La Asamblea Des-constituyente
La Asamblea Des-constituyente
Raúl Prada Alcoreza
La Asamblea Des-constituyente
La Asamblea
Constituyente supone el poder
constituyente, por lo tanto el desenvolvimiento de la potencia social; de ninguna manera el poder constituido. El poder
constituyente está sobre el poder
constituido, no hay nada por encima del poder
constituyente; es decir, el pueblo movilizado. Lo que pasa en la República
Bolivariana de Venezuela corresponde a cuando el poder constituido quiere imponerse sobre el poder constituyente, quiere estar encima de la potencia social desenvuelta. Esto no solo es anticonstitucional,
sino que es una actitud reaccionaria, contra-revolucionaria, atentatoria de la voluntad popular y de la propia revolución bolivariana. Lo que se hace a
nombre de revolución, esto de
convocar a una Asamblea Constituyente espuria, es como convocar al pueblo a que
asista al entierro de revolución, después
de haberla matado; decir en el sepelio que lo que se hace es por la revolución, cuando sobre su cadáver se
erige el poder de los asesinos.
No debería
sorprendernos que esto ocurra, es parte de la dramática historia insurreccional
de América Latina y el Caribe; los Estado-nación en su segundo nacimiento, el histórico político, pues el primer nacimiento fue solamente jurídico-político,
las llamadas revoluciones
nacional-populares, se erigieron sobre el cadáver del líder revolucionario.
Así ocurrió con la revolución mexicana,
cuyo desenlace fue el termidor de la revolución; el Estado-nación se edificó sobre el cadáver de Emiliano Zapata asesinado. Éste
es como el formato de una trama recurrente, solo que con distintos
guiones, actores, discursos y en diferentes contextos.
Asistimos entonces al
termidor de la revolución bolivariana. La burocracia “chavista”, que ha usurpado
al pueblo del caracazo y de la revolución bolivariana, pretende
consolidar su poder sobre el cadáver de la revolución, usando el cuerpo
sin vida de Hugo Chávez, para
efectuar este recurrente procedimiento del duelo,
convertido oficiosamente y gubernamentalmente como si fuese política.
La revolución bolivariana se encuentra
escrita en la Constitución de 1999; se encuentra en los multitudinarios cuerpos del pueblo; se encuentra en las transformaciones estructurales e
institucionales iniciadas, empero, ralentizadas por la burocracia, para, después,
ser detenidas; por último, ingresar a una marcha regresiva, que ahora, se quiere convertir en la realización institucional de la decadencia.
Las “claves” de lo
que ocurren en la coyuntura crítica y
de crisis múltiple del Estado-nación
y de la política instituida en
Venezuela, no están en las divagaciones, acertijos, adivinanzas, de los
“analistas” políticos, sino en las contradicciones
profundas que conlleva toda revolución.
Contradicciones que se convierten en dilemas al momento de tomar decisiones y volver a entrar en acción o, en contraste, quedar inhibidos
o conformistas; el dilema se puede
resumir de la siguiente manera: Seguir, continuar,
con la revolución, sin detenerse ante
los obstáculos del camino, entre
ellos los puestos por la burocracia, que quiere convencer que la revolución ya está hecha y que de lo que
se trata es de defenderla, que si
falta algo por hacer, lo va a ser la burocracia, no el pueblo, o defender una simulación de revolución, una máscara
carnavalesca que pretende hacerse pasar por el rostro de la revolución,
cuando es la mueca grotesca de la muerte. Este es el dilema, ser o no ser, como decía el príncipe Hamlet, el personaje de la tragedia de William
Shakespeare.
Si se atiende solo a
los discursos emitidos por unos y por otros, es imposible comprender
lo que sucede o lo que acostumbran publicar los medios de comunicación, dar con
las “claves”. Es indispensable no solo observar los hechos y seguir sus secuencias,
sino lograr interpretarlos desde la experiencia
social política y la memoria social.
Una aproximación sería desde la perspectiva
histórico-política; lo mejor sería desde las genealogías del poder, en pleno ejercicio, en los espesores de la coyuntura. Se puede
decir, que lo que pasa es lo que le ocurre a toda revolución; llega a un punto
de inflexión, cuando la misma se institucionaliza,
desde donde comienza su regresión,
que evidencia las profundas
contradicciones del proceso. Por este
camino se llega a la decadencia, que es el del círculo vicioso del poder.
