Anacronismos en el discurso político Disquisiciones sobre la “clase media”
Anacronismos en el discurso político
Disquisiciones sobre la “clase media”
Raúl Prada Alcoreza
Anacronismos en el discurso político
Es de esperar que el discurso, manifestación enunciativa
del lenguaje, guarde sedimentos heredados en su arqueología discursiva. Sin embargo, hay discursos que lo hacen de
manera desmesurada, cargando mucho peso de los anacronismos, herencias vernaculares, al emitir sus pronunciamientos
discursivos. Uno de esos discursos es el discurso
político. El discurso político
tiende a hacer emerger los atavismos metafóricos vernaculares en el debate ideológico, la beligerancia del debate ideológico arrastra al discurso político a recurrir a las descalificaciones; para tal efecto son
útiles los fantasmas del pasado. El discurso político puede hacer emerger esquematismos dualistas religiosos ateridos, donde el infiel aparece como endemoniado execrable, susceptible de aniquilación.
El discurso
político es moderno, en tanto tal ha producido otro esquematismo dualista, que sustituye al esquematismo dualista religioso del fiel e infiel, es el esquematismo dualista del amigo y enemigo.
El enemigo también aparece como abominable, en caso extremo, también
susceptible de aniquilación. En sus
capas menos profundas, menos vernaculares, el discurso político imita al análisis
de las ciencias sociales; de las más usadas son referentes la ciencia política
y la sociología, con menos asiduidad se usa el referente de la antropología.
Con estas recurrencias el discurso
político pretende objetividad,
incluso puede recurrir, en su exposición, a los datos, para así mostrar la
alusión a la incuestionable claridad de los números.
Sin embargo, a diferencia de las ciencias sociales, que se basan en
investigaciones, así como se mueven en paradigmas,
manejados en su integridad, no fragmentariamente, el discurso político no se basa en investigaciones, sino en presuposiciones, en prejuicios; tampoco tiene exactamente un paradigma en el que se mueve, que maneja íntegramente, sino se
inclina por el uso eclético de distintos
paradigmas de las ciencias sociales,
que los emplea fragmentariamente y hace como un collage interpretativo para abatir a los enemigos.
Tomemos un ejemplo, el discurso del
vicepresidente, quien en un artículo
titulado La asonada de la clase media[1]
hace gala de todas estas herramientas
y recursos del discurso político. El
artículo comienza con una exposición sobre el concepto de clase; le
otorga al concepto sustancialidad,
como si el concepto de clase no
correspondiera a una taxonomía social,
ciertamente institucionalizada. El concepto
de clase es más antiguo que su
elaboración marxista, deriva de la elaboración hecha por los fisiócratas.
Extraña que alguien que se asume como marxista,
defina la clase como “un conjunto grande de personas que estadísticamente tiene
acceso a condiciones de vida más o menos parecidas, por ejemplo, ingresos
económicos, propiedades, titulaciones, prestigios o vínculos sociales”, y no
por su relación con el modo de producción. La definición dada
por el expositor del artículo mencionado puede aproximarse a alguna de las
definiciones de clase dadas por
Pierre Bourdieu; sin embargo, Bourdieu lo hace teniendo en cuenta la diferencia
de los campos sociales, que hacen a
la composición del campo social, que supone la articulación
y combinación de distintos campos.
Bourdieu distingue campo político, campo económico, campo cultural, así como define otros campos más detallados, como el campo
escolar o el campo relativo a las
reglas del arte. El campo social puede ser mapeado por ubicaciones y por
referencias de clasificación social
institucionalizados, abordándolos como símbolos
de prestigio social. De esta manera, el campo
social puede ofrecernos mapas de
residencia y de movilidad social.
Lo que
no se puede hacer, si se recurre a Bourdieu, es confundir los campos, mezclarlos, y hablar de clase indistintamente, como si se
tratara de lo mismo, hablar de clase
en el campo social, en sentido
sociológico, y hablar de clase en el campo económico, así como hablar de clase en el campo político; lo mismo podríamos decir respecto al campo cultural. No es lo mismo; las clasificaciones, es decir, la taxonomía
social, adquieren distintas connotaciones, dependiendo de los campos. Si bien, como dijimos, los campos se entrelazan e inciden, esto no
implica que la diversidad de campos
se aplane, se reduzca a un solo campo.
