La Amazonía:
Entre la abundancia
y la violencia
Artículo publicado
en el libro
El último grito del
jaguar,
Memorias del I
Congreso de pueblos indígenas aislados
en la Amazonía
ecuatoriana
Ivette Vallejo y
Ramiro Avila, compiladores
Abya-Yala, 2017
“Éste es en
suma el nuevo descubrimiento de este gran río (el Amazonas, NdA),
que encerrando en sí
grandiosos tesoros, a nadie excluye,
mas antes, a todo
género de gente convida liberal a que se aproveche de ellos.
Al pobre ofrece
sustento; al trabajador, satisfacción de su trabajo;
al mercader,
empleos; al soldado, ocasiones de valor;
al rico, mayores
acrecentamientos; al noble, honras;
al poderoso,
estados; y al mismo rey, un nuevo imperio.”
.
Cristóbal de Acuña, 1641
Para comprender la
actual realidad de la Amazonía es importante recordar que esta región fue
tempranamente incorporada en el proceso de revalorización del capital, es
decir en la división internacional del trabajo. ¿Qué buscaban los españoles
cuando llegaron a América? ¿Qué buscan las empresas transnacionales o las
empresas estatales en la actualidad? Manteniendo las distancias y las
diferencias tecnológicas de las dos épocas, se puede responder que
exactamente lo mismo: recursos naturales. Y cómo lo impulsaron:
conquistando y colonizando territorios sin importar sus habitantes; proceso
que se complementa con la colonialidad como un hecho epistémico.
La llegada histórica
de la cruz, que cobijaba la imposición del capital fue el comienzo de las
maldiciones de gran parte de las actuales economías “no exitosas”[2]. Aquí cabe
destacar el papel histórico que tuvo (y tiene hasta la actualidad) la
extracción de trabajo y riquezas promovidas por el colonialismo y la
desposesión y que contribuyeron a que las economías “exitosas” se
desarrollen.
Recordemos que
Cristóbal Colón, con su histórico viaje en 1492, sentó las bases de la
dominación colonial, con consecuencias indudablemente presentes hasta
nuestros días. Colón buscaba recursos naturales, especialmente especerías,
sedas, piedras preciosas y sobre todo oro. Según Colón, quien
llegó a mencionar 175 veces en su diario de viaje a este metal
precioso, “el oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con
él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega incluso a
llevar las almas al paraíso”. La palabra Dios o ser supremo
aparece mencionada menos de 50 veces.
Este no es un simple
dato anecdótico. Implica, por un lado, la preeminencia de lo material, y
por otro, el complemento inseparable de la dominación cultural al negar las
civilizaciones existentes e imponer un orden político que construye
otras territorialidades y subjetividades[3]. Y en el marco de este
proceso de dominación murieron millones de indígenas, en una verdadera
hecatombe demográfica, que luego provocaría el traslado de cientos de miles
de africanos para convertirles en esclavos: un proceso de muerte que
todavía mantiene su vigencia en la actualidad cuando se pone en riesgo la
existencia de los pueblos en aislamiento voluntario.
En el caso de la
Amazonía, en 1641, el padre Cristóbal de Acuña, enviado del rey de España
para investigar qué riquezas había en los territorios “descubiertos” por
Francisco de Orellana cien años antes, constató una gran riqueza de
recursos naturales: maderas, cacao, azúcar, tabaco, minas, oro... Ese
espíritu de búsqueda de riqueza sintetiza el “descubrimiento” económico del
Amazonas[4]. Y desde
entonces, hasta ahora, la Amazonía es vista como tierra de conquista y
colonización, proveedora de recursos naturales.
Este es, a no
dudarlo, el origen de los extractivismos contemporáneos[5].
Muchos años más tarde, en los umbrales de
las luchas independetistas, Alejandro von Humboldt[6], con su histórico recorrido por tierras
americanas, actualizaría este “descubrimiento”. Él se quedó maravillado por
la geografía, la flora y la fauna de la región, pero veía al mismo tiempo
la pobreza de su gente. Cuentan que contemplaba a sus habitantes como si
fueran mendigos sentados sobre un saco de oro, refiriéndose a esas
inconmensurables riquezas naturales no aprovechadas.
Este mensaje de
Humboldt, al parecer encontró una suerte de interpretación teórica en la
obra de David Ricardo Principios de Economía Política y Tributación (1817).
Este conocido economista inglés recomendaba que cada país debía
especializarse en la producción de aquellos bienes con ventajas
comparativas o relativas, y adquirir de otro aquellos bienes en los que
tuviese una desventaja comparativa. Según él, Inglaterra, en su ejemplo,
debía especializarse en la producción de telas y Portugal en vino… Sobre
esta base se construyó el fundamento de la teoría del comercio exterior,
cuya vigencia –con algunos aditamentos- tiene fuerza de dogma de fe aún en
nuestros días. Y como todo dogma, se inspira en textos que son transferidos
de generación en generación a través de los más diversos medios[7].
Esta imposición se
consolidaría con el tiempo. A la larga etapa colonial sucedieron las
repúblicas. Y con ellas se ahondaron los extractivismos con una creciente
dependencia del mercado mundial.
Lo cierto es que desde entonces se consolidó
la creencia de las ventajas comparativas y del libre mercado, en la que está
imbricado profundamente el modelo de acumulación primario-exportador. Se
asumió una visión pasiva y sumisa de posicionamiento en la división
internacional del trabajo en muchos de aquellos países ricos en recursos
naturales, sometidos a la lógica del modelo de acumulación de los países
“exitosos”. Y los países “pobres” aceptaron los costos que hay que asumir
para superar su subdesarrollo, entre los que constan –aunque no se lo
reconozca públicamente- poner en riesgo la existencia de muchas
comunidades, sobre todo indígenas: “el sacrificio de unos pocos redundará
en beneficio de la colectividad”, podrían haberlo pensado.
Desde entonces, apegados a esta visión -tal
como ya lo hicieron los europeos cuando conquistaron estas tierras- una y
otra vez los gobiernos latinoamericanos, cual mendigos concientizados, han
pretendido extraer los tesoros existentes en dicho saco sobre el cual están
sentados… y, hasta ahora, ese empeño no ha sido fructífero en términos de
alcanzar esa quimera llamada “desarrollo”.
