Angustia filosófica
Angustia filosófica
Raúl Prada Alcoreza
El cuerpo es anterior a la cultura, aunque la cultura lo modele. No proponemos la diferenciación entre naturaleza
y cultura, como lo hizo la antropología
estructural; esta diferenciación, que
ha sido constitutiva de esta antropología, corresponde, como dijimos, a la economía política generalizada. A las bifurcaciones de esta economía política; en el caso que nos
ocupa, a la economía política de las
ciencias sociales, que separan Estado
de sociedad, cultura de naturaleza; valorizando el Estado, desvalorizando la sociedad, valorizando la cultura, desvalorizando la naturaleza.
Al hacerlo, la
antropología se ha concentrado en el estudio de las estructuras culturales. Esto le ha ayudado a investigar las composiciones culturales y construir
teorías interpretativas y explicativas del acontecimiento
cultural. Sin embargo, a estas alturas de la crisis de la episteme moderna,
cuando se cruzó el umbral y el límite del horizonte de la episteme moderna,
cuando ingresamos a los espacios-tiempos
de la episteme de la complejidad, es
conveniente preguntarnos: ¿las estructuras
culturales son independientes de las estructuras
vitales?
Las estructuras culturales no podrían
sostenerse ni darse si no son, al mismo tiempo, estructuras vitales, estructuras
corporales y territoriales de los
ciclos ecológicos. Se puede decir que
la imaginación y el imaginario sociales son las facultades inherentes, que se
encuentran, por así decirlo, en las raíces
mismas de las estructuras y composiciones
culturales. La imaginación y el imaginario no dejan de ser capacidades corporales; lo son
plenamente. Hay pues una integralidad
compleja; se puede hablar, mas bien, de un devenir naturaleza y de un devenir
cultura. La separación entre naturaleza y cultura fue una hipótesis
metodológica y epistemológica de las
ciencias modernas, así como de la filosofía moderna. No hay tal separación, salvo en el imaginario moderno, vale decir, en la ideología.
Desde la perspectiva
de la complejidad, lo que importa es comprender
cómo funciona la complejidad integral de la vida.
En el caso que nos ocupa, cómo se generan las estructuras y composiciones culturales, a partir de las estructuras y composiciones vitales. En
la búsqueda de esta comprensión, comprender las predisposiciones corporales para generar cultura; volviendo al tema tratado en el anterior ensayo, La responsabilidad[1], comprender la predisposición corporal a lo que la filosofía moderna llamó responsabilidad.
La predisposición corporal vital es por la
continuidad y realización de la vida;
dicho de manera descriptiva, es al nacer, al reproducirse, al preservarse, al informarse,
al retener información, al interpretarla, al actuar, conformando tejidos
vitales y continuando la vida. Acudiendo
al concepto filosófico de responsabilidad, aludido, se puede decir
que la predisposición corporal es
anterior a la responsabilidad;
incluso que hace de substrato y
sostiene la inclinación por la responsabilidad. La responsabilidad, que es como un compromiso
categórico y actitud cultural, si se quiere, más precisamente, ética, afinca sus raíces en el substrato
corporal de la predisposición vital.
Situándonos en la responsabilidad social,
en ella, en su composición colectiva y
cultural, donde se halla la responsabilidad
individual, entonces, la responsabilidad,
en sentido pleno, forma parte de la herencia
vital y del devenir responsabilidad
del devenir predisposición corporal vital.
La responsabilidad, en pleno sentido,
responde a la vida, si se quiere, a la vida
que adquiere formas sociales e
institucionales, en el desenvolvimiento de las sociedades humanas. No puede
concebirse la responsabilidad sino
con respecto a la vida. Sin embargo,
como hemos anotado en el anterior ensayo mencionado, la filosofía moderna se ha dedicado a pensar la responsabilidad en su relación con la muerte; en su sentido individual, la muerte propia, de uno
mismo, como también la muerte del otro. Desentendiéndose del contexto complejo de la vida, donde aparece la muerte como fenómeno conclusivo de los
procesos de vida particulares e
individuales. Esto asombra porque la responsabilidad
pierde plenitud, reduciéndose a la respuesta respecto a la muerte individual, que es inevitable;
como si este fenómeno natural o de
otra índole fuese una tremenda
fatalidad. Esta actitud de la filosofía suena a protesta; protesta hecha por el filósofo a Dios, por esta fatalidad, por esta condena. Pero, también suena como devaneos en el laberinto, buscando un sentido profundo en este evento clausurarte, que es la muerte
individual. Haciendo una broma, esta actitud desbordada de la filosofía, se
parece a la anécdota bizantina de cuando los teólogos discutían cuántos ángeles
podían estar en la punta de un alfiler.
Volviendo a recuperar
la cordura reflexiva, por decirlo a
manera de chanza, donde el pensamiento,
siendo composición dinámica del juego de las facultades y capacidades corporales, ayuda a comprender la participación
de los seres en el universo, de los seres humanos en el mundo efectivo, podemos partir de la premisa ecológica, biológica y social que propusimos. La responsabilidad social y cultural
conforma, forma parte, del devenir de la
predisposición corporal para con la vida.