Lo que exige esta complejidad es comprender el juego de composiciones y
combinaciones de las distintas clasificaciones en los diferentes campos articulados y su incidencia en
los comportamientos sociales.
De todas maneras, si bien el expositor
mentado, no recurre, como marxista, a
definir la clase por su relación con el modo de producción, sin embargo, asume el presupuesto simple del determinismo; escribe: “Cuando las
estrategias económicas que se despliegan, las oportunidades laborales se les
presentan, las maneras generales de enfrentar el porvenir y la forma de
apreciar y valorar las cosas del mundo son relativamente convergentes a un
espacio común, significa que pertenecen a una misma clase social”. No solamente
el determinismo se hace elocuente,
sino que la clase se ha vuelto una sustancia, como materia de la realidad;
ha dejado de ser una clasificación
taxonómica, útil para el análisis,
ha dejado de ser un instrumento en el método de estudio de las sociedades; es
como un organismo social existente y
que se reproduce por sí solo.
Un marxista crítico, historiador británico, como Edward Palmer Thompson, ya decía que las clases sociales
no existen como tales, sino que se conforman y constituyen en la lucha de clases. Por más paradójico que
parezca, Thompson da en el clavo; las clases
sociales no son sustancias, sino
que resultan de la lucha de clases,
cuando los involucrados se asumen, en su autorreferencias
y su heterorreferencias, se
identifican y distinguen en la lucha
en la que se encuentran embarcados. Se asumen, por ejemplo, como proletarios y se diferencian de los burgueses, que los explotan. Para que se
den estas autorreferencias y heterorreferencias median ideologías, también organizaciones, basadas en la experiencia
y memoria social.
El problema
para las ciencias sociales ha sido definir la “clase media”. Antes de seguir
hay que aclarar que lo de la “clase media” supone una jerarquía simple, que define una “clase alta”, en contraposición,
una “clase baja”. No responde a una clasificación
marxista. En los apuros, ciertos marxistas la llamaron pequeñoburguesa, aludiendo a escalas menores de la formación de la clase burguesa; pero, como la “clase media” es muy variada, cuando
los estratos de clase se aproximan a
los perfiles de la clase proletaria e incluso más abajo, se
la suele nombrarla como lumpen; es
decir, una pobreza indefinida, tendiente al vandalismo.
El expositor del artículo mencionado reconoce
la complejidad de la “clase media”,
empero, la sigue encajonando en esa pirámide
simple de la sencilla jerarquía
social; la sitúa entre los de “arriba” y los de “abajo”. ¿No sería mejor
replantearse y deconstruir el término tan ambiguo como “clase media”? No se
trata de hacer clasificaciones del
mismo estilo, más puntillosas, ampliar el cuadro de las clases sociales, definir una amplia gama de estratos de “clase
media”; mucho menos distinguir “clase media nueva” de la “clase media
tradicional”, diferenciándolas por el contenido popular de la “clase media nueva”. Por ahí también va esa distinción
entre “clase media de abolengo” y la “clase media con rasgos indígenas”. Esto
último es menos serio que lo anterior. Se trata de repensar el sentido de las clasificaciones taxonómicas sociales; sobre todo, de repensar qué
es la sociedad.
La sociedad,
el gran socius territorial, se
conforma por múltiples y plurales asociaciones,
que se constituyen sobre la base de filiaciones
y alianzas. Es el imperio el que irrumpe con las clasificaciones institucionalizadas,
atravesando el mapa social con estratificaciones burocráticas y
sacerdotales. Los llamados reinos,
de alguna manera repiten, a su modo, esta transversal
funcionaria al mapa social; es decir,
las clasificaciones sociales son
estatales; fijan prestigios, mandos, jefaturas y dominaciones.
La modernidad
pone en suspenso valores tradicionales, demuele instituciones antiguas, desata
en las sociedades procesos fluidos en
la vertiginosidad apabullante con la que lo envuelve todo; se da lugar un desclasamiento generalizado, así como un re-enclasamiento;
se conforman otras clases sociales.