Recogiendo la anécdota atribuida al célebre
científico alemán de la época de la Ilustración, es válido preguntarse
¿cómo es posible que en países tan ricos en recursos naturales, la mayoría
de sus habitantes no puedan satisfacer sus necesidades básicas? ¿Pesará
sobre estas economías una maldición? ¿Será que somos pobres porque somos
ricos en recursos naturales?[8]
Aunque resulte poco creíble a primera vista,
la evidencia reciente y muchas experiencias acumuladas permiten afirmar que
la pobreza económica está relacionada, de alguna manera, con la riqueza
natural. De allí se concluye que los países ricos en recursos naturales,
cuya economía se sustenta prioritariamente en su extracción y exportación,
encuentran mayores dificultades para asegurar el bienestar de su población.
Sobre todo, parecen estar condenados al subdesarrollo (como
contracara del desarrollo) aquellos países que disponen de una
sustancial dotación de uno o unos pocos productos primarios, que sirven de
base preferente para el financiamiento de sus economías.
La
gran disponibilidad de recursos naturales, particularmente si se trata de
minerales o petróleo, tiende a acentuar la distorsión existente en las
estructuras económicas y la asignación de los factores productivos dentro
de los países “malditos”. Una realidad impuesta ya desde la consolidación
del sistema-mundo capitalista. En consecuencia, muchas veces, se
redistribuye regresivamente el ingreso nacional, se concentra la riqueza en
pocas manos y se incentiva la succión de valor económico desde las
periferias hacia los centros capitalistas. Esta situación se agudiza por
una serie de procesos endógenos de carácter “patológico” que acompañan a la
abundancia de estos recursos naturales[9].
A pesar de esas constataciones, uno de los
dogmas básicos del libre mercado, llevado a la categoría de principio y fin
de todas las cosas en la economía -ortodoxa- y aún fuera de ella, radica en
recurrir una y otra vez al viejo argumento de las ventajas comparativas.
Los defensores del librecambismo predican que hay que ser coherentes en
aprovechar aquellas ventajas que nos ha dado la Naturaleza y sacarles el
máximo provecho. Y en este listado de dogmas podemos incluir varios otros
que acompañan a los extractivismos: la globalización como opción
indiscutible, el mercado como regulador inigualable, las privatizaciones como
camino único, la competitividad y la productividad como virtudes por
excelencia…
En este punto hay
que señalar que la región amazónica es tratada, en la práctica, como una
periferia en todos los países amazónicos, que son a su vez la periferia del
sistema político y económico mundial, como acertadamente lo explica Thomas
Mitschein[10]. Lo que se
busca es valorizar sus recursos y su tierra en función de la acumulación de
capital.
Por eso se asumió a
la Amazonía como territorios baldíos que deben ser adecuadamente
aprovechados, es decir colonizados. Recién en las últimas décadas se empezó
a aceptar la presencia de pueblos indígenas a los que se debería
considerar… para seguir explotando los recursos de esos territorios, se
entiende. En esencia no hay cambios hasta la actualidad. Debe quedar claro
si antes esta explotación de ser humanos y de la Naturaleza se justificaba
en nombre de la civilización y del cristianismo, hoy se la lleva adelante
en nombre del progreso y de su vástago: el desarrollo.
Desde aquella lejana
época colonial arrancó una larga y sostenida carrera tras de “El Dorado”,
carrera que aún no concluye... En la etapa republicana las violencias
desatadas por la voracidad de la conquista y la colonización no
concluyeron. Aumentaron.
El estilo de desarrollo
predominante en toda la Amazonia se basó y se basa aún en extraer recursos
naturales. Si bien en muchos casos las tecnologías cambian, se repite un
patrón que se remonta al período colonial: la mayor parte de los recursos
son apropiados para ser exportados. En efecto, las principales actividades
extractivas amazónicas incluyen minerales, hidrocarburos, madera, productos
agrícolas y ganadería para la exportación.
La extracción masiva
de recursos naturales para la exportación ha sido una constante en la vida
económica, social y política de muchos países del sur global, no se diga en
la Amazonia. Y la otra constante es la elevada propensión a importar bienes
de fuera de la Amazonia. Este desencuentro entre oferta y demanda
amazónicas, derivado de patrones de consumo foráneos, por un lado, y de la
inserción sumisa en el mercado mundial como exportadora de materias primas,
por otro, explica gran parte de la complejidad económica de esta zona.
Además, una y otra
vez encontraron en la Amazonia una válvula de escape de los problemas en
sus otras regiones densamente pobladas. Así, por ejemplo, en lugar de
impulsar verdaderas reformas agrarias en las otras regiones de sus países
más pobladas y menos equitativas, abrieron la puerta a una masiva e
indiscriminada colonización. En definitiva, hay que entender el
extractivismo también como la otra cara de la falta de voluntad política
para enfrentar el problema agrario y la redistribución de riqueza. Sigue
siendo más fácil extraer los ingresos fiscales del subsuelo, que de los
bolsillos de los grupos poderosos.
Ejemplos de lo dicho
se pueden encontrar en todos los países afluentes del Amazonas. La
destrucción de las selvas es cada vez más acelerada. La jungla espesa está
siendo transformada a gran velocidad en desiertos de monocultivos o en
eriales producto de la masiva deforestación legal e ilegal. Se talan los
bosques tropicales para dejar sitio al avance de la frontera agrícola intensiva,
con cultivos a gran escala, que en poco tiempo, debido a la fragilidad del
suelo, dejan de ser rentables para los grandes capitales.
La Amazonia se
mantiene como la frontera viva de la colonización. Ahora, ya no es solo una
tierra de expansión para el mercado capitalista tradicional a través de la
explotación de los recursos naturales, es una región donde proliferan los
mercados ficticios: mercados de carbono o de patentes…
Se trataría de una
región “vacía” y retrasada que debe ser conquistada y colonizada.
La Amazonía, como un
mito superado
En el Ecuador este
proceso de “aprovechamiento” de la riqueza amazónica tomó más tiempo que en
los otros países. Las condiciones de acceso eran difíciles y los
potenciales réditos económicos se demoraban en cristalizar. La “riqueza”
amazónica se mostraba esquiva. Incluso alguna ocasión, el presidente Galo
Plaza Lasso (1948-1952) llegó a afirmar que “el Oriente es un mito”: no
habían sido satisfactorios los esfuerzos por encontrar petróleo en la
Amazonía.
