Octubre traicionado


Octubre traicionado

Raúl Prada Alcoreza













Fue en octubre de 2003 cuando se rebeló el pueblo alteño y se articularon con la rebelión indígena y campesina de los sindicatos del Altiplano. Después de la guerra del agua vino el bloqueo indígena-campesino; ambos acontecimientos se dieron en el primer año del siglo XXI, inaugurándose así la movilización prolongada (2000-2005), que va a derrocar el régimen neoliberal.  La insurrección popular de octubre fue nombrada la guerra del gas; por los muertos y heridos dejados, se la nombró también como “octubre negro”. Hasta el 2005, incluyendo el año, se sucedieron movilizaciones sociales por todo el país, entre las que podemos destacar la segunda guerra del agua, efectuada en la ciudad de El Alto, así como también las movilizaciones de los y las prestatarias, también de los jubilados. Ciertamente no hay que olvidar el enfrentamiento entre los dos aparatos de emergencia del Estado, el ejército y la policía, en plena plaza de arma, en febrero de 2003. Asistimos, entonces, no solo ante la crisis del un régimen, el neoliberal, sino a la crisis múltiple del Estado-nación.

La propuesta popular, de los movimientos sociales, vencedores de la movilización prolongada, se expresó en la denominada Agenda de Octubre; agenda, que tenía como objetivos primordiales la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea Constituyente – esta última incorporada al final. La Agenda de Octubre fue entregada al presidente de la sustitución constitucional, Carlos Diego de Mesa Gisbert; la entrega del mandato popular se lo hizo en la ciudad de El Alto. El presidente, nombrado por el Congreso, de acuerdo con la sustitución constitucional, ya que el presidente electo renunció, obligado a huir por la insurrección desatada. El presidente de entonces no cumplió con los mandatos de la Agenda de Octubre, fue también obligado a renunciar, ante la reactivación de la movilización social. La crisis política llevó a una nueva sustitución constitucional, quizás la última posible institucionalmente, donde la toma de La Paz, Cochabamba, Oruro, Potosí y, por último, Sucre, por parte de los movimientos sociales, exigió la renuncia de los presidentes de la Cámara alta y de la Cámara baja, para evitar que en ellos recaiga la sustitución constitucional. Quedando como recurso de sustitución el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Enrique Eduardo Rodríguez Veltzé, quien fue nombrado presidente por sustitución constitucional. Esta vez no se le entregó la Agenda de Octubre sino el encargo de convocar a elecciones nacionales.

Estas elecciones fueron ganadas por mayoría absoluta por Evo Morales Ayma, con lo que el MAS llega al gobierno, no solo con el amplio respaldo de la votación, sino por el apoyo irradiante de la movilización social. El primero de mayo, el día del trabajador, el presidente elegido nacionaliza los hidrocarburos mediante el Decreto Ley “Héroes del Chaco”; de esta manera cumplía con el primer mandato de la Agenda de Octubre. Después, en julio del mismo año se convocó a la Asamblea Constituyente; con lo que el gobierno del MAS cumplía con el segundo mandato de la Agenda de Octubre. Sin embargo, lo que viene después es como desandar el camino recorrido, pues la nacionalización de los hidrocarburos fue desnacionalizada con los Contratos de Operaciones, ratificados por el Congreso; la Constitución, promulgada el 2009, fue desmantelada sistemáticamente por las gestiones y políticas del “gobierno progresista”, que optó por lo que parecía un pragmatismo precoz, imbuido por un realismo político condescendiente;  sin embargo, lo que se manifestó elocuentemente fue la restauración  del Estado-nación, quedando solo el nombre del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. Lo más grave, desde la perspectiva económica, fue el desenvolvimiento expansivo del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Lo más grave, desde la perspectiva política de la descolonización, fue el conflicto del TIPNIS, cuando el “gobierno progresista” se desenmascara y se presenta fácticamente como un gobierno anti-indígena.






















La dramática insurgencia y su desenlace

La figura de octubre traicionado es dramática, además usa el nombre de un mes del año, donde sucedieron los acontecimientos de la denominada guerra del gas; en ese sentido se refiere a los objetivos que emergieron de la movilización social, que se expresó en la conocida Agenda de Octubre. Es como aludir y hacer una remembranza de la revolución traicionada, que también es el título de un libro de León Trotsky[1]. Hay una serie de libros que siguen este tenor; por ejemplo, La revolución derrotada de Liborio Justo[2]. No vamos a nombrar otros, pues no se trata de dar una lista de esta serie temática, obsesionada por la traición a la revolución, sino de aludirla, pues cuando nombramos octubre traicionado, arrastramos la carga metafórica en la literatura al respecto. Sin embargo, nuestra intención no es servirnos de este substrato metafórico e imaginario, sino usar el título para referirnos a la paradoja política de que se acude a recordar octubre, precisamente cuando se ha traicionado sus finalidades sociales y políticas, las de la movilización prolongada.

