La intelectualidad apologista

La intelectualidad apologista

Raúl Prada Alcoreza



La intelectualidad apologista













No hay posiciones tempranas cuando ya se ha vivido una larga y dramática experiencia en la historia política de la modernidad, particularmente de la trama de las revoluciones. Seguir insistiendo en apoyar las repeticiones dramáticas de simulaciones políticas, pues no son otra cosa, de las revoluciones anteriores y decir que es demasiado pronto la evaluación y la crítica, no es otra cosa que manifestar patentemente un conservadurismo recalcitrante y el apego a ilusiones, es decir, fantasmas, fetiches, que ya deberíamos haber defenestrado. En otras palabras, es apostar a nuevas derrotas, después de haberlas sufrido antes.

La intelectualidad enamorada de imágenes y de símbolos de las revoluciones pasadas, quiere encontrar en los espectáculos del presente la realización de esas revoluciones,  como corroboración de la dialéctica de la historia. Esta actitud es la muestra patética de una intelectualidad inactiva, poco creativa, nada crítica, que se contenta con encontrar que las revoluciones, supuestamente, se vuelven a dar en el presente. Solo que no se dan cuenta que son comedias, simulaciones, disfraces, que esconden degradaciones y decadencias. Entonces, esta intelectualidad es cómplice de  la regresión conservadora, de la restauración, nada menos que a nombre de la revolución.

Ya se tiene una larga experiencia, en el medio milenio de la modernidad, como para darse cuenta de no poder sustentar algo como el decir que es “demasiado temprano” para juzgar a los “gobiernos progresistas”. La historia se repite, no solo como comedia y farsa, es decir, como simulación, sino de una manera cada vez más grotesca. No es, de ninguna manera acertado, decodificar en los síntomas de la decadencia de los “gobiernos progresistas” proyecciones transformadoras, pues no aparecen, en ninguna parte de sus manifestaciones, ejercicios de poder, nada parecido a esto.  Se trata, mas bien, de repeticiones de lo mismo, del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, solo que en versiones populistas.

La intelectualidad a la que le cuesta hacer la crítica a estos teatros políticos, a esta simulación, expresa, lamentablemente, su entrañable juego de poder, la gloria del prestigio, de la ceremonialidad del poder, de los que están con los cambios de la historia. De manera concomitante a los revolucionarios de pacotilla, que son los “gobiernos progresistas” de Sudamérica, esta intelectualidad crítica no hace otra cosa que avecindarse a la gloria de hojalata de estas “revoluciones” chafas.

Por otra parte, olvida, esta intelectualidad, que en la medida que los “gobiernos progresistas”  siguen el mismo modelo que los gobiernos que derrocaron, el modelo extractivista, no hacen otra cosa que reproducir la dominación del imperio en el contexto de la geopolítica del sistema-mundo capitalista. No son como pretenden ser, ni “vanguardias” ni “retaguardias” de las movilizaciones sociales; son sencillamente dispositivos discursivos y enunciativos del orden mundial de las dominaciones polimorfas. Solo que ejercen este papel en guiones forzados de tramas desgastadas de héroes y villanos.

No se trata, de ninguna manera, de defender teorías desgastadas, tampoco pantomimas de gobiernos comediantes, sino, sencillamente, dicho llanamente, de continuar la lucha. Por lo tanto, esta intelectualidad, supuestamente crítica, lo que hace es castrar las capacidades de lucha de los pueblos. Juegan un papel inhibidor y apologético en el difícil proceso de la movilización anti-sistémica.

Nos encontramos en una coyuntura que se parece a una encrucijada, pues hay que escoger caminos a seguir, incluso caminos que inventar al caminar. En estas condiciones, es indispensable aprender, no enseñar. Una de las lecciones de la historia política de la modernidad es, entre otras, que no se puede seguir el círculo vicioso del poder; en otras palabras, no se puede tomar el poder; cuando se lo toma, es el poder el que toma a los que ocupan su lugar.

