La burbuja política

La burbuja política
Raúl Prada Alcoreza














Las burbujas especulativas en la economía son eso, burbujas, esferas provisionales y fugaces, que no tienen la propiedad de la duración, tampoco el atributo de la consistencia. Las burbujas políticas también son especulativas; por lo tanto, provisionales y fugaces. Las burbujas especulativas económicas inflan costos, especulan sobre la renta del capital, que es el cobro por concepto de préstamo y de los créditos otorgados; se apropian del excedente de manera forzada, sin generar valor, sino lo que hacen es apropiarse de valores no producidos por el sistema financiero. Las burbujas políticas inflaman los imaginarios institucionales, abusan excesivamente de la narrativa estatal, convirtiendo sus justificaciones ideológicas en simples esquemas o guiones comunicacionales de trama de epopeya, reducida a la superficialidad de dibujo animado sin espesores.

El tema es que mientras duran las burbujas políticas, la clase política, sobre todo, el estrato gobernante de esta casta, los representantes y gobernantes, los funcionarios de jerarquía, aprovechan la oportunidad para imponer decisiones insostenibles en el ciclo largo, también en el ciclo mediano, aunque pueda parecer que lo logran en  el ciclo corto, sobre todo, en la coyuntura. Esta apuesta al goce inmediato es, mas bien, una muestra clara de debilidades evidentes, de impotencias reconocibles, a pesar del discurso soberbio y autoritario, que busca ocultarlas. Primero, porque es una renuncia manifiesta al placer, que es mas bien, duradero. Lo que denota la ausencia de capacidad estética. En otras palabras, los políticos, sobre todo, gobernantes, no son creadores, sino imitadores de lo que ya se hizo; solo, que a veces, cuando se disfrazan de “revolucionarios”, lo hacen con distintos guiones y discursos.

Decir que es incuestionable el “derecho” de alguien, aunque sea mandatario, ser reelegido, cuantas veces quiera; que este “derecho” esta sobre la Constitución, es una muestra patente del delirio político. Lo que hace surrealista el escenario político es que se pretenda implementar esta “aberración”, como la califica el actual presidente de Ecuador, moviendo los dispositivos estatales al antojo de estos criterios alucinantes.  No se trata, en este texto, de debatir este supuesto “derecho”, que no se sabe cómo se convierte en “derecho” una imposición del poder, que vulnera la Constitución y la institucionalidad; las canchas donde los políticos juegan sus cartas. Sino de analizar estos comportamientos exacerbados, que rayan en la alucinación, especulando sobre otra “realidad”, mas bien, movida por las “reglas” de los desajustes e improvisaciones constantes; es decir de la suspensión arbitraria y caprichosa de todas las reglas del juego acordadas.

No se trata ya solo de mostrar lo inconstitucionales y anti-institucionales que son estos comportamientos políticos, por lo tanto, lo “anómalos” que son respecto al discurso jurídico-político establecido constitucionalmente, sino de comprender el funcionamiento de estos desatinos despavoridos, que se manifiestan en las conductas políticas. No empecemos a responder desde el supuesto más elemental y común; que se hace todo esto, sin ruborizarse, por preservarse en el poder. Sino de leer estos comportamientos políticos como síntomas de procesos que develan otras “lógicas”, por así decirlo; por ejemplo, las “lógicas” inherentes a procesos destructivos, procesos nihilistas, que expresan la diseminación vertiginosa de toda forma, contenido, materia e institución de cohesión social. En anteriores textos representamos, metafóricamente, a los gobernantes del mundo, de los Estado-nación del mundo, como jinetes del apocalipsis, en esta coyuntura mundial, incluso período, de la crisis múltiple del Estado-nación, de la crisis de hegemonía y de dominación del orden mundial. Esta apreciación parece adecuada como exposición ilustrativa. Pero, más que jinetes parecen, mas bien, corresponder a la irónica situación de víctimas que se creen los amos que controlan los engranajes de las maquinarias del poder. Son, mas bien, como los caballos desbocados que montan estos fantasmas, que figuramos como jinetes del apocalipsis.

