Ideología en acción
Ideología en acción
Raúl Prada Alcoreza
Ideología en acción
Parece que no podemos cansarnos de decir que
hay que distinguir mundo de
representaciones de mundo efectivo;
que el mundo de las representaciones
no abarca el mundo efectivo; está
lejos de poder hacerlo; solo es una aproximación provisional, que
constantemente tiene que ser desechada para abordar el mundo con un mejor equipamiento
representativo. Sin embargo, sorprende que las sociedades institucionalizadas sean obsecuentes en mantenerse en el
mundo de las representaciones como si
éste fuese el mundo efectivo; ahí es
cuando, una vez que se agotan sus paradigmas,
ingresan en la penuria de los anacronismos,
resbalando por cuernos ateridos, como
recita el poema de Federico García Lorca, al choque frontal con la realidad efectiva, a la que tardan en
reconocer como distinta a sus representaciones.
Esto es ideología,
es decir, ver e interpretar el mundo
desde los paradigmas, descartando
contrastarlos con los espesores de la
realidad efectiva. La ideología puede ser eficaz, en un
principio, no solo para interpretar el mundo, además de a partir de esta interpretación, criticar el orden
constituido, sino para convocar y
aglutinar a la sociedad alterativa,
que se rebela; sin embargo, pasado un tiempo, cuando la ideología ha dado todo de sí, todo lo que puede aportar, se
convierte en obstáculo epistemológico,
también en obstáculo político,
obstruyendo la comprensión, el entendimiento y evitando la acción liberadora respecto al mundo efectivo. Es cuando la ideología sirve para legitimar al orden constituido, ya no para interpelarlo;
es cuando consolida iglesias,
fundamentalismos, de burocracias que se declaran custodias de la verdad.
Cuando hablamos de ideología lo hacemos en pleno sentido de la palabra, aludiendo al fetichismo de la idea, de las ideaciones, de los imaginarios y de las representaciones.
Entonces, nos referimos a todas las ideologías
habidas y por haber, sean de un tipo o de otro, se declaren de “izquierda” o
sean señaladas de “derecha”. Las ideologías
concretas son expresiones singulares de la ideología,
para decirlo en tono teórico, sin pretensiones de universalidad. El problema
político de las ideologías es que se
afirman en sus interpretaciones,
excluyendo las contrastaciones con la
realidad efectiva; incluso
extirpándolas, como si se pudiera hacerlo, declarando delirantemente que se
trata de manifestaciones de la “conspiración”. En esto se parecen unos y otros; de “izquierda” o “derecha”; consideran seriamente las teorías de la conspiración, sin darse
cuenta, porque no quieren, que estas tesis
no son serias, por lo menos, desde la perspectiva denominada científica.
Un ejemplo de la alucinación ideológica es lo que pasa entre ideologías concretas y proyectos
políticos-económicos-sociales efectivamente realizados. La ideología socialista ha proyectado una
sociedad sin clases, un estado de justicia, que es la utopía, en el buen sentido de la palabra; sin embargo, el socialismo real resultó encontrarse
distante de esta utopía; no solamente
por el retroceso de la forma de Estado
liberal a la forma de Estado policial,
en vez de avanzar a un Estado más suelto, más libre, más participativo – tema
que tratamos en otros escritos[1] -,
sino porque termina reproduciendo, como en simetría, respecto a la sociedad liberal, las clases sociales, solo que de otra
manera. El monopolio de la clase
burocrática sustituye al monopolio de la burguesía.
Algo parecido ocurre con la ideología liberal, que proyecta un Estado de derecho, un Estado de la Ley,
un Estado institucional, no afectado por la corrosión
ni la corrupción; una sociedad, cuyas
diferencias se van borrando por la mano
invisible del mercado, donde las desigualdades
se van borrando por la competencia,
además por programas de “solidaridad”, impulsados estatalmente. Bueno pues,
esto tampoco ocurre en ninguna de las sociedades de Estado liberal, salvo, como aproximaciones notorias, lo que pasa en
los países nórdicos, particularmente en el caso de Finlandia, también Noruega,
antes Suecia. El liberalismo real
está atravesado por problemas de legitimidad, debido a la poca participación
ciudadana en las elecciones o, si mejoran los niveles, por la notoria falta de entusiasmo. También son conocidos los escandalosos
casos de corrupción de altos jerarcas
de gobierno, de la banca e incluso de empresarios privados. Aquello del mercado libre, postulado liberal, es un
cuento; lo que prepondera es el monopolio,
el dominio de los consorcios, la concentración de capital, sobre todo, ya bajo la dominancia del capital financiero; estamos ante un capitalismo especulativo que esquilma a
sus pueblos.
