Estado agresor y Estado agredido
Estado agresor y
Estado agredido
Raúl Prada Alcoreza
Sabemos que el Estado es la macro-institución que tiene el monopolio de la violencia legitima y
legalizada. También sabemos que el Estado nace de una guerra inicial de conquista. Una de las teorías en boga en el siglo
XX definía al Estado como el instrumento
de dominación por excelencia de la
clase hegemónica económicamente. Por este camino desarrollado en el campo de la ciencia política y sus
entornos críticos, se ha concebido como una evolución
del Estado-nación en su forma imperialista,
cuando según el marxismo austriaco, el Estado converge con el capitalismo
financiero. En el contexto de la concurrencia imperialista, durante los siglos XIX y XX, se ha desarrollado la geopolítica como estrategia de dominación espacial mundial. Al
respecto, propusimos la tesis de la geopolítica
regional, cuando las potencias de segunda o de tercera disputaban, si bien
no la dominación mundial, por lo
menos la dominación regional. Usamos esta tesis para referirnos a las guerras
intestinas desatadas en el continente, entre las repúblicas flamantes, recién
independizadas, donde las potencias menores, en realidad Estados subalternos,
buscan jerarquizar su relación de dependencia con el imperialismo de turno. Cumpliendo de una manera celosa el papel de mediación de la dependencia y de la transferencia
de recursos naturales al centro
cambiante del sistema-mundo capitalista. Usamos esta tesis de la geopolítica regional para interpretar la guerra del pacífico
(1879-1883) entre Chile, Bolivia y Perú; Chile enfrentando a la alianza peruana
y boliviana. En Geopolítica regional
dijimos que se trató de una guerra entre las burguesías emergentes de estos países, que disputaban el control de los recursos naturales que se
transferían de la región al centro industrial del capitalismo
británico, hegemónico en el ciclo largo que le corresponde. Ganó la guerra el
Estado chileno y perdieron el Estado boliviano y el Estado peruano; quedó claro
que la burguesía que administraría privilegiadamente la mediación con el imperialismo británico sería la chilena.
En el siguiente ciclo
largo del capitalismo, hegemonizado por Estados Unidos de Norte América,
las jerarquías de la mediación de la dependencia de las periferias con el centro del sistema-mundo se flexibilizan, abriéndose una
concurrencia más abierta, en la que la ampliación de la tecnología del
transporte y las comunicaciones, así como de las transacciones, abren espaciamientos
a distintas jerarquizaciones,
dependiendo el rubro de las materias primas en cuestión. En este nuevo contexto la mediterraneidad afecta a la
economía y al Estado de Bolivia, pues tienen que depender de los puertos, ahora
chilenos, para el transporte de las materias primas, principalmente minerales,
así como para el comercio, que comprende la combinación de exportaciones e
importaciones. Con la firma del Tratado de 1904 el gobierno liberal, de
entonces, cierra el camino, en el periodo álgido, para la recuperación de por
lo menos parte del litoral perdido. El Estado chileno no cumplió el tratado de
1904, pues Bolivia nunca tuvo “acceso libre” a los puertos. Con el tiempo se
complicaron las transacciones y el cumplimiento de los mismos acuerdos; mucho
más ahora que se han privatizado los puertos. El Estado boliviano tuvo que
pagar siempre por el uso de éstos; las tarifas y transacciones se hicieron cada
vez más caras, además de más burocráticas. Sin embargo, la diplomacia del
Estado de Chile y todos sus gobiernos, sobre todo los conservadores, se
encargaron de difundir la versión de que Chile cumple con el Tratado de 1904. A
la perdida del litoral se sumó el mal trato, el abuso y el usufructuó indebido
de los puertos comprometidos en el tratado de 1904.
