Más allá del circulo vicioso del poder
Más allá del circulo
vicioso del poder
Raúl Prada Alcoreza
Más allá del circulo vicioso del poder
No podemos dejar de preguntarnos qué es el poder. Cuando nos respondemos,
encontrando otras vetas, si bien enriquecemos la comprensión de este fenómeno
de las dominaciones, nunca terminamos
de estar satisfechos, pues aparecen otras vetas. No se trata de juzgar a los que están en el poder, mucho más si llegaron por el
camino de las movilizaciones sociales,
que los empujaron donde están. Los gobernantes
no se dan cuenta de lo que pasa; están muy adentro de la burbuja de la ceremonialidad
del poder, rodeados de aduladores y zalameros, de los que informan de lo
bien que va todo, a pesar, de que se encuentran en situaciones difíciles,
comprometedoras y complicadas. Los gobernantes
ven el mundo en la imagen en el espejo se su propio rostro, se sus
propias creencias, en realidad, prejuicios.
Creen, por ejemplo, que el país es como una reunión sindical, que se puede
manejar por acuerdos antelados o entre los pasillos. El sindicato es parte del
país, pero no puede ser, de ninguna manera algo parecido al país.
No son culpables,
como alguna “izquierda”, supuestamente radical los considera, incluso “traidores”.
Son sencillamente otras víctimas de
la maquinaria del poder, que se mueve
en el círculo vicioso del poder. Es
una tontería juzgarlos; es como hacer
lo que ellos mismos hacen; juzgar.
Por ejemplo, dicen los que no están conmigo
están con el enemigo, la “derecha”,
el imperialismo. Juzgarlos es no salir del círculo
vicioso del poder, repetir lo mismo, la pelea por las verdades; quién tiene la verdad;
quién es el juez. No se trata de eso,
sino de salir del círculo vicioso del
poder, de los juegos de poder, de
los juegos de verdad.
Partir que no hay verdad,
sino correlaciones de fuerza; que hay
dominaciones, por lo tanto, dominadores y dominados, sobre todo, dominadas.
Que para quebrar, desmantelar, destruir, estas dominaciones es menester desmantelar
y destruir el poder, como nos han enseñado los indígenas mayas zapatistas. Que no
es el camino llevar a las “vanguardias” al poder,
pues se convierten en las nuevas élites
gobernantes y en los nuevos ricos.
Salvo, la excepción que confirma la
regla, la única revolución socialista
en pie, la revolución cubana.
Esto se debe a la excepcionalidad de
un pueblo heroico, que tuvo la virtud, el coraje y la consistencia de pelear durante largo tiempo contra la intervención imperialista; también se
debe a que el partido conductor, que es el partido comunista cubano fue consecuente,
militante, sin discutir si estaba en la correcta apreciación del mundo y de la revolución y en la interpretación marxista adecuada. Lo que llama la atención de la revolución socialista cubana, a
diferencia del resto de las revoluciones
socialistas, y obviamente, no está de más está decirlo, de las reformas populistas, que se llaman
exageradamente “revoluciones”, es su contenido ético. La relación entre ética
y política es fundamental en la
persistencia y la continuidad de la revolución.
Lastimosamente este atributo, de esta
relación producente, no la tienen el resto de las revoluciones. Parece que la historia
se mueve por excepciones, no, como
han creído las ciencias sociales, por generalizaciones.
El problema,
en la coyuntura álgida que vivimos,
la decadencia de los “gobiernos
progresistas”, es ¿cómo continuamos
con la lucha? ¿Cómo seguimos adelante
con las conquistas logradas y los procesos
políticos abiertos? Está claro que no
puede ser con los “gobiernos progresistas”, que ya encontraron su límite y, desde ahí, su regresión y decadencia. Han dado lo que podían dar. No se trata, de ninguna
manera, de volver a la rutina de los gobiernos
de las oligarquías, que, fuera de
formar parte del círculo vicioso del
poder, nunca tuvieron la gracia
de la convocatoria popular, como la
tuvieron los gobiernos del nacionalismo
revolucionario y los “gobiernos progresistas”. Sino, se trata de retomar el impulso y seguir
de manera permanente con las transformaciones iniciadas. Para esto,
no se puede repetir lo que ya se hizo en el pasado,
defender burocracias y gobiernos decadentes,
que tenían muchas analogías con los gobiernos
de la burguesía, salvo el discurso y la ideología; pues este camino es el que conduce a la derrota. La
tarea imperiosa es inventar otro camino.
Este camino no lo inventa ninguna vanguardia, que es el mito
de los revolucionarios del siglo XIX,
incluso del siglo XX. Es una construcción
colectiva. Todos tenemos que aprender
y aprehender. Los gobernantes de los “gobiernos
progresistas” nos enseñaron lo que no se debe hacer; ahora, pueden irse a su
casa; fuera de que cumplieron su papel en la convocatoria inicial y en las medidas inaugurales del proceso de cambio. Ahora toca la pedagogía política; el pueblo tiene que aprender a autogobernarse y auto-gestionar.
