La responsabilidad
La responsabilidad
Raúl Prada Alcoreza
La responsabilidad tiene que ver con la
incumbencia de los actos de uno o de una misma. Se dice, en lenguaje filosófico, que la responsabilidad tiene que ver con la respuesta que se da, ante una exigencia
o requerimiento de parte de una situación
dada; incluso de lo que implica a todas las situaciones
posibles. Hablamos de la vida. Entonces,
en su sentido mayúsculo, si se
quiere, se trata de la responsabilidad
con la vida. Dicho de esta manera, no
se trata solamente de la vida de uno o de una misma, tampoco solo de la vida
del otro o de la otra, incluso de los otros,
sino de la vida como acontecimiento, que comprende las
innumerables formas de vida dadas y
por darse.
También en lenguaje filosófico - hablando de las
expresiones resientes de la filosofía, de aquella que trata estos temas - se ha
planteado la cuestión ineludible de la responsabilidad
respecto a la muerte[1]; hablando de la muerte de uno o una misma. Esta manera de plantear la cuestión crucial de la responsabilidad, se circunscribe a la responsabilidad individual, además, con
la muerte, no con la vida. ¿Se puede hablar de responsabilidad con la muerte sin hablar de responsabilidad con la vida? Esta es la cuestión. ¿Por qué
hablar de la muerte y no de la vida, incluso si se circunscribe la problemática ética en su restricción individual?
¿Se puede hablar de la muerte de
manera no-individual? Estas son otras
cuestiones, vinculadas a la cuestión planteada.
Parece que el
concepto de muerte está asociado al
de muerte individual; incluso, ampliando a múltiples individuos, si se quiere
a una población, cuando se habla de
genocidio. Empero, ya aparecen problemas
conceptuales cuando se habla de muerte
en sentido mucho más amplio y de mayor alcance; por ejemplo, cuando se habla de
la muerte de la especie. En este
caso, no solamente tendrían que morir
los individuos, muchos individuos, una suma tan grande como la población, sino la información genética que contienen. No parece adecuado hablar de muerte en este sentido y comprendiendo
los alcances de la vida, comprendida y entendida biológicamente. Las dificultades conceptuales se agravan cuando concebimos la vida ecológicamente.
No es que se diga que
no se puede hablar de muerte de la
especie, pues esto parece haber ocurrido en la historia ecológica; usando el término de historia de manera forzada e inapropiada, en este caso. Sino que
las connotaciones del concepto del
término no parecen sostenerse en esta aplicación. Por lo menos, sin esforzarnos
mucho, se tendría que aceptar que se trata de otro concepto de muerte. Sin
embargo, incluso aceptando esta variación, este desplazamiento conceptual, no
se termina de resolver el problema planteado.
La crítica epistemológica a la filosofía moderna ha propuesto que,
teniendo en cuenta, la información genética, sobre todo, la experiencia de la manipulación genética, como ocurre, particularmente, con la
clonación, no se puede hablar de muerte,
sino de eternidad[2]. Si bien esta
apreciación corrige en algo las limitaciones
del alcance del concepto de muerte,
cuando se trata de fenómenos, fenomenologías, mejor dicho, acontecimientos vitales, que no solamente trascienden la experiencia individual, sino que
engloban e incorporan las experiencias
individuales en los acontecimientos
vitales, no resuelve el problema planteado. Responde a una situación concreta, que es, mas bien, un
ejemplo, como el de la clonación; empero, lo que dice no alcanza a cubrir otras
situaciones; es más, al acontecimiento de la vida.
El tema es, que no
hay que olvidar ni descuidar, la responsabilidad
con la vida. La responsabilidad con la muerte
de uno mismo es, si se quiere, una responsabilidad individual; la responsabilidad con la muerte de otro, no deja de ser una responsabilidad
individual, aunque también compromete
a otras responsabilidades individuales, coaligadas – aunque Jan
Patocka dice que la responsabilidad
se circunscribe a la responsabilidad
de uno con su propia muerte -. Puede,
incluso plantearse, como se lo ha hecho, jurídica y políticamente, la responsabilidad estatal, así como la responsabilidad social, para con la muerte de otros, incluso de poblaciones,
como ocurre cuando se da el genocidio o crímenes de lesa humanidad.