Visto de cerca lo que pasa, no parecen los gobernantes controlar, sino, mas bien, padecer, el descalabro desencadenado por el poder. Son como la hechura del desborde desenfrenado de las violencias desatadas por el ejercicio del poder. Son los grotescos personajes de la marcha tétrica del poder desenvuelto. Para decirlo de manera sencilla, estos personajes, lejos de gozar del poder, lo sufren; envejecen, se enferman, exacerban las inclinaciones paranoicas, conforman perfiles trágico-cómicos de tramas enloquecidas, para figurar una metáfora ilustrativa. Como se dice, aunque usted no lo crea, estos personajes dramáticos, que son víctimas de la ilusión del poder, se creen, más bien, “reyes”. Ilusión del poder que les ayuda a soportar, por lo menos un tiempo, las exigencias atroces del poder, por estar aposentados en esta maquinaria opulenta y chirriante de la destrucción.

Estos personajes alucinantes, los gobernantes, develan, cuando se muestran autoritarios, déspotas, cínicos, pretendiendo aplicar medidas insostenibles jurídica, constitucionalmente y políticamente, su más aterida vulnerabilidad; la de la impotencia, al recurrir a la imposición, por medio de las violencias, desde las simbólicas hasta las físicas; pues demuestran que no pueden manejar el gobierno de acuerdo a las reglas del juego que la clase política ha aceptado. Por lo tanto, no están en la mesa del juego, sino en otro juego no acorado, ni reglamentado; aunque estén en la mesa, pero, haciendo, como se dice, comúnmente, trampa. Lo que también sorprende y exige explicación es que la llamada “oposición” tome en serio estos aspavientos, estas conductas delirantes; lo hace también la “izquierda” radical, que increpa al gobierno por “derechista”. Los consideran desde “dictadores” hasta delincuentes políticos, otros los consideran “traidores”, hasta usurpadores de la voluntad popular. Estas interpretaciones o apreciaciones políticas forman parte del mismo paradigma o forma de pensamiento político, por más contrastantes que parezcan. La dualidad esquemática se hace patente en la validación de enfrentamientos entre enemigos, que tienen más en común que diferencias.

¿Qué son entonces estos personajes del poder? Se puede decir que son la realización más encarnada del poder descarnado, son como la realización más grotesca del poder; la más patente conformación de la subjetividad enajenada del poder y, a la vez, la evidencia de la desarticulación más despiadada de la estructura subjetiva, que se denomina sujeto. Para no ir más lejos, en el detalle de esta dinámica destructiva, en el derrumbe ético y moral más demoledor. El espíritu de venganza, que anida en los contrincantes, se llamen “oposición” o contrincantes políticos, es más, superadores de “izquierda”, busca castigarlos lapidariamente para escarmentar. El mismo procedimiento generalizado de todos los amos de las historias intrincadas políticas de las sociedades modernas. Al hacerlo, cuando lo pueden hacer, no se dan cuenta, que repiten lo mismo; que hacen lo mismo; que recurren a la violencia para castigar, vigilar, controlar, incluso escarmentar. Lo único que logran es efectuar la catarsis de la venganza. Con lo que se inicia nuevamente el círculo vicioso del poder.

No se trata ni de culpar, tampoco, en contraste, de perdonar. Nadie puede eludir su responsabilidad. Si no se trata de comprender el funcionamiento nihilista y destructivo de las máquinas de poder; sobre todo, para salir del círculo vicioso del poder. Parece que un paso apropiado para comenzar a salir del círculo vicioso del poder es abandonar las prácticas que lo sustentan, las prácticas de dominación, desde las imperceptibles hasta las evidentes; abandonar las representaciones ligadas a estas prácticas. En relación a esto, dejar la pretensión de justiciero,  de “héroe” de epopeya, que corrige  errores, que enmienda injusticias; llamaremos a este estilo de conducta y elocuencia psicológica, el deseo del Quijote. Pues el Quijote, mas bien, parece ser, la figura del anti-héroe, inaugurando la narrativa de la novela, que graciosamente legitima la dominación imperante; mensaje que parece mandarnos Miguel de Cervantes al ironizar en la trama de la narrativa de la primera novela, en la era de la modernidad, era de la simulación.