Lo que decimos no desmerece el acto heroico de los pueblos, cuando se efectuaron las revoluciones; de ninguna manera. Ni de las vanguardias involucradas. Nos enseñaron lo que se contiene en las entrañas del proceso, si se apuesta a la toma del cielo por las armas. Cambiaron el mundo jerárquico de las dominaciones, sí, pero, para volverlo a restaurar de otra manera.

A estas alturas, no interesa ningún prestigio intelectual, ganado a costa de apoyar a espectáculos teatrales de “gobiernos progresistas”. Lo que importa es no repetir los errores, aprender las lecciones históricas, seguir adelante, avanzar con los pueblos hacia las emancipaciones y liberaciones múltiples. De ninguna manera, creerse los iluminados, clarividentes, que apoyan a revoluciones, que en lo reciente y venidero parecen, mas bien, grotescas simulaciones.

Esta intelectualidad está, hoy, muy lejos, de las nuevas generaciones de lucha, muy lejos de las movilizaciones anti-sistémicas juveniles, que parece que han aprendido las lecciones históricas por otros medios, no necesariamente teóricos, sino de la experiencia y la memoria social. También están muy lejos de las luchas actuales de las naciones y pueblos indígenas, en contra del modelo colonial capitalista extractivista. Tienen en su cabeza la configuración esquemática de la revolución de octubre 1917, que aplican como referente decodificador a todo acontecimiento político, que se presume de progresista. La revolución de 1917 fue un acto heroico de un pueblo que se enfrentó a la realidad y a la historia; las supuestas “revoluciones progresistas” repiten la realidad impuesta por el orden mundial; es decir, por el poder y la historia circular. Una revolución, en pleno sentido de la palabra, es inédita, no repite, aprende las lecciones y sigue adelante. La única revolución reconocible, en este sentido, es la zapatista.

Si bien, esta intelectualidad, en su momento, nos enseñó como una interpretación renovada de lo ocurrido, ahora, nos enseña que incluso esta intelectualidad, ante los desafíos del momento, de la coyuntura, puede comportarse conservadoramente. A esta intelectualidad tenemos que decirle que no se puede apoyar a “gobiernos progresistas” que repiten, intensivamente y expansivamente, el modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente; que no se puede apoyar a gobiernos, que a nombre del socialismo, reproducen el regreso al Estado policial; incapaces de debatir.

La tarea de los movimientos sociales anti-sistémicos, emergentes, de nueva generación, es aprender de las lecciones dramáticas del pasado, además de aprender de estos comportamientos dubitativos y nostálgicos; que no se trata de aparentar ser “vanguardias” o “retaguardias” o como se quieran llamarse, sino de seguir adelante, de continuar las luchas en la desmantelación de las máquinas de poder.  Para seguir adelante parece menester romper con los mitos construíos en la modernidad, entre ellos, de las revoluciones, además del mito de los intelectuales de “vanguardia” o “retaguardia”.

En concreto, no se puede dudar en tomar una posición clara ante una forma gubernamental clientelar, que a nombre de la revolución bolivariana boicotea a las comunas, los acontecimientos lugareños que se encaminan a la autogestión comunitaria. Peor aún, que a nombre de la revolución bolivariana se enfrascan en las prácticas paralelas del poder, de manera desmesurada; la corrosión institucional y la corrupción. Cuando se hace esto, cuando se obvia lo que ocurre, se es cómplice de la reiteración del círculo vicioso del poder. Dicho de manera directa, se apoya a las dominaciones de la nueva élite del poder, que ejerce su dominación, nada menos que a nombre de la liberación, la soberanía y la descolonización.

En este caso, no solamente, esta intelectualidad es cómplice de la derrota, así como de la decadencia, sino también de reiterada conquista y colonización. Usan lo indígena como valorización virtual de su propio prestigio y como chantaje emocional; están muy lejos de las luchas concretas de los pueblos indígenas.  No se dan cuenta, que los pueblos indígenas, en la coyuntura, se enfrentan a las políticas económicas de los “gobiernos progresistas”, que apuestan al extractivismo, como conducto al “desarrollo”.

