Abolición de la democracia y banalización de los conceptos
Abolición de la democracia y banalización de
los conceptos
Raúl Prada Alcoreza
Abolición de la democracia y banalización de los conceptos
Dedicado a Juan
Perelman Fajardo, militante absoluto, entregando su cuerpo, sus órganos, sus
huesos, sus pasiones a la lucha contra el poder y sus dominaciones polimorfas.
Lúcido escritor, orador y activista libertario.
Asistimos a la abolición
de la democracia, paradójicamente
por medios “democráticos” o que, por lo menos, lo hacen a nombre de ella.
Asistimos a la banalización de los
conceptos; se los vacía de su contenido y se usa la cáscara de su superficie para emplearlos como mejor conviene al discurso demagógico del poder. La
segunda elección de magistrados es más chuta
que la primera; la que perdió el “gobierno progresista” frente al voto nulo y
blanco. Lo que equivale efectivamente a la anulación
de las elecciones; sin embargo, aun así se continuó con la imposición de la abolición de la democracia; democracia que según la Constitución
debería ser participativa. Esta
segunda elección de magistrados, que obviamente no aprendió la lección de la
primera, convocó a su elección de una manera irregular, sin cumplir con lo que manda la Constitución. La
Constitución, que establece el sistema de
gobierno de la democracia
participativa, pluralista, directa, comunitaria y representativa, exige que
haya debate abierto, que haya participación social y popular, que los
candidatos emerjan de esta deliberación colectiva, que se los conozcan y hablen
con la gente. Nada de esto ocurrió; ni siquiera lo que establece la democracia formal en sentido
institucional y respecto de los requisitos mínimos para ser candidato. Se
impusieron candidatos afines al oficialismo, además de tal manera, que sus perfiles dejan mucho que desear para la responsabilidad que se espera de las
magistraturas. Sin embargo, nada de esto le importa al “gobierno progresista”,
al Congreso y al Tribunal Electoral; no les importa ni guardar las apariencias,
ni el decoro, sino imponer la voluntad
despótica de los gobernantes.
¿Acaso no saben que, en el lenguaje jurídico-político, estos actos son delitos constitucionales, son delitos
políticos; desde la normativa del discurso
jurídico-político, se considera a los ejecutores, cómplices y comprometidos
en estos actos como delincuentes
políticos? Parece que no; hacen caso omiso a las consecuencias jurídicas y
políticas, pues se consideran todavía impunes,
a pesar de su gran desgaste y avanzada implosión.
Con esta escandalosa convocatoria y montaje de la elección de magistrados,
sumada a los acciones políticas gubernamentales, congresales y de los aparatos
de Estado, durante el período de la regresión
política y, después, de la decadencia,
lo que han hecho estos personajes, su entorno palaciego, los cómplices de la
burocracia de los órganos de poder, la masa elocuente de llunk’us, es abolir la
democracia.
Acompañando este democracidio
funciona el discurso de la banalización
de los conceptos. Se usan conceptos,
ciertamente sin su contexto textual,
sin la narrativa teórica, de la que
forman parte, como cáscaras, una vez vaciados sus contenidos. Todo para
justificar las violaciones a la Constitución, la vulneración de los derechos
consagrados en la Constitución, la imposición de una economía extractivista colonial del capitalismo dependiente y las
políticas infértiles del Estado rentista.
Por ejemplo, se habla de “lucha de clases” refiriéndose al conflicto de
Achacachi, como si el concepto de lucha de clases fuera adecuado para
explicar el conflicto, reduciéndolo además, en este caso, al enfrentamiento del
Pueblo con las comunidades campesinas[1].
