La máquina estatal en coyunturas de crisis

La máquina estatal en coyunturas de crisis

Raúl Prada Alcoreza




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¿Cómo funciona la maquinaria estatal en momentos de crisis? ¿Cómo engranan las mallas institucionales con las formaciones discursivas, sobre todo, cuando se trata de la norma, la ley, la Constitución? ¿Cómo se relacionan todos los aparatos de Estado; los aparatos administrativos, los aparatos representativos, los aparatos ideológicos, los aparatos coercitivos? No parece que las respuestas puedan ser generales, como si le sucediera a todo Estado en coyunturas de crisis; mas bien, parece que hay que encontrarlas en el análisis no solamente de distintos contextos y en diferentes coyunturas,  sino en coyunturas específicas y respecto a crisis concretas. La crisis del Estado-nación de la República Bolivariana de Venezuela nos da la ocasión de hacer esto; de observar el funcionamiento de la maquinaria estatal en momentos de crisis.

Vamos a ingresar con una pregunta: ¿Qué implica que a dieciocho años de la promulgación de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, se convoque, por parte del gobierno, a una nueva Asamblea Constituyente, en plena coyuntura de crisis? No queremos responder a la pregunta de por qué se hace, sino a la pregunta de cómo funciona cuando se lo hace. En este caso, no parecen ser los referentes principales los discursos, que se los usa más como medios de justificación y de denuncia, en la coyuntura de crisis, que de instrumentos de deliberación y concurrencias comunicativas. Lo que parece más apropiado tener como referentes son las acciones, las prácticas, los movimientos, de los aparatos estatales; también observar como concuasan  o no las partes de estos desplazamientos. Intentaremos una primera aproximación al respecto.


Para comenzar anotaremos, como observación, que una Constitución no puede durar solo dieciocho años; es un tiempo muy corto como para cambiarla. Sobre todo, lo que más llama la atención es que quiere ser cambiada por los mismos que promulgaron la Constitución de 1999. Para empezar no parece coherente hacer la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente tan pronto. Hemos dicho que no vamos a responder a la pregunta de por qué se lo hace – esto, de alguna manera, lo expusimos en ensayos anteriores[1] -, sino a la pregunta de cómo funciona el aparato estatal cuando se lo hace.
En un escenario político donde la Asamblea Legislativa, uno de los poderes del Estado, se encuentra en manos de la llamada “oposición”, además controlada por mayoría absoluta, y los otros poderes del Estado se encuentran en manos del oficialismo “chavista”, salvo la disidencia crítica e interpeladora de la Fiscalía General de la República, la convocatoria a la Asamblea Constituyente es el recurso del gobierno para salir de la crisis. Lo que tampoco parece coherente, pues, mas bien, parece, que se encamina ahondar la crisis. El ejecutivo, el Tribunal Constitucional y el Tribunal Electoral avalan y operan en función de la realización de la convocatoria; el legislativo la rechaza y señala la inconstitucionalidad de la convocatoria. La Fiscal General observa la ilegalidad de la acción y el prevaricato del Tribunal Constitucional, así como la complicidad en el acto, que no solo es inconstitucional, sino atentatorio contra la revolución bolivariana, la Constitución, emergida de la revolución, y contra la República Bolivariana de Venezuela. Todo esto se da en un contexto de continuas movilizaciones, sobre todo de jóvenes, que se oponen a la convocatoria a la constituyente; antes, movilizaciones opuestas al desconocimiento de la Asamblea Legislativa por parte de los otros aparatos del Estado, salvo la Fiscalía General de la República, que observó el quiebre constitucional cuando se declaraba esta medida, que busca materializar el desconocimiento de la Asamblea Legislativa. Las movilizaciones ya han incorporado a parte de los sectores populares, aunque otra parte importante sigue  sino apoyando completamente al gobierno, por lo menos, parcialmente o incluso inmovilizado por el asombro.

La crisis múltiple ha llegado a intensidades altas y se ha extendido por todo el país; la crisis económica, la crisis social, la crisis política, la crisis del Estado, se suman, se acumulan y refuerzan, planteando un panorama insostenible, donde las fuerzas oficialistas y las fuerzas de la “oposición”, actúan. Además de la movilización de otras fuerzas, que ya se han pronunciado, como la de exministros de los gobiernos de Hugo Chávez, intelectuales críticos de izquierda, la Fiscal General, acompañados por movilizaciones populares que interpelan al gobierno.