Recordemos un par de
datos de la historia. En las primeras décadas del siglo XX las empresas petroleras transnacionales
demostraron interés en las riquezas petroleras de la región amazónica. La
primera en llegar a la Amazonía, en la década de los treinta, fue la
Leonard Exploration Company, subsidiaria de la Standard Oil de New Jersey,
a la que se entregó una zona para exploración en la parte central de la
Amazonía. A partir del contrato de agosto de 1937, la Anglo Saxon Petroleum
Company Limited, afiliada a la Royal Dutch Shell , empezó con sus trabajos,
pero los abandonó varios años después porque no habría encontrado crudo,
según su versión. El Estado nunca supo a ciencia cierta cuáles fueron las
actividades y los hallazgos de estas empresas. Y “el Oriente” –como ya lo
anotamos- fue visto como un mito, no había recursos dignos de ser
explotados desde la visión del Estado desarrollista.
Esa actividad petrolera, si bien
relativamente limitada, afectó las relaciones sociales de la zona.
Particularmente estableció un sistema de control mercantil de la mano de
obra de los indígenas de la Amazonía, al tiempo que favorecía las
incursiones de colonos provenientes de otras zonas del país. En esa región,
además de las petroleras, ya habían aparecido grupos de misioneros evangelistas
y otras empresas que buscaban caucho, balsa y oro, sobre todo durante los
años de la Segunda Guerra Mundial. Esto sin olvidar a los misioneros
católicos presentes desde cientos de años atrás, conjuntamente con
reducidos destacamentos militares y los mencionados colonos que buscaban su
El Dorado en la Amazonía, sobre todo con la explotación del caucho.
En los años sesenta del siglo XX, el
potencial hidrocarburífero del Ecuador volvió a ser interesante para los
consorcios transnacionales que empezaron a buscar otras alternativas de
suministro a nivel mundial. Con miras a diversificar las zonas productivas
y aumentar la oferta, en zonas políticamente más seguras, las empresas
transnacionales petroleras regresaron al país. Las reservas petroleras disponibles
fueron de facto despreciadas anteriormente por las compañías
internacionales, puesto que cuando se retiraron les era más fácil, seguro y
rentable explotar petróleo en otras regiones del mundo, como sucedía en los
países árabes o el Irán.
Este es un punto clave. El extractivismo, es
decir la explotación masiva de recursos naturales para la exportación, se
explica por la demanda internacional. Así como sucedió con el cacao y luego
con el banano, la explotación de los recursos naturales, en este caso el
petróleo, se impulsa para satisfacer las necesidades externas y no por la
demanda nacional. Esto caracteriza una economía primario-exportadora.
Entonces el “festín del petróleo”, para
ponerlo en palabras de Jaime Galarza Zavala[11], entró en su apogeo. En un proceso de desbocada corrupción, a lo largo
y ancho del Ecuador se registró el aparecimiento de una gran cantidad de
empresas y sus fieles prestanombres que coparon todas las concesiones
posibles. El mapa ecuatoriano, sobre todo en aquellas áreas con atractivo
petrolero, parecía una colcha de retazos. A la postre serían las compañías
Texaco y Gulf las que asumirían la tarea de explotar los mayores campos
hidrocarburíferos.
En este punto de la historia, febrero de
1972, intervino de manera significativa el Estado con un gobierno militar.
Ante la cercanía de la explotación de petróleo los uniformados asumieron
una vez más el destino de la vida política del país. Su propuesta fue, como
en algunas intervenciones anteriores, por ejemplo con la “revolución juliana”
de 1925, el fortalecimiento y la modernización del Estado con el fin de
alentar el desarrollo nacional. Esto no puede confundirse con un intento
para superar el capitalismo. La misma posición nacionalista que inspiraba
el régimen castrense no planteaba la expulsión de todas las empresas
transnacionales. De una u otra forma se llegó a acuerdos con varias de
dichas compañías.
Lo que nos interesa destacar es que desde
esa época la Amazonía ecuatoriana cobró un inusitado interés en la lógica
desarrollista. La periferia sería integrada como suministradora importante
del recurso petrolero, que se transformaría en una suerte de fuente
autónoma de financiamiento de la economía ecuatoriana. Y el Estado asumiría
un papel rector de la economía, como nunca antes. Esto no margino a los
grupos económicos privados que de una u otra manera lucraron de la bonanza
petrolera[12].
De todas maneras fue necesario que el poder
militar cambie las reglas de juego. El gobierno dictatorial puso en
vigencia la Ley de Hidrocarburos expedida el año anterior, en el gobierno
de José María Velasco Ibarra, que regiría sólo para los nuevos contratos
firmados después de octubre del año 1971. Con esa disposición se habrían
mantenido los contratos anteriores, en su mayoría viciados legalmente y
atentatorios al interés nacional.
Con el cambio legal impulsado por los
militares se revirtió la mayoría de concesiones. Se consiguió una mayor
participación del Estado en la renta petrolera y se constituyó
efectivamente la empresa estatal, la Corporación Estatal Petrolera
Ecuatoriana (CEPE), cuya existencia legal había sido aprobada en el
gobierno anterior. Cuando en julio de 1974 el Estado adquirió una parte del
paquete accionario, el consorcio Texaco-Gulf se transformó en el consorcio
CEPE-Texaco-Gulf. Poco más adelante, al adquirir CEPE todas las acciones de
la Gulf, quedó como consorcio CEPE-Texaco.
Un dato adicional a considerar. La actividad
petrolera fue la punta de lanza que abrió la puerta a un masivo e
incontrolable flujo de colonos provenientes de otras zonas del país cuyo
desplazamiento se debe a la presión demográfica y sobre todo a la carencia
de una respuesta a la demanda de tierra en la sierra y en la costa. La
ausencia de una adecuada reforma agraria y las demandas de mano de obra barata
para la industrialización en esa época favorecieron la migración del campo
a las ciudades y también a los “territorios baldíos” amazónicos,
complicando aún más la situación de esta periferia.
Todo esto provocó una presión sobre las
poblaciones indígenas a las que de facto se les arrebató sus territorios.
Muchas comunidades tuvieron que adentrarse en la selva para escapar del
“progreso” y otras paulatinamente fueron integradas y aculturizadas por
este proceso de “blanqueamiento” de la sociedad en marcha; por cierto
algunos pueblos desaparecieron: los tetete y los sansahuari fueron
víctimas tardías de la hecatombe demográfica de la primera etapa de la
colonización. Irónicamente, los nombres de los dos pueblos desaparecidos
denominan a dos campos petroleros en la misma zona donde antes ellos
habitaban. Y ese mismo riesgo se cierne sobre los taromenane y tagaeri,
así como sobre otros grupos como los oñamenane, si explota el
petróleo del ITT-Yasuní y sus alrededores.