En estas condiciones lamentables se ingresó a las
llamadas iniciativas, agendas, interacciones, declaraciones de intenciones, que
se mencionan en el ya famoso juicio de la Haya, a propósito de la demanda
boliviana. Ninguna de estas iniciativas cuestionó el tratado de 1904, que fue
impuesto militarmente con la amenaza de invasión; en todas las consideraciones,
las menciones al incumplimiento del Tratado de 1904 por parte del Estado de
Chile quedaron en protestas diplomáticas, las mismas que no fueron tratadas con
prioridad en el juicio de la Haya. El modesto pedido boliviano de que la Corte
Internacional de Justicia declare que el Estado de Chile está “obligado a
negociar” con el Estado de Bolivia una salida al mar, quedó descartado por la
Corte, debido a que ninguna de las argumentaciones de Bolivia demostraba "compromisos" por parte de Chile en las mencionadas iniciativas e interacciones
entre los dos países.
Como se puede ver la diplomacia boliviana encaró el
problema aceptando la claudicación
del Tratado de 1904; lo que de por sí es un mal comienzo. Por otra parte, el
haber ido a la Haya con un pedido tan modesto, que, además, se basaba en
conjeturas y probabilidades leguleyas, relativas a las interpretaciones
posibles, restringía en mucho el margen de movimiento de Bolivia respecto a su
legítima reivindicación. El desenlace fue catastrófico: la tercera derrota de la guerra del Pacífico.
¿Cómo interpretar
este comportamiento modesto y hasta timorato de la diplomacia boliviana? ¿Complejo
de inferioridad? ¿Dogmatismo leguleyo, sobre todo diplomático? ¿Qué tiene que
ver este comportamiento con la genealogía
del Estado-nación singular boliviano y, por otro lado, con la genealogía del Estado-nación singular chileno?
Yendo más lejos: ¿qué tiene que ver con las formaciones
sociales singulares involucradas en el conflicto mentado? Vamos a auscultar
estas preguntas, sobre todo el trazo que dibujan y las proyecciones
interpretativas que abren.
Una
relación sadomasoquista
Hay Estado-nación que se consolidan con la expansión, como lo hicieron los Estados
de la Unión, una vez liberados del Imperio británico. El Estado de Chile, cuya
geografía trasandina tenía dos fronteras, una al sur, con la nación mapuche,
otra al norte con el Estado-nación de Bolivia, se extendió en guerra contra la
nación mapuche y en la guerra del Pacífico contra Bolivia y el Perú. En cambio,
Bolivia parece ser un Estado que se va conformando a medida que toma consciencia, lentamente, de sus pérdidas
territoriales. Todos los Estado-nación en el continente se han constituido en guerra
contra las naciones y pueblos indígenas de Abya Yala. En los casos que nos
compete, en este ensayo, tenemos un Estado-nación trasandino que se consolida
por conquistas territoriales, con tendencia expansiva, además de moverse como
en una geopolítica regional; por otro
lado, tenemos un Estado nación andino-amazónico-chaqueño que se conforma
tomando consciencia de sus pérdidas
territoriales. Jugando con las metáforas, esta vez psicoanalistas, sin
pretensiones de verdad, tampoco de objetividad, sino para ilustrar, ¿podemos
preguntarnos si estamos ante una relación perversa entre un Estado sádico y un
Estado masoquista?
La firma del Tratado de 1904 pareciera verificar esta
hipótesis, implícita en la metáfora usada. Si revisamos la historia diplomática
de la reivindicación marítima boliviana, también pareciera confirmar esta hipótesis
implícita; de la misma manera, el manejo del reciente juicio de la Haya,
respecto a la demanda o pedido boliviano, parece corroborar la hipótesis implícita.
Las pretensiones no disimuladas de la casta
política chilena son de patrones o amos victoriosos; por eso la
displicencia en el trato, incluso en sus alocuciones o cuando se presentan en fotografías
como señores gamonales, vestidos de pulcros ternos y mostrando rostros de
caballeros realizados. En cambio, las pretensiones de la casta política boliviana han sido más modestas; solo querían el reconocimiento de su demanda y buscaban
un diálogo sincero. En el pulseo entre pretendidos amos y pretendidos
hidalgos que demandan justicia, han llevado las de ganar los que se invisten de
patrones y que tienen el control de
las circunstancias.