En este panorama, el oficialismo recurre a todo lo que tiene a mano para incidir en el decurso del acontecimiento político, buscando controlar la situación desbordante, e imponer la voluntad gubernamental. Sus recursos de emergencia ya han salido a las calles a reprimir las movilizaciones; la guardia nacional, la milicia, parte del ejército, aunque solo sea fragmentaria y de manera disuasiva. Es más, ha militarizado el conflicto, calificando a las movilizaciones como “traición a la patria”, y juzgando a los detenidos en tribunales militares y no en tribunales civiles, como corresponde.

El panorama internacional no parece favorable al gobierno y a las políticas implementadas. Las observaciones y los llamados a “retornar” a las condiciones institucionales establecidas y a las reglas del juego democrático, vienen de la OEA; aunque UNASUR apoya al gobierno de Nicolás Maduro. También las interpelaciones vienen de otros gobiernos, mas bien, afines al neoliberalismo;  aunque en las interpelaciones ya están involucrados organismos de otra índole, como los organismos de defensa de derechos humanos. Así mismo ha circulado y difundido una carta de intelectuales críticos de izquierda del mundo, que llama a la paz, al respeto a los derechos humanos, sociales, políticos, conquistados por la revolución; observando la escalada de violencia en la que se ha embarcado el gobierno. Como en contraposición, también ha circulado, como respuesta a la carta mencionada, acudiendo en apoyo del gobierno de Maduro, otra carta, suscrita por intelectuales de “izquierda” no críticos.

La Fiscal General ha observado que la convocatoria peca por no acudir a un referendo, como ocurrió con la convocatoria a la anterior Asamblea Constituyente, tal como establece la propia Constitución. Además de proponer mecanismos y formas de representación, que no corresponden al voto universal. Algunos analistas políticos han dicho que con esta forma de elegir representantes a la constituyente, valorando el voto del campo, territorializando y dividiendo la votación en las ciudades, lo que busca el oficialismo es controlar la Asamblea Constituyente; otros analistas dudan que incluso pueda el gobierno conseguirlo, dada la mermada convocatoria del gobierno y del partido oficialista. En cambio, otras interpretaciones ideológicas dicen que con esta convocatoria se busca “radicalizar la revolución”.


El funcionamiento de la maquinaria estatal en ausencia de la crisis, por lo menos, con características patentes y hasta desbordantes, parece definido por la Constitución, el sistema de leyes, de normas, de regulaciones, de procedimientos institucionalizados. Aunque haya desviaciones imperceptibles o si se quiere perceptibles, empero, a una escala pequeña, local, de una manera circunstancial. Todos parecen entender que las reglas del juego democrático, en su condición restringida, institucional, están claras; que vulnerarlas corresponde a delitos tipificados. Aunque ocurra esto, el incumplimiento, lo que pasa no es considerado como que la vulneración al ordenamiento constituido, en las escalas que se da, destruye la regularidad institucional. Distinta es la situación cuando se extienden y proliferan las prácticas de la vulneración; como si lo irregular, la vulneración sistemática a la Constitución, se haya vuelto una constante, convirtiendo al orden constituido en un orden destituido.

Cuando la crisis del Estado o de un orden constituido llega a intensidades y extensidades demoledoras, en algunas situaciones convulsionadas se llega a la catarsis, a lo que se nombra como revolución. En algunas de estas revoluciones se plantea como tarea ineludible la convocatoria a una Asamblea Constituyente, para dar lugar a otra estructura jurídico-política, que haga de sostén instrumental jurídico e institucional del Estado. Esto ha ocurrido con las guerras de la independencia en el continente; solo que, en este caso, se salía del orden colonial instituido para ingresar al ordenamiento de la república, al ordenamiento liberal. Las revoluciones socialistas han destruido el antiguo régimen y han instituido el nuevo; solo después de hacerlo lo han constituido; es decir, escrito una Constitución Socialista y promulgado. Las llamadas “revoluciones progresistas”, que son, mas bien, en pleno sentido de la palabra, reformas progresistas, se han propuesto, primero, darse una Constitución nueva, para después instituirla. El balance de lo acontecido nos dice que, después de promulgada la Constitución, se quedaron en el camino; sin haber destruido el antiguo régimen, el viejo Estado-nación subalterno.

