El Estado policial
El Estado policial
Raúl Prada Alcoreza
El Estado policial
El Estado
es la otra cara del capital, decía
Mijaíl Bakunin. La crítica de Bakunin a Marx consiste, resumidamente, en que no
se puede combatir al capital con su
otra cara, la del Estado, la otra
cara de la medalla de la explotación y de la dominación. Por eso la consigna de
los anarquistas era y es: ¡Ni Capital, ni Estado, ni Dios, ni amo!
Hay que volver a reflexionar sobre el Estado; Pierre Bourdieu decía que el Estado es una idea, sostenida por mallas institucionales[1];
primero, las correspondientes a la monarquía
absoluta; después las correspondientes a la república. Se puede decir que se puede hablar con propiedad de Estado, en sentido moderno, desde la
instauración y constitución del Estado-nación. Si bien se habla de Estado con referencia a las sociedades
antiguas, que, por cierto, cuando se conforma y se consolida una forma centralizada y concentrada de administración, de representación simbólica y dominación, que puede considerarse como
la matriz genealógica del Estado
moderno. Las diferencias entre ambos acontecimientos
del poder, que manifiestan la conformación maquinizada de las dominaciones,
no dejan de ser perceptibles. No solo por lo que respecta a la forma delegativa y representativa de la democracia
institucionalizada, sino en lo que respecta a la estructura organizativa del Estado,
además a la estructura jurídica del
Estado; lo que se vino en llamar Estado
de derecho.
Se puede recoger la genealogía del Estado desde la antigüedad
hasta la modernidad, sobre todo,
desde el nacimiento del Estado en el
Oriente, como lo hacen Gilles Deleuze y Félix Guattari[2]; decir que el Estado moderno restaura
el Estado oriental para controlar y detener, capturándolos, los flujos no codificados de los procesos
vertiginosos desatados por el capitalismo,
como lo hicimos[3].
Sin embargo, cuando hablamos de Estado
y debatimos sobre el mismo, lo hacemos teniendo como referente el Estado-nación. Entonces, la referencia histórica es la república moderna, la que basa su legitimidad en la Constitución liberal,
la que establece la estructura del
Estado en la división de poderes,
división basada en el juego de compensaciones, para lograr el equilibrio político entre los poderes. Con
esto garantizar el funcionamiento de la democracia
formal.
Ahora bien, en las historias políticas de la modernidad, las revoluciones socialistas han, por así decirlo, destruido el Estado burgués e instaurado el Estado de la dictadura del proletariado, el Estado obrero-campesino. Sin
embargo, se llaman repúblicas socialistas
o repúblicas populares. ¿Por qué se
mantiene el nombre de república cuando, en efecto, no hay división de poderes, ni equilibrio
entre los poderes? Todos los poderes
del Estado son concentrados en un
mando único, responden ideológicamente
a la dictadura del proletariado,
jurídica y políticamente a la Constitución socialista y al partido.
Si bien hay una distinción de las funciones de los poderes del Estado socialista,
no se da el juego de compensaciones; por lo tanto, tampoco el equilibrio entre los poderes. El mando es único y se encuentra unificado. Se mantiene el nombre de república por lo de res-publica, la cosa pública, la expansión pública, el espacio
público. Lo que permite esta conexión
con lo público es el partido,
que representa al proletariado, a los
campesinos, a lo popular. La república
entonces se concentra en el partido,
que conforma el partido-Estado y el Estado-partido. Ideológicamente se dice
que el proletariado es el que está en
el poder, que es el pueblo trabajador
el que está en el poder. Entonces, se
trata del gobierno de los
trabajadores. Sin embargo, en los hechos, es la burocracia del partido la
que gobierna, es la burocracia del Estado la que administra lo público.
La representación
se convierte, en este caso, en delegación,
por parte del pueblo trabajador, de las funciones
gobernantes - que competen, teóricamente, al proletariado, al campesinado,
al pueblo trabajador - a la burocracia
del partido. Funciones, en principio,
al comienzo de la revolución, a cargo
de los consejos o los llamados soviets. El partido representa al proletariado; ideológicamente, aunque no
dicho de manera explícita, el proletariado
habría delegado funciones de gobierno
y administrativas al partido. El partido asume estas funciones a nombre
del proletariado. Esta delegación, que no es equivalente a la representación liberal, representación-delegación, sino a una delegación de la potestad de gobernar del pueblo trabajador al partido. Ciertamente hay analogías con lo que ocurre en el régimen liberal; sin embargo, la escala
en la que se da es mayor. En el régimen liberal los partidos gobiernan a nombre de sus representados, que les delegan,
mediante la representación, la tarea
de portavoces del pueblo. Pero, no se trata de un partido, del partido único – no lo decimos por
observar este monopolio de la representación
del pueblo y acusar de falta de democracia, por cierto formal, sino para hacer
hincapié en ciertas diferencias -, se trata del partido-Estado. Entonces, mediante este procedimiento ideológico de representación,
delegación y sustitución, el pueblo delegaría
la función de Estado, ya no solamente
de gobierno, al partido.
