Dibujo a mano alzada, mediante escritura, del inquisidor moderno

Dibujo a mano alzada, mediante escritura, del inquisidor moderno


Raúl Prada Alcoreza

 

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Se creen “revolucionarios”; es más, incluso radicales. Pero en sus esquemas de comportamiento y su esquematismo simple de pensamiento expresan, sin darse cuenta, los conservadurismos más recalcitrantes. Son machistas, patriarcalistas y autoritarios; están enamorados del símbolo del caudillo, la convocatoria del mito. Consideran que el mundo se divide entre fieles e infieles, como en la época de la inquisición o de las guerras santas. Solo que ahora, de acuerdo a un discurso aprendido mecánicamente, llaman a unos amigos y a otros enemigos; los primeros serían, supuestamente “anti-imperialistas”, en tanto los segundos “pro-imperialistas”. Los que no están con ellos o con sus consignas fundamentalistas, empero, pobres, simplonas y vacuas, son enemigos y de “derecha” o “pro-imperialistas”. Los que están con ellos o son como ellos mismos, son “revolucionarios” o “anti-imperialistas”. Su “anti-imperialismo” se reduce a defender al gobierno que consideran “revolucionario”, “anti-imperialista”, incluso “anti-colonial”; sin embargo, cuando este gobierno se enmarca en el modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, como hicieron todos los gobiernos de la oligarquía, en sus distintas tonalidades – lo que implica aceptar los condicionamientos de la geopolítica del sistema –mundo capitalista -, no son capaces de explicar esta contradicción. Acuden a hipótesis ad hoc, considerando que se trata de transiciones. Las que no terminan nunca o más bien se tratan de transiciones regresivas.

Son dueños de la verdad, pues ésta es “revolucionaria”, dicha, nada más ni nada menos, por ellos mismos; pronunciada en voz alta, como si dieran sermones desde el púlpito. Además se creen descendientes de todos los revolucionarios del pasado, quienes les habrían transferido sus actos heroicos, solo por formar parte de la sucesión. Cualquier cosa que hagan está justificada; incluso la violencia, púes la violencia es partera de la historia. Más aún, cuando tienen que cometer un abrupto forcejeo, vulnerando la Constitución, aprobada por el pueblo movilizado, consideran que se explica, pues se hace contra la “derecha” y la “conspiración imperialista”. En definitiva son los buenos, como en las películas de Hollywood; los que están en su contra, se identifiquen como conservadores, como de “derecha”, como liberales o neoliberales o, en su caso, se pretendan, equivocadamente, según ellos, como de izquierda, son sencillamente los malos.

Esta “filosofía” - forzando los términos, la llamaremos así, porque les gusta los nombres rimbombantes - simplona y elemental, es la que despliegan con gran bulla, para ser escuchados. Son protagonistas, aunque no se sepa de qué, a no ser de sus actitudes descongestionadas, cuando se enojan, o de sus gestos teatrales, empero de calidad barata. Entonces el mundo se resume a esta trama pueril, que se pretende epopeya, donde los buenos luchan denodadamente, a veces incomprendidos; cuando están el en poder, ya no luchan, pues ya son gobierno; empero, se encargan de perseguir a los malos, a los “conspiradores”, a los “agentes” al servicio de potencias foráneas, sobre todo el “imperialismo”. Persiguen a los pueblos indígenas, que defienden sus territorios contra el extractivismo minero o petrolero, que contaminan las cuencas.  Son implacables, como fueron los monjes celosos de la inquisición, como fueron los monjes laicos de los juicios estalinistas contra los propios partidarios y funcionarios del partido, acusados de “conspiración”.

No debaten ni discuten. ¿Para qué? Si son portadores del fuego santo, son los voceros de la verdad. Descalifican, juzgan, desde su centro imaginario, que es el de la justicia histórica. La historia, para esta concepción absolutista, es como una exaltación de su llegada al mundo, sobre todo, al poder. Los hechos que no coinciden con esta linealidad histórica, son desechados; son tomados como accidentes circunstanciales. Cuando hay demasiados accidentes, que desvían el curso de los eventos, entonces, se trata de la “conspiración”, que es capaz y fuerte, como  para incidir en los sucesos y en la realidad.

Cuando aparecen hechos bochornosos, como los relativos a la corrosión institucional y la corrupción, que compromete a funcionarios del gobierno y a altos jerarcas, tienen una respuesta contundente: son inventos de la oposición de “derecha”, tanto nacional como internacional. Por eso, se muestran tranquilos, como si no pasara nada, como si no afectara esta decadencia, que es considerada supuesta.

Tienen como una regla o un parámetro para medir o evaluar. Ellos son el centro, el núcleo inmaculado de la “revolución”; todo lo que se aleja adquiere una tonalidad disminuida. Entonces, ellos son “rojos”; hay anaranjados, amarillos, y quizás blancos; que serían los más descalificados. Con esta ponderación elemental, se sienten satisfechos; ungidos por la ideología autocomplaciente. Ciertamente, esto es muestra de narcisismo; están enamorados de sí mismos. Se contemplan en el espejo y se orgullecen de ser lo que aparentan.

El drama de las revoluciones, que cambian el mundo y se hunden en sus contradicciones, que terminan reproduciendo el sistema-mundo capitalista, que terminan orbitando el círculo vicioso del poder, no entra en sus cabezas; estos sucesos no son considerados. Simplemente no existen. Para ellos las “revoluciones” son epopeyas, que se dan apoteósicamente; si caen las “revoluciones”, es porque las fuerzas del mal han intervenido, “conspirado” y desmoronado las “revoluciones”, solo provisionalmente.