Lo que nos interesa es destacar que en los años
setenta, como pocas veces en su historia, el Ecuador entró de lleno en el
mercado mundial. El “mito” amazónico cedió paso a la esperanza
desarrollista en el imaginario nacional, que no duró mucho tiempo...
Pero antes veamos algo de esos primeros años
petroleros. El petróleo empezó a fluir hacia el mercado mundial en agosto
de 1972. Poco más de un año después, a raíz de la cuarta guerra
árabe-israelí, se produjo un primer y significativo reajuste de los precios
del crudo en el mercado internacional. El crudo Oriente pasó de 3,83
dólares por barril en 1973 a 11,80 dólares en 1974. El precio del petróleo,
con las variaciones propias de su comercialización, seguiría su marcha
ascendente hasta inicios de la década de los 80. Esto permitió un
crecimiento acelerado de la economía ecuatoriana, como nunca se había
registrado en la historia del país.
La explotación de crudo le otorgó a Ecuador
la imagen de “nuevo rico”. Recuérdese que las exportaciones totales
crecieron de casi 190 millones de dólares en 1970 a 2.500 millones de
dólares en 1981: un aumento de más de trece veces. Eso explica por qué el Ecuador
petrolero consiguió los créditos que no había recibido el Ecuador bananero
y mucho menos el cacaotero[13].
Así, el monto de la deuda externa ecuatoriana creció en casi 22 veces: de
260,8 millones de dólares al finalizar 1971 a 5.868,2 millones cuando
concluyó el año 1981. Esta deuda pasó del 16% del PIB en 1971, al 42% del
PIB en 1981. Es preciso anotar que, en este mismo período, el servicio de
la deuda externa también experimentó un alza espectacular: en 1971
comprometía 15 de cada 100 dólares exportados, mientras que diez años más
tarde acaparaba 71 de cada 100 dólares.
A pesar de los cuantiosos ingresos no se dio
un cambio cualitativo en la condición de país exportador de
materias primas (banano, cacao, café, etc.) [14]. El impacto, en esas
condiciones, vino por el lado del creciente monto de los ingresos
producidos por las exportaciones petroleras. Y desde entonces hasta la
actualidad esta economía ha estado estrechamente atada a lo que sucede en
el mercado hidrocarburífero internacional, teniendo a los precios del crudo
como un referente indispensable para determinar su evolución.
Al mismo tiempo que se profundizaba la
dependencia de la economía ecuatoriana del petróleo, en compañía de otros
procesos, se fue ampliando la presencia de este y de otros extractivismos
en la región amazónica. Esto provocó un creciente impacto sobre las
poblaciones amazónicas, particularmente indígenas que fueron más y más
colonizados y subordinados en sus propios territorios.
De la mano de los ingresos petroleros y del
endeudamiento externo, llegaron otros problemas propios de este tipo de bonanzas, que podríamos definirlas
como las patologías de “la maldición de la abundancia” [15]. Si se analizan dichas
patologías se podría presentar recomendaciones concretas de cómo
abordarlas. Pero eso no es todo. Hay algo de fondo. Y es que con los
extractivismos se producen graves impactos socio-ambientales. Un tajo
minero, por ejemplo, provoca graves impactos en la Naturaleza, que implica
figurativamente hablando una suerte de amputación forzosa, impide la
reproducción y realización de la vida misma.
En la mayoría de los casos estas
actividades extractivistas irrespetan integralmente la existencia y el
mantenimiento y regeneración de los ciclos vitales, estructura, funciones y
procesos evolutivos de la Naturaleza. Niegan el derecho a la Naturaleza
para su regeneración y restauración. Todo esto, como lo sabemos de sobra,
puede conducir a la extinción de especies, la destrucción de ecosistemas o
la alteración permanente de los ciclos naturales, al tiempo que se destruye
el habitat de muchas comunidades humanas. Lo real es que
-para ponerlo en palabras de Eduardo Gudynas (2013)- “existen
vínculos directos y de necesidad, entre un cierto tipo de apropiación de recursos
naturales y la violación de los derechos”.
Sin embargo, a pesar de la enorme carga de
argumentos en contra de la acumulación primario exportadora, se registra un
posicionamiento de ésta en el cerebro de nuestra sociedad que en sí misma
parecería ser esa la verdadera maldición: es decir, la maldición quizá sea
la incapacidad para enfrentar el reto de construir alternativas a la
acumulación primario-exportadora que parece eternizarse a pesar de sus
inocultables perjuicios y fracasos[16].
En síntesis, la bonanza motivada por el petróleo –la
mayor cantidad de divisas que había recibido hasta entonces el país–
que apareció en forma masiva y relativamente inesperada, se acumuló sobre
las mismas estructuras anteriores y reprodujo, a una escala mayor, gran
parte de las antiguas diferencias. El salto cuantitativo llevó al Ecuador a
otro nivel de crecimiento económico, pero, al no corresponderle una
transformación cualitativa similar, no logró superar su condición de país
primario exportador, tal como sucede al cabo de diez años de gobierno de
Rafael Correa[17].
Esto es lamentable, a pesar de todas
experiencias acumuladas en tantas décadas de explotación de petróleo y
otros recursos naturales que marcaron la vida económica del país, al cabo
del segundo boom de las exportaciones petroleras en el siglo XXI las
condiciones estructurales de la economía no han sufrido cambios
sustantivos: ésta sigue atada a la modalidad de acumulación primario
exportadora todavía con el petróleo amazónico como importante fuente de
financiamiento, teniendo en la mira la ilusión de los recursos minerales
sobre todo amazónicos. Y se sigue presionando a las poblaciones indígenas
con la ampliación de la frontera petrolera en el centro sur de la Amazonía
y con la megaminería en la misma Amazonía.
Por cierto que desde la primera bonanza
petróleo de 1972 a 1981 hasta la fecha, las crisis también estuvieron
presentes. Sin tratar de agotar el tema, sobre todo por falta de espacio en
este artículo, si cabe señalar que durante las épocas críticas, que
siguieron a la bonanza del petróleo, la Amazonía no dejo de ser un lugar
atractivo para la explotación de los recursos naturales su subsuelo. La
ilusión de que con precios bajos del petróleo se va a imponer la razón y se
va a dejar de extraer el hidrocarburo, es eso, una simple ilusión.