La responsabilidad de los pueblos, cuando
ocurre este drama recurrente, es continuar
con la revolución, continuar la lucha,
dejando atrás a los aliados circunstanciales, que son la patética burocracia,
que se cree la encarnación inmaculada de la revolución. Burocracia que detiene el curso de la revolución y
la culmina no solo institucionalizándola,
estatalizándola, sino acabándola con su muerte. Revisando la historia de la revoluciones en la modernidad, podemos corroborar, que, hasta el momento, ningún pueblo ha podido
responder a su responsabilidad, salvo
la excepción que confirma la regla;
aunque lo haya hecho sino de una manera defensiva, enquistándose en una isla, sin poder seguir adelante; pues lo tiene
que hacer con todos los pueblos del mundo. La pregunta es: ¿lo podrá hacer el
pueblo venezolano, sobre todo, el pueblo nacional-popular,
que emerge en el caracazo, que
sostiene la revolución bolivariana,
que se queda sorprendida ante la evidencia regresiva,
que le costó emprender movilizaciones contra el régimen que arrojó el proceso, en la transición definida por
la correlación de fuerzas? No lo sabemos, aunque hay atisbos y senderos
abiertos por la tercera vía; ni
oficialismo ni oposición, sino el pueblo
autoconvocado. Se han movilizado sectores de los barrios populares, que ya
forman parte de la movilización contra un gobierno
clientelar, contra la convocatoria a una Asamblea Des-constituyente, en un
conglomerado de movilizaciones, donde juegan un papel destacable las
movilizaciones estudiantiles. Se ha pronunciado intelectuales críticos de
izquierda, se ha manifestado y posicionado la Fiscal General, se han hecho escuchar chavistas consecuentes,
que están en contra del chavismo
deschavetado, que, efectivamente, es una expresión anti-Chávez, al querer
desmantelar la Constitución que el caudillo llevó adelante y la promulgó.
¿Qué puede pasar?
Todo depende de la correlación de fuerzas.
El gobierno de Nicolás Maduro solo se sostiene por el ejército, la policía, la
guardia nacional, los “colectivos” armados para la “defensa” de la revolución, un partido clientelar y los fantasmas convocados por exaltados
discursos oficialistas. Se ha despilfarrado el multimillonario ingreso por
concepto de renta petrolera; solo una
pequeña parte ha sido destinada a las comunas
y a las misiones; el resto ha sido
usado de manera prebendal para
mantener las redes clientelares,
además del enriquecimiento de la élite gobernante. Se ha terminado efectuando
una administración pública irresponsable, ocasionando entropía económica, social y política. Se han terminado dando situaciones pasmosas de hiperinflación,
causando escases y desabastecimiento. El gobierno ha culpado a la “oposición”
de derecha y al “imperialismo” por esta debacle; sin embargo, sus argumentos
son insostenibles e indemostrables. No puede explicarse cómo una serie de
gestiones, que contaba con el apoyo de la mayoría absoluta, derivó en el descontrol
administrativo, además de perder catastróficamente la mayoría en las elecciones
legislativas, quedando como minoría; pasando la mayoría absoluta a la
“oposición”. Estos resultados pueden explicarse por el voto castigo popular al
gobierno de Nicolás Maduro, que ganó las elecciones nacionales, no por mérito
propio, sino porque el caudillo, en la antesala de la muerte, pidió al pueblo
que lo siguió y apoyó que voten por el candidato oficialista. Fue el afecto al
caudillo y la lealtad a la relación
con su figura carismática y símbolo paternal, la convocatoria del mito, lo que hizo que el pueblo votara por el
candidato oficialista. El mismo que no tardó en perder el halo de prestigio
donado por el caudillo ausente. Gracias
a la convocatoria del mito, que encarnaba
el caudillo, la burocracia se hizo cargo del gobierno; si no hubiera sido por
esto otra hubiera sido a historia.
Esta burocracia se cree encarnación
de la revolución bolivariana, que no
la ha hecho; vinieron después. No son esta encarnación
que pretenden, en todo caso, sería la encarnación
de la decadencia de la revolución.
El chantaje emocional de la burocracia es
exigir la “defensa de la revolución bolivariana”, de lo contrario, volver a los
gobiernos neoliberales, bajo la férula del “imperialismo”. ¿Qué entienden por “defensa
de la revolución”? La defensa del
gobierno, la defensa de la versión que tiene de la revolución, versión demasiado estrecha y ligada a la supuesta epopeya de su protagonismo, el de la
burocracia; cuando este protagonismo brilla por su ausencia. Están lejos de
entender que la defesa de la revolución
es una defensa crítica; no una apología. Precisamente es lo que no
permiten; están encerrados en una argumentación elemental e indemostrable, que
la “defensa de la revolución” es la “defensa” de esta élite que usurpó al
pueblo la conducción del proceso.
