La paradoja de Nietzsche
La paradoja de Nietzsche
Raúl Prada Alcoreza
La paradoja de Nietzsche
La paradoja de Nietzsche se expresa en el eterno retorno, que según Pierre Klossowsky es un círculo vicioso. La voluntad de potencia, que otros traducen como voluntad de poder, es el impulso
del eterno retorno. De acuerdo a la interpretación de Klossowsky, el eterno retorno es la repetición de los
mismo, innumerables veces de manera indefinida, repetición de las mismas singularidades y situaciones. La voluntad de
potencia o la voluntad de poder juegan
al azar, derrochando el impulso, la energía creadora, que hace a su consistencia. Al hacerlo, en cada retorno singular, ya las situaciones
dadas, se dan como la oportunidad,
para decirlo de ese modo, de composiciones
y combinaciones, no solamente
distintas, sino hasta mejoradas, usando este término discutible. Bueno, aquí
comienza la paradoja; el retorno a lo mismo ya lo hace distinto,
por el solo hecho de ser retorno; por
lo tanto, no es exactamente lo mismo,
como anotaba Gilles Deleuze en su escrito sobre Nietzsche[1].
Por eso decía que se trata del eterno
retorno a la diferencia.
Solo hablar de retorno, es más, de eterno retorno, es mencionar diferencias,
múltiples diferencias, además, tratándose del eterno retorno, múltiples diferencias multiplicadas en este eterno retorno. Cuando se retorna a lugar no es el mismo, la situación no es la misma, ni nada es lo mismo,
incluso la conjunción de fuerzas en
concurrencia, que atraviesan el cuerpo.
Por lo tanto, en principio, la paradoja
puede expresarse del modo siguiente: lo mismo
es distinto o, si se quiere, dicho de
mejor manera, lo mismo es la diferencia[2].
En el
capítulo de La experiencia del eterno
retorno, en el apartado Olvido y
anamnesis en la experiencia vivida del
eterno retorno de lo mismo, Pierre Klossowsky interpreta la intuición de Nietzsche de la siguiente
manera:
El pensamiento del Eterno Retorno de lo Mismo
se le aparece a Nietzsche como un brusco despertar al modo de una Stimmung, de una cierta tonalidad del
alma: confundido con esa Stimmung,
el pensamiento se desprende de ella como pensamiento; no obstante, mantiene el
carácter de una revelación – es decir, de un sutil develamiento.
[Hay que distinguir aquí el carácter extático
de esa experiencia, de la noción del Eslabón universal que obsesionaba a
Nietzsche ya desde su juventud – (período helenista).]
¿Cuál es la función del olvido en esa
revelación? En particular, ¿no es el olvido el origen al mismo tiempo que la
condición indispensable para que el Eterno Retorno se revele y transforme de
una vez hasta la identidad de aquel a quien se le revela?
El olvido oculta el eterno devenir y la
absorción de todas las identidades en el ser. ¿No hay una antinomia implícita
en la experiencia vivida por Nietzsche, entre el contenido revelado y la
enseñanza de ese contenido (como doctrina ética) así formulada?: actúa como si
fueras a revivir innumerables veces y desea revivir innumerables veces – porque,
de una manera o de otra, tendrás que revivir y recomenzar.
La proposición imperativa suple el olvido
(necesario) por el llamado a la voluntad (de poder); la segunda proposición
prevé la necesidad confundida en el olvido.
La anamnesis coincide con la revelación del
Retorno: ¿cómo es que el Retorno no restablece el olvido? No sólo caigo en la
cuenta de que yo (Nietzsche) me encuentro de vuelta en el instante crucial
donde culmina la eternidad del círculo, sino que, al mismo tiempo, se me revela
la verdad de la necesidad del retorno; pero en el mismo momento me entero de
que yo era otro distinto del que soy ahora, por haberlo olvidado, puesto que me
he convertido en otro al saberlo; ¿voy a cambiar y a olvidar una vez más que
cambiaré necesariamente durante una eternidad – hasta que tenga de nuevo esa
revelación?
El acento debe caer sobre la pérdida de la
identidad dada. La “muerte de Dios” (del Dios que garantiza la identidad del yo
responsable) abre al alma todas sus posibles identidades ya aprehendidas en las
distintas Stimmungen del alma
nietzscheana; la revelación del Eterno Retorno anuncia como necesidad las
realizaciones sucesivas de todas las identidades posibles: “Soy, en el fondo,
todos los nombres de la historia” –finalmente “Dionisos y el Crucificado”. La
“muerte de Dios” responde a una Stimmung
en Nietzsche del mismo modo que el instante extático del Eterno Retorno[3].
