Responsabilidad y continuidad de la revolución
Responsabilidad y continuidad de la
revolución
Raúl Prada Alcoreza
Responsabilidad y continuidad de la revolución
Un refrán
popular conocido dice no críes cuervos que te sacaran los ojos. Friedrich
Nietzsche decía que lo peor que se puede tener son discípulos; nosotros continuábamos
con esta apreciación; decimos que los discípulo convierten en momia disecada al maestro, que es una forma de matarlo,
aunque cantando loas. Lo que pasa en Venezuela se parece a todo lo que dicen
estos refranes; quizás se tenga que hacer una precisión correspondiente. Los
seguidores del caudillo, más
elocuentes en la idolatría, matan al caudillo por segunda vez; matan su
legado.
La revolución bolivariana tiene varios
hitos. Primero, su substrato, de
donde nace y emerge; del magma volcánico
del caracazo. Segundo, de la irradiación
de este acontecimiento de sublevación
social. Tercero, su condensación en actitudes políticas, que buscan la realización de las demandas sociales del
caracazo. En el caso singular, se condensa en un levantamiento
militar, que intenta continuar la irradiación
del caracazo por la vía de las armas;
esta vez, un golpe de Estado nacionalista. Cuarto, después del fracaso del
golpe de Estado y su represión, además del encarcelamiento del líder, la condensación se da en un frente popular bolivariano, que disputa
en las elecciones nacionales, la representación
institucional de la democracia formal.
Esta condensación surte; accede al poder por la vía electoral. Quinto, se
abre un proceso constituyente, que
deriva en una Asamblea Constituyente y, en consecuencia, en una Constitución,
que funda la quinta República; la República Bolivariana de Venezuela. Con el
marco jurídico-político se apertura
el comienzo la las trasformaciones estructurales e institucionales, que
establece la Constitución.
Estos son los hitos de la revolución bolivariana. Pero, como toda revolución, no solo se embarca ante desafíos, diremos, histórico-políticos, sino también,
enfrenta el contra-proceso, que anida
en sus propias entrañas; la parte conservadora
de la revolución[1].
La contra-revolución se abre curso en
el mismo proceso revolucionario. No
hablamos de lo más conocido, de las resistencias
conservadoras de las organizaciones, formas de poder, representaciones,
derrocadas; no hablamos de la conspiración
y boicot de la denominada “derecha”. Sino
hablamos de algo que no se menciona, por lo menos, en los “análisis” apologistas de la “revolución”. Hablamos
de la contra-revolución que lleva
máscara “revolucionaria”.
Esa es la contra-revolución más eficaz. Pues la contra-revolución de la “derecha” es
contenida; la revolución goza de
cohesión y fuerzas sociales aglutinadas, de la movilización popular, además del
entusiasmo y confianza popular. La contra-revolución
de “izquierda”, denominándola así, para mantener contrastes, es demoledora,
pues se encuentra adentro; desarma
desde adentro, carcome el proceso desde el interior mismo de las organizaciones, que conforman la misma revolución. Se hace la contra-revolución a nombra de la revolución; además con declaraciones más
rimbombantes y mostrando lealtades más demostrativas, por la fidelidad con la “revolución”. Esto
desarma, de entrada, la posibilidad de reacción inmediata contra esta contra-revolución de “izquierda”. La
única posibilidad, por así decirlo, exagerando la figura, de detectar este contra-proceso, es la crítica, la defensa crítica de la revolución
en marcha.
Por eso, la burocracia, que se ha hecho cargo de la institucionalidad de la revolución en el poder, es decir, en el Estado, prohíbe cualquier crítica, declarándola, además, de “contra-revolucionaria”,
de coadyuvar a la “conspiración” de la “derecha” y el “imperialismo”. La burocracia no puede permitir un debate
sobre el curso de la revolución, sus
problemas, los errores contingentes, las interpretaciones de cómo seguir. Para
la burocracia todo está resuelto; la
interpretación oficial es la verdadera;
no hay duda. La duda es “contra-revolucionaria”. Hay que ser implacables, estar
templados como el acero. Esta mistificación del “militante
revolucionario” es ya un síntoma de
caer no solo en la apología banal,
sino en la religión laica de la política, que es la ideología.
La contra-revolución de “izquierda” es el caballo de Troya; está dentro de la fortaleza
de la revolución, para seguir con la
metáfora. Esta es la condición de imposibilidad de la revolución y del proceso de cambio; condición que obstaculiza la marcha de la revolución;
que inhibe sus fuerzas, que
inmoviliza su potencia, que restaura
los conservadurismos recalcitrantes,
investidos por disfraces revolucionarios.