Las antiguas castas, como la nobleza
y los clérigos, experimentan reubicaciones en la nueva estructura social. La burguesía
emerge de lo popular y de parte de la
nobleza, la parte que convierte sus
posesiones y propiedades en capital,
la parte que se vuelve empresaria. La “clase” que se conforma por el desclasamiento generalizados, la “clase” que no es clase, el proletariado,
es la que se forma en la pluralidad de desarraigos. El denominativo de proletariado es, en principio, un nombre
atribuido por el Estado, señalando esta proliferación de los que dejaron sus
tierras y vinieron a trabajar a las ciudades industriales. El proletariado, entonces, corresponde a
una clasificación estatal, se trata
de una calificación que señala el caos social ocasionado por los que
venden su fuerza de trabajo, por no
decir, su cuerpo, las capacidades de
su cuerpo.
Que el denominativo adquiera, con el tiempo, una connotación positiva, de
afirmación, de identificación de la prole
que trabaja, tiene que ver con la inversión
de sentido, si se quiere, la transvaloración
de los valores; pasa de la descalificación
a ser de autoafirmación y de autodeterminación. Aquí concurren varios
procesos constitutivos; uno de ellos
es ideológico; la formación discursiva histórico-política
interpela al Estado y a las instituciones como instituidas por la guerra de conquista; por lo tanto, son ilegitimas. Esta formación discursiva histórico-política genera discursos
anarquistas, socialistas, comunistas, que señalan al Estado como instrumento de la dominación y dispositivo
que coadyuva a la explotación de clase. En esta formación discursiva y en estos discursos
histórico-políticos modernos el proletariado
se convierte en protagonista histórico,
es la vanguardia de la liberación de
la clase explotada y de las clases subordinadas por la dominación y hegemonía capitalista. Las narrativas
proletarias son de convocatoria y de lucha.
El marxismo,
uno de los discursos de la formación
discursiva histórico-política, elabora una teoría, la de la lucha de clases, donde el proletariado, además de ser el protagonista de la historia es la consciencia histórica, el sujeto social de conocimiento de la historia.
La corriente militante del marxismo
va a institucionalizar esta consciencia de clase en la organización proletaria, el partido. Es cuando la clase explotada, el proletariado, es representada
y expresada por el partido. Es aquí
donde queríamos llegar; precisamente el partido
del proletariado es una organización hegemonizada por intelectuales, militantes profesionales
de la revolución, intelectuales que proceden de la “clase
media”. Aunque el partido tenga sus
bases en los sindicatos obreros, incluso dirigentes obreros, que son militantes
del partido y ocupan cargos en el partido, lo cierto es que el partido lo
conforman, sobre todo, en la cúpula, en el llamado comité central, intelectuales
de “clase media”. Esta es una notable paradoja
de las revoluciones socialistas. Entonces, ¿de qué
hablamos?, ¿basta la representación
de la clase para sostener que es la clase proletaria la que actúa como clase en sí y clase para sí? Estos temas de la representación y de la vanguardia
los discutimos en notros ensayos[2];
lo que ahora interesa es cuestionar este denominativo y manejo arbitrario de la
clasificación de “clase media”.
Las sociedades
modernas institucionalizadas, ante la vertiginosidad donde todo lo solido se desvanece en el aire,
optan por contener las avalanchas y transformaciones fluidas. Lo hacen restaurando el Estado. El Estado detiene los flujos incontrolables, los flujos
in-codificados, restablece las codificaciones
y las clasificaciones. Renacen las
clases, en el ejercicio ideológico,
político y estatal. Se establece una estructura
de clases moderna. Entonces, la burguesía
adquiere símbolos otorgados por la legitimación estatal; es la clase que habla a nombre del pueblo y lo emancipa de las cadenas
feudales o monárquicas. Es la clase
del “progreso”, del “desarrollo”, la clase conductora de la producción y la
industrialización. La burguesía es
hegemónica en la sociedad de clases moderna, hegemoniza ideológicamente. Este discurso
liberal correspondiente a la narrativa
burguesa, es transferido a las colonias,
donde las burguesías portuarias entran en competencia con los
funcionarios coloniales. Sin embargo,
como sabemos, se trata de contextos
diferentes, el europeo y el del continente llamado América. La principal
diferencia consiste en que se trata de colonias
europeas. La mayor parte de la población es de origen nativo, incluyendo a
los mestizos. Las clasificaciones
estatales, en este caso, de la Corona y los Virreinatos, también de las
Capitanías y las Audiencias, adquieren una semántica
racial. Indio, negro, mulato, pardo y otros denominativos más detallados,
según localismos y regionalismos, son clasificaciones
administrativas de las visitas y revisitas, es decir, de las
enumeraciones poblacionales virreinales. Así como las clasificaciones de originario
y forastero, son clasificaciones administrativas, cuyo objetivo es el tributo indigenal. Estas clasificaciones las hereda la república, con alguna que otra
modificación. Es decir, la clasificación
de la primera república, por así decirlo, es racial; entonces, la taxonomía
de clasificación social republicana sigue siendo colonial. La dominación es una dominación
de clase y una dominación racial, de los que se
reclaman “blancos”, herederos de los conquistadores.