La dependencia de
los mercados foráneos, aunque resulte paradójico, es todavía más marcada en
épocas de crisis. Ecuador, como todas o casi todas las economías atadas a
exportar materias primas, ha caído una y otra vez en la trampa de forzar
las tasas de extracción de sus bienes naturales cuando los precios se
debilitan, en este caso el petróleo. Se busca, a como dé lugar, sostener
los ingresos provenientes de las exportaciones primarias. Esta realidad
beneficia a los países centrales, pues un mayor suministro de materias
primas –petróleo, minerales o alimentos–, en épocas de precios deprimidos,
crea una sobreoferta, lo que debilita aún más sus precios. De esa manera,
se genera un “crecimiento empobrecedor” (Jagdish N. Bhagwati[18]) y la sobre-explotación de las materias primas.
Como saldo tenemos
que los diversos gobiernos, sin excepción, una y otra vez, vieron en la
Amazonia el verde color de los dólares y no el verde de la vida. Y en
consecuencia forzaron y siguen forzando las prácticas extractivas. En esa
especie de trituradora de recursos naturales se encuentra la Amazonía,
tironeada permanentemente por la ambición de valorizar sus recursos
naturales. Y los “sueños” del padre Cristóbal de Acuña de 1641 se transformaron
en una pesadilla continuada. Las violencias y los crímenes han estado y
están a la orden del día. La violación de los derechos de los indígenas, en
particular, y de la Naturaleza, es interminable en Ecuador y el resto de
países amazónicos.
La Amazonía, como territorio de vida y cada
vez más de muerte
Para los pueblos
indígenas de la Amazonía ecuatoriana, las actividades petroleras iniciadas
en los años sesenta significaron un cambio radical en su desenvolvimiento.
Desde entonces, por más de 40 años, las comunidades indígenas y también de
colonos sobre todo de la Amazonía norte han sufrido un sinnúmero de
atropellos a sus derechos elementales a nombre del desarrollo y bienestar
de toda la población. Vale anotar que los niveles de pobreza en la Amazonía,
sobre todo en las provincias petroleras de Sucumbíos y Orellana, son más
elevados que en el resto del país. Y eso parece que será su destino por
muchos años más para la Amazonía; situación agravado con la creciente
introducción de actividades megamineras.
Desde la década de los sesenta en el siglo
XX, las actividades petroleras han atropellado masivamente la biodiversidad
y el bienestar de la población de la Amazonía, sobre todo de los pueblos
indígenas. El discurso sobre la importancia estratégica de la región se
derrumba ante la realidad de un sistema que la aprecia solamente por la
revalorización de sus recursos naturales en función de la acumulación de
capital, especialmente transnacional. Al parecer no importa que estas
actividades pongan en riesgo la vida misma. Esta es una de las mayores
necedades de “la maldición de la abundancia”.
En ese lapso, la compañía Texaco –Texpet en
Ecuador y hoy Chevron-Texaco- perforó 339 pozos en 430.000 hectáreas . Para
extraer cerca de 1.500 millones de barriles de crudo, vertió miles de
millones de barriles de agua de producción y desechos, y quemó billones de
pies cúbicos de gas.
El informe de Richard S. Cabrera Vega (2008)[19] sobre los impactos
provocados en la zona es contundente. Aquí unos extractos que nos grafican
lo sucedido:
“Las primeras fuentes de contaminación en el
área de la concesión son el petróleo crudo, lodos de perforación y otros
aditivos, y aguas de producción que fueron arrojadas en el ambiente desde
inicios de 1967. Los contaminantes de estas fuentes están presentes en
suelos, agua subterránea, sedimentos y agua superficial en el área de la
concesión y persisten en el ambiente hasta la actualidad.”
“La primera causa de la contaminación
encuentra su origen en las operaciones de exploración y explotación
conducidas por Texpet. Texpet operó en el área de la concesión con
prácticas y políticas ambientales inadecuadas para la conservación del
ecosistema, utilizando pocos o ningún control ambiental, lo que causó la
mayor parte de la contaminación en el área (Texpet manejó incorrectamente
desechos de pozos de producción, descargó el cien por ciento del agua de
producción en los arroyos y ríos, quemó gases en la atmósfera, sufrió
docenas de derrames por causas diversas). (…)”
“Existe suficiente información con datos
ambientales de irrefutable validez para determinar la contaminación
ambiental en el área de la concesión. (…)”
“El ecosistema de la concesión está
contaminado con hidrocarburos de petróleo y otros contaminantes
relacionados con operaciones petroleras. Los suelos en estaciones y pozos
de producción petrolera contienen hidrocarburos de petróleo y metales en
concentraciones que son muchas veces más altas que los estándares para
limpieza ambiental en Ecuador y en otros países del mundo. El agua subterránea
bajo los pozos de desechos está contaminada por encima de los estándares
ecuatorianos. Cuando el agua de producción fue arrojada directamente desde
las estaciones durante las operaciones de Texpet, se contaminaron ríos,
arroyos, pantanos y suelos con petróleo, metales y sales en concentraciones
que eran mucho más elevadas que los estándares ecuatorianos. La
contaminación ambiental está documentada en los datos recolectados por
todas las partes y ampliamente corroboradas por muestreos históricos que tuvieron
lugar en años anteriores al inicio de la demanda. (…)”
“La contaminación ambiental ha causado daños
al sistema ecológico en el área de la concesión. Las concentraciones de
contaminantes relacionadas con el petróleo en suelos y aguas son muchas
veces más altas que aquellos niveles que causan toxicidad a plantas,
animales, aves y otros recursos bióticos. Las observaciones directas en el
campo confirman que la vida de plantas y animales fue y continúa siendo
impactada por la contaminación. (…)”
Si bien resulta imposible poner precio a la
Naturaleza, pues la vida es inconmensurable, el daño se podría cuantificar
en miles de millones de dólares por concepto de derrames, contaminación de
pantanos, quema del gas, deforestación, pérdida de biodiversidad, por
animales silvestres y domésticos muertos. A lo anterior habría que añadir
materiales utilizados sin pago por salinización de los ríos y el trabajo
mal remunerado.
Volviendo al informe del perito en el
juicio, Richard S. Cabrera Vega (2008):
“La población humana que habita en el área
de la concesión sufre de efectos adversos a su salud como resultado de la
exposición a contaminantes de los campos petroleros, estos efectos incluyen
cáncer, muerte por cáncer[20],
abortos espontáneos. Además se ha causado un daño moral, social y económico
a los pobladores que habitan cerca de los pozos y estaciones.”
En el ámbito psicosocial las denuncias son
múltiples: violencia sexual por parte de los operadores de compañía en
contra mujeres adultas y menores de edad mestizas e indígenas, abortos
espontáneos, discriminación y racismo, desplazamientos forzados, nocivo
impacto cultural y ruptura de la cohesión social. Es más, sobre Texaco pesa
también la extinción de pueblos originarios como los tetete y sansahuari,
a más de todos los daños económicos, sociales y culturales causados a los
indígenas siona, secoya, cofán, kichwa y waorani,
además de perjuicio a los colonos blanco-mestizos.