En este sentido, se esperaría que la responsabilidad,
evocativa, expresada en las narrativas,
así como en las alegorías simbólicas,
coadyuve en las sociedades, atravesadas por mallas
institucionales, a potenciar la vida.
Sin embargo, aquí
comienza el problema. A partir de un momento o momentos diferidos, las sociedades
institucionalizadas, al embarcarse en la economía política generalizada, al separar las instituciones
de la praxis social, separación que se sostiene en la separación de cultura respecto a la naturaleza,
terminan constituyendo sociedades
institucionalizadas como si estuvieran realmente, efectivamente, separadas de los ciclos vitales planetarios. Momento
o momentos, donde parece que se
adultera la relación de las sociedades humanas respecto a sus substratos vitales, respecto a la vida, en toda su integralidad compleja y dinámica. La actitud que prima ya no es la armonía integral para con la vida, siendo la vida la sincronización
integral compleja de los tejidos
en el espacio-tiempo, sino la disociación de las sociedades humanas respecto a sus substratos ecológicos. Entonces, el resultado no es solo la separación institucional e imaginaria de
la cultura respecto a la naturaleza, sino que el fin ya no es el potenciamiento de la vida sino, mas bien, el atribuir “vida” propia, como si la tuviera, a la heurística instrumental institucional. Valorando las construcciones
institucionales humanas, ya no como instrumentos
para la sobrevivencia y el potenciamiento de la vida, sino como si
fuesen los referentes supremos
humanos; convertidos en fines.
Las sociedades institucionalizadas han
convertido a sus naturalezas artificiales
- para decirlo de ese modo, metafóricamente, para mantener comparaciones - en
las supremas naturalezas, superiores
a la naturaleza
misma, propiamente hablando. Esto solo se lo puede hacer imaginariamente, es decir, ideológicamente,
apoyándose en la materialidad
institucional. En estas condiciones, la vida
no es ya el referente primordial de
la predisposición social. En las
sociedades modernas la vida, en pleno
sentido de la palabra, en su integralidad
compleja y dinámica, se desvaloriza,
se convierte en objeto, en recurso, en insumo de explotación, en beneficio del hombre. La naturaleza es
el inmenso campo de dominio de las sociedades capitalistas. Se entiende
entonces, que en este proceso de disociación,
de diferenciación, respecto a la naturaleza,
se distorsionen las predisposiciones
corporales respecto a la vida, convertidas en actitudes sociales
estructuradas para lograr los fines
abstractos que se plantean las mallas institucionales, las sociedades institucionalizadas, sus máquinas de poder.
A pesar de la apología moderna a la civilización instrumental, de la interpretación histórica de los logros, apreciados en códigos de evolución, valorizados como “desarrollo”, un balance integral de lo ocurrido,
teniendo en cuenta la pertenencia
insoslayable de las sociedades humanas
al Oikos, nos muestra patentemente la
destrucción ocasionada en el Oikos, rompiendo, momentáneamente, la sincronía integrada de los ciclos vitales del planeta. En otras
palabras, la predisposición corporal para
con la vida se convierte, por la
intervención de la economía política
generalizada, en inclinación organizada sistemáticamente hacia la muerte.
La multiplicidad de separaciones generadas por la economía política generalizada, valorizando
lo abstracto, desvalorizando lo concreto,
valorizando lo artificial, desvalorizando
la vida, han convertido a las sociedades
institucionalizadas en dispositivos
antagónicos para con la vida, en su complejidad integral y dinámica. Este es
el problema mayúsculo, el problema de
la amenaza a la vida. Este es el
alcance desbordante y abrumador de la crisis
ecológica.
No es extraño
entonces, que en la modernidad tardía,
se den reflexiones filosóficas sobre la muerte,
sobre la responsabilidad para con la muerte; se elaboren filosofías
existenciales, que construyen su narrativa
sobre el eje argumentativo del ser
destinado a la muerte. La temática,
si se quiere, la obsesión, del sistema-mundo
cultural moderno, es la muerte,
no la vida.
Las religiones,
hablando de las religiones monoteístas,
quizás de las únicas que podemos hablar de religión,
pues a las otras formaciones discursivas,
enunciativas, simbólicas, rituales y ceremoniales no podríamos nombrarlas
como religiones. El religar con Dios es la relación fundamental de estas religiones.
En cambio, por ejemplo, en el caso de las relaciones
con la inmanencia de los seres del cosmos, relaciones que desplegaron las formaciones rituales, ceremoniales, simbólicas, alegóricas y narrativas
de lo que llamó, en sus inicios la antropología, sobre todo, la antropología
religiosa, politeísmos, incluso animismos, no podrían entenderse a partir de la
“experiencia” espiritual del religar con Dios. Más apropiado parce
abordarlas a partir de las relaciones
con las fuerzas inmanentes de los seres. Por cierto, juegan un papel narrativo los imaginarios culturales; se interpreta
estas fuerzas mediante arquetipos
cosmomorfos, zoomorfos y antropomorfos. Sin embargo, es difícil sostener el
llamarles dioses; esta interpretación se realiza desde las perspectivas de las religiones monoteístas, también desde la perspectiva racional de la filosofía.
