Apogeo o decadencia Violaciones constitucionales, infractores políticos
Apogeo o decadencia
Violaciones constitucionales,
infractores políticos
Raúl Prada Alcoreza
Apogeo o decadencia
En lenguaje jurídico-político se habla de violaciones constitucionales como de delitos constitucionales; a los infractores políticos de estas
violaciones y otras violencias,
relativas al abuso y uso perverso de la autoridad y de la representación, se los nombra como delincuentes políticos. La Constitución ha sido vulnerada
sistemáticamente por el “gobierno progresista”; las infracciones políticas proliferan en las gestiones de gobierno, en
las labores legislativas y judiciales, en la complicidad y condescendencia de
los tribunales; sobre todo, del Tribunal Constitucional. Es más, la concomitancia
es patente en el Tribunal Electoral. Este es el panorama decadente del ejercicio
del poder de la forma de
gubernamentalidad clientelar, prebendal y corrupta.
Lo que llama la
atención es que los comprometidos en estas infracciones
políticas y en estas violaciones
constitucionales ni se inmutan. No parece afectarles estos actos
bochornosos. Todo pasa como si todo esto fuese “normal”, como si estuviese avalado
por el sistema jurídico y el sistema político, además del sistema institucional del Estado. Si bien se puede decir que estos sistemas son usados para efectuar esas infracciones y esas vulneraciones; no se pude aseverar que las estructuras jurídicas, políticas e institucionales avalan
explícitamente estos delitos
constitucionales y estas delincuencias
políticas. En todo caso, mas bien, aparecen como los dispositivos del orden,
del Estado, de la Ley, de la Justicia y del ejercicio de gobierno como principio categórico. Este contraste entre leyes, discursos
constitucionales, normas, reglamentos y regulaciones institucionales, respecto
a las prácticas, al ejercicio efectivo del poder, es
precisamente lo que sirve ideológicamente
para la legitimación de las formas de poder.
Mientras se mantiene
este contraste, el discurso jurídico-político dice lo que
establece el sistema jurídico-político;
entonces, la Constitución aparece como ideal;
ideal al que se aproxima
perfectiblemente el ejercicio político de gobierno y de poder. La ideología funciona como le corresponde,
como imaginario conservador, que
contiene las narrativas estatales,
legitimando los ejercicios de poder,
por más distantes que se encuentren del ideal.
Empero, cuando se pretende que estos dispositivos
discursivos jurídico-políticos, estos dispositivos
institucionales, digan exactamente lo que se hace, el contraste ideológico
desaparece; desapareciendo el ideal
como fin. Ya no hay ideal y fin; pretendiendo groseramente que el fin está alcanzado en el descarnado
ejercicio del poder, que es el de la violencia
desnuda y demoledora. En vez del ideal,
dado como promesa ideológica, aparece lo grotesco
político.
Es como si el teatro perdiera su magia y su hechizo,
cuando se muestra lo que ocurre entre bambalinas y en los entretelones; mirando
disfrazarse a los actores, observando la conformación de los escenarios y las
luces. Mostrando, en definitiva, abiertamente, los secretos de las puestas en escena. Con esta descarnada
desnudez, desaparece el teatro,
también la escena misma; para mostrar
la evidencia atroz de los juegos de poder
y de los forcejeos políticos.
Los “gobiernos
progresistas” del siglo XXI hacen precisamente esto, mostrarlo todo
descarnadamente. Hacer desaparecer el ideal
y los fines, reduciéndolos al tamaño
de las miserias humanas. La política pierde el encanto que todavía
le quedaba; en otras palabras, muere, desaparece. Este fin de la historia “progresista”
es lamentablemente grotesco. Violencia
sin seducción del poder; es como pornografía y no erotismo;
muy lejos de este excedente de placer.
Todos los símbolos de la revolución se banalizan. La misma revolución se convierte en el “culto a
la personalidad”, personalidad que cada vez más es una caricatura sin espesores, un estereotipo sin color y sin sangre;
pura publicidad bulliciosa y estridente. Esta es la miseria de esta “política progresista”.