En primer lugar, se puede decir que se trata de una intuición, de la comprensión del acontecimiento
por la experiencia corporal, experiencia sintetizada, si se quiere,
como integración perceptual de las sensaciones y de las interrelaciones entre el cuerpo y el mundo efectivo; es más, del cuerpo
con el multiverso, en sus distintas
escalas. Ahora bien, la interpretación
de esta intuición se da en las
condiciones del lenguaje y de la crítica, de los saberes asumidos y los saberes
interpelados; se da en las condiciones
singulares que sitúan a Nietzsche
como interpelante. Nietzsche denomina
a esta intuición eterno retorno.
¿Qué es lo que hay que tomar en cuenta, la intuición o la interpretación? ¿O, mas bien, ambas? Lo sugerente de Nietzsche es
que busca, escarba, en los estratos y
substratos de la intuición lo que ocurre como experiencia
primordial; interpreta la concurrencia
de las fuerzas que atraviesan el cuerpo.
Cómo las resultantes de estas concurrencias de fuerzas producen huellas, que son los signos primordiales, las pulsiones. Signos que son interpretados por el lenguaje, es decir, por signos abstractos, que reducen los espesores de las huellas a representaciones.
Lo sugerente de la interpretación de
Klossowsky es que retoma los espesores
de la intuición para descifrar la interpretación de Nietzsche, en el
sentido del eterno retorno. Sin
embargo, tanto Nietzsche como Klossowsky, al llegar a la interpretación de la intuición,
se quedan en la interpretación, es
decir en el lenguaje. No retornan a los espesores de la intuición
para evaluar las propias interpretaciones.
Por eso, Nietzsche expresa una interpretación sin solución, que Klossowsky denomina, de manera
crítica, círculo vicioso. Por eso, la
interpretación del eterno retorno como círculo vicioso, que hace Klossowsky, solo encuentra el círculo vicioso, las contradicciones, las antinomias, las paradojas y las aporías
en la exposición de Nietzsche.
El gran problema
planteado por la intuición de lo que
llama Nietzsche el eterno retorno no
se resuelve en el plano de intensidad
de la interpretación; pues pueden haber variadas y distintas, como aproximaciones
teóricas. El problema solo se puede
resolver en las dinámicas de los espesores de la intuición; es decir, en
la armonización corporal.
Como primera conclusión, dijimos que no se trata del eterno retorno de lo mismo, sino del eterno retorno de la diferencia, que es
como decir el eterno retorno de la creación. La segunda conclusión
podría ser la siguiente: que no se trata de eterno
retorno sino de la simultaneidad
dinámica del movimiento, como propusimos en Imaginación e imaginario radicales[4].
Interpretación inherente a las teorías de la física relativista y la física
cuántica.
Lo potente de la intuición
de Nietzsche en la interpretación de
su experiencia vital, en el leer los signos primordiales, las huellas dejadas en el cuerpo por el acontecimiento de la vida,
acontecimiento experimentado en las singularidades propias de las sociedades
humanas. No se trata de un debate filosófico, de una crítica de una filosofía a
la otra, que se mueve en el plano o planos del lenguaje. Sino de la interpelación a la filosofía desde la experiencia
vital. Esto ya no sería un círculo
vicioso; sino un salir del círculo vicioso del mundo de las representaciones; de manera específica, del círculo vicioso del debate filosófico.
Que la intuición
de Nietzsche derive en el concepto o configuración conceptual de eterno retorno tiene que ver con la fenomenología de la interpretación propia
y singular del crítico de la filosofía
y primer crítico de la modernidad.
Esta interpretación no agota los
campos de posibilidades interpretables de los espesores de la intuición. Esta diferencia,
por así decirlo, entre intuición e interpretación, no desmerece la interpretación a la que llega la crítica
nietzscheana. Lo que se abre es un horizonte
de posibilidades hermenéuticas.
Esto es lo valioso de la tesis de Friedrich Nietzsche;
haber abierto un horizonte para el pensamiento. Es indispensable,
ciertamente, tomar en cuenta su interpretación
o, si se quiere, partir de su interpretación;
empero, seria incluso no-nietzscheano y hasta anti-nietzscheano quedarse en su interpretación y dar vueltas alrededor
de ella, siguiendo los decursos del círculo
vicioso de la filosofía. No es el caso de Pierre Klossowsky, pero si es el
caso de la mayoría de las interpretaciones
sobre el pensamiento intempestivo de
Nietzsche.
