Crítica de la razón mediática
Crítica de la razón mediática
Raúl Prada Alcoreza
Crítica de la razón mediática
Imaginemos que captamos con una cámara lo que
sucede y se presenta como noticia;
ciertamente, la cámara del canal de televisión ya ha efectuado lo que
imaginamos. Pero, a donde vamos es a lo siguiente: En primer plano aparece el
presidente descalificando la crítica que se le hace, sobre todo, por su
re-postulación continua y reelección seguida, que peca de inconstitucionalidad.
En otro primer plano aparece el vicepresidente del MAS declarando que la
re-postulación del presidente va lloren o se maten los que se oponen. En otro primer
plano o segundo plano se muestra el cuadro de los resultados del referéndum por
la reforma constitucional, que buscaba habilitar al presidente a la reelección
indefinida, donde claramente gana el NO. Después en un tercer plano secuencial
se muestran movilizaciones contra la re-postulación del presidente, contra la
arbitraría e incongruente decisión del Tribunal Constitucional – por cierto ilegitimo, porque se los nombra en una
segunda elección de magistrados donde ganó el voto nulo, anulando taxativamente
las elecciones -, amparado en el estrambótico argumento, descabellado, de una
interpretación del Convenio de San José, que defiende los derechos humanos, en plural y en sentido universal, no de un derecho
singular, nada más ni nada menos de alguien que funge de presidente. ¿Cómo
terminar de armar la película imaginada? Se puede ampliar la lista de
encuadres, incluyendo las demostraciones de fuerza de las organizaciones
sociales afines al gobierno, apoyando la re-postulación y la reelección
indefinida; también incluir declaraciones de la llamada “oposición” en contra,
así como entrevistas a “analistas políticos”. Sin embargo, a pesar de la
extensión de encuadres, nos veremos ante el problema de la configuración de la
trama y de sus desenlaces.
Él o la que está detrás de la cámara filmando
no es que no sabe nada de lo que pasa, lo sabe, tiene información, tiene experiencia y memoria, además no deja de tener una posición, también una opinión.
Se acerca a lo que ocurre no solo con la cámara sino la propia perspectiva de mundo que se ha formado. Esta no solamente decodificando cada encuadre,
sino que, a su vez, no deja de interpretarlos.
Los tres encuadres están comparados,
de antemano; seguramente en la película imaginaria, que puede hacerse efectiva,
serán unidos los encuadres de una u
otra manera. Lo que viene no está exento de un guion, por más provisional que sea; la perspectiva del o de la que está detrás de la cámara interviene
armando las escenas y su secuencia. Pero, ¿dónde radica la
utilidad de la comparación? Por así
decirlo, en el peso de cada encuadre; ¿este peso depende de la opinión formada del o de la que está
detrás de la cámara? ¿O depende del peso
específico, no de los encuadres,
sino de los referentes capturados por
los encuadres, por lo tanto, del peso específico de estos referentes en el acontecimiento político? Por cierto, en lo segundo, a no ser que se
quiera literalmente inventarse otra realidad.
Sin embargo, es esto lo que ocurre con los medios
de comunicación audiovisuales. A esto se llama manipulación de los hechos
que se filtran a través de las cámaras y se los presenta en las pantallas. La relación de los referentes con el acontecimiento
político desaparece, sustituido por lo que se quiere transmitir, la visión de mundo del canal, del medio de
comunicación.
Lo hacen los medios de comunicación públicos,
directamente controlados por el gobierno, así como los medios de comunicación empresariales, también controlados por el
gobierno, pero, también lo hacen, en general, los medios de comunicación, aunque no estén controlados por el
gobierno. La relación de los referentes, que capturan con las
cámaras, con el acontecimiento político
ha desaparecido. Se transmiten las noticias
como si los hechos que muestran
formaran parte de un mundo plano, sin
espesores. En las noticias los encuadres tienen como el mismo peso;
¿a esto se llama “neutralidad”, incluso “objetividad”? Podemos hablar del mundo plano de los medios de comunicación, que consiste en aplanar el mundo efectivo,
que, por lo menos, se mueve en cuatro dimensiones. Esto no es neutralidad, menos objetividad, sino banalizar
la complejidad del mundo efectivo.
No se está pidiendo que los medios de comunicación tengan ideología, que ya la tienen, sin
saberlo, menos una posición política,
que pueden o no tenerla; estas son las condiciones
de “compromiso” a lo que quedan reducidas las problemáticas del mundo
efectivo, por parte de los sacerdocios de la ideología y la política.