¿Quiénes dicen que
consideran que todo este jolgorio de la
banalidad y de lo grotesco político es el “ideal”
alcanzado, el “fin de la historia”, el logro supremo de la justicia, de la
igualdad, de la descolonización y de la libertad? Son precisamente, en primer
lugar, los mismos actores de esta comedia
desnuda y abierta; en segundo lugar, toda la burocracia mediocre al servicio de
estos montajes visibles. En tercer lugar, la masa elocuente de llunk’us; en cuarto lugar, los estratos
incorporados de oportunistas y pragmáticos, que son los que siempre medran a la
sombra del poder, bajo cualquier forma que adquiera.
¿Cómo puede ocurrir
todo esto, esta banalización de los símbolos y de la ideología, este vaciamiento
de los contenidos, esta grosera
reducción de la política a las miserias humanas? La explicación que
dimos es que solo puede concurrir esta decadencia
debido al uso múltiple y proliferante, además de constante, de las formas de violencia. Es decir, todo lo
que ocurre, todo lo que adquiere forma
y hasta expresión, de la manera
descrita, es realización proliferante
de las violencias ejercidas y
sistemáticas. Estas violencias
adquieren formas, adquieren expresiones; aunque estas formas no sean nada estéticas ni logradas, sino aparezcan, mas bien, como inconclusas y
deformadas; aunque estas expresiones
parezcan, mas bien, balbuceos. No se trata de astucia, por lo tanto, no se trata de astucia criolla, tan mentada en nuestros medios; pues la astucia brilla por su ausencia. Sino de
torpeza, forcejeo, sumatoria de empellones, para hacer encajar estas
“políticas”, estos ejercicios de poder,
cada vez más elementales, en los boquetes de la ideología anacrónica y
envejecida, que muestra sus desgarraduras y vacíos.
Después de haber
perdido el referendo sobre la reforma constitucional para habilitar al
presidente a nuevas reelecciones, los abogados, legisladores llunk’us presentan una “interpretación”
enredada e insostenible jurídicamente, para habilitar al presidente, de todas
maneras, a pesar de la derrota; esta vez usurpando y desconociendo la soberanía que radica en el pueblo. El usurpador comedido sería el
Tribunal Constitucional; los magistrados elegidos y ungidos de una manera
espuria. Pues se impusieron desconociendo la mayoría cuantitativa del voto
nulo; lo que anulaba la elección de los magistrados. Esta maniobra es a todas
luces, no solo grotesca, una muestra
de la sandez política. Sin embargo, como dijimos, los ejecutores de la maniobra
ni se inmutan. El presidente dijo, en un principio, que “deja al pueblo” la
posibilidad de su reelección; después, corrigiendo, dice que deja en manos del
Tribunal Constitucional. Es más, para asombrar con sus incongruencias, algunos
voceros oficialistas llegan a decir que los “derechos” de ser reelegido están
por encima del referéndum; incluso, al parecer, en esta alargada insensatez,
encima de la propia Constitución. ¿Creen que esto que hacen y dicen es algo
parecido a la “astucia política”?
Estos son los
niveles, el tocar fondo en la decadencia
política, a los que se ha llegado, en
la era de la simulación, con esta forma de gubernamentalidad clientelar,
prebendal y corrupta. Lo que queda claro, es, como dijimos, que lo hacen,
no por astucia, ni logro táctico y
estratégico, que también brillan por su ausencia, sino por imposición a través
de la violencia ejercida. El recurrir
a la mayoría congresal, la masa de representantes “levanta manos”, como se los
llama popularmente, es violencia de
la perversión legislativa. El
recurrir a los aparatos del Estado, entre ellos a los Tribunales, sobre todo,
al Tribunal Constitucional, apéndices del ejecutivo y al servicio del poder, es
violencia de la perversión institucional. El recurrir al Tribunal Electoral para
avalar la segunda elección de magistrados, hecha de manera fraudulenta, sin
cumplir con los requisitos constitucionales y democráticos, tampoco
institucionales, es violencia de la perversión de las prácticas de votación. Con todo esto, la ciudadanía se esfuma, sustituyéndose los derechos consagrados en la Constitución por imposiciones adulteradas, que responden a los intereses de la casta política gobernante; concretamente
de la burguesía rentista.