El concepto de lucha de clases supone, en primer lugar, la contradicción estructural del proletariado
con la burguesía; funciona para interpretar el modo de producción capitalista, la explotación de la fuerza de
trabajo, la formación de la plusvalía,
además de explicar la lucha emancipatoria
del proletariado frente a la dominación del Capital. En segundo
lugar, cuando el concepto de lucha de clases se extiende a las demás clases sociales, desde el tercer tomo de
El Capital hasta los Cuadernos de la cárcel de Antonio
Gramsci, cuando se reintroduce el concepto de hegemonía para articular el concepto
complejo de bloque histórico, se
lo hace manteniendo como eje estructural
conceptual la contradicción básica
entre proletariado y burguesía. En tercer lugar, cuando el concepto de lucha de clases se amplifica y es usado para interpretar la lucha
antiimperialista de los pueblos, en las tesis orientales, se lo hace comprendiendo la lucha de clases y su irradiación en el contexto mundial, como debe ser. Tampoco en este caso se pierde el eje estructural de la lucha de clases de la contradicción del proletariado con la burguesía.
Cuando se usa el concepto
de “lucha de clases” para referirse al conflicto de Achacachi, ya se ha vaciado
el concepto de su contenido, de su estructura categorial, quedando solo la
cáscara; es decir, las palabra fofa, que puede ser llenada con cualquier significación. En la demagogia
gubernamental, que en el lenguaje
paceño y cochabambino - pues la palabra viene del quechua - se nombra como discurso de pajpaku, se le da la connotación sociológica de contradicción entre vecinos del pueblo y campesinos de las comunidades. Rigurosamente, no es adecuado ni pertinente usar el concepto de lucha de clases en la contradicción entre Pueblo y comunidades,
pues se trata de otro tipo de contradicciones
sociales, no las de la lucha de
clases, que se refiere básicamente a la contradicción
de la fuerza de trabajo, contratada
por los propietarios de los medios de
producción, con el capital. La banalización
del concepto va más lejos; sin una base empírica que contaste de si
efectivamente se trata de la contradicción
entre vecinos intermediarios y campesinos agricultores, pues el
conflicto estalla por la escandalosa corrupción
del municipio de Omasuyo, sobre todo, de su alcalde, se trasfiere la contradicción pueblo-comunidades, al conflicto que enfrenta a vecinos del Pueblo con la estructura prebendal, clientelar y corrupta de la alcaldía; que no es más que un caso singular de la pluralidad de casos de corrupción de las alcaldías, sobre todo,
gobernadas por el MAS; que no es más que una muestra de lo que ocurre a gran
escala en el Estado, sobre todo, con lo que concierne al “gobierno progresista”[2].
La abolición de
la democracia marcha junto a la banalización
de los conceptos, es decir, al discurso
de pajpaku. No por el rostro de mármol que se pone al decirlo
se logra ocultar el democracidio y la
banalización de los conceptos. El rostro de mármol y el tono agresivo con el que se pronuncia
este discurso de la banalidad retorica
lo que hace es dramatizar más la decadencia de la gubernamentalidad clientelar. Hay demasiada tensión en el semblante
y en la violencia de las palabras, que expresan los desgarramientos de la consciencia
desdichada, conformada por la consciencia
culpable, el espíritu de venganza
y la demanda desesperada de
reconocimiento de la consciencia
resentida. Síntomas trágicos de
los niveles de hundimiento ético, moral e intelectual.
¿Cómo funciona
este proceso de derrumbe y decadencia?
Recordando, hemos dicho que la democracia,
que significa autogobierno del pueblo,
se restringe en la modernidad,
circunscribiéndose a la formalidad de
la democracia institucional[3].
Esta democracia restringida, que
reduce el ejercicio de la democracia
a la representación y delegación, es ya una manera política de
anular el ejercicio pleno de la
democracia. Esta restricción inicial,
de base, en la democracia moderna, se
agrava cuando pierde su perfil, composición y estructura institucional. Cuando por ejemplo, se suspende el Estado de derecho para implantar el Estado de sitio. Esto ocurre cuando la forma de Estado retrocede de su forma
liberal o republicana a la forma de
Estado policial, aunque se lo haga a nombre del “socialismo”. Esto también
ocurre cuando en la forma de
gubernamentalidad clientelar la convocatoria
democrática y popular se convierte en el ejercicio
del manejo clientelar y prebendal para mantener la cohesión política. En este caso, la restricción de la democracia se agrava al extremo de encubrir el despotismo del caudillo y
de su entorno palaciego con discursos
que dicen que se lo hace precisamente para preservar la “democracia popular”[4].