En otras palabras, todo está resuelto, la historia esta preformada, es, si se quiere, teleológica; aunque atribuirles esta inmanencia y trascendencia metafísica seria mucho. De manera más apropiada decirlo, para ellos, la historia se mueve mesiánicamente; los mesías aparecen, como portadores de la consciencia nacional, como encarnado la misión histórica de realizar la dialéctica misma, como si fuese la misma providencia.

Se creen “revolucionarios”, pues están ungidos con ese nombre por el Estado mismo, ocupado por ellos, conquistado y tomado. Olvidan que los revolucionarios se formaron y curtieron luchando contra el Estado; pero, esto no es tomado en cuenta. El Estado se vuelve un buen instrumento, simplemente porque ellos se encuentran en esta maquinaria de las dominaciones polimorfas. Incluso el Capital, en sus manos, administrado por ellos, es decir, como renta, se vuelve bueno; pues está en buenas manos.

No son conscientes de esta simpleza argumentativa, incluso, trivialidad discursiva. No son como sus intelectuales apologistas, que elaboran modelos explicativos para interpretar las contingencias y las dificultades de los “gobiernos progresistas”. Simplemente los consideran aliados de la “revolución” y claros, pues los respaldan; aunque no entiendan los laberintos con que tratan de explicar, sus intelectuales apologistas, las contradicciones de los “regímenes revolucionarios”.

Mucho menos, son conscientes de lo que dicen se parece mucho a los esquematismos de sus contrincantes, en el discurso conservador o el discurso liberal, incluso el discurso neoliberal. Solo que dicho de otra forma, con otras palabras y barnizado con otra ideología. No se les puede pedir entonces que consideren que son tan conservadores como los conservadores que señalan, que son tan neoliberales como los neoliberales que indican con el dedo, que son tan contra-revolucionarios o perores, pues desarman mejor al pueblo de sus capacidades combativas, al presentarse como salvadores de la patria, de los desposeídos, de los explotados. No importa si en el régimen que implantan sigue el mismo modo de producción capitalista; por lo tanto, las mismas formas de explotación; no importa si el Capital que administran no sea más que renta improductiva, gastada burocráticamente, peor aún, usufructuada de manera privada. Lo que importa es que ellos están ahí, administrando, “sacrificándose” por la patria y los desposeídos, garantizando el buen uso de esta renta.

No saben o no se dan cuenta que la mejor forma de apoyar a la “oposición”, que consideran de “derecha” y al “imperialismo”, es hacer lo que hacen; vulnerar la Constitución de la democracia participativa, de la misma manera que lo han hecho respecto a otras constituciones los gobiernos de la oligarquía. El pueblo solo es considerado como muchedumbre que escucha y acata, además, obedece. No lo toman en cuenta como participanteauto-determinante, autogestionario y autogobierno. Para ellos, esto son delirios utópicos extravagantes de anarquistas. La conducción tiene que estar en manos de la burocracia partidaria y “revolucionaria”. Nada de consultar, discutir, debatir con el pueblo. La decisión es de los especialistas, de los militantes “revolucionarios”, la “vanguardia”, los clarividentes. A pesar, que lo que consideran extravagancia anarquista se encuentra en la Constitución. ¿La habrán leído?

Como anteriores monjes de iglesias laicas, que hablan a nombre de la “revolución”, como los monjes de iglesias telúricas hablan de salvación, son los castigadores. No ven, como aquéllos, que son los sepultureros de la revolución; lo que hacen tiene más efecto destructivo que los propios “conspiradores” de “derecha”, pues lo que hacen es demoledor, sobre todo, porque viene de adentro.

No es un fenómeno nuevo. Ha pasado en todas las revoluciones de la modernidad. Unos luchan y otros gobiernan; las vanguardias, para llamarlas como se acostumbra, comienzan el proceso revolucionario, pero no lo dirigen. Hay quienes, la otra tongada “revolucionaria”, que se incorporan para controlar y limitar los alcances del proceso político subversivo, en curso. Los militantes que ingresan, cuando es segura la victoria, son los más exacerbados y declarados “revolucionarios”; aunque no tengan la experiencia de los que se curtieron en las luchas. Arrinconados o marginados por no ser leales al gobierno, ni ser obedientes, ni sumisos, ni zalameros. Si se quiere, es como una regularidad sorprendente, que merece ser estudiada.

Al respecto, las hipótesis interpretativas que desplegamos, hipótesis que tienen que ser contrastadas por investigaciones, estudios y análisis derivados, son las siguientes:

1.   Se trata del círculo vicioso del poder; el poder se reproduce, ya sea en versión de “derecha” o en versión de “izquierda”. Al poder no le interesa cual sea el discurso y la modalidad; lo que le interesa es que su fabulosa maquinaria funcione.

2.   Cuando los revolucionarios toman el poder, se vuelven, ese mismo momento, contra-revolucionarios. Usan el Estado para preservarse en el poder. Ejerciendo el poder y haciendo prácticas casi análogas a lo que hacían los derrocados.


3.   Las revoluciones emergen, en coyunturas de crisis múltiple, política, social, económica y cultural. Emergen de las entrañas de las movilizaciones sociales anti-sistémicas; son como desenvolvimientos de las sociedades alterativas, que son el substrato de las sociedades institucionalizadas. Sin embargo, en la medida que las revoluciones, después de destruir el Estado, en el mejor de los casos, vuelven a institucionalizar un Estado, la revolución es tragada por las lógicas de la reproducción del poder; es decir, de las dominaciones, aunque se las ejecute de otra manera.

4.   En consecuencia, ya no se trata de tomar el poder, sino de destruirlo. De construir colectivamente, participativamente y de manera consensuada, la institucionalización dinámica y cambiante de la potencia social liberada.


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