Recientemente, el discurso ecologista habla
de la responsabilidad estatal, responsabilidad social, incluso
de responsabilidad mundial,
refiriéndose al orden mundial; de la responsabilidad con la muerte de especies y ecosistemas. Empero,
la pregunta, al respecto, es la siguiente: ¿ésta es una responsabilidad con la muerte,
en su alcance plural, múltiple, ecológico o, mas bien, se trata, plenamente, de
una responsabilidad con la vida?
Las filosofías que se refieren a la muerte, que la convierten en una temática crucial de la verdad, en este caso, filosófica, o de búsqueda de la verdad; que la convierten en una
cuestión esencial, para abordar
problemáticas fundamentales, como la del ser;
que la convierten en un misterio para
reflexionar sobre la responsabilidad;
limitan el alcance de la responsabilidad
a la experiencia individual humana. No toman en cuenta, para
comenzar, la experiencia social, a
pesar de las irradiaciones que se pueden efectuar desde la experiencia individual. Menos, cuando se trata, propiamente de la experiencia vital de los seres vivos. Mucho menos, cuando se
trata de la experiencia de las formas de vida, que comprende tanto lo ontogenético como lo filogenético. Las reflexiones
filosóficas quedan cortas ante el alcance o los alcances de la problemática
tratada, a pesar de la intensidad conceptual que se pueda alcanzar.
No se dice que no hay
responsabilidad para con la muerte con uno mismo, tampoco que no hay responsabilidad
para con la muerte de otro o de otros, tal como han sido descritas y aludidos estas connotaciones;
sino que no se puede hablar de la responsabilidad
con la muerte sino en el contexto o entramados, espesores de
entramados, de la responsabilidad con
la vida.
Esto de la responsabilidad, cuestión, temática y
problemática, considerada por la filosofía, es no solamente importante, incluso
crucial, si se quiere, sino ineludible. Nuestra crítica a la episteme moderna, en ésta, crítica a la filosofía moderna, sobre todo, por sus esquematismos dualistas, su concepción
temporal y espacial, su razonamiento
abstracto, circunscrito a la razón
abstracta y a la razón instrumental,
no desmerece, de ninguna manera, estos tratamientos filosóficos. Podríamos
decir, mas bien, los retoma; solo que replanteados, no respecto de la muerte, sino respecto de la vida.
No se trata, porque
puede entenderse así, de oponer la vida
a la muerte. La vida y la muerte no se
oponen, sino que la muerte, en el
sentido que hemos definido, forma parte del acontecimiento
de la vida. Sino, se trata, todavía
manteniéndonos en el lenguaje filosófico,
en replantear la problemática, considerando la referencia adecuada; la vida,
no la muerte.
No nos inquieta
discutir la tesis de Martín Heidegger del ser
destinado a la muerte, tampoco el desplazamiento
cristiano hereje de Jan Patocka respecto a la responsabilidad con la muerte, sino lo que nos motiva es retomar la
cuestión tratada, por cierto, sugerente filosóficamente, además, de
iluminadora, desde la perspectiva de la complejidad; en lo que respecta,
considerando la complejidad de la vida.
En esta perspectiva, intentaremos re-abordar la
cuestión, la temática y problemática filosófica mencionada, considerando la perspectiva de la complejidad; sobre todo, en lo que respecta a la vida. No necesariamente buscamos
salirnos del lenguaje filosófico, por
lo tanto, de la episteme moderna, de
esta formación discursiva y enunciativa
de la episteme moderna, sino, para
mantener un diálogo complementario, trataremos
permanecer en este lenguaje, salvo cuando requiramos acudir a la información
brindada por la biología y la ecología; ya multidisciplinas de la episteme de la complejidad.
Antes de entablar el
diálogo con las filosofías mencionadas, que son tres, quizás descuidando a
otras versiones, vamos a proponer, en principio, como partida, un conjunto de hipótesis interpretativas, que nos
ayuden a contextuar y exponer nuestro
enfoque.
