El colmo de la desfachatez política
El colmo de la desfachatez política
Raúl Prada Alcoreza
El colmo de la desfachatez política
El colmo de la desfachatez política ocurre cuando un político
se considera levitar sobre el resto de los mortales; por ejemplo, cuando un político
considera que los resultados de un referéndum, por cierto, vinculante, corresponde
a una “norma abstracta”; entonces, concretamente, se pueden desconocer estos
resultados, a partir de las premuras de la vida política. Eso es colocarse por
encima de todo, por encima de todos los mortales, que tienen el pecado de tener
normas; colocarse por encima de la Constitución, del Estado y su malla
institucional. Este desprecio a la democracia
es característica de personajes
paranoicos, que llevan al extremo del endiosamiento delirante a la imagen
que tienen de sí mismos. Esta exaltación enfermiza de sí mismos se da,
paradójicamente, en personas también extremadamente inseguras y acomplejadas.
Entonces, el delirio de grandeza resulta una máscara para cubrir sus propias inseguridades y miedos.
Por otra parte, estos ilustres personajes
inquietantes suelen hablar a voz en cuello del pueblo, de las víctimas, de los indígenas, de los y las discriminadas,
como si fuesen sus inmaculados representantes.
Confunden la representación
circunstancial, que les otorgó el voto, con la representación vitalicia, de por vida, como si fuesen ungidos divinamente.
Por lo tanto, confunden política con religión; hacen religión de la política y
hacen religión en política. Pero, en tanto mezcla, deriva esta práctica embarullada
y enrevesada en un barroquismo político-religioso
insólito. Estos personajes extraviados terminan siendo los sacerdotes de algo que no es ni religión
ni política, sino una mezcla densa,
como una niebla espesa, donde ni ellos mismos, estos personajes, se reconocen,
tampoco ven el mundo efectivo. En
estas condiciones, sin ver la realidad
efectiva ni verse a sí mismos,
tal como son, desprenden imaginarios
de las interpretaciones más
delirantes; como por ejemplo, una “teoría”, sin pies ni cabeza, sobre las “clases
medias”, inventándose una “clase media popular” distinta de una “clase media
tradicional”, una clase media con rasgos “indígenas” diferente a una clase
media “blancoide”. En fin, una “clase media en ascenso” en contraposición de
una “clase media en descenso”. Olvidando que el fenómeno del crecimiento de las
“clases medias” es generalizado en todas las sociedades del mundo
contemporáneo; en esto no tiene nada que ver la forma de gobierno ni la forma
de gubernamentalidad, si son neoliberales o si son “gobiernos progresistas”.
¿Todo esto para qué? Para justificar la impronta de sus extravíos, de sus
descarnadas violencias o de sus violencias encubiertas contra el pueblo, contra la voluntad popular,
contra la democracia, contra la Constitución, contra las naciones y pueblos
indígenas; incluso contra el erario del Estado, al usufructuar de sus arcas de
la manera más displicente, ilegal y no institucional. Con estas estrambóticas “teorías”
quieren encubrir la descomunal corrosión
institucional y la galopante corrupción
gubernamental.
Estos sacerdotes
de esta religión política populista
se invisten de “revolucionarios”, pues este disfraz es un buen camuflaje para
encubrir sus fechorías. Creen que con esta pose “revolucionaria” pueden
ostentar de jueces, descalificar a los contrincantes, a la crítica, a las
denuncias efectuadas. Si a estos sacerdotes de la política convertida en religión
se les quita sus hábitos, es decir
sus disfraces, entonces se puede ver lo que son; fuera de ser unos comediantes, de ejercer la impostura de
manera desmesurada, son efectivamente la burguesía
rentista, que se conformó apropiándose del excedente que deja el modelo económico colonial extractivista del
capitalismo dependiente. Es también la burguesía
de la coca excedentaria, entonces, la burguesía correspondiente a los
ciclos y circuitos de la economía política de la cocaína.
Politicamente, de manera concreta, son usurpadores de la victoria popular contra
el proyecto y la coalición neoliberal. Montándose en la cresta de la ola de las
movilizaciones sociales anti-sistémicas,
aposentándose en el gobierno, con la pretensión de nunca más salir, además,
haciendo todo esto a nombre del pueblo,
a quien lo han reducido a mudo y temeroso espectador, lo han convertido en víctima
de sus extravagancias, en sombra de sus especulaciones, en la excusa para sus fechorías.
En pocas palabras, no son más que unos vulgares déspotas o tiranos, investidos
con los oropeles simbólicos de una revolución que no se dio, que fue truncada
por ellos mismos, estos sacerdotes de
la voluntad de nada, aplicada en política.
Tampoco no dejan de ser unos vulgares delincuentes
políticos, al cometer delitos contra la Constitución, contra la democracia
y contra el Estado.
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