Por otra parte, las teorías de esta intelectualidad no abandonan el paradigma newtoniano, relativo a la episteme moderna; el paradigma de los esquematismo dualistas y lineales. Siguen pensando de la misma manera que pensaba Vladimir Ilich Lenin y Teilhard De Chardin, aunque parezcan formaciones discursivas y enunciativas opuestas. Es menester pensar de acuerdo a la complejidad de los problemas del presente, momento de acumulación.

Que la intelectualidad crítica sea incapaz de hacerlo es una muestra de que juegan un papel conservador, legitimador del orden constituido, que se mueve en un margen de maniobra, que viene de desde gobiernos abiertamente neoliberales hasta gobiernos que se proclaman “progresistas”, pero, que ejercen el poder de la misma manera, solo que con discursos demagógicos populista.

No se trata, de ninguna manera, de colocarse en el nuevo papel de la verdad, que es solo una pretensión, sino de situar en su lugar a estas pretensiones intelectuales de “vanguardia” o “retaguardia”. Ni siquiera por desacreditarlas, sino porque no ayudan en la lucha de los pueblos contra las dominaciones polimorfas del sistema-mundo colonial-capitalista dependiente.

Lo que pasa en Venezuela, con la revolución bolivariana, es dramático. Un estrato burocrático del partido “revolucionario” monopoliza la palabra y la representación, sin dar acceso al pueblo; concretamente, a las comunas, que son el mejor logro de la revolución. Ante esta usurpación, la intelectualidad mencionada, opta por la burocracia. La crisis desatada, social, política y económica galopante, es, en cierta medida, inexplicable, después de los ingentes ingresos debido a los altos precios del petróleo, en la las fases anteriores. ¿Qué se ha hecho con estos ingresos? ¿Por qué no se ha invertido en el proceso de cambio? Es muy grave lo que ha pasado, cuando, ahora, sabemos, que este excedente ha servido, en gran parte, para la apropiación privada de los jerarcas de la llamada “revolución”.

No es sostenible teóricamente, aunque lo sea ideológicamente, justificar la ilusión o la comedia o el espectáculo de una “revolución”, cuando la nueva élite se apropia a nombre del pueblo y su emancipación, de este excedente. No se trata de mantener el mito por nostalgia o juegos de poder de prestigios institucionales o mediáticos; sino de cómo continuar las luchas contra las estructuras y formas polimorfas de poder. En este sentido, esta intelectualidad renombrada se ha aplazado.

Nada sería lo que hemos dicho y anotado, si no estuviéramos ante la crisis ecológica, en sus intensidades y expansiones más amenazantes. Ante esta crisis, que los “gobiernos progresistas” continúen con el ejercicio y la efectuación del modelo extractivista colonial del capitalismo dependiente, significa que son parte del camino al apocalipsis, definido como horizonte por el sistema-mundo capitalista. La intelectualidad mencionada opta por apoyar a los “gobiernos progresistas”, es más, a su mito,  a pesar de las alarmantes circunstancias. Esta actitud los acerca al comportamiento de la hiper-burguesía mundial, que descalifica las denuncias y descripciones de los colectivos ambientalistas y ecologistas como delirios. Este comportamiento no solo es conservador, sino es, sobre todo, reaccionario, pues aprueba las estrategias de muerte contra la vida.

Si bien se puede explicar, no justificar, la actitud de la intelectualidad, frente al estalinismo, que fue condescendiente con el régimen policial, que no puede llamarse socialista, en pleno sentido de la palabra, salvo por forzadas metáforas discursivas y literarias; ahora, en la actualidad, no se puede aceptar un equívoco como éste, pues ya hay experiencia social. Que los intelectuales vuelvan a incurrir en el mismo error, es una clara muestra de su complicidad con los devaneos del poder.

Los pueblos, sobre todo, las sociedades alterativas, no requieren de intelectuales de “vanguardia” o “retaguardia”, requieren del intelecto colectivo acumulado. Esto no quiere decir que la intelectualidad, que produce interpretaciones de los acontecimientos es inservible; de ninguna manera. Esta intelectualidad es importante, en lo que respecta a las elaboradas interpretaciones de los acontecimientos. Empero, cuando no hace esto, interpretar lo que acaece y, más bien, legitimar las acciones de comediantes, lo que acaece entonces, cumple una labor ideológica de legitimación de las formas de poder barroca, que se dan a través de la apología de las simulaciones revolucionarias.

