Enredos elocuentes del poder
Enredos elocuentes del
poder
Raúl Prada Alcoreza
Enredos elocuentes del poder
¿Quiénes son los que se esfuerzan, incluso, algunos,
de manera desesperada, en descalificar el activismo
ecológico[1]?
¿Por qué lo hacen? Además cada vez con argumentos más chabacanos; lo que muestra su premura,
pero también su desatino. ¿Creen,
realmente, que no hay peligro, que no hay amenaza,
para la sobrevivencia humana; creen,
honestamente, que no hay crisis ecológica?
Si fuese así, han perdido entonces el instinto
de sobrevivencia. Se encuentran ateridos a su mundo imaginado poblado de fetiches,
se encuentran apegados al desenvolvimiento
de su fetichismo compulsivo. Habitan plenamente la ideología; creen que esta ilusión
es el mundo efectivo, cuando apenas
es el mundo de las representaciones;
empero, de las representaciones de
los discursos pretenciosos. Discursos
de por sí endémicos, pues no cuentan con el bagaje filosófico, teórico o
científico, que otros discursos cuentan; por cierto, más serios.
Últimamente se ha escuchado decir al vicepresidente
que si bien hay crisis ecológica en
el mundo, no pasa lo mismo en Bolivia, pues tenemos poca población y hay más
árboles per cápita que en otros países. Este argumento raya en el sin sentido y su corroboración aritmética
es torpe. A nadie se le puede escapar que al convivir en un mundo,
mejor dicho, planeta, que llamamos Oikos, nuestro hogar, todo lo que pase
en cualquier parte del planeta afecta a todo el planeta. Se trata de la integralidad de los ciclos vitales y los ecosistemas compenetrados[2]. Esta
es la información primera de la que
hay que partir. Después se puede hacer otras consideraciones, a partir de otras
premisas. Sin embargo, no se puede
convertir en premisa un uso elemental
y grosero de la aritmética – no
hablamos de matemáticas, que tiene
mucho más exigencia, aunque la aritmética
forme parte de la matemáticas -, para
deducir cuotas de responsabilidad a
partir del indicador de árboles per cápita por habitante. Esto no solo es un desatino, sino es un
forcejeo chapucero por demostrar lo contrario de las evidencias.
En todo caso, es difícil asumir que alguien crea que
no hay crisis ecológica, aunque lo
han dicho elocuentemente los potentados empresarios de Estados Unidos de Norte
América, aludiendo que se trata de un “invento de ambientalistas y ecologistas”.
Lo que se puede suponer es que ellos, todos los que descalifican el activismo ecologistas, sean empresarios
o políticos, de toda clase, de “izquierda” o de “derecha”, consideran que son efectos colaterales del “desarrollo”,
que se pueden enmendar, con medidas adecuadas. Solo que las medidas en las que
piensan son adecuadas a sus ganancias. En palabras populares, en
verdad, les importa un comino lo que pase con el planeta.
Ahora bien, ya que parece que no es tanto que creen
que no hay crisis ecológica, lo que
es evidente para quien tenga cuerpo,
sino que consideran que esta crisis
es controlable, la pregunta es: ¿Por
qué lo hacen; es decir, por qué desestiman? ¿Por qué subestiman el alcance de
la destrucción del planeta en aras de
su “desarrollo”? La respuesta parece estar en la pregunta; es como decir, lo
hacen por llevar adelante el “desarrollo”, aunque el costo sea la muerte de ecosistemas, de especies, de
vida, de información genética. ¿Creen que su ciencia y tecnología, restringidas
a los requerimientos de la acumulación de
capital, va resolver los problemas, van a poder sustituir las ausencias de todo lo que se muere? ¿O, de manera pragmática, están tan incrustados en la maquinaria de destrucción del sistema-mundo capitalista que lo que son
y lo que hacen es ser agentes de esta
maquinaria, de su acumulación, por lo tanto de la destrucción de la vida?