Se afectó básicamente la territorialidad,
alimentación y tradiciones culturales de los pueblos indígenas,
principalmente a las nacionalidades indígenas que habitan históricamente en
el área de la concesión. Luego, la remediación ambiental que habría
realizado la compañía fue una estafa en toda la línea, contando con la
complicidad de las autoridades oficiales. Basta ver las conclusiones del
citado perito:
“Remediaciones previas y actuales no han
limpiado la contaminación adecuadamente. La remediación conducida por
Texaco entre 1995 y 1998 estaba dirigida solamente a reducir la
contaminación en determinados sitios y se usaron métodos que dejaron detrás
gran cantidad de contaminación. El muestreo de sitios remediados por Texaco
confirma la presencia de hidrocarburos de petróleo por sobre los estándares
vigentes e incluso sobre los establecidos en el contrato de remediación.”
Este sufrimiento no fue solo en el ámbito
familiar sino especialmente colectivo y comunitario. Los efectos económicos
de los accidentes fueron notables, en un 93% ocasionando pobreza y
destrucción de chacras en un 87%.
Sin embargo, en todos estos años la
resistencia de las comunidades amazónicas prosperó hasta constituirse en un
reclamo que incluso alcanzó trascendencia internacional. Es conocido el
“juicio del siglo” que llevan las comunidades y los colonos afectados por
las actividades petroleras de la compañía Chevron-Texaco (Texpet, en
Ecuador). Los argumentos que se exponen son claros: la compañía tuvo
responsabilidad directa por los impactos ambientales que produjo la
explotación del petróleo, los cuales no sólo han afectado a la Naturaleza
sino que también se evidencian consecuencias en la vida de la población.
Entre los múltiples procesos de lucha, es
digna de resaltar la resistencia de la comunidad kichwa de
Sarayaku, en la provincia de Pastaza, que logró impedir la actividad
petrolera de la Compañía General de Combustibles (CGC) en el bloque 23, que
contaba con el respaldo armado del Estado. Resistencia que continúa ahora
contra el gobierno de Rafael Correa, a pesar de que esta comunidad cuenta
con una serie de disposiciones a su favor de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos.
Lo cierto es que desde entonces hasta la
actualidad los atropellos derivados de los extractivismos se mantienen en
la Amazonía. Una y otra vez el Estado y las empresas petroleras han
subordinado la biodiversidad y el bienestar de la población a las demandas
extractivistas. Se burlan las leyes, se emplee la fuerza pública, se
corrompe a entidades públicas e incluso a ONG, se miente y engaña
públicamente y, sobre todo, se obliga a la población directamente afectada
a que acepte las condiciones de las empresas petroleras y actualmente mineras.
Y en ese contexto afloran las luchas de resistencia y de construcción de
alternativas en toda la Amazonía[21].
Como se puede constatar, la explotación del
petróleo y ahora de la minería a gran escala, desarma el discurso de que
son actividades que benefician a sus habitantes. Las obras de compensación
que se realizan para debilitar la resistencia de las poblaciones
amazónicas, guardando las distancias en el tiempo, podrían asimilarse con
“los espejitos” utilizados por los españoles para obtener el oro de los
primeros indígenas que encontraron hace más de cinco siglos. El
discurso de la minería o del petróleo para el desarrollo, sostiene una
política de ocultamiento de la realidad, intimidación de quienes se oponen,
de criminalización, de represión, de humillación y olvido para las
víctimas...
Los daños causados al entorno natural y a la
sociedad por la explotación petrolera no son realmente cuantificables por
sus efectos irreversibles sobre los ecosistemas de la zona. Cada año se
siguen derramando cientos de miles de barriles de petróleo que alteran y
destruyen la base de la supervivencia y la vida misma de las comunidades.
La contaminación provocada por los derrames del agua de formación, la quema
de las piscinas, el venteo del gas asociado a las reiteradas roturas de los
ductos y la eliminación de los desechos tóxicos absorbidos por las cadenas
tróficas de los ecosistemas han afectado el bienestar de la población de la
Amazonía y devastado el entorno natural de la región. A esto se suman las
graves afectaciones sicosociales y culturales que provocan los enclaves
extractivistas. Y esto se agravará más aún en otras regiones de la
Amazonía, como son las que se encuentran en la Cordillera del Cóndor, por
efectos de la megaminería que se impone a sangre y fuego con el gobierno de
Rafael Correa[22]. Este presidente también será responsable de la ampliación de la
frontera petrolera en el centro sur de la Amazonía e inclusive de la
explotación del crudo en el Yasuni-ITT[23], cuando él
fracasó al no poder cristalizar la iniciativa de dejar el crudo en el
subsuelo, surgida desde la sociedad civil antes de iniciar su mandato.
El quebrantamiento del tejido social es otra
faceta de la compleja problemática que afecta a las comunidades amazónicas.[24] Los niveles de
conflictividad interna generan una espiral de violencia cuya explosión se
manifiesta cada vez con mayor intensidad y frecuencia. Las empresas
petroleras privadas y ahora mineras copan el escenario regional, teniendo
como un garante de su seguridad al Estado. Es más, estas empresas asumen
mucho del ámbito de acción estatal, relacionándose directamente con las
poblaciones locales, asumiendo el papel de suministradores de todo tipo de
servicios y el de constructoras de obra pública. O últimamente adelantan el
pago de regalías al Estado para que este impulsa la construcción anticipada
de obras de compensación con las que se quiere desarmar la resistencia de
las comunidades.
En la medida en que se debilita la lógica
del Estado de derecho, se ha dado paso a su “desterritorializacion”[25], lo que consolida
respuestas miopes de un Estado policial que complica cada vez más la
situación a través de la represión a las víctimas del sistema. Los
esfuerzos por recuperar la presencia del Estado en la Amazonía quedan
reducidos a simples obras de infraestructura, manteniendo su carácter
represivo cuando se imponen los extractivismos, tal como se percibe con
creciente fuerza en el caso de la megaminería; basta tener en mente el caso
de Nakintz en donde se militarizó la zona para proteger a una empresa
minera que ni siquiera cumplió con la consulta previa.