El referente, entonces, son las religiones monoteístas. Estas religiones se plantean como tema
fundamental el de la muerte. ¿Qué hay
más allá de la muerte? ¿Cómo
enfrentar la muerte? ¿Cómo superarla?
Sobre todo, con la salvación. Antes
que la filosofía moderna, las religiones abordaron a la muerte como problema
primordial. Entonces, se trata de la responsabilidad
de los individuos o, quizás, mejor
dicho, de las personas, ante la muerte venidera. Esta responsabilidad se encuentra en una
concavidad mayor, en el contexto de una
responsabilidad mayor, la responsabilidad con Dios. Pero, la
temática de la narrativa religiosa es la muerte; narrativa basada
en el origen de la creación, que a su vez asume la voluntad de Dios en este acto inaugural.
Lo que tienen que
afrontar las personas, en vida, es la muerte. Es desde este referente,
este desafío, que se interpreta a
Dios. Dios es interpretado desde la mirada de la muerte. Aunque la creación aparezca como inauguración de la vida, no es la creación, no es este origen, lo que permite hacer interpretable a Dios; es sencillamente
uno de sus actos supremos. La figura
que juega un papel en la trama de la narrativa religiosa es la muerte; la cual es evidente, forma parte
de la experiencia social y de la memoria social. Entonces la muerte es la temática que es asumida por
las religiones desde la temprana
antigüedad. Lo que hace la filosofía, en la modernidad
tardía, es retomar esta problemática
acuciante desde la perspectiva racional
de la filosofía moderna. La disimilitud entre estas formaciones discursivas y enunciativas, la religiosa y la filosófica, radica en el lenguaje,
también en el papel articulador y lógico
de la razón abstracta; la que se
desentiende del substrato de la fe, de la creencia. Sin embargo, en las versiones
interpelantes, tanto la religión
como la filosofía exigen la responsabilidad.
Si bien se trata, como
tesis principal de la responsabilidad
para con Dios, esta tesis, que es el presupuesto del que se parte, lo que es operativo, por así decirlo, forzando un
poco el término, es la responsabilidad
para con la muerte. En esto aciertan
los filósofos que hemos comentado en el anterior ensayo. Pero, este acierto es un acierto en un sesgo; la muerte no puede comprenderse sin la vida,
de la que forma parte. Quizás por esto, las reflexiones filosóficas se quedan
dando vueltas, sin lograr resolver los problemas
que se plantean, a pesar de la intensidad
de las reflexiones, de las
argumentaciones y de las metáforas filosóficas usadas.
Si el acontecimiento primordial es la vida, abarcando la complejidad dinámica e integral en sincronización, abarcando la articulación
de sus múltiples escalas, siendo la muerte
fenómeno relativo a la clausura de
trayectorias individuales, de los seres orgánicas singulares, en los contextos dinámicos de los ciclos vitales, que hacen al devenir constante de las formas de vida, entonces, situarse en
estos fenómenos culminantes de trayectorias de vida es como atender el desplome
de las olas en el océano, olvidando la existencia del océano. Lo que muestran
estos filósofos mencionados, aunque no son los únicos, pues hay una larga
historia de estos tratamientos filosóficos respecto de la muerte, es su propia angustia,
temor, temblor, usando las palabras que se mencionan en sus
argumentaciones y reflexiones. Lo que es confesión
de las relaciones que establecen con
el mundo efectivo, a través de la experiencia asumida y memoria plasmada.
Sus elaboraciones
teóricas no dejan de ser interpeladoras,
pues las relaciones con el mundo, no necesariamente efectivo, sino
el mundo institucionalizado, son conflictivas. Estas interpelaciones adquieren la tonalidad del llamado a retornar a los causes, a lo orígenes, a lo primordial,
incluso al misterio. Este llamado es ético, en uno de los discursos y es, diríamos, ontológico, en el otro discurso filosófico. Se trata de llamados a recuperar la memoria y la
responsabilidad. Sin embargo, en la
medida que estos llamados tienen como
referente la muerte, atienden el desafío de la muerte, convocan en
relación a la responsabilidad para
con la muerte, la responsabilidad que reclaman queda en el
vacío, la respuesta que exigen queda
sin solución, no puede llegar a ser una respuesta,
pues no responde a nada.
Por más hermosas que
sean sus argumentaciones, reflexiones, narrativas
teóricas, la cuestión es que no hacen inteligible
e interpretable, por lo tanto, comprensible, la problemática que enfrenta la humanidad,
para hablar aludiendo a este concepto
universal, sin embargo, también convocativo. Las sociedades humanas se encuentran tan vulnerables como antes de estas filosofías sobre la muerte, aunque conmovidas, las y los que
leen, por la interpelación ética y filosófica.
[1] Ver La responsabilidad. https://voluntaddepotencia.wordpress.com/2017/06/11/la-responsabilidad/.
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