Resulta que la “democracia popular” termina siendo el desmantelamiento de la Constitución, la violación de las
generaciones de derechos, entre ellos los derechos de las naciones y pueblos
indígenas; la imposición deliberada sin deliberación
democrática, participativa, comunitaria
y directa. La “democracia popular”
termina siendo la aplicación de procedimientos de imposición descarnada, usando a los “alzas manos” de la mayoría
oficial. El acatamiento de los apéndices del ejecutivo, fuera del Congreso, el del
poder judicial y del Tribunal Electoral. Entonces esta “democracia” popular se ejerce sin el pueblo, con el celo
despavorido de las altas autoridades y de la clasificada distribución de
funcionarios.
Lo que no llegan a entender los que ejercen semejante abolición de la democracia y de la banalización de los conceptos, el discurso del pajpaku, es que todo lo que hacen, lo que realizan y concretan, no
es más que victorias provisionales,
viciadas en su consistencia y en su temporalidad. No duran más que el lapso del dominio fugaz de los amos y patrones perpetrados en la maquinaria del poder, cumpliendo su
turno de engranajes de la dominación
mundial. No entienden que lo que logran circunstancialmente con estas maniobras desenvueltas no es más que la
construcción de un edificio político sin
cimientos. Acostumbrados a los efluvios de la ideología autocomplaciente no se dan cuenta que los montajes políticos no sustituyen estructuras, arquitecturas, mallas
institucionales consistentes, que requiere toda forma de gubernamentalidad que quiere durar.
Tampoco ven, mucho menos tener la posibilidad de interpretar, los síntomas del retorno de las
movilizaciones anti-sistémicas, que anuncian la clausura de la forma de
gubernamentalidad clientelar, como una vez anunciaron la clausura del proyecto neoliberal implantado. Llama la atención la abrumadora
miopía de los que ocupan los asientos del poder,
de un lado y de otro, de “izquierda” o de “derecha”, como se acostumbra decir.
Metidos en sus burbujas, en los climas de la ceremonialidad del poder, confunden el mundo efectivo con el mundo
de los ambientes interiores de las burbujas.
Encantados por los cantos de sirena, se pierden en las tinieblas que confunden
con el paraíso[5].
Una primera respuesta a la pregunta de ¿cómo funciona
el proceso de la decadencia?, es que parece funcionar
como encantamiento. Los gobernantes y
sus entornos de poder están como encantados,
embriagados por las ceremonialidades del
poder, exaltados en sus egos ateridos
como consagradas figuras de epopeya
barata. Se explica, entonces, que se embarquen en la odisea, no de retorno a Ítaca, sino al naufragio en el círculo o
remolino vicioso del poder.
Una segunda respuesta, parece que ocurre como lo que
describe Sergio Almaraz Paz en Réquiem
para una república, en el capítulo El
tiempo de las cosas pequeñas[6];
se retrocede en unos tópicos para defender otros, se lo hace poco a poco,
empero, acumulando concesiones, que llega un momento cuando se atraviesa la línea,
cuando el “gobierno del pueblo” está al otro lado, en la otra vereda,
enfrentando a su pueblo.
Una tercera respuesta, en la medida que se persiste en
el círculo vicioso del poder, en vez
de intentar salir, sobre todo, cuando se dice pretender hacer “revolución”, el campo gravitatorio del poder atrae hasta
el punto de convertir a la órbita en
el circuito que va ser engullido por
el centro destructivo del campo gravitatorio de las dominaciones.
[1] Ver El discurso del poder.
[2] Ver Vuelve la movilización
social anti-sistémica. https://voluntaddepotencia.wordpress.com/2017/08/23/vuelve-la-movilizacion-social-anti-sistemica/.
[5] Ver Retorno
y porvenir de la rebelión. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/retorno_y_porvenir_de_la_rebeli__n.
[6] Revisar de Sergio Almaraz Paz Réquiem para una república. Amigos del
Libro; La Paz.
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