Por eso, la revolución, al principio,
ralentiza su marcha, después se detiene, para luego comenzar la regresión, hasta caer en la decadencia.
La revolución bolivariana, después de la
promulgación de la Constitución, ha sido ralentizada
por la burocracia; después, detenida;
para luego, desmantelarla por el camino de la regresión. Ahora se encuentra en plena decadencia; ha cruzado la línea,
se encuentra al otro lado de la vereda, enfrentando al pueblo.
Este, más o
menos, es el perfil compartido por
las revoluciones en la modernidad,
salvo las excepciones que confirman
la regla, que llegan a ser una.
Vuelve a repetirse con las reformas progresistas;
pues son eso, aunque les demos el nombre de “revolución”. Las revoluciones destruyen el viejo régimen y construyen un nuevo contexto institucional y estructural. Las reformas progresistas no destruyeron el viejo régimen, sino, en el mejor de los casos, concluyeron las
tareas pendientes de la construcción y consolidación del Estado-nación. Las revoluciones del socialismo real, que son las revoluciones
socialistas efectuadas, las que permitieron las correlaciones de fuerza, destruyeron el viejo Estado y construyeron
uno nuevo. Con eso creyeron que bastaba para continuar con las transformaciones estructurales; empero, la ironía de la historia fue que el nuevo Estado restauró el monopolio del
poder; con este monopolio, abrió otro curso
a las desigualdades y a la formación
de nuevas clases dominantes; no
necesariamente propietarias de los medios de producción; pero sí administradoras de los medios de producción del Estado socialista. Sobre todo, propietaria del manejo estatal, de la difusión ideológica;
por lo tanto, de la propaganda. Particularmente, podemos hablar del monopolio de la interpretación oficial, la verdadera.
Con esto, la revolución pierde su ímpetu desbordante,
su capacidad creativa y su potencia
social desplegada. La “revolución” es propiedad, por así decirlo, de la nomenclatura, de la jerarquía del partido-Estado que ha convertido al Estado en un
partido. La revolución ha sido
vencida por la contra-revolución que
llevaba dentro.
La experiencia social política enseña estas
duras lecciones, que deberían haber sido aprendidas.
Empero, no ocurre esto. Al contrario, se insiste en repetir lo mismo; casi los
mismos discursos; mejor dicho argumentos; los de la propaganda ideológica; ciertamente adquiriendo
particularidad, según los contextos y
coyunturas. No tendría explicación
esta insistente recurrencia de lo mismo
si no se observa detenidamente lo que ocurre en las formas y estructuras del proceso revolucionario. No son los mismos
los que hacen, para decirlo
resumidamente, la revolución, y los
que se aprovechan de ella. Los
segundos son los que gobiernan,
generalmente, salvo la excepción que
confirma la regla. Entonces, resumiendo, unos luchan y otros gobiernan.
Los que insisten en la reiteración de errores, que convierten en verdades indiscutibles, oficialmente,
son pues los segundos; no los primeros, que a las alturas de cuando sucede
esto, ya están arrinconados. No es éste, sin embargo, nuestro tema, ahora; lo
fue en otros ensayos[2]. El tema, ahora, es interpretar, en lo posible, lo que
ocurre en la República Bolivariana de Venezuela, en la coyuntura álgida de la crisis política. Al respecto, diremos
algunas apreciaciones contextuales.
Periplo de la revolución bolivariana
Primero, la revolución bolivariana reproduce el perfil de los decursos de los procesos revolucionarios, anteriormente
dibujados. Solo que lo hace, ciertamente, con su propia singularidad, la nacional. Segundo, respondiendo a la pregunta que
se hizo de Rosa Luxemburgo de reforma o
revolución[3];
diremos que si bien es una reforma,
desde la perspectiva de las transformaciones estructurales e institucionales, sobre todo, en lo que
respecta al Estado-nación, concretamente, situándonos en el hecho que no se
destruyó el Estado liberal, es una reforma.
Sin embargo, desde la perspectiva de
la eclosión social, de la movilización social, del empoderamiento de las clases
subalternas, de la avalancha y el desborde de la movilización social, que
acompañó al proceso, es una revolución.
