El uso simbólico de lo “indio” en la ideología política
El uso simbólico de lo “indio” en la ideología política
Raúl Prada Alcoreza
El uso simbólico de lo “indio” en la ideología política
Cuando
se representa a alguien, a un pueblo,
a un colectivo social, a uno o varios pueblos
indígenas, se los reduce a la representación,
ya no en como delegación, sino como figura del imaginario. Se los reduce a la imagen
que se tiene de lo representado en el
discurso que lo menciona. Llama la atención el uso simbólico de lo “indio” en la ideología política. El discurso del representante reduce al representado
a la imagen que tiene de lo que representa, que generalmente no coincide
con lo que efectivamente es lo representado, pues se trata de la complejidad múltiple y plural de dinámicas constitutivas de lo social-cultural. Empero el representante encuentra en lo que representa sus razón de ser, su sentido de
ser. La representación, en este
caso, la imagen, el imaginario, la ideología, la idea, funciona como sentido
de ser, pero, también como finalidad
suprema; como realización plena
de la razón de ser y del sentido existencial, en este caso, histórico-político. Efectivamente el que se realiza no es el o la
representada, o ambos, tampoco lo representado, sino el representante. Lo que ocurre es que el representante se proyecta en la imagen de lo representado,
se proyecta no solo asumiendo el
papel de representante, sino como
protagonista de un proyecto salvador, liberador, de la víctima absoluta, a la que ha sido convertido el representado y lo representado. Es el héroe
de la trama que el propio representante se imagina y narra.
Cuando
concurre esta suplantación de la representación de lo representado, lo que pasa es que se proyecta no el conflicto efectivo de lo representado
respecto de la dominación imperante,
sino el conflicto efectivo inherente en la constitución subjetiva del representante;
el conflicto interno. El conflicto
es, efectivamente, un conflicto interno,
no un conflicto en el mundo efectivo. Al proyectar este conflicto
interno como si fuese un conflicto en el mundo efectivo, el representante convierte a sus propios
conflictos como si fuesen conflictos efectivamente dados en la sociedad. Esta
es una doble suplantación; a la suplantación anterior del representado por el representante, se suma la suplantación
del conflicto efectivo social,
político y cultural, por el conflicto
personal, que perturba la estructura
subjetiva constituida en el representante.
Por
ejemplo, lo “indio”, el “indio”, los pueblos
indígenas, cuando son representados
por voceros que hablan por ellos, que, incluso, se presentan como los más “radicales
indianistas”, los más “radicales” de la causa
india, en vez de dejar que sean los propios indios los que se auto-representen y se auto-interpreten, en su
pertenencia al mundo efectivo social
convulsionado, proyectan en la imagen
de “indio” que tienen sus propios fantasmas.
Una parte de sí mismos es proyectada en la imagen de la víctima absoluta;
Las frustraciones propias son convertidas como si fuesen frustraciones de los
“indios”. Es la voz del vocero la que
sustituye a la voz del “indio”, de la
“india”, de los pueblos indígenas. Se
convierte en el gran mediador entre
dos mundos, el mundo “indio”, o lo
que se imagina que es, y el mundo q’ara, donde pertenece o procede. Esta
mediación lo convierte en indispensable, en la trama tejida por su propia narrativa;
esta mediación también le otorga poder, poder de mediador, además
poder del representante, de la representación,
de la “vanguardia”, de la clarividencia
en la lucha de liberación “india”.
Estas
dobles suplantaciones y proyecciones
en la pantalla política tienen
efectos perversos. Si bien, al principio, en el proceso de representación, tanto imaginaria
e ideológica, así como delegativa, se asume como un compromiso con la causa de los y las dominadas, de los y las subalternizadas, de los
y las colonizadas, en la medida que se llega a dar la representación en forma
discursiva y política, la representación
se convierte en una relación de poder,
por lo tanto, de dominación. El representar a los sin voz es como presentar
la propia voz como si fuera la voz de los sin voz. La relación de poder
es perversa pues se presenta como relación de compromiso, relación de
lucha, relación solidaria; sin embargo, no deja de ser relación de poder. El intelectual “radical” enseña a los y las dominadas sobre su liberación, orienta acerca de
sus luchas, más aun, define sus finalidades, objetivos y programa político.
Hay
que anotar que esto ha pasado en las historias
políticas de la modernidad, sobre todo, en las historias políticas revolucionarias. Esta demás decirlo que no es
un fenómeno particular boliviano. La singularidad
radica en que el problema de las dominaciones corresponde a un compuesto articulado de dominación capitalista,
dominación civilizatoria y dominación colonial. Si revisamos los discursos de convocatoria, la víctima absoluta ha dejado de ser el proletariado, ahora es el “indio”, como figura de la dominación colonial. Como anotó Antonio
Gramsci en sus Cuadernos de la cárcel,
el discurso del partido no hablaba
del proletariado efectivo, múltiple,
local, nacional, sino del proletariado homogéneo, único, como
figura protagonista de la historia. Por eso, propuso un concepto que corrige esta falencia abstracta, la del concepto geográfico de clase. Lo mismo
pasa con el discurso político que
señala al “indio” como víctima absoluta
y como protagonista de la descolonización. Se habla de un “indio” abstracto,
homogéneo, absoluto, casi puro e inmaculado; obviando la complejidad indígena en la historia moderna del continente y en la
historia reciente.