No está en juego
aquí una banalidad de como si se
quedan o no en el poder. Lo que está
en juego es continuar con la lucha;
pues no hay fin de la historia. No son el fin
de la historia las formas
gubernamentales del Estado liberal, como creía Francis Fukuyama; tampoco,
los gobiernos socialistas del siglo
pasado, menos los “gobiernos progresistas”. Lo que está en juego es cómo saltamos el límite
y el obstáculo político e histórico de tomar el poder para transformar,
pues ya aprendimos que esta toma del
poder es como un bumerang; no se toma
el poder, es el poder el que toma, convirtiendo a los “revolucionarios”
en engranajes del poder. Saltar estos
obstáculos, como dijimos, no es una tarea de vanguardias, sino de la construcción
de consenso, con el pueblo y sus formas de organización y deliberación,
incluyendo nuevas formas de deliberación. Dependemos, en este caso, de los
avances y alcances de la pedagogía
política.
Oponerse a esta tarea imprescindible a nombre de la defensa del “gobierno progresista”, es
convertirse en un obstáculo político,
social y cultural, para seguir adelante. Ya no se puede repetir la historia, mejor dicho las tragedias y dramas de la historia;
las paradojas de las revoluciones. No
se puede seguir apostando a nuevas derrotas; no hay tiempo que perder, ante la
envergadura de la crisis ecológica. O
los pueblos aprenden a liberarse de los fetichismos
ideológicos, de las capturas de las mallas institucionales, que los subalternizan, o seguimos en lo
mismo, en el círculo vicioso del poder.
Obviamente, esta no es una tarea fácil, nos
enfrentamos a algo nuevo, inédito; así como los bolcheviques se enfrentaron con
la revolución de octubre de 1917. Ni
sabemos qué va a pasar si lo logramos. Sin embargo, al salir del círculo vicioso del poder nos abrimos a
otros horizontes civilizatorios. Vale la pena hacerlo
entonces; no hay peor derrota que no haberlo intentado.
El proyecto libertario
en Abya Yala es cerrar la caja de pandora
abierta por los americanos, es decir, las poblaciones del continente, después
de la conquista; esta caja de pandora es la civilización moderna y el sistema-mundo capitalista, desatada por
los mexicanos, después de la conquista de Tenochtitlan. Esto implica,
primordialmente, descolonización; en
sentido efectivo, radical, no
discursivo. Es decir, retomar las confederaciones
de pueblos de Abya Yala. En otras palabras y acudiendo a las consecuencias
de lo que decimos, retomar la civilización
ecológica del continente, en sustitución de la civilización de la muerte, que es la del sistema-mundo capitalista. En tercer lugar, es convocar a todos los pueblos
del mundo a hacer lo mismo. Conformar una gobernanza mundial de los pueblos, basada en autogobiernos autogestionarios de los pueblos.
Aunque parezca utópico,
no es imposible. Están, como decían los marxistas, las condiciones objetivas dadas. Están a nuestro alcance las ciencias y
tecnologías, que corresponden al intelecto
general; de ninguna manera es propiedad
privada. Es herencia de la humanidad. Más bien, hay que liberar a las ciencias y tecnologías de
las camisas de fuerza impuestas por el sistema-mundo
capitalista, que las ha convertido en instrumentos
de la acumulación. Siguiendo con esta
argumentación conocida, lo que se requiere es lograr las condiciones subjetivas; esto es, que los pueblos crean en sí mismos y no busquen representantes ni “vanguardias”. Cosa
del pasado.
Este cuadro, por cierto, panorámico, nos muestra
claramente que no se puede seguir insistiendo en defensas de formas
gubernamentales clientelares, que no dejan de formar parte de la heurística de las máquinas de poder. Al poder,
en sentido estructural, no le
interesa si los gobiernos que forman
parte de su heurística sean de
“izquierda” o de “derecha”; lo que le importa es seguir funcionando como poder,
como estructuras y diagramas de relaciones de fuerzas.
Por eso, la compulsa, lastimosamente sin debate, en la
coyuntura decisiva, es crucial. Las fuerzas, sobre todo, indígenas y juveniles, de los movimientos
sociales-antisistémicos del presente,
presionan, en el umbral histórico, para abrir otros horizontes e invitar mundos
alternativos. Por otro lado, las fuerzas de la inercia de la civilización
moderna, sean de “izquierda” o de “derecha”, pugnan por seguir en el mismo juego de poder, repitiendo o redundando
variadamente las mismas tramas del circulo
vicioso del poder.
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