Un punto a destacar. Desde una postura
nacionalista, con los gobiernos progresistas, se procura principalmente un
mayor acceso y control por parte del Estado, sobre los recursos naturales y
también sobre los beneficios que su extracción produce. Lo que
definitivamente no está mal. Lo preocupante es que desde esta postura se
critica el control de los recursos naturales por parte de las
transnacionales y no la extracción en sí. Y estos gobiernos progresistas,
por lo demás, asumen una gestión perversa para imponer el extractivismo,
muchas veces abriendo la puerta a los capitales transnacionales
canadienses, chinos o de otras nacionalidades.
En la medida que se amplían y profundizan
los extractivismos se agrava la devastación social y ambiental. Los
derechos colectivos de varias comunidades indígenas y campesinas son
atropellados para ampliar aún más la frontera petrolera o para permitir la
megamineria o inclusive para fomentar los monocultivos de todo tipo.
Inclusive se propicia el vaciamiento de los territorios para dar vía libre
a los extractivismos, que son cada vez más gigantescos en sus magnitudes e
impactos. La criminalización de la protesta social está al orden del día.
Son decenas los líderes populares encausados penalmente por defender el
agua, los derechos y la vida misma. Poco importa que en el Ecuador
constitucionalmente la Naturaleza sea sujeto de derechos.
Está claro que si se contabilizaran los
costos económicos de los impactos sociales, ambientales y productivos de la
extracción del petróleo o de los minerales, desaparecerían muchos de los
beneficios económicos de estas actividades. Pero estas cuentas completas no
son realizadas por gobernantes, que confían ciegamente en los beneficios de
estas actividades primario-exportadoras. Pero aún cuando fueran rentables
dichos proyectos, incorporando los costos normalmente ausentes en los
estudios que los sostienen, queda flotando la pregunta sobre la
conveniencia de continuar ahondando esta modalidad de acumulación primario
exportadora.
En síntesis, se insiste en dominar la
Naturaleza para transformarla en productos exportables, como hace 500 años.
Por lo tanto, más allá de los discursos y de algunos planes oficiales
críticos con el extractivismo, se ha consolidado e inclusive ampliado la
modalidad de acumulación primario exportadora y con esto no solo que se
mantiene sino que se profundizan las dependencias[26]. Mientras tanto se
mantiene incólume el mito del progreso en su deriva productivista y el mito
del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo en su visión
mecanicista de crecimiento económico, así como sus múltiples sinónimos.
Si en los años sesenta del siglo XX se dio
lugar al festín del petróleo, en la segunda década del siglo XXI se avanza
con el festín minero[27].
La Amazonía, una lucha por la vida
En este punto, para concluir, hay que
señalar que la región amazónica sigue siendo tratada, en la práctica, como
una periferia en todos los países amazónicos, que son a su vez la periferia
del sistema político y económico mundial. Un proceso que mantiene viva la
conquista y la colonización en toda la región, independientemente si son
países gobernados por mandatarios neoliberales o progresistas.
Pensando en toda la Amazonía: ese vasto
territorio en América del Sur, alberga sobre todo dos dicotomías, la
abundancia y la violencia; se debate permanentemente entre la vida y la
muerte. Durante mucho tiempo la inmensa selva amazónica ha sido vista como una
reserva de recursos naturales donde el capital hace “sus compras” a
conveniencia.
La misma complejidad de ese territorio hace
necesarias nuevas perspectivas y varias propuestas de salida a su posible
devastación. Ese territorio tiene vida propia y es generador de nuevos
saberes, esos que la Modernidad trata de callar; eso explica también porque
se ha convertido en un territorio de resistencias.
Estamos todavía a tiempo para pensar en
salidas globales y sobre todo locales para los diversos problemas antes de
que sea demasiado tarde. Se precisan respuestas integrales que permitan
transitar hacia el Buen Vivir o sumak kawsay y que nos
posibiliten imaginarnos en una sociedad postextractiva y postcapitalista.
Empezar a desmercantilizar la Amazonia es un reto impostergable, es decir
empezar a apreciarla por su enorme diversidad y abundancia de vida…
amenazada. Un paso en esa dirección es cristalizar iniciativas como la de
dejar el crudo en el subsuelo en el Yasuní-ITT.
El compromiso por la Amazonia es el compromiso
con la vida.-
[1] Economista ecuatoriano. Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente
de la Asamblea Constituyente. Ex-candidato a la Presidencia de la República
del Ecuador. El autor de estas líneas ha trabajado en varios de sus libros
y artículos esta cuestión. Se trata de un proceso de permanente reflexión y
aprendizaje, así como de permanente aproximación a una región maravillosa:
la Amazonía. Basta leer el libro del autor: Desarrollo Glocal - Con la Amazonía en la
mira, Corporación Editora Nacional, Quito, 2005.
[2] Suficiente con mencionar los procesos
de acumulación originaria propuestos por Carlos Marx [1867]; El
Capital. Tomo I: El proceso de producción del capital. Siglo XXI
editores, México, 2013; o de acumulación por desposesión de David
Harvey: El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2003; o de
extrahección de Eduardo Gudynas; “Extracciones,
extractivismos y extrahecciones - Un marco conceptual sobre la apropiación
de recursos naturales”. Observatorio del Desarrollo, No. 18, febrero 2013..
[3] Para profundizar en esta materia se
recomienda el estupendo libro de Horacio Machado Aráoz; Potosí, el
origen – Genealogía de la minería contemporánea, Mardulce, Buenos
Aires, 2014.
[4] Ver su informe: “Nuevo descubrimiento del gran rio
de las Amazonas”, ha sido publicado varias veces como libro: Cristóbal de
Acuña; Descubrimiento del Amazonas, Emecé editores, Buenos
Aires, 1942.
[5] En
línea con Eduardo Gudynas es mejor hablar de extractivismos. Ver su
esclarecedor libro: Extractivismos. Ecología, economía y
política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza. CEDIB y CLAES,
Cochabamba, 2016.
[6] El afán científico que movió a
ese gran berlinés para llegar a América, sin que esto represente una
acusación en su contra, no puede desvincularse de la expansión económica y
política de las potencias europeas.