Sin embargo, a pesar de estos contrastes,
entre ideologías políticas y realidad efectiva, liberales y
socialistas continúan aferrados a sus representaciones
anacrónicas. Eso sí, cometiendo atropellos, para mantener la apariencia del proyecto en el adefesio
monstruoso político-económico-social construido. Lo que llama la atención
es que los pueblos, que padecen esta obsecuencia ideológica, no resuelvan el desfase entre mundo de representaciones y mundo
efectivo, por lo menos, en versiones más actualizadas de la relación dinámica entre ambos mundos.
¿Es que los pueblos también están atrapados en la ideología? Solo cuando la crisis
de legitimación es demasiado evidente, desborda, cuando se presenta en el
dramatismo de la crisis económica, también de la crisis política, es cuando los
pueblos salen a las calles a pronunciarse.
Hay que empezar a poner los nombres apropiados a lo que ocurre. Ni
los Estados del Socialismo Real fueron el reino
de la justicia, ni los Estados Liberales fueron el reino de la libertad, mucho menos de la democracia, que quiere decir autogobierno
del pueblo. Lo que se ha dado es una convocatoria
ideología por un “mundo mejor”, después, la legitimación del régimen conformado, para derivar en la
justificación atroz del Estado de sitio
encubierto; en las coyunturas recientes, justificado por la declarada “guerra contra
el terrorismo”, por ambos lados. Se trata de sociedades institucionalizadas de estructuras sociales diferenciadas, aunque se compongan de distinta
manera. Se trata de Estados del monopolio
de la violencia legalizada. Se trata de Estados atravesados por el lado oscuro del poder, por las formas paralelas de poder, no
institucionalizadas. Se trata de Estados que perviven manteniéndose en contra
de sus pueblos, a los que los someten a sus propios regímenes del orden.
Solo las iglesias
ideológicas son las que propugnan la verdad
de sus concepciones y proyectos; las que se aferran a que se trata de realizar
el programa o, si ya se encuentran en el gobierno, las que se aferran a
corroborar discursivamente que lo que pasa es la marcha incontenible del
programa, que realiza, paso a paso, las finalidades
propuestas. Solo los sacerdotes de las ideologías son los que se colocan
en el lugar de jueces absolutos, juzgando a fieles
e infieles, a “consecuentes” y a
traidores”. Llama la atención las analogías con la inquisición, que persiguió a las mujeres, en la guerra contra ellas,
que duro tres siglos, en la conocida caza
de brujas; que torturó a los impíos
y a los herejes; que se implantó en
el continente de Abya Yala en guerra contra las sociedades, naciones y pueblos
nativos, a nombre de la “extirpación de idolatrías”.
El problema,
entonces, es la ideología; esta máquina de la fetichización. Empero, no
podría explicarse la manifestación de
la ideología y su funcionamiento sin el papel y el funcionamiento de las maquinas de poder, de las estructuras de
dominación, de los diagramas de fuerza, de las cartografías políticas. La ideología es maquinaria de la fetichización de las dominaciones. La ideología
legitima las dominaciones.
En consecuencia, el problema mayúsculo es el poder,
es decir el fenómeno de las dominaciones. Pero, hay que entender el poder en su composición compleja; articulado, en tanto diagramas de fuerzas, con la ideología.
Es decir, el poder funciona como ideología y como inscripción en el cuerpo,
en la piel y en sus espesores; por lo tanto, funciona como representación hegemónica y como heurística de tecnologías de
poder, que se aplican en los cuerpos,
induciendo conductas. La dominación concurre en la parte del cuerpo que se captura, así como en el sujeto, es decir, la parte de sus espesores corporales controlados.
La tarea es deconstruir la ideología,
es decir, el conjunto de ideologías heredadas; así como diseminar la heurística del
poder, las maquinarias del poder; salir del círculo vicioso del poder. Liberar a los pueblos de los imaginarios opresores, liberar la imaginación y el imaginario radicales,
el magma creativo[2].
Liberar la potencia social, la
potencia creativa de la vida, inventando mundos alternativos, abriendo
horizontes civilizatorios nómadas.
[1] Ver Cuadernos activistas. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/stacks/715dbb6b8faf4b70bef012832f796319.
[2] Ver Imaginación e imaginario radicales. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/imaginaci__n_e_imaginario_radicales.
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