Ante el alcance, la irradiación, intensidad y
extensidad de la crisis ecológica,
ineludible, argumentar cantinflescamente que de lo que se trata, para enfrentar
la crisis ecológica, se debe combinar
“desarrollo” con respeto a los derechos
de la Madre Tierra, no es más que exponerse al ridículo, sobre todo, cuando
hay que ponderar los argumentos lógicamente. Esto de combinar “desarrollo” y derechos de la naturaleza, ya lo ha
hecho el “gobierno progresista” con la Ley de la Madre Tierra y Desarrollo
Integral. Ley, en la cual se convierte a la Madre Tierra en cenicienta del “desarrollo” capitalista.
Destrozando el Proyecto de Ley de la Madre Tierra, presentado por el Pacto de
Unidad; manteniendo alguno que otro enunciado llamativo; empero, llenando la
ley de artículos operativos
extractivistas. Se trata de una ley que avala el extractivismo; usando membretes y nombres que tienen que ver con alusiones
mediáticas a los imaginarios colectivos
de la Pachamama, para hacer lo
contrario; es decir, empleando el antiguo procedimiento táctico del caballo de Troya.
Hay que detenerse en los embrollos argumentativos en los que se mete esta gente, agentes del sistema-mundo capitalista extractivista, que discursa como si
fuesen defensores de la naturaleza. ¿Por qué hay que hacerlo? No para sacar
algo de estos malabarismos discursivos,
sino para auscultar, en el síntoma del embrollo, el sentido de estos comportamientos y conductas, que parecen
desquiciadas.
Nuestra interpretación.
Los embrollos discursivos no son algo
que se puede tomar en serio; tampoco contestar a las banalidades que se dicen,
que pretenden ser argumentos, incluso aritméticos. Son puestas en escena para encubrir la praxis extractivista del “gobierno progresista”. Si estas puestas en escena son de mala calidad,
pues no ofrecen ni siquiera un teatro
político atractivo, es otra cosa; lo que importa, es que se dice lo que se
dice no solo para distraer, sino para tener ocupados a los activistas ambientalistas y ecologistas en la contra-argumentación.
Es una pérdida de tiempo querer contra-argumentar contra estos desatinos y
enredados argumentos, además de simplones. Nunca está demás hacerlo, por
cierto; sobre todo, para clarificar lo que acontece. Sin embargo, se
contraargumente claramente, científicamente, con los análisis correspondientes,
usando los datos adecuadamente, contra la chabacana manera de hacerlo del
vicepresidente; a los voceros de la descalificación del activismo ambientalista y ecologista no les hace mella. No
escuchan; están embarcados en cumplir su propósito; esto es, en llevar
adelante, supuestamente, el machacado “desarrollo”, que parece más, llevar
adelante, la preservación del poder,
además de garantizar el propio enriquecimiento, la de la clase política en el poder.
Aprendemos mucho de las contra-argumentaciones; son
lecciones apreciables, para las personas que escuchan y ojala para la opinión pública. Sin embargo, hay que
tener en cuenta, que estas exposiciones valiosas y de trasmisión de información
provechosa, ayudan, en lo posible, de acuerdo a lo que se logre, dependiendo de
la difusión, a mostrar lo que acaece en el mundo
efectivo; empero, no hace mella en gente que esta aterida a los diagramas de poder. A ellos no se los va
a convencer; pues consideran que tienen la verdad.
La verdad de ellos es que en un mundo implacable, donde se impone la violencia, donde se trata de
enriquecerse, para ser alguien, se
tiene que actuar maquiavélicamente,
en el sentido del Maquiavelo interpretado por los franceses de su tiempo. Este
Maquiavelo adulterado dice: El fin
justifica los medios.
En relación a la diatriba
por donde deambulan estos personajes del maquiavelismo
vulgar y adulterado, habrá que decirles, por lo menos, algo, aunque se
pierda el tiempo en ello. Como están tan metidos en el esquematismo dualista, cada vez más empobrecido e inexplicable, de
“izquierda” y “derecha”, tendrán que aprender que ni la “izquierda” ni la
“derecha” son columnas pétreas, inamovibles; todo depende de los contextos, de los problemas; si se quiere de la estructura
y el carácter de la lucha de clases, además, ahora, de la
lucha por la defensa de la vida.