El acontecimiento político no es
perceptible ni por la insensibilidad
de la ideología ni por el esquematismo político. El acontecimiento
político es lo que contiene;
contiene procesos entrelazados, múltiples singularidades en constante
asociación y composición, contiene espesores
territoriales, sociales y culturales, contiene mallas institucionales, también,
obviamente a los medios de comunicación.
Los medios de comunicación juegan un
papel en el acontecimiento político,
no lo ven; solo ven lo que capturan
con cámaras y micrófonos. Seleccionan lo que capturan y muestran al público
como si este fuera el mundo efectivo.
Es esta reducción lo que nos ofrecen.
El papel reduccionista de los medios de comunicación forma parte de la estructura de dominaciones del sistema-mundo capitalista. El mundo efectivo tiene que ser visto como imagen de pantalla, tiene que ser aplanado, convencer al público que ese es el “mundo real”. No hay pues neutralidad ni objetividad
posible en esta práctica reduccionista.
El público,
en cuanto tal, está atrapado en esta malla audiovisual reduccionista. Es la
información que le entra por los ojos y los oídos. Puede ser espectador de debates, montados o no;
puede, incluso asistir a la concurrencia de canales, donde unos se inclinan por
una tendencia y otros por otra; sin embargo, todo esto acontece en el mundo plano. El público está alejado de los conflictos,
salvo cuando aparecen en la pantalla
como noticia. No es que en este caso
se rasga la pantalla e invade el mundo efectivo con su crudeza; el conflicto es tratado como noticia, como cualquier otra noticia. También es aplanado. Si el espectador
es afectado por el conflicto no es
porque es público, sino porque forma
parte de una sociedad en conflicto. El conflicto le afecta, cuando deja de ser público, cuando es involucrado, cuando participa. Esta inscripción del conflicto en la piel, esta percepción
efectiva, no se da, obviamente, por la pantalla,
sino en el mundo efectivo de cuatro
dimensiones.
Se entiende que no se reclame que se dé información y noticias en tres dimensiones, como en el holograma, ya hay tecnología
como para hacerlo; en todo caso, también sería una reducción en tres dimensiones. No se trata de esto. En la pantalla se han proyectado reportajes
que recuperan o tienen en cuenta el acontecimiento
político o, en su caso, el acontecimiento
social, así como el acontecimiento
económico; también se han brindado narrativas
audiovisuales en cine, no solamente de alta calidad, sino que expresan el acontecimiento vital de una manera ejemplar. Se trata de tener en
cuenta el acontecimiento, en su
integralidad, por lo tanto, vital; en
el caso que nos ocupa, el acontecimiento
político. La condición plana no
viene de lo bidimensional donde se proyecta, sino del manejo plano de los hechos, sucesos, eventos, que forman parte del acontecimiento. En el plano, como en el caso de la pintura, se maneja la perspectiva y la profundidad, los espesores, además de lo cromático que juega con
tonalidades de sensaciones, además de administrar la luz. El cine, el cine como
arte, como narrativa compleja, nos ha
enseñado lo que se puede hacer con la imagen-movimiento
y la imagen-tiempo, combinando juegos de planos, encuadres, secuencias,
transversalidades y duraciones, inmanencias y trascendencias, al componer tramas complejas audiovisuales. Se
trata, de la relación con el acontecimiento.
¿Por qué se ha dado la banalización de lo real y
de la realidad con la avanzada
tecnología que manejas los medios de
comunicación? No es problema, por cierto, de la tecnología que se maneja, sino del manejo de esa tecnología.
Las posibilidades tecnológicas quedan
restringidas a los límites de una concepción plana del mundo, quedan
inhibidas ante un manejo
sensacionalista, especulativo o indiferente. Lo que se persigue es lograr el rating o vender publicidad, atraer más público o servir a los que pagan.
La información y las noticias se han vuelto negocio; es
decir, mercancías. Si hay programas que escapan de esto, son excepciones que confirman la regla; si
hay medios que escapan de esto, que son escasos, es porque estoicamente se ha mantenido
la vocación comunicacional. Como
contraste, empero simétrico, a la mercantilización,
hay medios de comunicación estatales
que se encargan de otra forma de especulación, la propaganda ideológica, que
también es banal, solo que por otras razones; la de reducir el mundo efectivo al
esquematismo dualista de amigos y
enemigos, en la versión estatalista. En
pocas palabras, los medios de
comunicación se han convertido en instrumentos
indispensable en los juegos de poder.
