Los enemigos
Los enemigos
Raúl Prada Alcoreza
Los enemigos
La paradoja
de los enemigos es que son cómplices, aunque no quieran, de lo
mismo, de la reproducción del poder.
Se necesitan mutuamente para justificarse. Se sitúan uno respecto al otro,
enfrentándose. No saben que forman parte de la misma macro-estructura de poder; compiten por la dominación. Pueden cambiar las formas
de los diagramas de poder, pueden
pronunciarse en distintos y hasta encontrados discursos, pueden hasta diferenciarse en las prácticas políticas,
así como cambiar de nombre a las mismas instituciones, que conforman el
Estado-nación; sin embargo, los enemigos
comparten el mismo campo de batalla, así
como el mismo fetichismo por el
Estado.
Cada, uno, a su modo, cree que tiene razón, cree que está en la verdad; entonces, señala al otro como equivocado y como falso.
Tienden generalmente a demonizar al otro, el enemigo. El enemigo es de
lo peor, un monstruo, si es que no
llega a acusarlo de endemoniado.
Concurre, como puede verse, un círculo vicioso; los enemigos están atrapados en el círculo vicioso del poder. No pueden
salir de la historia, reiterada y
recurrente, de la historia de las
dominaciones; como pasando de un lado a otro, en distintas versiones. Respecto
a esta fatalidad o condena, es menester salir del círculo vicioso del poder; para hacerlo
se requiere ir más allá del esquematismo dual del amigo y enemigo.
Lo peligroso de todo esto, cuando se agota
una forma de gubernamentalidad popular,
que pretendió ser la continuidad estatal de la revolución social, es que los derrocados, los tiranos anteriores,
pretendan volver como “salvadores”. Esto ha pasado antes y está pasando con la
caída de algunos de los llamados “gobiernos progresistas”. Su derrumbamiento ha
venido seguida por la forma de gubernamentalidad neoliberal, solo que
en versiones más atiborradas que las anteriores. Más grave que esta situación de franca restauración de lo
anterior, contra lo que se luchó, es que aparezcan voceros de las dictaduras
militares, que pretendan presentarse como “salvadores”. No habría figura más
escabrosa que esta. Lo más patético del poder,
lo más no solo descarnado del poder y
de la dominación a secas, sino lo más
descarnado de la violencia estatal,
sería el retorno del mismo Estado de
sitio, en cuerpo y armas, a través de figuras directamente militares o de
figuras civiles mediadoras.
El derrumbe de la forma de gubernamentalidad clientelar puede derivar en cualquiera
de las figuras mencionadas. Ha sucedido antes; la implosión de la revolución de 1952 derivó en una dictadura militar,
cruenta y servil, completamente desnacionalizadora, sin tapujos, y
exacerbadamente entreguista. La
propuesta lúcida de algunos intelectuales comprometidos, como Sergio Almaraz
Paz y René Zabaleta Mercado, además del dirigente minero, en ese entonces
militante del POR, Filemón Escobar, de que se trata de defender la revolución, que ya se encontraba de rodillas, para
retomar las banderas de abril,
profundizar la revolución, que quedó
truncada; incluso, a decir de Filemón escobar, convertir las banderas de abril en banderas rojas, parece teóricamente
adecuada. Sin embargo, a la luz de la experiencia
social política, es menester reflexionar sobre esta propuesta de defensa de lo que queda de la revolución, aunque esté hecha añicos. No
parece fácil volver a sostener esta propuesta, por más adecuada que parezca
teóricamente.
Como dijimos en recientes escritos[1],
de lo que se trata es de continuar la
lucha, decir claramente ¡la lucha
continua! Y actuar en consecuencia, de lo que se trata es de continuar la revolución, truncada por la
versión suplantadora y la impostura de la forma
gubernamental clientelar. Ya no se trata de defender lo que se ha clausurado, la versión reformista o “revolucionaria”, que se
perdió en los vericuetos del poder. No se puede defender una idea, la idea de la revolución, que no
se ha dado, descuidando lo más importante, continuar
y realizar efectivamente la revolución. Defender la idea y desechar la acción
revolucionaria, resguardando la verdad
de una teoría contrastada, evitando
la autocrítica y el descarte de la teoría
que ya no sirve, generando nuevas teorías,
mejor equipadas para la comprensión
de la realidad efectiva y para
coadyuvar en la acción. Esta actitud
crítica y de apertura no se va a
dar si no se sale del círculo vicioso del
poder. El ir más allá del poder y de las dominaciones se encuentra como posibilidad
en la invención creativa de la potencia
social.