Esta clasificación colonial sufre una
trastrocamiento con la revolución
nacional-popular; esta revolución
vincula rebeliones obreras, sobre todo,
mineras, y de sectores urbano populares, con intelectuales de izquierda;
otra vez la “clase media”. ¿Qué es entonces la “clase media”? ¿Se puede seguir
hablando de “clase media”?
Volvamos a lo del socius territorial. Las asociaciones
múltiples y plurales se conforman sobre prácticas, actividades, oficios, por su
relación con la tierra, sobre todo, en tanto tierra cultivable y cultivada. Se
conforman concentraciones poblacionales en las intersecciones de los circuitos
de intercambio. Las asociaciones pueden llegar a conformar interpretaciones y controles de sus descendencias
por filiaciones, pueden también
conformar controles territoriales
regionales a través de alianzas.
Pueden entonces constituir Confederaciones. Hasta ahí asociaciones que se nombran por filiaciones,
clanes, o por alianzas,
Confederaciones. Asociaciones
diferenciadas por tipo de actividad, oficio, localidad, región; también,
obviamente, por lenguas. En cuanto a
lo que podemos llamar representaciones,
de manera provisional, que son, mas bien, simbólicas,
las jefaturas y los señoríos definen y configuran controles territoriales.
La discusión sobre la estratificación ancestral y
antigua, se da cuando esta constelación de asociaciones es cruzada por las clasificaciones
estructuradas por funcionarios y sacerdotes; clasificaciones burocráticas
que toman como centralidad a la dinastía, que vendría a ser algo así
como el clan supremo. Una hipótesis
interpretativa, entre otras, es la que conjetura la ruptura de las alianzas
territoriales, la usurpación de
la Confederación, por un clan supremo,
que logra imponerse sobre las alianzas.
Sin discutir aquí las otras hipótesis interpretativas – lo hicimos en otros
ensayos[3] -,
nos interesa señalar esta transversal
de clasificaciones burocráticas y funcionarias al mapa complejo de las asociaciones.
Desde nuestro punto de vista, llamamos a este acontecimiento instauración de un poder estructurado, institucionalizado,
legitimado por mitos, ritos,
ceremonias y alegorías. Es decir, legitimado
por el imaginario simbólico. Una
consecuencia de esta hipótesis interpretativa es que la clasificación taxonómica social es conformada por el aparato
burocrático y por el aparato sacerdotal.
Ahora bien, ¿qué es esta casta burocrática y qué es esta casta
sacerdotal? ¿”Clase media”, abusando del término con fines comparativos? Si
bien podemos aproximarlos al clan supremo;
aproximar a los funcionarios de mayor
rango y a los sacerdotes de mayor
prestigio y control, la mayoría de los funcionarios y sacerdotes están, mas
bien, distantes del clan supremo.
Volvemos al problema de definir estratos
sociales que cumplen funciones
mediadoras, que no es lo mismo que
decir que se sitúan en medio de una
pirámide social abstracta.
En la teoría del modo de producción capitalista, vale decir, en lo que se expone en
el primer tomo de El capital, no hay
“clase media” ni “clases medias”; hay solo dos clases, el proletariado
la burguesía. Lo demás es como
reminiscencias sociales de estructuras sociales del pasado o se encuentran en camino de formar parte del proletariado o de formar parte de la burguesía. Las otras clases aparecen en el tercer tomo de El capital, dedicando atención al
campesinado y a los terratenientes, así
como a otros estratos que aparecen de manera más difusa. No tocaremos los
denominativos que usa Karl Marx en sus escritos
histórico-políticos, pues las clasificaciones
usadas son recogidas de los discursos colindantes o de las narrativas políticas de su tiempo. No interesa tanto definir las clases sino interesa comprender la lucha de clases en sus especificidades y singularidades. El
análisis crítico efectuado es a la hermenéutica
y heurística
política de su tiempo. Sin embargo, vuelve a aparecer, en estos escritos,
esa difusa composición social, que otros identifican como “clase media”.