Como dijimos, el público está atrapado en las redes audiovisuales de los medios de
comunicación; la ciudadanía está
sometida o tiene que soportar la apabullante ocupación mercantil o ideológica de
los medios de comunicación en concurrencia. Solo escapa cuando se moviliza, cuando crea sus medios de comunicación alternativos, en
la calle, en los caminos, en las asambleas, en las redes. Hay pues un monopolio, que excluye a los y las ciudadanas de los medios de expresión; monopolio empresarial, por un lado, monopolio
estatal, por otro lado. En estas condiciones
no se puede hablar seriamente de libertad
de expresión.
¿De
qué se trata? ¿De tomar los medios de comunicación? ¿De conformar medios de comunicación alternativos? En
todo caso, ¿qué es lo alternativo?
Algunos “medios de comunicación alternativa”, si bien no hacen lo mismo,
repiten analogías con los medios de comunicación empresariales o, en su caso,
estatales. Son grupos o colectivos que difunden su posición; a lo que tienen derecho, por
cierto; empero, lo alternativo no puede
reducirse a esto. Lo alternativo
tiene que ver con que no haya monopolios
de ninguna clase; que la gente tenga acceso a la posibilidad de expresarse,
aunque no solo. Si no, se trata de la participación
social, colectiva, de las múltiples
singularidades, en el acontecimiento
de la comunicación. La comunicación
no solo tiene que ver en poner en común
mensajes, sino en lograr conocerse,
de darse a conocer y conocer a los
demás, en sus singularidades. De
construir el conocimiento social de
lo que es la gente; no a través de los estereotipos
que difunden los medios de comunicación.
En otro ensayo lo dijimos, si los enemigos se conociesen y no a través de estereotipos,
no se matarían. Los medios de comunicación difunden estereotipos; esto, en resumidas cuentas, es el desconocimiento del otro, de la otra. Hay
pues no un acercamiento al otro, a la
otra, a la otredad, a la diferencia,
sino un distanciamiento grande, pues
se da a través de prejuicios y
preconcepciones ateridas. Es como seguir alimentando los imaginarios vernaculares y la ideología
vigente. Esto es, la descalificación
del otro, de la otra, de la otredad; por
lo tanto, se trata de un desconocimiento
de las singularidades, a través de
las cuales se efectúa la realidad efectiva.
Se mantienen, entonces, las mismas interpretaciones;
no se aprende nada; salvo que las noticias muestran la proliferación de hechos como si repitieran la misma trama; la lucha entre el bien y el mal, entre los buenos
contra los malos, entre los “civilizados”
y los “barbaros”, entre las instituciones y los “terroristas”. Lo novedoso se pierde, en esta repetición del mismo molde del drama; lo singular desaparece en este paradigma
osificado de lo universal hegemónico.
Como hemos dicho antes, pueden darse
versiones opuestas, encontradas; sin embargo, ambas, son simétricas y
complementarias; se reproduce la misma forma
mediática de pensamiento. Lo que importa es la notoriedad, la fama, lo
viral, el sensacionalismo. Conmover la sensibilidad del público a través de escenas
dramáticas o impresionantes, difundir ejemplos
mediáticos, de personajes connotados
por las mismas valoraciones de los medios de comunicación. Toda esta pompa de artificialidad es la burbujeante atmósfera mediática con la que se mantiene seducido u ocupado al público. En consecuencia, el público se encuentra habitando en este mundo de burbujas mediáticas, que toma como “realidad”. Un ejemplo
de la enajenada situación en la que se encuentra el público; mientras la crisis
ecológica desborda amenazando hacer desaparecer islas, penetrar playas y
bordes continentales, la contaminación alcanza grados de intensidad
asfixiantes, la destrucción del planeta avanza dejando desiertos, tierras
devastadas, huellas irreversibles de
depredación, los medios de comunicación presentan, selectivamente, información de lo que acontece, como noticia, colateralmente o de manera
compartida con otras noticias, que
pueden ser políticas, económicas o de crónica roja. Entonces los niveles de
amenaza para la vida, que implica la crisis ecológica, se amortiguan o son
matizados, como si se tratara de lo mismo, como si fuese del peso de otras
noticias. El público sigue viendo la
televisión como si no pasara nada; mientras la tormenta golpea sus ventanas sin
que el televidente la escuche ni vea. Podemos encontrar muchos ejemplos; pero,
no se trata ahora, de eso, de exponer la lista donde el público se comporta de manera enajenada,
sino de señalar la función de los
medios de comunicación en la crisis
de un sistema-mundo que se enrolla
sobre sí mismo, queriendo con esto no solo escapar de la crisis, sino suspenderse sobre el mundo efectivo y el acontecer
complejo del planeta.
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