Lo que llama la atención es la reciente convocatoria a una Asamblea Constituyente por parte del gobierno de Nicolás Maduro, en una coyuntura, que no puede calificarse de revolucionaria. Se trata de la defensa del gobierno, del régimen de transición, en crisis y en descalabro; defensa ante la arremetida de la “oposición”, acompañada por movilizaciones, que no todas pueden atribuirse a su convocatoria, la de la “derecha”. Sino, mas bien, a la crisis social, al hambre, a la galopante inflación, al desabastecimiento, a la falta de medicamentos; haciéndose patente la ineficacia administrativa oficialista. ¿Qué clase de convocatoria es esta? ¿Qué clase de Asamblea Constituyente derivaría de esta convocatoria? Resulta que la convocatoria a la Asamblea Constituyente y la misma Asamblea Constituyente se convierten en dispositivos políticos para vadear la crisis, para sacar al gobierno de sus atolladeros. Con esto se ha disminuido el alcance de la Asamblea Constituyente, convirtiéndola en una herramienta para uso improvisado del oficialismo.  Por más que se diga que se busca la “profundización de la revolución”.

¿Cómo puede darse la “profundización de la revolución” cuando, más bien, los síntomas señalan claramente una regresión y hasta una decadencia política? ¿Cómo puede “profundizarse la revolución” cuando no hay entusiasmo popular, cuando el pueblo no participa de esta “profundización revolucionaria”? ¿O es que se considera que en una crisis como la que se sufre, es el partido, es la burocracia estatal, la que se hace cargo de la “profundización”? Por lo menos, eso es lo que parece entenderse de las alocuciones deschavetadas de los voceros de la convocatoria.

Entonces, se puede decir que la maquinaria estatal funciona como heurística de fuerzas, en el uso directo del empleo de la fuerza, no de la ley, ni tampoco de la deliberación democrática, menos de la concurrencia democrática, donde las mayorías votantes verifican la selección hecha por los electores. La maquinaria estatal ingresa al campo de batalla, ya no se sitúa en el campo político.   Todos los dispositivos se emplean en el campo de batalla; desde los dispositivos de emergencia, el ejército, la policía, la guardia nacional, la milicia, hasta los dispositivos discursivos, los dispositivos ideológicos, pasando por los dispositivos de los órganos de poder del Estado. Los discursos que quieren justificar las medidas de emergencia tomadas, que argumentan buscando la legitimidad de los actos, que usan mecanismos legales, de manera distorsionada, por lo menos, no establecida ni reglamentada, también son dispositivos discursivos empleados como mecanismos de fuerza. No son democráticos.

En el campo de batalla, entonces, lo que prepondera es el choque de fuerzas, no el choque, si se quiere, de ideas; tampoco de legitimidades demandadas. En consecuencia, la coyuntura venezolana se desenvuelve en el campo de batalla; si se quiere, se pugna en las calles, no en las instituciones conformadas para transferir el choque de fuerzas al espacio de las deliberaciones, de las decisiones por mayoría. Si el gobierno emplea los órganos de poder del Estado, que controla,  lo hace usándolos como dispositivos de fuerza, no de manera democrática, mucho menos buscando consensos.

Se puede decir que también la “oposición” se ha volcado a las calles a definir la correlación de fuerzas, aunque también recurra al discurso democrático para hacerlo, al referente de la Constitución para ungir de legitimidad a sus acciones. En el fondo, todos entienden que se trata del campo de batalla. También ya se ha involucrado en el campo de batalla el sujeto social conocido de las movilizaciones sociales anti-sistémicas, el sujeto popular, precisamente por los alcances de la crisis social. Hay, por lo menos, simplificando, tres corrientes de fuerzas involucradas en el campo de batalla; la corriente oficialista, la corriente de la “oposición”, la corriente popular.

Un balance somero de la correlación de fuerzas en el campo de batalla parece mostrar, mas bien, un estancamiento; algo así como un equilibrio instable de las fuerzas que chocan. Algunos analistas dirán que, de todas maneras, el gobierno se va imponiendo por la fuerza y el recurso estatal a mano, al obstaculizar el funcionamiento de la Asamblea Legislativa, al postergar las elecciones legislativas, al avanzar en su empeño por preservarse, al convocar a la Asamblea Constituyente, haciendo mover sus dispositivos de poder. Otros analistas dirán que la crisis ha llegado tan lejos que ya no puede sostenerse el “régimen chavista”, que le queda poco tiempo. Otros analistas quieren encontrar una salida, en algo así como una tercera opción, que continúe el proceso de cambio, en manos del pueblo empoderado, que se salga de la escalada de violencia, que se logre la pacificación, mediante consensos.