Tercero, que
el proceso de la revolución bolivariana nos enseña, volviendo a la pregunta de Rosa
Luxemburgo, que revolución es un concepto, pero también es una expresión metafórica, ciertamente figurativamente
connotativa, con mutaciones y
repercusiones transformadoras en el imaginario social. Que si bien parte de un modelo, en este caso, la revolución
francesa, adquiere peculiaridades en el decurso de las creaciones de las sublevaciones populares. El marxismo, sobre todo el marxismo bolchevique, el leninista,
consideraba que el Estado socialista, concebido como dispositivo revolucionario
de transición, debe efectuarse como dictadura del proletariado. Concepto que
nada tiene que ver con la interpretación vulgar de que se trata de una dictadura por el empleo de la violencia, aunque se la llame “revolucionaria”.
Etienne Balibar dedicó un libro al
esclarecimiento e interpretación de este concepto
histórico-político de la dictadura
del proletariado[4].
Retomando la interpretación de
Balibar, que habla, mas bien, del ejercicio
de una democracia efectiva – dejando
de lado la interpretación vulgar -, en la transición
del capitalismo al socialismo, creemos que la interpretación bolchevique tiene serios problemas, para sostener el
concepto. Vamos a intentar resumir
nuestros argumentos, que no son el tema de la reflexión del ensayo, remitiéndonos, mas bien, a otros escritos.
Primero, la dictadura del proletariado, en el concepto vertido por Vladimir Ilich
Lenin e interpretado por Balibar,
supone el Estado socialista. Este es el problema crucial; usar el Estado para
realizar la continuidad de la revolución. Consideramos, teniendo
en cuenta la experiencia social política,
de que usar el Estado para luchar
contra el capital es usar la otra cara del capital, que es el Estado, para hacerlo. Entonces el
proyecto es un fracaso antelado. Este es el error bolchevique de partida.
El concepto de
dictadura del proletariado es un
concepto que legitima la violencia, que no deja de recordarnos a
la violencia de las clases
dominantes. Como dice el mismo Lenin, el Estado es la dictadura de la clase
dominante. Retomando a Balibar, si bien se trata de la dictadura de la mayoría,
que no es más que la mayoría imaginaria,
pues los bolcheviques, que significan
lingüísticamente mayoría, no eran mayoría
en los soviets. Por otra parte, el proletariado
no era mayoría en la formación social
del imperio zarista desmoronado. Una minoría,
que se atribuye la representación del
proletariado, sobre todo, después de
masacrar a la vanguardia del proletariado
y de la revolución, los marineros y
organizaciones proletarias de Kronstandt, no ejerce la dictadura del proletariado, sino termina ejerciendo la dictadura de una minoría, el partido bolchevique.
Por más buenas
intenciones que hayan tenido los bolcheviques,
con llevar adelante esta dictadura de
una minoría militante, que llamaron dictadura
del proletariado, además, teniendo en cuenta los resultados del comunismo de guerra, que venció en la guerra civil desatada por las potencias
imperialistas e intervencionistas, la dictadura
del proletariado se convirtió en un bumerang
para la revolución socialista. La dictadura del proletariado se ejerció
violentamente contra los estratos abigarrados del campesinado ruso, que no solo
eran los kulaks; es decir, contra la
alianza de la proclamada articulación obrero-campesina, en las tesis
orientales. Después, contra los propios bolcheviques
sobrevivientes de la guerra civil, pasando
por el asesinato de los bolcheviques
del comité central del partido comunista. En consecuencia, la dictadura del proletariado resultó un dispositivo contra-revolucionario, en manos de una burocracia
mediocre y despiadada.
En el caso
venezolano, no es pues un buen argumento sostener el tesis de la dictadura del proletariado para
legitimar las acciones de un partido, que en nada se parece al partido bolchevique de la revolución rusa, y de un gobierno, que
está lejos del papel cumplido por los gobiernos
bolcheviques, en la primera etapa estatal de las transformaciones estructurales e institucionales del Estado
socialista. Mucho menos aun cuando su interpretación
del concepto de la dictadura del
proletariado no es ni la de Lenin y menos de la sugerente de Balibar, sino
una banalidad parecida a lo que
conciben los dictadores militares latinoamericanos.