No se trata, de ninguna manera, partiendo de las tesis
de Nietzsche, de la verdad sobre
Nietzsche, ni de la verdad de la filosofía o crítica de la filosofía de Nietzsche. Esto está muy lejos de los
propósitos del anti-filósofo alemán,
de su contra-filosofía. De lo que se
trata es indagar en la apertura
hermenéutica, en los espesores de la
intuición. Klossowsky lo hace de una manera ejemplar; por aquí no va nuestra
observación, sino en que, después de abordar la experiencia vital, que el propio Nietzsche ausculta, la reflexión
gire más en los conceptos vertidos
que en sus condiciones de posibilidad
vitales.
En la
Digresión, Klossowsky extiende la interpretación en una reflexión que
podríamos llamar de plegamiento;
escribe:
El Eterno Retorno, necesidad que hay que
querer: sólo el que soy ahora puede anhelar esa necesidad de mi retorno y de
todos los acontecimientos que desembocaron en lo que soy – por eso aquí la
voluntad supone un sujeto; ahora bien, ese sujeto no puede ya querer ser el
mismo que el que fue hasta ahora, pero quiere que estén dadas todas las
condiciones para eso; ya que, abarcando con una sola mirada la necesidad del
retorno como ley universal, desactualizó mi yo actual para pretenderme en todos
los otros yoes cuya serie debe ser recorrida con el fin de que, al seguir el
movimiento circular, vuelva a ser lo que soy en el instante de descubrir la ley
del Eterno Retorno.
En el instante en que se me revela el Eterno
Retorno dejó de ser yo mismo hic et nunc y soy susceptible de devenir en
innumerables otros, sabiendo que voy a olvidar esa revelación una vez fuera de
la memoria de mí mismo; este olvido constituye el objeto de mi voluntad
presente; ya que semejante olvido equivaldrá a una memoria fuera de mis propios
límites: y mi conciencia actual sólo podrá establecerse en el olvido de mis
otras identidades posibles.
¿De qué se trata esta memoria? El necesario
movimiento circular al que me libro, desprendiéndome de mí mismo. Si, ahora,
declaro quererlo y, queriéndolo necesariamente, lo habré vuelto a querer, no
haré otra cosa que alcanzar con mi conciencia el movimiento circular: debiera
identificarme en el Círculo, sin embargo no saldré nunca de esa representación
a partir de mí mismo; de hecho, ya no estoy en el instante de la brusca
revelación del Eterno Retorno; para que esa revelación tenga un sentido, sería
necesario que yo perdiera la conciencia de mí mismo, y que el movimiento circular
del retorno se confundiera con mi inconsciencia hasta que el movimiento me
hubiera devuelto al instante en que se me reveló la necesidad de recorrer toda
la serie de mis posibilidades. Entonces no me queda más que pretenderme a mí
mismo, no como culminación de esas condiciones preestablecidas, tampoco como
una realización entre mil, sino como un momento fortuito cuyo azar mismo
implica la necesidad del retorno integral de toda la serie.
Pero volver a quererse como un momento
fortuito es renunciar de una vez para siempre a ser uno mismo: ya que no es de
una vez para siempre que renuncié a eso y que para serlo es necesario quererlo:
y no soy ni siquiera ese momento fortuito de una vez para siempre en la medida
en que debo volver a pretender ese momento: ¡una vez más! ¿Para nada? En lo que
se refiere a mí mismo. Nada, estando aquí el Círculo de una vez para siempre. O
sea, un signo que vale por todo lo que sucedió, por todo lo que sucede, por
todo lo que sucederá siempre en el mundo[5].
La paradoja aquí se presenta no solamente
en la figura opuesta y complementaria de lo mismo
y la diferencia, sino como complementariedad entre necesidad y azar; empero, necesidad
imaginada, como fantasma, interpretación de la huella, superposición de los signos del lenguaje, de las representaciones,
sobre los signos vitales. El sentido aparece como invención fantasmagórica, como ficción e
ilusión, que se atribuye una finalidad,
cuando en el impulso vital, la voluntad de potencia, no hay finalidades,
tampoco sentidos. Entonces la paradoja es la del sinsentido/sentido. El sentido abstracto, ilusorio, se
construye sobre el substrato magmático
y desbordante del sinsentido, además jugando al azar.