¿Cuál es el problema? No nos vamos a preguntar sobre la viabilidad de cada uno de los proyectos políticos, envueltos en el campo de batalla; sino vamos a considerar hipotéticos escenarios, evaluando sus implicaciones, si lograran, cada una de las corrientes de fuerza, en la correlación de fuerza, imponerse. Comenzaremos con el proyecto gubernamental.


¿Si el gobierno de Nicolás Maduro se logra imponer, se “profundiza la revolución”, como dicen? No parece haber condiciones de posibilidad para que ocurra esto. La revolución bolivariana ya declinaba antes del fallecimiento de Hugo Chávez; Nicolás Maduro, al ser elegido presidente, hereda lo que ya venía gestándose, la crisis del proceso de cambio, con todas las secuelas que trae; la crisis económica, la crisis social, la crisis política. El nuevo presidente, sucesor de Hugo Chávez intenta, al principio, implementar medidas de equilibrio económico; empero esto, implicaba hacer pagar el costo de los desaciertos al pueblo. No le aceptaron estas propuestas, ni las bases, ni el pueblo, tampoco el partido, que no estaba dispuesto a que su imagen se deteriore. Aceptaron los gobernantes, representantes oficialistas por mayoría, el partido, sobre todo, la cúpula, por seguir por el mismo camino; no exactamente el de la revolución bolivariana, que se dio antes y después de la Constitución; sino el camino de la forma gubernamental clientelar. El costo de esta decisión ya la conocemos, la crisis múltiple desatada del Estado-nación; la merma de la convocatoria, hasta el punto de haber perdido las elecciones legislativas de una manera catastrófica, quedando en manos de la “oposición” el control del Congreso.

El “chavismo”, como expresión política e ideológica de la revolución bolivariana, experimenta lo que toda expresión y organización política revolucionaria experimenta en el poder. Al principio, de una manera imperceptible, se dan los síntomas del estancamiento del proceso revolucionario; sobre todo, debido al campo gravitante del poder. El poder, es una heurística, compuesta de máquinas de guerra, maquinas económicas, maquinas administrativas, maquinas ideológicas, que funciona de acuerdo a las lógicas de dominación. Creer que el poder puede ser una herramienta neutral, que se puede usar para transformar, es la muestra o de mayor ingenuidad política o de mayor cinismo. Las lecciones de las revoluciones dadas en la modernidad no fueron aprendidas, ni asumidas.

Es un absurdo estigmatizar a los gobernantes, encargados de llevar adelante la gestión “revolucionaria”, culparlos de “traidores”, como lo hace cierta “izquierda” radical. Si no hubieran sido ellos, con nombre y apellido, hubieran sido otros. Para decirlo de una manera dramática, buscando la ilustración en la exposición, al poder no le interesa quién, si es de “izquierda” o de “derecha”, si es de una “izquierda” más consecuente o menos consecuente; lo que le importa es que el poder continúe con su reproducción, que nombramos como círculo vicioso del poder. La solución del problema no es encontrar culpables, sino salir del círculo vicioso del poder

Volviendo a las condiciones de posibilidad en la coyuntura álgida, el partido también sufrió las mutaciones, ocasionadas por las relaciones perversas con el poder. Los antiguos militantes de la revolución bolivariana, sobre todo, los templados en la lucha, fueron arrinconados y, después, desplazados. Una camada grande de oportunistas ingresó, cuando quedó claro quién mandaba. Ciertamente, no podemos caer tampoco en estigmatizaciones, pues también ingresa gente que cree que se ha abierto otro horizonte, que hay esperanza en los cambios, se puede tener expectativas y apostar a ellas. Pero, la gente, sobre todo jóvenes, que ingresan entusiastas y esperanzados, convencidos que asisten a una revolución, no tienen la experiencia de los militantes templados. También, hay que decirlo, quedaron algunos grupos de militantes curtidos; empero, tuvieron que bajar la cerviz, no hacer conocer sus observaciones, para no ser tildados como “contra-revolucionarios”, en el mejor tono, como “débiles”, precisamente por los oportunistas, quienes hacen gala de su “consecuencia”, de una manera estridente. Sin embargo, en estas condiciones, de la marcha del proceso político, que cuando llega a su punto de inflexión, a partir del cual comienza su regresión y después su decadencia, es difícil revertir la tendencia de la curva del proceso.