Tampoco queremos explicar lo que ha pasado usando la hipótesis discutible de la “traición”; como hicimos notar en Las paradojas de la revolución[3], hablar de “traición” es recurrir a una de las versiones de las teorías de la conspiración, que no compartimos, mas bien, criticamos. Ningún “traidor” o grupos de “traidores”, por más poder que concentren, controlan todas las variables en juego en el desenvolvimiento de los acontecimientos. Es parte de la diatriba ideológica el pretender explicar lo que le ocurrió a una revolución buscando “culpables”. Lo que decimos no quita que haya responsables de la incidencia política en los sucesos políticos; empero, no se les puede atribuir a estos personajes el control de los sucesos, eventos y efectos de masa desatados en los procesos políticos. Lo que hay que comprender son las dinámicas moleculares y las dinámicas molares sociales que configuran y le dan singularidad al acontecimiento político en cuestión, sobre todo cuando el “proceso de cambio” entra en crisis. Al respecto, hemos sugerido una hipótesis de interpretación exhaustiva, que pretende abarcar los fenómenos políticos dados en la modernidad; esta hipótesis interpreta los fenómenos políticos modernos, las etapas de sus procesos, desde sus emergencias hasta sus decadencias, pasando por sus curvas de ascenso, sus puntos de inflexión, para derivar en la regresión y después en la decadencia. La hipótesis es la del círculo vicioso del poder[4]. Dicho de manera harto resumida consiste en que la lucha política gira en torno a la conquista del poder; todas las modalidades políticas, ya se reclamen como partidarias de la libertad o, en caso, como partidarias de la justicia, puede haber modalidades que pongan como supremacía la nación, tienen como finalidad la conquista del poder y conservarlo, lo hagan de un modo o de otro, más sutil o más descarnado. Entonces, esta vocación de poder marca las tramas políticas y sus entramados. Al final, se pasa de una forma de dominación a otra, pero no se sale de las prácticas de reproducción del poder.

A propósito de la hipótesis interpretativa del círculo vicioso del poder y considerando los desenlaces posteriores a la guerra del gas, de ninguna manera se conjetura que la movilización social prolongada (2000-2005) estaba destinada a seguir el decurso de los eventos y desenlaces posteriores que conocemos. Esto sería como reconocer que todo ya estaba escrito o que los hechos y eventos están atrapados en la fatalidad. Lo que, mas bien, se supone que el círculo vicioso del poder, si se quiere, como campo gravitatorio del poder, define desplazamientos y órbitas a todo lo que cae en este campo gravitatorio. Está metáfora cosmológica o, más bien física, no atrapa del todo a los movimientos sociales anti-sistémicos, que, en este caso, serían, siguiendo con la metáfora, “anti-gravitacionales”. Son atrapados en el campo gravitacional del poder cuando sus fuerzas son capturadas por las mallas institucionales y son utilizadas para la reproducción del poder; entonces la revolución es limitada, circunscrita, cambia el mundo y después se hunde en sus contradicciones. La interpretación de los acontecimientos de octubre de 2003 y de todo el ciclo de la movilización prolongada dice que la guerra del gas y la movilización prolongada no liberaron la potencia social, sin solo parte de ella, dejando que parte de la potencia desbordada desordene las estructuras de poder y modifique el orden político; empero, en la medida que la potencia social no es liberada, sino queda inhibida, la consecuencia de esta inhibición va a ser la transferencia de la victoria popular a los que se proclaman sus “representantes”. En consecuencia, se continua en el círculo vicioso del poder, solo que, con otros personajes y otros discursos, incluso con otra forma de gubernamentalidad.

En otras palabras, la movilización prolongada no se realiza plenamente porque se autolimita en su propia potencia y capacidades auto-convocativas, auto-organizativas, autogestionarias y de autogobierno. A partir de un momento delega la continuación de las tareas a sus “representantes”; es el momento de la transferencia de la victoria popular a los “representantes”, dejando en sus manos, si se quiere, el destino de la revolución. Los “representantes”, más si están en el gobierno, lo que hacen, de manera casi inmediata, es terminar con la revolución, culminarla, darle fin, con el eufemismo que la revolución ya se ha cumplido, sobre todo, cuando se institucionaliza. Este desenlace se ha dado, con distintas tonalidades y características propias, en todas las revoluciones modernas.

Los pueblos insurreccionados no han podido, hasta ahora, superar este límite, impuesto por el campo gravitacional del poder, no han atravesado este límite e ingresado a otro espacio-tiempo-territorial-social de otros agenciamientos sociales. ¿De qué depende que lo hagan? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad históricas-políticas-sociales-culturales para que lo puedan hacer?  Esta es la pregunta crucial. ¿Cuándo los pueblos harán uso crítico de la razón? Comportarse maduramente, hacerse responsable de sí mismos y de sus actos, sin delegar a los “representantes” sus voluntades singulares; por lo tanto, sin otorgarles poder. ¿Cuándo liberaran su potencia social y desplegaran sus creatividades de manera proliferante? Parece que para que ocurra esto es menester romper cadenas, des-constituir sujetos sociales, constituidos por las genealogías del poder. Esto equivale a conocer lo que somos y cómo nos hemos constituidos hasta el momento presente. La hermenéutica crítica de nuestras subjetividades implica, por así decirlo, una terapia que nos cure de los traumas ocasionados por los diagramas de poder, inscritos en nuestros cuerpos. Limpiar la historia política inscrita en la piel, borrar las huellas impresas por los diagramas de poder en los espesores del cuerpo. Esta tarea, por cierto, no es de ninguna manera fácil, sino todo lo contrario, pero, no es imposible. Requiere del concurso de todos, de las colectividades y de las sociedades, de los pueblos, de sus dinámicas de multitudes, de los individuos, de las singularidades. Esto requiere de la voluntad de querer hacerlo, el deseo creativo de la vida, tan distinto y superior al deseo del amo, que ha caracterizado, al final, a las conductas rutinarias de las sociedades institucionalizadas, a pesar de las subversiones de las sociedades alterativas.







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