Los devaneos
del marxismo vulgar son prosaicos y
elementales. Confunden el marxianismo,
llamado materialismo dialéctico y materialismo histórico, con los
prejuicios fijados del positivismo
burgués; es decir, del materialismo
burgués, al estilo de Paul Heinrich Dietrich, barón de Holbach[5]. Confunden la dictadura del
proletariado con el uso de la violencia
brutal, de la misma manera que
cualquier dictador militar conservador. No se puede esperar de ellos otra cosa
que su creencia en que la “revolución” es obediencia, disciplina y ausencia de crítica. Es imposible tomar en serio
estos devaneos de gente que balbucea el marxismo
y se proclama elocuentemente “marxista”. Lo que interesa, es reflexionar sobre los conceptos construidos por los bolcheviques para interpretar la realidad social, política y económica
específica de Eurasia, que ayude a llevar adelante la revolución. Estos conceptos,
los del marxismo bolchevique, los de
las tesis orientales, su decodificación, brillan por su ausencia
en los discursos y devaneos del marxismo
vulgar.
Ahora bien,
volviendo a la crisis del proceso de
cambio de la revolución bolivariana,
vemos que un marxismo vulgar,
imbricado, barrocamente, con imaginarios
mesiánicos triaviales, con representaciones
religiosas elementales, sobre todo evangelistas, se convierte en el modelo entremezclado del discurso del partido oficialista y del gobierno. Lejos de las reflexiones comprometidas de la teología de la liberación, mucho más
lejos de las interpretaciones histórico-políticas de la izquierda nacional latinoamericana[6], mucho más lejos de los análisis y las tesis orientales bolcheviques, rusas y chinas, se proclaman herederos del acontecimiento carismático,
nacionalista y social, de Hugo Chávez; además de proclamarse herederos de las revoluciones socialistas. Estas pretensiones son eso, pretensiones,
además insostenibles, dadas sus triviales interpretaciones de sus recursos
discursivos, esquemáticos y simplones; fuera de sus acciones atroces, que ya se
acercan a la brutalidad de las dictaduras militares reaccionarias.
La discusión con el marxismo es importante, pero, hablamos del marxismo bolchevique y del marxismo
crítico; no de esta impostura balbuceante, que se proclama “marxista”,
aprovechando el prestigio ideológico
del paradigma revolucionario. Estos
temas no se pueden resolver como en el campo
deportivo, por así decirlo, donde basta ponerse la camiseta y defenderla
con cualquier clase de argumentos, sostenidos solo por la pasión a la camiseta. Es eso lo que parecen entender estos revolucionarios de pacotilla[7].
Es indispensable distinguir con quienes se discute. De ninguna manera se
desmerece el aporte del marxismo teórico
y militante, mucho menos del marxismo crítico; pero, considerar marxismo a los balbuceos vulgares del
“marxismo” vulgar es otra cosa.
La revolución bolivariana no deja de ser
una revolución por lo que ocurre en
la coyuntura dramática, la usurpación
de la misma por la burocracia del partido, por una forma de gubernamentalidad clientelar y corrupta. Estos señores
patriarcales no pueden borrar lo que ha acontecido. Se trata de un proceso revolucionario que padece lo que
todo proceso revolucionario; se
enfrenta a las contradicciones que
lleva en sus entrañas. Cambia el mundo, pero se hunde en sus contradicciones
insoslayables. No va a dejar de ser revolución,
incluso si fuese derrotada; por ejemplo, culminada y clausurada por un termidor de “derecha”. Lo que ha
acontecido queda en los espesores del
presente, en la experiencia social
y la memoria social. Empero, en la
medida, que no ha sido clausurada, a
pesar de la usurpación de la casta
burocrática, hay la posibilidad de continuar
revolución; aprendiendo las
lecciones de la historia política de
la modernidad. Esto depende de la voluntad
de potencia del pueblo; no de vanguardias ni de clarividentes. Esto
depende de la capacidad de lucha de las involucradas y los involucrados en los entramados de la coyuntura. Obviamente, depende de la correlación de fuerzas.
¿Cuál es el
papel del activismo libertario en
estas dramáticas circunstancias? Lo hemos dicho de una manera general, que
puede resultar significativa, pero puede volverse inútil, si no se logran
especificaciones y concreciones; dijimos: activar
la potencia social. Sin embargo, hay que tener en cuenta que lo que acaece, no depende ni de tener la razón, ni estar de parte de la justicia, sino de la correlación de fuerzas. Fuerzas que no significan violencia, como se entiende comúnmente,
sino que connotan variadas relaciones,
cuantitativas y cualitativas, de despliegues energéticos. Entonces, si bien no
se renuncia a las proyecciones emancipadoras y libertarias, hay que tener en cuenta lo que acabamos de decir; que
dicho de otra manera, que la realidad,
sinónimo de complejidad, no es la realización de los deseos, ni de la razón,
ni de la justicia, sino de las composiciones y combinaciones
de composiciones de las fuerzas
puestas en juego; es indispensable
responder a las coyunturas concretas,
a los resultados de la correlación de
fuerzas.