En consecuencia, no se cuenta con un “partido revolucionario”, según la jerga bolchevique, sino un partido clientelar, que sustituyó la capacidad de convocatoria, por la cooptación clientelar. Ésta, obviamente, no es una condición adecuada para “profundizar la revolución”. Se tiene un gobierno entrampado en sus tejes y manejes, los de la corrosión institucional,  acosado por la crisis, sobre todo, económica; atiborrado de elocuentes incapacidades. Incapacidades manifiestas, desde la administración de las empresas públicas, hasta la incapacidad de distribuir medicamentos y alimentos a la población. Este gobierno solo tiene la pretensión discursiva de ser “revolucionario”; sus prácticas dejan mucho que desear.  Las marchas o contra-marchas oficialistas llenan las calles de funcionarios, de partidarios, aunque también de sectores populares beneficiados, así como controlados.  Este no es el perfil ni el contenido de un pueblo que “profundiza la revolución”. El ejército bolivariano, que ciertamente ha cambiado mucho, en comparación con el ejército anterior a la revolución bolivariana, es, en el mejor de los casos, el brazo armado; empero, la “profundización de la revolución” no se efectúa solo con el brazo armado. Se requiere de la cohesión movilizada y entusiasta del pueblo, de su participación y formación. Esto último brilla por su ausencia.

Ya hemos hablado del falso dilema que se define esquemáticamente y simplonamente como o se defiende el “gobierno revolucionario” o se cae en las garras del “imperialismo”. Nos remitimos a lo escrito[2]. ¿Qué implica defender el “gobierno revolucionario”? No implica otra cosa que defender la regresión, la decadencia, el deterioro de la revolución, la impostura, la simulación, que, mas bien, coadyuvan a fortalecer a la “derecha” y al “imperialismo”. Es apostar a la derrota de la revolución o de lo que queda de ella; que nace, como toda revolución, con los actos heroicos que efectúa apasionadamente el pueblo. Estas derrotas son muy costosas, pues desarman, destrozan, desmoralizan al pueblo; esto ocurre después de cuando se estaba en el gobierno, cuando se destruyó sus capacidades de lucha, al convertirlo en sumiso al discurso del caudillo. Se requiere de tiempo para que la vitalidad del pueblo vuelva a escena.

El otro escenario corresponde al de si la “oposición” logra imponerse en la correlación de fuerzas y definir el decurso que viene. Si esto ocurriera, ya tenemos ejemplos, en el período, con los gobiernos de Mauricio Macri, en Argentina, y de Michel Temer en Brasil. Es la otra versión del círculo vicioso de poder, la versión neoliberal. La versión que no ofrece promesas, sino que toma la pose técnica, que responde “objetivamente” a lo que hay que hacer. Hacen lo que hicieron antes los gobiernos neoliberales, que ocasionaron la crisis social, también la crisis económica, entregando los recursos de país a las empresas trasnacionales, endeudando al país; deuda que paga el pueblo. Privatizando todo lo que se puede, desplegando políticas anti-sociales y contra los trabajadores. Al respecto, la posición crítica es clara; en pie de lucha contra el neoliberalismo. Sin embargo, la argumentación del chantaje es tan elemental y pedestre al plantear el dilema: ¡o nosotros o ellos! Se les responde ni ellos ni ustedes, pues ustedes se parecen tanto a los otros, salvo sus discursos; que sean ellos o ustedes, resulta, a la larga, lo mismo.

El tercer escenario, es el más difícil de cumplirse, pues el pueblo, hijos y nietos del caracazo, se encuentran divididos, además de asombrados por el decurso de los acontecimientos. Una parte del pueblo todavía defiende el “chavismo”; no puede renunciar a sus esperanzas, aunque ya no haya expectativas. Otra parte ha quedado inmovilizada por el asombro, el desconcierto y de desencanto. Otra parte, se moviliza contra la simulación de disfrazados en “revolucionarios”. Los intelectuales críticos de izquierda y los ex-ministros de gobiernos de Hugo Chávez, sumando a la participación interpeladora y valiente de la Fiscal General, reaccionan, pero un poco tarde; lo mismo tenemos que decir de los intelectuales críticos de izquierda del mundo. Sin embargo, parece que por aquí se encuentra la oportunidad de una salida, de salir del círculo vicioso del poder, donde orbitan tanto la “izquierda” oficial y la “derecha” opositora.





[2] Revisar Devenir y realidad; también Convocatoria de la vida. Ob. Cit. También se puede consultar Encrucijadas histórico-políticas.

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