La
responsabilidad con la vida
1. La responsabilidad, que acude a la memoria sensible, tiene que ver con la respuesta dada respecto a los estímulos,
percepciones, información, saberes y conocimientos, es decir, interpretaciones,
que acontecen en las relaciones para
con la vida, como acontecimiento, siendo, además parte de ella.
2. Entonces, en
consecuencia, nadie puede escapar ni eludir su responsabilidad.
3. La responsabilidad es inherente e incumbe
al vivir.
4. Es como decir: se vive, entonces, se tiene responsabilidad.
5. Los seres vivos son responsables de lo que hacen, de sus actos, de su vivir. Para volver al lenguaje filosófico, que es humano y humanista, podemos decir que los seres humanos son responsables
de los que hacen, de sus actos, de su vivir.
Ciertamente, cuando nos desplazamos a los alances epistemológicos de la
biología y la ecología, la responsabilidad
deja de ser solamente humana, como
cree la filosofía, como considera el humanismo. Que el concepto de responsabilidad, desde la perspectiva de la complejidad, tenga que
transformarse, por cierto que sí; incluso construir otro concepto. Empero, como dijimos, preferimos, por ahora, mantenernos
en el diálogo con estas sugerentes
filosofías mencionadas.
6. Entonces, el ser humano se encuentra ante la responsabilidad; exigido, interpelado,
demandado, convocado. Es ser humano
atendiendo a su responsabilidad. No
la puede soslayar, aunque lo haga ideológicamente,
aunque la oculte políticamente. La responsabilidad no desaparece de la estructura de su ser.
7. Que haya personas,
incluso grupos, más aún, colectivos, sociedades y estados irresponsables, no hace desaparecer la responsabilidad como interpelación
vital. Al contrario, la llamada a la responsabilidad
es mayor, más aguda y exigente. Más patente.
8. Estas personas, estos
grupos, estos colectivos, estas sociedades, estos estados, incluso el orden mundial, no puede eludir ni
escapar de la responsabilidad por
medios ideológicos, políticos, institucionales. Al contrario o, mejor dicho, en contraste, la responsabilidad adquiere tonalidades de interpelación categórica, precisamente
ante el tamaño o alcance de su irresponsabilidad.
9. La responsabilidad es individual, grupal,
colectiva, social, estatal, mundial. La responsabilidad
es de la humanidad.
10. En este sentido, la responsabilidad no es ni destino, tampoco misterio. Dicho de otra manera, la responsabilidad no se decodifica
ni interpreta respecto al destino para la muerte o respecto al misterio.
Sino para decirlo, como enunciado concluyente, la responsabilidad forma parte de la vida misma, de su acontecer. Es inherente a la vida misma, a su estructura
primordial. Dicho de otra manera, más conclusiva aún, se nace con la responsabilidad; pues la responsabilidad
tiene que ver con el vivir.
Vivir
la vida
Para comenzar de
manera polémica, podemos empezar diciendo que no hay muerte sino de la vida.
En este caso, de manera sostenible, argumentativamente, de la vida individual. Hablar de muerte es hablar de vida. Es esto precisamente lo que olvidó Martín Heidegger, también
Jan Ptocka, así como en la deconstrucción
hermenéutica se olvidó también Jacques
Derrida. Al referirse y tematizar la muerte,
incluso interpretar deconstructivamente,
solo consideran el desenlace de un proceso vital. Se circunscriben al desenlace; al hacerlo, al no tener en
cuenta el proceso, que no puede ser
otro que la vida, ellos se quedan sin
recursos para acudir a la búsqueda de respuestas
a sus preguntas. Por eso, se quedan
sin respuestas, con reflexiones sugerentes e intensas, pero, limitadas a
desesperados atisbos luminosos, respecto a semejante cuestión y problemática planteada. ¿Por qué lo han
hecho? ¿Por qué escogieron la muerte
como temática y no la vida? No vamos
a caer, obviamente, en la trivialidad de decir que se trata de pensamientos nihilistas; como es
costumbre, en algunas otras filosofías, que pretenden contrastarse con las
mencionadas. Solo que no lo logran, pues no llegan a entenderlas.