 Las burbujas políticas son construcciones artificiales y mediáticas, sostenidas en sistemáticas y constantes violencias. El cimiento de esta arquitectura provisional y especulativa es la heurística de las maquinarias de poder, los dispositivos del ejercicio del poder; la efectuación concreta del poder no deja de ser desenvolvimiento de la violencia, se manifieste de manera imperceptible o se manifieste de manera contundente, haciéndose dolorosamente perceptible. Las burbujas políticas son entonces costosas, desde la ponderación social, mucho más desde la ponderación ecológica. Mantener estos escenarios montados, estos espectáculos mediáticos, se dan al costo de la libertad; concepto filosófico moderno, que debemos entender como autonomía, autogestión, autodeterminación y autogobierno. Este costo, la hipoteca de la libertad, se efectúa tanto en su forma liberal como en su forma socialista. En un caso, la libertad es reducida al fetichismo de la libertad de mercado, de la libertad individual, garantizada por el Estado de derecho; por lo tanto, se trata de una libertad formalizada, maquillada, presentada como “seducción” de mercado, como elocuencia colorida de los escaparates. En otro caso, la libertad es suspendida a nombre de la justicia, en un periodo de transición, llamado eufemísticamente “dictadura del proletariado”. Estas formas de suspensión de la libertad adquieren perfiles particulares, dependiendo de las historias políticas singulares, los contextos y las coyunturas. Pueden adquirir formas barrocas y mezcladas, conjugar analogías de un paradigma y de otro, de manera eclética, como en el caso de la forma de gubernamentalidad clientelar, conocida como populista.  También pueden presentarse en toda su crudeza, como ocurre con la forma de dictadura militar o la forma extrema de totalitarismo. Todas estas variantes de la suspensión de la libertad lo hacen paradójicamente a nombre de la libertad o de la justicia.

En lo que respecta a los exabruptos de la “reelección indefinida”; de la anulación de la Ley 180, levantando la condición de intangibilidad del TIPNIS; de la defensa in-disimulada y encubrimiento del alcalde corrupto de Achacachi, que es una muestra de lo que ocurre en los gobiernos municipales, también en los gobiernos departamentales administrados por el MAS, así como lo que pasa en el gobierno central y en los dispositivos mismos del Estado; se puede explicar, diciéndolo de esa manera acostumbrada, como que se confunde la burbuja política con el mundo efectivo o se reduce el mundo efectivo a los límites estrechos de la burbuja. El problema aquí es que se obvia la diferencia entre la burbuja política y el mundo efectivo. Aunque se suponga que la burbuja política es necesaria, un mínimo de realismo político no descarta la diferencia entre burbuja política y mundo efectivo. Por ejemplo, la diferencia entre Estado y sociedad es mantenida como supuesto básico, para legitimar al Estado como síntesis política de la sociedad. Si se confunden Estado y sociedad, si se considera que la sociedad es lo que el Estado imagina que es, la imagen de auto-contemplación estatal, la mirada en el espejo, la legitimación del Estado mismo desaparece, desapareciendo también la razón de Estado. Un gobierno que cree que el país que gobierna es lo que tiene en la burbuja política, las imágenes que tiene del país, proyectadas en las paredes cristalinas de la burbuja, es un gobierno que se ha tragado al país en sus cuatro estómagos de la ilusión del poder; la ideología, la propaganda, la publicidad, el mundo mediático. Lo único que obtiene es la leche de sus propias especulaciones, espectáculos y montajes; otra ficción del poder. Un gobierno que se ha tragado al país de esa forma imaginaria también desaparece como tal, como gobierno; convirtiéndose en aparato de la destrucción del país, pero, también de sí mismo. Se trata de un suicidio político.

La relación entre política y medios de comunicación se ha invertido en la modernidad tardía; ya no son los medios de comunicación instrumentos de la política. Al contrario, los medios de comunicación utilizan la política como instrumento de sus desplazamientos publicitarios. Lo mismo ocurre con la relación entre mercado y medios de comunicación; ya no son los medios de comunicación instrumentos para favorecer los circuitos mercantiles;  al contrario, los medios de comunicación usan el mercado como instrumento. El mercado es el gran escenario donde se desenvuelven la vorágine mediática; lo que vende la heurística mediática es publicidad, imágenes, ficciones banales, que adormecen las esperanzas y expectativas con satisfacciones de goces triviales.

El gobierno que ha confundido el mundo efectivo con el mundo mediático, se ha convertido en programa publicitario, en imagen montada por los medios de comunicación; es una ficción mediática.  Como toda ficción desaparece cuando la burbuja se derrumba. La niebla se disipa cuando sube la temperatura y alumbra el sol; la visión recobra sus capacidades y alcances. El gobierno convertido en imagen mediática se evapora ante la propagación de las dinámicas del mundo efectivo, mostrando abiertamente la potencia creativa de la vida, en ella, la potencia social.




  

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