Entonces, dada la coyuntura álgida de
la crisis ecológica, además de la experiencia política social, la lucha efectiva contra el capitalismo no
es ni de los disfrazados de “bolcheviques”, ni de la que se autoproclama de
“izquierda”, esté o no en el poder,
ni del marxismo, por más consecuente
que fuera, que queda poco, sino del activismo
ecologista.
Ya Max Horkheimer y Theodor Adorno comprendieron que
el capitalismo no es solo explotación de la fuerza
de trabajo, sino de la naturaleza.
Cuando el activismo ecologista
interpela a los gobiernos, a los Estados, al Orden Mundial, embarcados en el
“desarrollo”, toca la cuestión fundamental, por así decirlo, de lo que es el
capitalismo; acumulación de capital a
costa de la destrucción del planeta.
El sistema-mundo capitalista ha
podido desplazarse, si se quiere, “evolucionar”, con la incorporación del socialismo
real; le es mucho más fácil, engullir
a las reformas de los “gobiernos
progresistas”. Empero, con lo que respecta a la defensa de la vida, que exige proyectar civilizaciones alternativas, sobre todo alterativas, que se reinserten
a los ciclos ecológicos del planeta,
el sistema-mundo capitalista extractivista encuentra su clausura y su diseminación.
Para hablar en el lenguaje panfletario de la
“izquierda”, diremos que lo que es izquierda
ahora, en la coyuntura dramática de
la crisis ecológica, dadas las transformaciones del sistema-mundo capitalista y de su geopolítica, además de sus formas de dominación mundial, es el activismo ecológico. Lo que habría
quedado a la “derecha” es precisamente esta “izquierda” conservadora, fuera de
la “izquierda” oportunista y demagógica de los “gobiernos progresistas”.
Volviendo al discurso
chabacano y descalificador del activismo
ecológico, hay una figura
llamativa de esta retórica
desesperada, cuando dice que no vamos a volvernos “jardineros” como quieren las
ONGs ambientalistas. Esta figura es
llamativa por la metáfora que
contiene; la del “jardinero”, entonces, en contexto, de la jardinería. Esta metáfora, en el sentido usado, expresa una falencia grave; los jardines, si se
quiere, para decirlo rápido, son artificiales;
no son como los bosques, las cuencas, las territorialidades biológicas, espontáneas,
si se quiere, naturales. Para seguir
con el referente desdichado de esta figura del “jardinero”, diremos,
aclarando y situándonos, que en los bosques no hay “jardineros”, ni en los
ecosistemas; es el juego del azar
y la necesidad, dadas las condiciones
de posibilidad climáticas y territoriales, lo que preserva y reproduce los
bosques y las territorialidades; es decir, la vida. No es pues apropiado usar esta figura para descalificar a los activistas
ecologistas, pues son los que están más lejos de la figura del “jardinero”;
en todo caso, estarían más cerca estos defensores, declarados o simulados, del extractivismo.
Mas bien, esta figura,
la del “jardinero”, habla mucho del que la emplea. El conocimiento que tiene de
temas, tópicos y problemas, tocados por los ambientalistas
y ecologistas, es tan acotado como lo que expresa esta figura. Creen estos personajes que ambientalismo y ecologismo
son como la jardinería, de poda, de
regado, de paisajismo hogareño y de casa. Esta figura, expresada en su retórica,
los desnuda, tal como son; consideran, en el fondo, que la naturaleza es algo que se puede podar.
La tarea es interpelar
a los pueblos por su conformismo, que
no es otra cosa que concomitancia y
hasta complicidad con lo que sucede. A esta gente, la del poder, en su manifestación
estatal o en su manifestación
económica, no se les va a convencer de lo que pasa; se encuentran muy
adentro de la heurística de las maquinarias de destrucción del sistema-mundo capitalista. Las posibilidades de salir de esta marcha al
apocalipsis se encuentran en los
pueblos, si recuperan sus voluntades,
sobre todo, si liberan la potencia social.
El activismo lo que puede hacer, esos
son sus alcances, es ser catalizador,
inducir la activación de la potencia
social.
[2] Ver Re-sincronización planetaria. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/resincronizacion_planetaria.
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