¿Por qué lo hacen? Es
una pregunta que obliga a respuestas arriesgadas. Sin embargo, sin pretender
darlas, se puede considerar lo que constantemente consideramos, la episteme moderna, sus paradigmas. Exagerando, incluso esquematizando, solo por razones
ilustrativas, podemos decir que para la filosofía
moderna, la muerte se opone a la vida; son partes opuestas del duplo configurado
por el pensamiento dualista. Sin
embargo, no podemos contentarnos con esta respuesta inicial y esquemática.
La muerte, el imaginario de la muerte,
es constitutivo de las culturas y civilizaciones históricas de las sociedades
humanas. Forma parte de la experiencia
social; las experiencias de muerte,
en toda su variedad y diversidad, además, de proliferación, abarcando distintas
extensidades e intensidades narrativas,
han marcado las memorias sociales. A
las que la han interpretado en las distintas narrativas manifestadas. Los filósofos mencionados y el crítico
deconstructivo no han escapado de esta herencia condicionante.
En otras palabras, a
la episteme moderna le ha costado pensar la vida; le ha resultado más fácil, si se quiere, para matizar, más
apropiado, pensar la muerte. Podemos conjeturar, un tanto apresuradamente,
que la experiencia social en la modernidad, para no hablar de otras
épocas definidas por la historia, no
daba como para abordar adecuadamente la vida.
Esta experiencia social, en todas sus
variantes civilizatorias y societales, solo puede, exagerando, tratar un
aspecto de la vida, es decir, la muerte; mostrando su incapacidad de
hacerlo, para asumir el tratamiento de la complejidad
dinámica e integral de la vida.
La interpretación que sugerimos, al
respecto, es que el obstáculo
epistemológico, la restricción, de la que se partía, en la episteme moderna, tiene que ver con el
asumirse como ser superior a los
otros seres vitales. La humanidad como fin de la evolución. Teniendo en cuenta esta predisposición teórica
prejuiciosa, los humanos, dramatizaron exaltadamente las marcas más impactantes
de su experiencia social. Cerrándose
la visión a mirar y reflexionar plenamente sobre el acontecimiento primordial, que es la vida. Se puede decir, que estas son las limitaciones autoimpuestas
por la episteme moderna.
Esta segunda hipótesis interpretativa de las filosofías y la deconstrucción mencionadas, nos ayuda a mejorar la interpretación de la primera hipótesis.
No vamos a seguir sugiriendo más hipótesis
interpretativas adecuadas; no es lo que queremos hacer. Sino tratar la
temática sugerente abordada por las reflexiones filosóficas y la hermenéutica
de la deconstrucción.
La responsabilidad con la vida, responsabilidad con la que se nace, requiere de otra experiencia social, mejor dicho,
requiere de la parte de la experiencia
social disminuida, encubierta, desvalorizada, al valorizar, exageradamente,
la parte de la experiencia social
impactada por la experiencia de la muerte. La memoria social puesta en juego,
a la que se acudió, es aquella que selecciona las partes traumáticas de la experiencia
social. Se ha descuidado la memoria
social, sedimentada, si se quiere, olvidada, no del todo, que corresponde
al placer de vivir y de experimentar, a la percepción sensible, que goza
de la vida.
Por eso, es
indispensable pensar la vida acudiendo a la experiencia en su plenitud, en sus distintos estratos, en sus
variados y conglomerados espesores. Ahora, que la crisis ecológica, muestra los síntomas
y alcances de la crisis, sobre todo,
de la amenaza a la vida humana,
también a la vida en su complejidad, aunque en este caso haya,
mas bien, posibilidades de sobrevivencia,
sin la presencia humana, es indispensable acudir a la experiencia social, en su plenitud, para poder reflexionar
adecuadamente, no solamente con un tema crucial, sino con una exigencia de la
vida misma a la humanidad; la exigencia
de vivir de la vida.
