestra desnudo,
sin ropajes, sin ideología, salvo como abalorio, sin discursos, salvo como
inercia, sin apariencia, salvo como fantasmagoría evaporándose en el aire.
La
responsabilidad de los pueblos
¿En estas condiciones
qué es lo que se puede hacer? Mejor dicho, ¿cuál la responsabilidad de los pueblos? ¿Qué se puede hacer para salvar lo
poco que queda, el corto avance de un amague de revolución, que no solamente quedó inconclusa, sino que lejos de
ello, se estancó en sus albores? Al parecer, solo movilizaciones sociales anti-sistémicas de la magnitud de las que
iniciaron el llamado proceso de cambio
pueden contar con la fuerza y la energía no solo de detener este descalabro, detener la decadencia, sino salir del círculo vicioso del poder. Pues no es
ninguna salida volver a lo de antes, como se dice comúnmente, que es
lo otra cara del círculo vicioso del
poder; mucho menos, salvar a los encumbrados en el poder, disfrazados de “revolucionarios”; sino salir efectivamente
del círculo vicioso del poder.
Esta es la responsabilidad de los pueblos. Al
pueblo que le toque hacerlo tiene esta tarea histórica, por así decirlo, que tiene que ver no solo con el pueblo
y el país de referencia, sino con el destino mismo de la humanidad. El pueblo que lo haga habrá comenzado a abrir otro horizonte histórico-social-político-cultural
civilizatorio para todos los pueblos del mundo.
La responsabilidad del pueblo
venezolano es salir del círculo vicioso
del poder, que tiene dos caras, la de los enemigos, que, sin embargo, son cómplices de la reproducción del poder. La responsabilidad de todos los pueblos del
mundo es apoyar al pueblo venezolano, porque en su lucha están jugándose el
destino de todos los pueblos, de la humanidad;
salir del círculo vicioso del poder y
de los chantajes emocionales e ideológicos
de los enemigos, que tienen más
parecidos entre ellos que diferencias.
La responsabilidad del pueblo
boliviano es salir del círculo vicioso del
poder; ni volver atrás, como se
dice, ni salvar a los impostores e usurpadores de la movilización prolongada y del proceso
constituyente; sino abrir otros caminos,
que se hacen camino al andar; hacia
las sociedades autogestionarias y de autogobierno, que reinserten a la sociedad
a los ciclos vitales ecológicos. La responsabilidad de todos los pueblos del
mundo es apoyar al pueblo boliviano, en esta lucha en defensa de la vida, del TIPNIS, de la Constitución.
Lo mismo pasa
con otros referentes histórico-políticos-sociales. Se trata
de apoyar a los pueblos en pie de lucha,
que buscan salir del círculo vicioso del
poder; como ocurre con el pueblo kurdo, sobre todo respecto a las comunidades libertarias,
autogestionarias y de autogobierno. Se trata de apoyar a las naciones y pueblos indígenas del
continente, que defienden los espesores
territoriales, las cuencas, la vida
de los ecosistemas; estas naciones y pueblos contienen la información civilizatoria para salir del círculo vicioso del poder, que la civilización moderna y el sistema-mundo
capitalista ha ocasionado.
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