El partido
sería el proletariado hecho consciencia de clase para sí,
organización política, además de gobierno, en los términos de la dictadura del proletariado. El partido sería el Estado como síntesis
abstracta de la sociedad socialista.
Fin de la historia.
En esta genealogía
del Estado, desde el nacimiento
del Estado en el Oriente, hasta el Estado socialista, pasando por el Estado
liberal, el Estado como idea, habría preservado su origen simbólico, además de la
concentración y centralización administrativa, basada en la casta de
funcionarios. Se puede distinguir el imaginario
institucional de legitimación
simbólica, preponderantemente mítica,
después, legitimación religiosa, de la ideología institucional de legitimación
discursiva. A su vez, se puede distinguir ambas formas de legitimación de la ideología absoluta de legitimación
simbólica-discursiva. Paradójicamente, se restaura el simbolismo de
manera exacerbada, en la forma de patriarca
moderno, padre del pueblo trabajador, y se consolida el discurso único de los trabajadores, como si no tuvieran otros.
Sin embargo, el núcleo simbólico, el nucleó de la concentración simbólica, el núcleo de la concentración y
centralización administrativa, se mantiene, a pesar de darse en el Estado liberal competencias
descentralizadas, de gestión y administrativas. El Estado se sacraliza: la
defensa de la patria. A nombre de esta defensa se exige a los ciudadanos la
entrega de sus vidas, por lo menos, en un lapso de tiempo, relativo al servicio
militar obligatorio. A nombre de la defensa
del Estado, se pueden suspender los derechos y declarar el Estado de excepción. En el fondo hay un Estado policial en toda forma de Estado. Más evidente en unos
casos que en otros, pero, recurso de emergencia a mano en todas las formas de Estado, incluyendo, claro
está, a la forma de Estado liberal. El
tema es que el llamado Estado socialista,
el correspondiente al socialismo real, el que efectivamente se dio, es un Estado
policial de manera explícita y desenvuelta.
¿Qué
es el Estado policial?
Cuando el Estado
pretende ser más que la sociedad, a
pesar de haber emergido de ella, pues el Estado
no tiene vida propia, entonces se produce una hipertrofia: un monstruo grotesco
político anacrónico, donde el artificio
de la sociedad, el Estado, desborda, opulenta e insaciable,
por todos los lados, agobiando con su peso grasoso a la sociedad; sociedad disminuida por el Estado, restringida en sus prácticas, en
sus actividades y funciones, a las mínimas expresiones que permite el Estado. Este monstruo grotesco político
asfixia a la sociedad, es un parásito
gigantesco, que vive a costa de la sociedad;
la que es condenada a la anemia
social; sobre todo, a soportar las exigencias cada vez mayores del Estado.
El Estado
policial requiere tener amenazada
constantemente a la sociedad. La sociedad tiene que sentirse amenazada, estar obligada a cuidarse
permanentemente. Esta amenaza puede
adquirir la figura de peligros que
acechan a la sociedad; por ejemplo,
el “terrorismo”, también el vandalismo, incluso el fantasma de la “conspiración”. Cuando esto no basta o, mas bien,
para consolidar estructuralmente la amenaza,
se la institucionaliza. Para tal
efecto, se elaboran, se aprueban y se promulgan leyes que conculcan derechos y expanden las prohibiciones de manera
alarmante. Entonces queda claro, mediante listas largas, lo que no pueden hacer
los ciudadanos y ciudadanas, protestar, movilizarse, interpelar, denunciar,
pues ya son considerados atentados
contra el Estado. Se busca controlar, vigilar, penar y castigar donde se despliegan las
actividades sociales, cercando, jurídicamente, todos los espacios sociales. Se “norma”
las profesiones y los oficios, no sobre temas técnicos, sino que se criminaliza sus actividades. De tal manera, que todas las profesiones y oficios
quedan sometidas a la coerción y al chantaje. Se criminaliza el transporte; conductores o dueños, asalariados o
empresarios, son objeto de penas y castigos. Se criminalizan las actividades
económicas, sometidas también a la coerción
y al chantaje; lo mismo ocurre con
las actividades agrícolas, pecuarias y agroindustriales. Todo ciudadano y ciudadana es observado como posible delincuente por el Estado
policial. Es cuando el Estado
policial está a punto de convertirse en un
Estado mafioso, pues funciona
como máquina del chantaje y de la coerción sobre la ciudadanía.
[1] Revisar de Pierre Boridieu Sur l’État. Cours au Collège de France
1989-1992. Raisons d’agir/Seuil. Paris 2012.
[2] Revisar Capitalismo y esquizofrenia I y II. Anti-Edipo. Fondo de Cultura Económica. Mil mesetas. Pre-Textos. Valencia 2000.
[3] Ver La inscripción de la deuda. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/la_inscripci__n_de_la_deuda_2.
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