Uno mismo, es multiplicidad de individuos, que olvidan lo que fueron;
sin embargo, en cada uno de ellos, se da la posibilidad de querer volver a ser lo mismo
innumerables veces, empero, de manera integral. Sin embargo, todo esto no es
por una finalidad, ni tiene sentido. De manera distinta, es por nada, mas bien, es todo, por el juego creativo
que se da en el azar. Lo que importa
es la creatividad misma del impulso de la voluntad de potencia.
Por este camino
Klossowsky llega a la paradoja de la
especie e individuo, que Klossowsky considera una aporía, que no puede resolver Nietzsche. Sin embargo, es una paradoja, por lo tanto, complementaria,
que hay que asumirla en su propia dinámica
paradójica. Separar de la paradoja
los opuestos es acabar no solo con la
paradoja sino también con la dinámica creativa. Nietzsche, a pesar de
haber abierto el horizonte no
dualista, más allá del bien y el mal,
no llega asumir la unidad complementaria
de la paradoja, la que genera precisamente la dinámica creativa; es decir, la potencia
y la voluntad de potencia. Nietzsche
abre las compuertas hacia el pensamiento
complejo, empero, no se encuentra en el pensamiento
complejo, que asume la paradoja
como creativa. La paradoja
es indisoluble, el secreto de su potencia creativa se encuentra
precisamente en la complementariedad
paradójica de lo que para el pensamiento
moderno aparecen como opuestos y contradictorios.
Quizás aquí se
encuentre la explicación de las
asombrosas aseveraciones de Nietzsche, al respecto; aseveraciones que polarizan
sus conclusiones. A oídos
conservadores les parece que se trata de que estas aseveraciones,
descontextuadas por estos oídos, corroboran sus prejuicios elitistas; incluso, como aceptando estas interpretaciones conservadoras, ciertos
oídos, que se pretenden ser de “izquierda radical”, además de otros oídos con pretensiones
más moderadas, consideran estas aseveraciones como la confirmación de que la “filosofía”
de Nietzsche es un antecedente teórico del nazismo. En cambio, los oídos vanguardistas, que la izquierda tradicional considera
“posmodernos”, oídos que asumen otras aseveraciones e inclusive éstas mismas,
realizando interpretaciones más
elaboradas y sutiles, encuentran, mas bien, el radicalismo esperado en un
pensamiento anti-moderno y contra-nihilista.
A pesar de que hemos compartido la última interpretación,
mas bien, exquisita, que corresponde a la interpretación crítica de la modernidad, ahora, consideramos que también peca de dualismo, del esquematismo dualista. Pues Nietzsche toca una paradoja indisoluble, que en su complementariedad
dinámica, es creativa, es potencia y voluntad de potencia.
La bilogía molecular,
sobre todo en la interpretación de
Jacques Monod, está no solo más cerca de la interpretación
adecuada, sino da en el clavo, como se dice popularmente. Las trasformaciones, los cambios
imperceptibles y los cambios perceptibles, se dan, paradójicamente, sustentadas en el programa conservador de transmitir información y preservar,
conservar, el programa genético.
Monod plantea la complementariedad
dinámica del substrato conservador
y del cambio por repetición, azar o error.
En la exposición de
Klossowsky, se describen las suposiciones y posiciones de Nietzsche. Quien
descarga su crítica contra el gregarismo,
contra el impulso conservador de la especie, que según él, lleva a la
mediocridad, a la sumisión y a la esclavitud.
En cambio, valora a la singularidad
del individuo, de los individuos que escapan al gregarismo, que temen y descalifica el gregarismo. Esta “aristocracia”, en el
sentido de anti-gregarismo, de innovación, de invención de valores, de transvaloración, es la que condensa la voluntad de poder, la potencia creativa. Son los “amos”
efectivos de la historia efectiva de
la humanidad, en contraposición de
los “amos” falsos, que son esclavos
efectivos de los prejuicios, limitaciones y miserias del gregarismo. Es aquí, en este tipo de
aseveraciones de Nietzsche, que se encuentra la evidencia de no haber resuelto
el dilema que el mismo abrió magistralmente. El anti-filósofo, el crítico de
la filosofía y de la modernidad,
de la historia, como voluntad de nada,
cae en el lamentable dualismo de
postular una élite de filósofos que tienen el deber de
dominar a los esclavos, atrapados en
el instinto gregario de preservación
de la especia. Nietzsche no ve, no
logra ver, que especie e individuo, que él considera
adecuadamente, correspondiendo a su pensamiento, que son representaciones, son una paradoja
indisoluble, dinámica, creativa.