Lo
más grave de este juego de suplantaciones,
representaciones y proyecciones se ha dado en los
“gobiernos progresistas”. La representación
en el poder, en el ejercicio de gobierno, despliega
políticas francamente anti-indígenas,
basadas en el modelo colonial
extractivista del capitalismo dependiente; ocupando los territorios indígenas, avasallándolos con la ampliación de la
frontera agrícola y de la frontera extractivista, suspendiendo sus derechos
colectivos. Todo esto, en el caso de Bolivia, a nombre de un “gobierno
indígena”. Es cuando el representante,
el vocero “radical indianista”, no solo se atribuye la representación y la vocería
indígena, sino que decide por los pueblos indígenas y a nombre de ellos políticas etnocidas. Esto ya es patético
y desmesuradamente grotesco. La víctima
absoluta no tiene derecho a la expresión, no tiene derecho a opinar, no
tiene derecho a deliberar, menos a cuestionar e interpelar, pues es acusado de
“terrorista” o estar aliado al “imperialismo” o en connivencia con la “derecha”
que conspira.
La
guerra anticolonial, guerra antigua
no resuelta, que constantemente se actualiza,
en distintos contextos cambiantes, es
suplantada por la guerra del
“gobierno progresista”, que se autonombra como “gobierno indígena”, contra los
propios pueblos indígenas y la Madre
Tierra. Lo perverso de este supuesto “radicalismo indianista” es que es usado
para continuar la colonialidad por
otros caminos, los caminos del “progresismo” y los caminos del extractivismo.
La
guerra de razas es un enunciado que
recoge Michel Foucault de los primeros discursos
histórico-políticos, que interpelaban la dominación de los conquistadores,
que imponen sus leyes, sus instituciones y el Estado, sobre lechos de sangres
derramadas, de tierras despojadas y de desposesiones institucionalizadas. Raza significaba nación, en el sentido de nacer,
de compartir consanguíneamente. El racismo
no reivindica la raza, en este sentido,
sino que señala a la “raza maldita”, la “raza” que contamina a la sociedad, la “raza”
que debe ser separada, en el peor de los casos, aniquilada. El discurso gubernamental no reivindica la guerra de razas, en el sentido que
devela Foucault, sino que utiliza el racismo
conservador y nazista de manera invertida, señala a una “raza maldita”, la “raza”
de los q’aras, que debe ser reducida,
en el peor de los casos, aniquilada. Esto ya no es discurso histórico-político, el que interpela a las dominaciones, sino es un discurso racial, un discurso de limpieza
étnica, un discurso profiláctico. Es un discurso estatal y gubernamental que no
habla desde los pueblos indígenas,
desde su complejidad en la
modernidad, sino habla desde las ateridas
frustraciones de los gobernantes, habla desde el espíritu de venganza.
La
descolonización es una tarea de todos
los pueblos del mundo; en el
continente de todos los pueblos de Abya Yala, sean indígenas o mestizos, porque
el diagrama de poder colonial atraviesa a todos, inviste a todos, incluso inviste a dominantes y dominados. Porque
la colonización ha afectado a todos los pueblos, pues el sistema-mundo colonial es el substrato
del sistema-mundo capitalista. Esta
inmensa tarea de desandar el laberinto
de las dominaciones ateridas y en curso, esta inmensa tarea de desanudar los amarres de la colonialidad,
compete a los pueblos del mundo. Es una tarea de las colectividades. Pretender
que alguien tiene la verdad sobre las
genealogías coloniales es un
despropósito y una pretensión delirante. Estas pretensiones están vinculadas a juegos de poder de los representantes, de los voceros “radicales”,
de los intelectuales de-coloniales.
Los
intelectuales son peligrosos cuando
cumplen tareas de “vanguardia”, de representación,
de voceros de los y las dominadas;
confunden la realidad efectiva con
sus paradigmas. Cuando no coinciden,
reducen, forcejeando, a la realidad
efectiva al tamaño de los esquematismos
paradigmáticos. Esta violencia
epistemológica los aleja de la comprensión
y entendimiento de los problemas que emergen en los
acontecimientos dados en el mundo
efectivo. Con esto no decimos que hay que descartar a los intelectuales, tampoco a la labor intelectual; decimos que los intelectuales deben hacer lo suyo, interpretar, no enseñar, no orientar, no conducir, menos gobernar. Deben aprender de la praxis social, de sus dinámicas
complejas, de los pueblos, de los acontecimientos
y los conflictos; construir interpretaciones para deliberar con
todos y corregirlas. Además nunca olvidar que forman parte del intelecto general, de los saberes generales de la sociedad; su
contribución está ahí, en coadyuvar al enriquecimiento de este intelecto general y de los saberes generales sociales.
A
propósito, recordar las enseñanzas de Franz Fanon; una de ellas, cuando dice
que no se trata solo de expulsar al colonizador, sino de destruir la estructura de
poder colonial. Un negro que
ocupa el lugar del blanco es un blanco, un indio que ocupa el lugar del blanco
es un blanco. Pues se ha preservado
la misma estructura de poder. Lo negro, lo indio, lo blanco, no son sustancias, sino calificaciones ideológicas
coloniales en pleno uso de las dominaciones;
no es pues un problema de color, sino
del uso ideológico colonial de la piel.
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