Una primera impresión; el término de “clase
media” más parece ser una clasificación
auxiliar para nombrar lo que no se conoce, pretendiendo este conocimiento con tan solo nombrar. Esta aseveración que se expresa
como conjetura nos lleva a algo más grave: ¿Se conoce a la sociedad, al
funcionamiento social, a sus dinámicas
moleculares y molares? Los devaneos del expositor mentado, en el discurso
político emitido, sobre la “clase media”, incluso, adjuntando, las
interpretaciones esquemáticas de las ciencias sociales, nos muestra los grandes
vacíos de los saberes modernos sobre la sociedad.
Después de lo dicho, podemos sugerir otra
hipótesis interpretativa: No hay clases
sociales sino a través de las clasificaciones taxonómicas sociales, hechas
por el poder; clasificaciones
institucionalizadas, que fijan
las diferencias, que institucionalizan
las diferencias. Hay lucha de clases,
que corresponde a la rebelión y a la subversión contra la dominación imperante y la explotación
vigente. Hay conflicto entre sociedad, como matriz y substrato de las
dinámicas sociales, que tiende a la fluidez y a la movilidad, a la transformación
y al devenir, y Estado. Es el Estado
el que contiene la fluidez y la movilidad, las congela, estratificando clases sociales en tanto diferencias jerarquizadas
permanentes, capturando fuerzas
sociales, coadyuvando a la repetición de esquemas
de comportamientos y prácticas,
que reproducen institucionalmente a las clases sociales.
Volviendo al conflicto social en cuestión, que no solamente es médico, sino de
la sociedad movilizada contra el Código
Penal y la abolición de la democracia por parte del gobierno clientelar, no es
sostenible la hipótesis ideológica de
la “asonada de la clase media”. Su utilidad no es analítica, sino como enunciación
política que procede a la descalificación ideológica de la
movilización social desatada, que aglutina a varias regiones y a distintos
sectores sociales, incluyendo a la clase trabajadora, a los obreros. Esta
amplitud social no es abarcable con un concepto tan ambiguo y difuso como el de
“clase media”.
Volviendo al discurso del expositor del
artículo mencionado, el incremento de
la “clase media”, corroborado por datos,
por los porcentajes estadísticos,
señalados en el artículo, se ha producido en distintos países, tanto de
“gobiernos progresistas” como de gobiernos
neoliberales. Si es cierto que estadísticamente impacta la magnitud del incremento porcentual, referido al
crecimiento de la “clase media” de los países de “gobiernos progresistas”, hay,
de todas maneras, variables compartidas con el incremento de la “clase media” en países de gobiernos neoliberales. En contra lo esperado por Marx, no se ha
incrementado el proletariado, sino,
mas bien, las “clases medias”, en lo que viene del desarrollo capitalista. No
es pues este fenómeno de explosión de la “clase media”, con la incorporación de
la “clase media popular”, algo de lo que
hay que vanagloriarse; ocurre en todas partes.
Ofrecer como ejemplo de “revolución” lo
mismo, como si se tratara, tal como dice la canción, de que cambie todo para
que no cambie nada, no es algo destacable como cambio, menos como transformación.
Ofrecer como “revolucionario” la misma estructura
social, jerárquica y diferenciada, solo con cambios de élites y cambios en
la composición de la “clase media”, es confesar la decadencia inherente a la forma
de gubernamentalidad clientelar. Ofrecer como “izquierda” esta mimesis de
lo mismo con otros discursos, es devaluar la referencia de izquierda y banalizar su trayectoria heroica y consecuente del
pasado inmediato. Ofrecer como “socialismo” esta banalidad política, a
diferencia de lo que postulaba el socialismo clásico, una sociedad sin clases,
es confesar la propia inutilidad histórica.
[1] Ver de
Álvaro García Linera La sonada de la
clase media. Animal político; la Razón; La Paz 14 de enero.
[2] Ver Paradojas de
la revolución. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_de_la_revoluci__n.
[3] Ver Cuadernos activistas. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/stacks/715dbb6b8faf4b70bef012832f796319.
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