En la coyuntura álgida y dramática del proceso de la revolución bolivariana, ha aparecido una tercera vía – así la hemos llamado -, que puede ilustrarse como la
que dice: ni los unos ni los otros sino el legado de Hugo Chávez, el legado de
la revolución bolivariana; defender
la Constitución, contra la deschavetada
pretensión de hacer una Asamblea Constituyente constituida por el poder constituido[8].
Que no tiene nada de constituyente,
que amenaza con destruir el logro constituyente del proceso constituyente de la revolución
bolivariana. Una Asamblea Constituyente que no se basa en el poder constituyente, que es el desborde
social, que, por contraste, se asienta en la maquinaria del poder
constituido, no es más que una
Asamblea constituida por el poder constituido;
entonces, es un dispositivo de la decadencia política. Si se llevara a cabo, seria la culminación, la clausura de la revolución, por el lado del termidor
de “izquierda” de la revolución
bolivariana.
La coyuntura en la encrucijada
En la BBC
Mundo se describe la coyuntura venezolana de esta manera:
Más
desafiante que nunca, la fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega, acusó este
martes al poder Ejecutivo y Judicial de estar perpetrando un golpe de Estado
peor que el de 2002 contra Hugo Chávez. "Esto es un golpe de Estado más
grotesco que el de Carmona", dijo este martes, en referencia al golpe
fallido en abril de 2002, por el que el empresario Pedro
Carmona disolvió los poderes, antes de que se consumara el
regreso a la presidencia de Chávez, a las pocas horas.
La fiscal, nombrada en 2007 y que se considera chavista,
se ha convertido en la voz más crítica contra el gobierno del presidente
Nicolás Maduro, desde dentro del Estado. Ortega no acudió al Tribunal
Supremo de Justicia (TSJ), donde se celebró un antejuicio
de mérito para determinar si cometió alguna falta grave, lo que podría llevar a
su destitución. De acuerdo con la Constitución, ese poder de removerla del
cargo recae en la Asamblea Nacional, de mayoría opositora y considerada en
desacato por parte del TSJ; por lo que es de esperar que sea la Sala
Constitucional del alto tribunal; la que, como ha venido haciendo en los
últimos meses, se atribuya el papel de suplir al Parlamento y decida sobre una
eventual destitución. De hecho, esa sala nombró este martes una nueva
vicefiscal, Katherine Harrington, que Ortega no reconoce como
legítima y que asumiría el cargo en caso de una destitución. Pero antes,
la Sala Plena, con todos los jueces del Supremo, deberá definir si hay o no
faltas graves tras aceptar una denuncia del diputado oficialista Pedro Carreño.
Concluida
este martes la audiencia del antejuicio de mérito, en la que el Defensor del
Pueblo y el Controlador General de la República testificaron en contra de
Ortega, el presidente del Supremo, Maikel Moreno, anunció que el tribunal se tomará cinco
días para tomar una decisión. A la misma hora en la que estaba citada en el
TSJ, la fiscal ofreció una declaración llena de detalles legales y de palabras
desafiantes contra el alto tribunal y contra la situación que vive Venezuela,
que a la crisis económica le suma más de tres meses de protestas
antigubernamentales que han dejado ya 90 muertes. "No voy
a convalidar un circo que tiñe nuestra historia con vergüenza y dolor. La
resolución está cantada. No lo reconozco", dijo Ortega sobre el Supremo, al que acusa de actuar al dictado del
Ejecutivo. Ortega invocó, hace unos días, el artículo 350 de la Constitución,
que da el derecho a no reconocer a los poderes públicos. Es un argumento
esgrimido también por la oposición política. "Quieren callarme para
que no siga diciendo verdades, como que diga que se sigue manteniendo una
grosera ruptura del orden constitucional. Pero no lo lograrán, vamos a
triunfar", dijo ante el aplauso de
empleados del Ministerio Público. Ortega consideró un "quiebre
del orden constitucional" las
sentencias del TSJ de finales de marzo por las que se apropiaba de poderes del
poder legislativo. Esas decisiones fueron el detonante de la actual ola de
protestas. Además, la fiscal criticó la convocatoria sin referendo previo de
una Asamblea Nacional Constituyente y se ha erigido en
firme defensora de la Constitución de 1999, promovida por Chávez. Su defensa
del fallecido comandante la ha convertido en referente del chavismo crítico con
el gobierno de Maduro. También ha condenado la represión de las fuerzas de
seguridad contra los manifestantes. De
acuerdo a la fiscalía, 21 personas han muerto por la actuación de las fuerzas
del orden. La Fiscalía imputó por violaciones de derechos humanos al exjefe de
la Guardia Nacional, una de las encargadas del control de
las manifestaciones, y al responsable del servicio de inteligencia (Sebin).