La coyuntura diferida que vivimos, que data desde el levantamiento zapatista de 1994 hasta la fecha, exige no solo una perspectiva y enfoque críticos, sino desplazamientos, es más, de rupturas epistemológicas, por así decirlo, para entendernos, pues, de lo que se trata es de resolver los problemas en el presente. Problemas, cuyo espesor es acumulativo.  Esto no se puede hacer si se apoya a gobiernos reaccionarios, represivos, que justifican sus acciones a nombre de la revolución. Mucho menos cuando se trata de gobiernos que ahondan la relación de dependencia mediante la intensificación del modelo extractivista.

Para decirlo en términos sencillos, la revolución se la hace, no se la discursea. La revolución no puede ser una repetición comediante o simulada, sino una invención social, de la potencia social. La invención social en Venezuela vino con el caracazo;  la convocatoria del mito, por el caudillo, fue una resolución representada, en realidad conservadora, ante la emergencia social; sin embargo, honesta, en la estructura subjetiva del caudillo. El alcance de la irradiación se dio en la forma jurídico-política de la Constitución bolivariana. El problema no se encuentra en el caudillo, que fue un dispositivo mediador en el proceso de cambio, sino en los seguidores; que usurparon al pueblo del caracazo la conducción de un  proceso que debería haber sido radical. Los seguidores apostaron por lo mismo, el círculo vicioso del poder, solo que lo efectuaron de manera más escandalosa que las oligarquías dominantes anteriores.

No se trata de descalificar a esta intelectualidad conservadora y timorata, apologética, sino de aprender de sus devaneos los desafíos políticos del presente. Sobre todo, en lo que respecta, en este caso, a las formas de saber, que corresponden a las memorias y experiencias sociales. Se trata de la construcción colectica de los saberes populares presentes y en el presente, donde la intelectualidad crítica puede coadyuvar en la configuración de interpretaciones pertinentes.

¿Cuál es el problema? La reproducción de las jerarquías, en las que la intelectualidad juega su papel, quiéralo o no; dicho de otra manera, si se quiere, realista; la intelectualidad interpreta la experiencia de las sociedades, mejor dicho, parte de su experiencia. No es, en este sentido, vanguardia, sino, mas bien, hermenéutica de los acontecimientos. Menos la pretendida retaguardia, que es una manera de ocultar el papel vanguardista que juega. Con este prestigio puede llegar a avalar acciones evidentemente contra-revolucionarias, que se proclaman de “revolucionarias”. Los intelectuales de estas corrientes apologistas cierran los ojos ante las evidentes violaciones y violencias desencadenadas contra los derechos consagrados en las propias constituciones estatales. Como son violencias desatadas a nombre de la “revolución”, los intelectuales inventan hipótesis ad hoc para justificarlas.

Lo que no entiende esta intelectualidad es que no se trata del prestigio, es decir, del juego del poder, de la ceremonialidad de poder de los foros, sino de los desenlace de los acontecimientos, que gozan o padecen los pueblos. No se puede justificar la muerte de campesinos en la Unión Soviética, de la época del comunismo de guerra, a nombre del socialismo. Tampoco se puede justificar la apropiación indebida por parte de la burocracia del ingreso del excedente petrolero, en los periodos de precios altos de las materias primas, a nombre de la revolución bolivariana. Obviar estos hechos con el argumento de la ofensiva de la oposición de “derecha”, no es más que complicidad con la degradación gubernamental clientelista.

Esta intelectualidad, que manifiesta sus recalcitrantes conservadurismos, a pesar de sus discursos pretendidamente críticos, juega el papel de los dispositivos discursivos de legitimación del poder, considerando cualquiera de sus formas de dominación. Forma parte del sistema de dominaciones polimorfas del sistema-mundo capitalista.  





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