[7] A los defensores de esta tesis
poco les interesa reconocer que Ricardo construyó su planteamiento de la
simple y atenta lectura de una imposición imperial. La división del trabajo
propuesta por Ricardo se basó en el acuerdo de Methuen firmado en Lisboa el 27 de diciembre de 1703 entre Portugal e Inglaterra. Tampoco les
preocupa que Gran Bretaña, la primera nación capitalista
industrializada con vocación global, no practicó la libertad comercial que
tanto defendía. Con su flota impuso sus intereses en varios rincones del
planeta: introdujo a cañonazos el opio a los chinos (a cuenta de la
presunta libertad de comercio) y hasta bloqueó los mercados de sus extensas
colonias para protegerlos y mantener el monopolio para colocar sus textiles
(por ejemplo, la India, un gran mercado subcontinental). Ver el valioso
aporte de Ha–Joon Chang, Kicking Away the Ladder–Development
Strategy in Historical Perspective, Anthem Press, Londres, 2002, o en
español Retirar la escalera – La estrategia del desarrollo en perspectiva
histórica, Catarata y Universidad
Complutense de Madrid, Madrid, 2004.
[8] Se recomienda la reflexión sobre el tema de Jürgen Schuldt; ¿Somos
pobres porque somos ricos? Recursos naturales, tecnología y globalización,
Fondo Editorial del Congreso del Perú, Lima, 2005.
[9] Consultar en Jürgen Schuldt y Alberto Acosta, “Petróleo, rentismo y
subdesarrollo: ¿Una maldición sin solución?”, revista Nueva Sociedad, No.
204, Buenos Aires, julio/agosto 2006.
[10] Visión propuesta por Thomas Mitschein, Thomas; “Os caminhos inciertos
do desenvolvimento sustentable na Amazonia”. Poematropic, (7)
Janeiro/Junho. Belem: Desenvolvimento Sustentável, Programa Pobreza e Meio
Ambiente na Amazônia, 2001.
[11] Jaime Galarza Zavala denunció -en su libro
“El Festín del petróleo”, Quito, 1972- cómo se había fraguado la entrega
masiva de concesiones petroleras en el Ecuador.
[12] El Estado ecuatoriano, como lo
reconoció el Banco Mundial, garantizó la “eficiencia privada” con “un
sistema complejo de subsidios implícitos y poco transparentes”. Y ese
Estado “petrolero” –más allá de las intenciones reformistas de los
militares– fue, una vez más, expresión del poder de los grupos dominantes. “Siempre los
capitalistas han contado con la capacidad de utilizar los aparatos del
Estado en beneficio propio”, reconoce Immanuel Wallerstein; El
capitalismo histórico, Siglo XXI, Bogotá, 1988.
[13] La riqueza petrolera solo
fue el detonante de un masivo endeudamiento externo, que se explica por la
existencia de importantes volúmenes de recursos financieros en el mercado
mundial que no encontraban una colocación rentable en las economías de los
países industrializados a causa de la recesión.
[14] Sobre la evolución de la economía
ecuatoriana en todos estos años se puede consultar el libro del
autor: Breve historia económica del Ecuador, tercera edición,
Corporación Editora Nacional, Quito, 2012.
[15] Para profundizar en esta materia se
recomienda el libro del autor: La maldición de la abundancia,
Swiss Aid, Abya-Yala y CEP., Quito 2009.
[16] Consultar también en Alberto
Acosta; “Maldiciones, herejías y otros milagros de la economía
extractivista”, Revista Tabula Rasa - Teología de los
Extractivismos, Bogotá, 2016.
[17] Aquí sugerimos la revisión de dos
artículos complementarios escritos por el autor de estas líneas con John
Cajas-Guijarro: “Dialéctica de (casi) una década desperdiciada Estridencias, orígenes y
contradicciones del correísmo”, artículo en el libro Rescatar la
esperanza. Más allá del neoliberalismo y el progresismo, Entre Pueblos,
Barcelona, (2016); “Ocaso y muerte de una revolución que la
parecer nunca nació”, Quito, septiembre 2016, publicado en varios portales,
como www.rebelion.org.
[18] Revisar Jagdish N.
Baghwati, “Inmiserizing Growth”, Review of Economic Studies,
junio, 1958.
[19] En el marco del juicio contra la compañía
Texaco, Richard S. Cabrera Vega presento el
“Informe Sumario del Examen Pericial. Dictamen Pericial”, 24 de marzo de
2008.
[20] Los casos de cáncer en la
Amazonía petrolera llegan a un 31%, cuando el promedio nacional es de
12,3%.
[21] Se puede revisar sobre este tema la visión
del autor: “Amazonia. Violencias,
resistencias, propuestas, en la Revista Crítica de Ciencias Soaicles,
Coimbra, 2015. https://rccs.revues.org/6004
[22] Este gobernante se convirtió en el mayor
promotor de la megaminería de la historia. En los años neoliberales los
gobiernos apresuraron el paso extractivista. En vano intentaron introducir
la megaminería e inclusive ampliar la frontera petrolera, atropellando
cualquier cuestionamiento y normativa legal; sin embargo la fuerte
organización y lucha social no lo permitió. Hoy esos “logros” neoliberales
son alcanzados por la gestión del gobierno de Rafael Correa, que hay que señalar,
ha hecho un trabajo sostenido de debilitamiento del tejido social.
[24] Se recomienda consultar uno de los estudios más contundentes sobre la
destrucción sociambiental y la posterior “remediación” de la TEXACO,
escrito por Carlos Martín Berinstain, Rovira Páez e Itziar Fernández; Las
palabras de la selva-Estudio psicosocial del impacto de las explotaciones
petroleras de Texaco en las comunidades amazónicas del Ecuador, HEGOA,
Bilbao, 2009. http://pdf2.hegoa.efaber.net/entry/content/442/Las_palabras_de_la_selva.pdf
[25] “En la actualidad la Amazonia
estalla en fragmentos. […] En efecto, algunos sitios amazónicos están
directamente ligados a la globalización, generalmente como proveedores de
recursos naturales, mientras otras extensas zonas se mantienen al margen de
esos procesos, y sus principales relaciones son locales o regionales. El
estilo de desarrollo impuesto sobre la Amazonia se basa en una apropiación
de los recursos naturales volcados a su utilización fuera de la región, y
particularmente su exportación, lo que determina una afectación desigual
del territorio.” Eduardo Gudynas, “La nueva geografía amazónica:
entre la globalización y el regionalismo”. Observatorio del Desarrollo.
Montevideo: CLAES, D3E, 2007. http://ambiental.net/publicaciones/OdelDNuevaGeogAmazonia.pdf
[26] Ver el artículo del autor sobre el tema:
“Las dependencias del extractivismo - Aporte para un debate incompleto”,
Revista Aktuel Marx Intervenciones Nº 20, Título: Nuestra
América y la Naturaleza (colonial) del capital: La depredación de los
territorios/cuerpos como sociometabolismo de la acumulación, Santiago
de Chile, 2016.
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