En las
últimas semanas pidió la anulación del nombramiento en diciembre de 2015 de
varios magistrados del TSJ. Y todo ello en un
clima de polarización política y social. Las protestas están alimentadas
también por la severa crisis económica de un país que sufre una altísima
inflación de tres dígitos y escasez de alimentos y medicinas. Todo ello ha
hecho que se desplome el apoyo al gobierno y la aprobación del presidente
Maduro. Desde las elecciones legislativas de diciembre de 2015, ganadas
ampliamente por la oposición, no se han celebrados nuevos comicios. Se
pospusieron las elecciones regionales y el Consejo Nacional Electoral suspendió
un referendo revocatorio que promovía la oposición[9].
Esta descripción
informativa nos muestra el dramatismo y la intensidad de la coyuntura, sobre todo, de los entramados de la misma. El gobierno de
Nicolás Maduro no atina a otra cosa que recurrir a las violencias desenvueltas;
las físicas, las simbólicas, las de empellones y las de forcejeos ilegales, con
burdas pretensiones legalistas. Lo que evidencia las profundas debilidades de
un gobierno en plena implosión. La Fiscal General, Luisa Ortega, ha decidido
enfrentarse a esta comedia burlesca de la política criolla; autoridad, con
atribuciones constitucionales e institucionales, a la que no se puede destituir
como pretende el gobierno y los órganos
de poder controlados por el oficialismo, sino recurriendo a la burda violencia fuera de la Constitución, la
Ley y la institucionalidad. Donde prepondera la astucia criolla y no la democracia
institucional, menos la política,
en pleno sentido de la palabra, la política
como suspensión de los mecanismos de
dominación. Este coraje de la verdad, como hemos dicho en
un escrito anterior[10],
devela la herida abierta en el universo
de la nada, parafraseando a Stéphane Mallarmé; ahora, de otra manera y con
otros objetivos y significaciones. La política,
en sentido restringido, en sentido de la simulación
política, que comparten tanto la “derecha” como esta “izquierda”
clientelar, está herida mortalmente. La abertura muestra el alcance de la
crisis múltiple del Estado-nación. La revolución
bolivariana, si continua, tiene la tarea de ir más lejos; retomando lo
establecido en la Constitución: la democracia
participativa y la autogestión
comunitaria.
Un gesto de resistencia
ante la decadencia y el
desmoronamiento ético y moral de la forma
de gubernamentalidad clientelar, la resistencia
de la Fiscal General, hace evidente el gran contraste
entre la herencia del caracazo, retomado y condensado por la revolución bolivariana, y la decadencia de una burocracia enredada en las telarañas del círculo vicioso del poder. Que este contraste derive en la continuidad de la revolución, que pasa
por la defensa de la revolución, no
solo contra la conspiración de la
“derecha”, sino, sobre todo, contra la conspiración
de “izquierda”, que detenta el poder y lo reproduce como vicio, depende de la voluntad y participación del pueblo.
[3] Ver de
Rosa Luxemburgo Reforma o revolución.
Obras escogidas. Izquierda revolucionaria. Marxismo.org.
[5] Ver de Paul
Heinrich Dietrich, barón de Holbach Sistema
de la naturaleza. Editorial de Ciencias Sociales; Habana 1989.
[7] Ver de
Raúl Prada Alcoreza Revolucionarios de
pacotilla. Dinamicas-moleculares.webnode.es. También del mismo autor Devenir y realidad; ISSUU.com.
[9] Ver "No voy a convalidar un circo que tiñe nuestra
historia con vergüenza y dolor": la fiscal general de Venezuela, Luisa
Ortega, desconoce al Tribunal Supremo de Justicia. BBC MUNDO. http://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-40500152.
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