¿Cuál es el problema y cuál es el tema en cuestión,
respecto a esta decadencia? No es que
los gobernantes sean como son; que los “representantes del pueblo” sean, mas
bien, representantes del poder, en
sus formas más opacas y oscuras; no es que la burocracia y los funcionarios
estén al servicio de la forma de
gubernamentalidad clientelar; no es que la masa elocuente de llunk’us no encuentre otro sentido político que la de la sumisión servil; sino que el pueblo deje hacer lo que quieran a estos
sujetos de las formas banales y grotescas de la política decadente.
En ensayos anteriores
dijimos que se trata del deseo del amo,
también de la voluntad de nada, de la
marcha destructiva del espíritu de
resentimiento, del espíritu de venganza, de la consciencia culpable; todas estas formas y perfiles de la consciencia desdichada, del sujeto
desgarrado. También remarcamos que la responsabilidad de lo que acontece es
fundamentalmente del pueblo, que, al
conformarse, reproduce el poder; que
permite las órbitas del círculo vicioso del poder. La
consecuencia que sacamos es que el pueblo
es cómplice de su propia
esclavización y subordinación, es cómplice
de las dominaciones y cadenas a las
que está sujeto. Estas interpretaciones, que parecen
categóricas, además de interpeladoras, ayudan a comprender el funcionamiento
de las máquinas de poder, sin buscar culpables, ni en los ejecutores de las dominaciones, ni en los que las sufren.
Sin embargo, también anotamos que, además, sobre todo, como condición de posibilidad
histórico-social-cultural-corporal se encuentra, como substrato, la sociedad
alterativa, sosteniendo, los vaivenes de la sociedad institucional. Por lo tanto, que lo vital social se encuentra
en la sociedad alterativa, en sus flujos de fuga, también en sus
incursiones desbordantes, que sitian y llegan a tomar, provisionalmente, los espacio-tiempos de la institucionalidad social y estatal. En
esta perspectiva, dijimos, que la potencia social, es la energía vital de las sociedades; la que
emerge, provocando cambios, que son considerados revoluciones, en las formaciones
discursivas y enunciativas de la modernidad.
Vamos a sugerir una
nueva paradoja en estos decursos de
la modernidad crepuscular; la paradoja del apogeo y la decadencia; que
se complementa y articula con la paradoja
de la transformación/conservación. Tal parece que la decadencia, más aún, la decadencia en su grado de intensidad abismal, sobre todo, la
hondura profunda del desmoronamiento,
desata la necesidad de un nuevo apogeo, proliferante en nuevas
invenciones y creaciones sociales. Esto dicho teóricamente. El problema es que todavía no se vislumbran
claramente las formas inaugurales de
este apogeo, si se quiere, de este horizonte civilizatorio. Si bien ya se
manifiestan formas de pensamiento
complejos, que conciben la integralidad
de los ciclos vitales planetarios, la
sincronización de todos sus espesores y
planos de intensidad, en las distintas escalas del multiverso, además de
los activismos vinculados, no se
muestra claramente la emergencia compensatoria a la decadencia; es decir, el apogeo.
Por lo tanto, se
podría decir, que una cosa es la posibilidad
teóricamente vislumbrada y otra cosa
es la posibilidad efectivamente dada
como flujo de fuerzas sociales. La posibilidad teórica, es decir, la
posibilidad de su realización, no depende de la armonía del corpus teórico que la enuncia, sino de las fuerzas sociales que efectivamente puedan realizarla. Entonces, no sabemos sobre los desenlaces que se darían concretamente. Lo que sí se puede saber es
que hay responsabilidad social en lo que pueda ocurrir. Que las posibilidades, no solo teóricas, sino
inherentes a los espesores del acontecimiento, puedan darse, depende de
las voluntades singulares, para que
se dé lugar la apertura a otros horizontes
histórico-culturales-civilizatorios. Depende de la integración acumulativa
de estas voluntades singulares,
convertidas en potencia social creativa. Entonces, el desafío parece ser el
cómo se activa la potencia social, inhibida en los cuerpos, por los diagramas
de poder, por las cartografías políticas, por las mallas institucionales.
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