Para decirlo
provocativamente, ni el destino hacia la muerte, ni el platonismo
luminoso y del bien, ni el substrato orgiástico, tampoco la hermenéutica del cristianismo hereje, son suficientes para tratar la
problemática y los desafíos temáticos, que exige la experiencia inmanente de la vida.
La vida solo puede ser pensada adecuadamente si se acude a los espesores intensos, sedimentados, estratificados, de la experiencia compleja de la vida. Esta experiencia se encuentra inscrita,
hendida, en los cuerpos. Por lo
tanto, siguiendo con el tono provocador, no se trata del olvido del ser, sino, mas bien, del olvido del cuerpo; que es como decir, el olvido de la vida.
Para desechar las
sugerencias filosóficas fáciles, por lo tanto, pueriles, diremos, aclarando,
que el cuerpo no es no-ser, tampoco ser, en pleno sentido, sino que es vida, en el sentido de
sus manifestaciones, realizaciones, creaciones. Jugando con las palabras y las figuras,
el cuerpo viviente es aquello que nos permite hablar de ser, en determinados contextos y circunstancias. Es lo que nos
permite hacer filosofía. Ni ser, ni no-ser, sino vida; formas singulares de la
vida. Singularidades, que forman
parte de la sincronización integral y
dinámica de la complejidad, de la simultaneidad
dinámica de los tejidos entrelazados
del espacio-tiempo.
Volviendo a la responsabilidad, se puede decir, que
todos los seres respondemos. Ahora bien, la respuesta
que demos puede ser tomada como responsable
o, en caso contrario, como irresponsable.
La pregunta es: ¿Por qué se dan las conductas, comportamientos, acciones,
prácticas, irresponsables?
Fundamental pregunta.
¿Es problema de
conocimiento, por lo tanto, de ignorancia? ¿Es problema inherente a formas singulares de la vida, como la humana? Esto último, es más o menos como decir que llevamos la irresponsabilidad dentro,
congénitamente. ¿O es histórico; es
decir, corresponde a toda una época de la irresponsabilidad;
la modernidad? Ya hemos entrado a
preguntas que requieren de investigaciones en profundidad; no podemos
responderlas, por lo menos, responsablemente,
solamente ensayando hipótesis
interpretativas. En este umbral,
en el borde de este límite interpretativo, podemos sugerir otras
reflexiones crepusculares en este borde.
Parece que la irresponsabilidad es inherente como
consecuencia circunstancial de lo que la filosofía
moderna, sobre todo, dialéctica,
llamó libertad. Esto que acabamos de decir,
de ninguna manera, quiere sugerir, ni de lejos, que se trata de conducir,
orientar, enseñar, a todos, que estaríamos como predispuestos a la irresponsabilidad; en pocas palabras,
suspender la libertad. Sería estúpido
decirlo – no hay otra palabra más clara, a pesar de lo cruda que suena -. Sino,
lo que se dice es que se tiene la libertad
para escoger y decidir entre ser responsables o ser irresponsables.
Ahora sí, asumiendo
la herencia de la filosofía, la mejor herencia, se puede proponer que ser es ser responsable. En otras palabras, ser es un concepto ético, no
ontológico. Siguiendo con las
reflexiones filosóficas y deconstructivas aludidas, se puede sugerir, también,
que ser irresponsable es apostar e
inclinarse por la muerte, se lo haga
conscientemente o sin saberlo. En cambio, ser responsable es apostar e inclinarse, acudiendo, a la vida.
[1] Hablamos
de las exposiciones, al respecto, de Martin Heidegger, de Jan Patocka y de
Jacques Derrida. Revisar del primero Ser y tiempo. http://www.afoiceeomartelo.com.br/posfsa/Autores/Heidegger,%20Martin/Heidegger%20-%20Ser%20y%20tiempo.pdf. Del segundo, Ensayos heréticos sobre la filosofía de la historia. Editorial
Encuentro; Bogotá 2016. Del tercero, Dar la muerte. https://es.scribd.com/doc/145553199/Derrida-Dar-La-Muerte.
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