Es necio considerar a
Nietzsche como un “filósofo” antecesor del nazismo, cuando, mas bien, retomando
sus textos, en sus distintas etapas, critica las formas de mediocridad del Estado y del poder, de una supremacía
racial basada en códigos culturales
y en códigos de apariencia física. En esto tienen razón los intérpretes vanguardistas, que demuestran
precisamente lo contrario, la alteridad
nietzscheana ante lo que podríamos llamar la expresión más grotesca de la banalización de un pensamiento y una escritura
intempestiva, que es profundamente rebelde a la civilización moderna. No parece sostenible esforzarse, aunque sea
de una manera magistral, en mostrar un Nietzsche vanguardista, a pesar de su crítica
a la modernidad, que es, efectivamente, el antecedente de la crítica de la escuela de Frankfurt, de la
dialéctica iluminista de Max
Horkheimer y Teodoro Adorno. Nietzsche cae en divagaciones dualistas, a pesar de ser uno de los primeros pensadores que
propone salir del pensamiento dualista;
el pensador del más allá del bien y el
mal, en estas interpretaciones, algunas de ellas, que presenta Klossowsky,
inéditas, termina invirtiendo el dualismo que desmonta y critica,
convirtiendo en el bien lo que
considera mal el pensamiento
moralista; cuando la proyección del enunciado de más allá del bien y el mal es salir de todo dualismo y valorar de
otra manera éstos opuestos, devenidos de la religión.
Si no hay
efectivamente ni bien ni mal, dualismo impuesto por las
religiones monoteístas, si lo que se constata, efectivamente, en la experiencia corporal, es la potencia creativa de la vida, desbordante, que responde a la paradoja de azar y necesidad,
complementadas, entonces, especie e individuo, la aporía obsesiva de
Nietzsche, son la dinámica creativa,
indisoluble, que realiza la singularidad
a partir de la preservación de regularidades compartidas por las singularidades, regularidades que se realizan precisamente en la diferencia única de la singularidad. A diferencia del pensamiento moderno, esquemático y
dualista, el pensamiento complejo
concibe la dinámica paradójica de la especie y del individuo, utilizando los mismos términos que supone Nietzsche. Dicho
de manera sencilla, somos, cada quien, especie
e individuo; somos la realización singular de la especie en el individuo y somos la proyección
del individuo en la especie.
Desde esta
perspectiva compleja, no hay instinto
gregario, opuesto al instinto de
individuación o singularidad estética; somos, lo que el mismo
Nietzsche sugiere, con otras palabras, un entramado
complejo, no solamente azaroso,
sino también necesario, asumiendo la paradoja de azar y necesidad; una composición y combinación dinámica de fuerzas fundamentales del multiverso; fuerzas
que se realizan en múltiples y plurales singularidades,
asociadas, en distintas escalas. Comenzando con los enunciados de Nietzsche,
somos a la vez, complementariamente, especie e individuo. Es más, somos no
solamente especie, sino especies devenidas del último ancestro común genético, el LUCA,
por lo tanto, nichos ecológicos, singularidades
de la sincronización ecológica
planetaria, además de la sincronización integral compleja y dinámica del
multiverso. Para decirlo a modo de una primera conclusión, recogiendo las premisas de Nietzsche, no necesariamente
sus conclusiones, discutibles, las
que tienen que ver, según nuestra traducción, con la voluntad de potencia, somos creaciones
singulares de la potencia vital,
a su vez, con capacidad creadora, si liberamos la potencia de la vida,
desentendiéndonos de los fantasmas,
de las representaciones, es decir, de
las ilusiones, construidas por la
modernidad. La que se da finalidades
o quizás un fin supremo, que llama evolución, para protegerse de lo que
considera el sinsentido y el caos.
Cuando lo único que hace es caer en el sinsentido
de la fantasmagoría ideológica. No se
trata de sentido sino de creación, lo que el propio Nietzsche nos
enseñó en sus escrituras intempestivas.
[1] Revisar de Gilles Deleuze Nietzsche y la filosofía. Anagrama;
Barcelona 1998.
[3]
Revisar de Pierre Klossowsky Nietzsche y el círculo vicioso. Caronte
Filosofía; La Plata; págs. 64-65. http://www.lacomunitatinconfessable.com/wp-content/uploads/2009/06/klossowski1.pdf.
[4] Ver Imaginación e imaginario radicales. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/imaginaci__n_e_imaginario_radicales.
[5] Ibídem. Págs. 65-66.
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