Este poder constituido, condensado en la forma de gubernamentalidad clientelar,
solo encuentra salidas a la crisis política
y económica como la de la imposición, con el uso desmesurado de la fuerza. Ya no convence, mucho menos seduce;
no convoca, mucho menos transforma, ni siquiera en términos de reforma. Lo que hace es presentar la decadencia como si fuera dedicación encomiable, como si fuera
entrega valorable; cuando, mas bien, se trata, de preservar el privilegio que
otorga el poder, de mandar, de
mantener la forma de gubernamentalidad
clientelar y la disponibilidad de
fuerzas, usadas para enriquecimiento de la élite, los nuevos ricos, estos
nuevos estratos de la burguesía rentista.
No tiene sentido
hablar de “izquierda”, en contraste, de “derecha”, en estos casos. No son coordenadas referenciales. Son términos
del discurso del chantaje emocional;
se las emite para definir mapas
imaginarios, donde ellos, la burocracia, es la “izquierda”, desde donde se
juzga; los demás, comenzando por la “oposición”, siguiendo el chavismo crítico,
la izquierda crítica, son la “derecha”; incluso se han inventado una “derecha
posmoderna”. Valga a saber qué es eso.
Se trata de un calificativo que busca
descalificar, empero, es un calificativo que ellos, los emisores, no
entienden. Desconocen el debate sobre la posmodernidad,
y tienen la anecdótica idea de encontrar una “derecha
posmoderna”. Lo que no se dan cuenta, usando sus elementales esquemas, que ya
son la “derecha” efectiva en el
gobierno.
Dada la situación crítica en la que se encuentra
el gobierno, con más de tres meses de movilización contra la gestión de Maduro
y su convocatoria espuria a la Asamblea Constituyente, con la interpelación de la fiscalía general; un
gobierno aislado, arrinconado, convertido en una fortaleza para defenderse;
resulta inaudita su decisión de continuar con las elecciones para la Asamblea
Constituyente. ¿Por qué lo hace? ¿No le queda de otra? ¿Es su último intento
para perpetuarse en el poder? Aun cuando esta apuesta sea un riesgo que
arrastre al gobierno a un desmoronamiento vertiginoso.
Tal parece que en
situaciones parecidas, no se dan, contra toda lógica, respuestas razonables, sino todo lo contrario.
Persistir en la decisión desesperada, creyendo encontrar en ella una salida, lo
que llama asombrosamente el gobierno, la “paz”. Cuando se trata, mas bien, de
la continuidad más intensa de los enfrentamientos. Es cuando, de manera más
patente, se confunde la realidad con
el imaginario, cuando ya es
delirante. Es cuando las estrategias
se mueven en el mapa imaginario de la
ideología, muy lejos del mapa efectivo del movimiento de las fuerzas. Se lo hace porque se considera
que el manejo de la maquinaria estatal,
por lo menos, la mayor parte, lo permite. Que el estar en el poder lo permite todo. Se trata de
astucia, de habilidad, de chingar –
usando este modismo mexicano elocuente – a la “oposición”. Se olvidan que el monopolio del poder que detentan se
asienta en una sociedad
institucionalizada; no saben que la sociedad
institucionalizada tiene como substrato
a la sociedad alterativa. Que no
pueden escabullir los condicionamientos de la realidad efectiva. El Estado no es nada sin la sociedad institucionalizada.
La Asamblea
Constituyente convocada por Nicolás Maduro es el punto de convergencia de
los sucesos donde la revolución
bolivariana muere. Es el instrumento apócrifo
inventado por la burocracia y la forma de
gubernamentalidad clientelar para sondear la crisis múltiple del Estado-nación y la política institucionalizada. En esta
maniobra la revolución bolivariana no
está en juego; es más, es la
olvidada. Lo que está en juego es el poder mismo; la continuidad de la forma
de gubernamentalidad clientelar o su caída. Que se hable de la “revolución
bolivariana”, de su “defensa”, es retórica. Pues la única manera de continuar la revolución es seguir
adelante, más allá del oficialismo y
la “oposición”, más allá de la “izquierda” y la “derecha”, más allá del bien y el mal. Salir del círculo vicioso del poder.
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