Al respecto, hemos escrito sobre la
autogestión y el autogobierno de los pueblos, la democracia radical[2].
Nos remitimos a estos textos. Lo que ahora interesa es analizar la coyuntura e
identificar las tendencias restauradoras
de las formas de gobierno derrocadas
por el pueblo sublevado.
Mi padre dice que una verdad exagerada deja de ser verdad.
También podríamos decir que una reivindicación
justa, que va más allá de la interpelación al gobierno y le indilga lo que
el gobierno hace, al revés, descalificar
a los que considera enemigos, deja de
justificarse, al demonizar al otro. Cuando
los prejuicios anticomunistas salen a
flote, es que se manifiestan patéticamente las tendencias conservadoras más recalcitrantes de las formas más
violentas y descarnadas de las dominaciones. Una cosa es la reivindicación justa, la demanda
legitima, la defensa de los derechos conquistados, y otra cosa es la peregrina
interpretación política, que se halla plagada de prejuicios. Hay que
distinguir.
En una discusión, dada hace un tiempo, con un
personaje político conocido, le decía que cuando se niegan los derechos del otro, al que se interpela, entonces, se pierde el derecho a tener derecho, pues se está negando la base misma universal de los derechos. Lo mismo podríamos decir cuando se demoniza al que se interpela; él que lo hace se coloca en el lugar del fiel, que denigra al infiel,
a quien por ser monstruo se puede
exterminar.
El pueblo,
desencantado por el rumbo que ha tomado el “proceso de cambio”, pueblo que ha sido partícipe de la movilización prolongada (2000-2005),
tiene la responsabilidad de no
perderse en el desencantamiento, que puede convertirse en encono y bronca; lo que de por sí es
explicable; empero, cuando la bronca
viene acompañada por una actitud nihilista, que dice: ¡que venga
cualquiera!, menos que perduren estos, los que monopolizan el poder. No es, por
cierto, cualquiera. La decadencia del gobierno clientelar no debe derivar, por lo menos, como propósito
de las voluntades singulares de las multitudes, en la clausura de toda otra posibilidad
de transformación del mundo; peor aún, en la derrota más
lapidaria, que es la grotesca figura del retorno
de los derrocados por el pueblo alzado, como “salvadores”. Por
cierto, no lo son, ni lo pueden ser. Solo que en la farándula política y en el teatro de la crueldad de las simulaciones puede ocurrir cualquier
cosa. Retorna el antiguo amo y patrón, en sustitución del nuevo
amo, los nuevos ricos, que se aposentó como el nuevo patrón.
La pregunta es: ¿Cómo liberar la potencia social, en las condiciones de la decadencia de la forma de gubernamentalidad clientelar, para activar su capacidad
creativa y abrir nuevos horizontes de
visibilidad, de decibilidad y fácticos? Esta es una pregunta difícil de
responder. Pregunta que no ha sido respondida en la crisis
y en la clausura de otras revoluciones. Se trata de hacer lo que
no se hizo antes, sobre lo que no se tiene experiencia,
tampoco memoria; se trata de inventar nuevas formas de cohesión
social, que sean auto-determinantes, autogestionarias y de autogobierno; nuevas
formas de las prácticas y de las relaciones sociales; nuevas instituciones, más
allá del Estado.
Esta tarea ineludible, esta responsabilidad ante la vida, de ir más allá del círculo vicioso del poder, es mucho más
difícil. Pero, es esta la responsabilidad
de los pueblos que quieren ser libres.
[2] Ver Acontecimiento libertario. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/acontecimiento_libertario.
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