En busca de consensos
En busca de consensos
Raúl Prada Alcoreza
En busca de consensos
¿Es posible la lucidez
colectiva, la lucidez social, en
un momento de crisis? ¿Se puede contar no solo con la intuición subversiva sino con la intuición plena de la simultaneidad dinámica? ¿Se puede llegar
a comprender, a través de estas intuiciones, que se puede detener la
locomotora desbocada, que marcha al descarrilamiento, por consenso colectivo, por decisión
social, cuando los pueblos se asumen como la integración de las voluntades
multitudinarias? ¿Se ha dado alguna vez este acontecimiento en las plurales historias
de las sociedades humanas; sobre todo, en las sociedades modernas, que es lo
que nos atinge directamente? Buenas preguntas, a las que solo se puede
responder auscultando en la experiencia
social y en la memoria social; en
términos conocidos, aunque estrechos, auscultando en los espesores de la historia.
Sin embargo, de lo que se trata, ahora, es preguntarse y responderse si el
pueblo venezolano experimentará este acontecimiento
revelador del sentido inmanente, en
una coyuntura álgida, llena de convocatorias.
Como en el cuadro del ángel de la historia, donde el ángel
solo puede mirar atrás, al pasado;
incluso dejando que pase raudamente el presente,
convirtiéndose vertiginosamente en pasado;
pues el ángel tiene las alas
extendidas, empujadas por huracanados vientos, que le impiden aletear,
voltearse y mirar adelante, ver lo que viene, ver el futuro. Sin embargo, dado lo que ve y ha visto en este recorrido
que lo arrastra fatalmente, presiente
lo que viene, el desenlace. Se
desespera por cambiar el curso de los
acontecimientos; pero no puede; los
vientos huracanados no se lo permiten. Sin embargo, cuando se trata del pueblo, que es donde se genera paradójicamente el poder y el contra-poder,
la dominación y la libertad, pueblo que no es el ángel de la historia; pero sí es la potencia
social, contenida, la más de las veces, apabullantemente inhibida, las escazas veces, liberando parte de la energía de la potencia social; abriendo horizontes
histórico-culturales; el pueblo
puede parar la locomotora desbocada, detener la historia, suspenderse
sobre ella y reflexionar, encontrando
otros decursos, escoger de los más convenientes caminos.
¿Podrá el pueblo
darse esta oportunidad, antes de
seguir la secuencia descontrolada de lo que viene? Ya no depende, en este caso,
de la correlación de fuerzas, como
hemos anotado tantas veces, sino de la lucidez
lograda. Está en manos del pueblo
venezolano, detener el juego de
poderes, detener la marcha compulsiva del círculo vicioso del poder, ponerse a reflexionar y buscar consensos
para dar los siguientes pasos. Ante este desafío, están muy lejos de responder
tanto la “oposición” como el “oficialismo”, que tienen más analogías en común que las diferencias
que las ponen en mesa, para distinguirse. Sin juzgar a unos y otros, por lo que dicen, quizás interpelar
por lo que hacen, de lo que se trata
es que el pueblo logre auto-determinarse, auto-convocarse, auto-gestionarse,
autogobernarse; aunque sea por un momento de lucidez.
No parece razonable
dejarse llevar por proyectos
restringidos a ideologías, que están
lejos de comprender la complejidad, sinónimo de realidad; se autodenominen lo que se
autodenominen, se proclamen como la verdad.
Todavía falta aprender mucho sobre lo
que denominamos realidad; hay
demasiados obstáculos epistemológicos,
demasiado obstáculos ideológicos, que
ralentizan el aprendizaje social. Lo
que importa es darse la oportunidad a
aprender, renunciando a la pretensión
de saberes absolutos, de unos y otros. Ya no está en manos de los enemigos, que son, mas bien, efectivamente cómplices de lo que desean, el poder;
sino está en manos del pueblo; el único,
el multitudo, que puede cambiar el
curso desbocado de los acontecimientos.
Pues, en realidad, lo que ocurre
depende de él, de su pluralidad, en
todo caso, entrelazada. La invención del poder depende de las inclinaciones
populares; las rupturas histórico-políticas también dependen de las pasiones
populares y el deseo de emancipación. Evitar la tragedia que parece avecinarse, depende
de la voluntad y decisión popular.
El pueblo
puede ejercer la profundización democrática, sino es la democracia radical del autogobierno. Profundización democrática que se encuentra enunciada y establecida en la Constitución bolivariana. Esto
significa, fuera de lo que se expresa claramente como gestión participativa y comunitaria, construir consensos y avanzar a través de los consensos. La responsabilidad
histórica, para decirlo de esa manera,
un tanto estereotipada, pero ilustrativa, es exigir y ejercer los consensos.
Para decirlo de manera específica y concreta, la “Asamblea
Constituyente” convocada por el poder constituido,
fuera de no poder ser constituyente,
sino derivada de la decisión ejecutiva, no es, desde ningún
punto de vista, consenso. El proyecto inherente de la “oposición”,
que considera que “democracia” es la formalidad institucional de la representación y la delegación, del Estado de derecho, reduciendo al pueblo al papel de votante, no es consenso.
En este texto, no nos interesa caracterizar
a unos y otros, menos descalificarlos, sino remarcar, que ninguno de sus proyectos políticos, de unos y otros, implica consenso.
Ante la inmadurez de ambos – déjenos
usar esta expresión, un tanto rimbombante, sobre todo, para ilustrar – el pueblo tiene la responsabilidad de ejercer
el uso crítico de la razón, que es como sinónimo
de madurez.
El consenso
es simple, sin embargo, altamente operativo,
como me lo dijo un amigo[1],
que experimentó esta experiencia, en otro contexto.
Se clasifica lo acordado, lo que está
pendiente y los desacuerdos. Se avanza en lo acordado;
se busca resolver lo pendiente, consensuando, es decir, renunciando a
algo, por todos los lados involucrados; se mantiene en discusión los desacuerdos. Este parece ser el mejor
camino, evitando recorridos demasiado accidentados, dramáticos y trágicos.
[1] Mi amigo Armando Urioste me contó su
experiencia en Polonia, cuando Solidaridad interpeló a una forma de poder
estalinista, ya en debacle.
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