Pero, los Estado-nación no son los pueblos, aunque los mencionen, aunque
les sirva de referencia para su legitimación, tanto para la casta política como la casta económicamente dominante. Frente a
la genealogía de los Estado-nación hacen
de contrastación las anti-genealogías
de los pueblos y las sociedades;
sobre todo cuando las sociedades se comportan como sociedades alterativas desbordan las mallas institucionales del
Estado. Los Estado-nación han construido una ideología histórica, escrita por los vencedores, donde pretenden que el Estado-nación es la realización de la sociedad; el Estado
vendría a ser la sociedad política, síntesis dialéctica de la sociedad civil, diseminada y plural. Esta
ideología histórica ha sido
contrastada por las historias efectivas
singulares; los Estado-nación se han constituido contra los pueblos, es más,
contra la democracia plena, el autogobierno de los pueblos. Han sustituido al pueblo
efectivo, la dinámica de las multitudes, por el concepto universal rousseauniano
de “pueblo”, donde desaparece su multiplicidad, sus abigarramientos y
dinámicas, sobre todo, sus autonomías
y autogestiones.
La guerra del Pacífico ha sido una guerra entre
Estado-nación, en plena pubertad, por así decirlo. El Estado es usado como instrumento de dominación por excelencia por parte de las clases dominantes. Una guerra no consultada a los pueblos, como
todas las guerras modernas, pues lo que se pone en juego es la razón de Estado, de ninguna manera el destino de los pueblos, para decirlo de
una manera trágica. El camino
recorrido por los pueblos, después de
la guerra del Pacífico, no les pertenece, es un camino obligado por la razón de Estado y la ideología, además, claro está, obligado
por los intereses de las clases dominantes.
El veredicto de la Haya ha sorprendido a los pueblos de Chile y de Bolivia,
aunque una parte del pueblo trasandino este satisfecho y contento, en tanto que
la totalidad del pueblo andino-amazónico-chaqueño haya quedado triste y desconsolado.
Pero, es un veredicto de la CIJ, es decir, de una institución internacional del orden mundial, de la dominación
mundial de la geopolítica del
sistema-mundo capitalista, tal como se da en la coyuntura crepuscular de la
modernidad tardía.
Los pueblos no se han manifestado, no han reflexionado
sobre la experiencia social y de sus memorias, por lo tanto, no han tenido la
oportunidad de cuestionar sus historias,
que son relatos del poder. ¿Se podrá
dar esta reflexión social? Después, más difícil, pero necesario, ¿podrán los pueblos discutir sus temas y problemas
pendientes? Mejor aún, por ese recorrido, ¿podrán conformar consensos para transiciones de integración?
Para que pueda ocurrir esto tienen que darse las condiciones de posibilidad históricas y culturales. Tal como hoy
están dadas las correlaciones de fuerzas,
las castas políticas y las clases económicamente dominantes tienen
el sartén por el mango. Con el manejo de las mallas institucionales inciden en los comportamientos masivos de la
sociedad; los pueblos son manipulados, incluso, en momentos como el que
acabamos de experimentar, manipulados y chantajeados por los discursos chauvinistas. ¿De qué habla la
burguesía chilena cuando dice que no van a ceder un solo pedazo del territorio?
¿Acaso ese territorio, esa inmensa costa, le pertenece al pueblo chileno? Se
trata de contadas familias y de empresas trasnacionales a las que los recientes
gobiernos han concedido la costa. ¿De qué habla la burguesía rentista boliviana
cuando representa la escena pasional
de la perdida territorial? La casta política,
la casta militar y la casta económica, no defendieron, en su momento,
como corresponde, luchando, el territorio ocupado por el invasor. La casta económica claudicó indignamente
firmando un tratado de paz, donde se entregaba Atacama por un ferrocarril. Recientemente
la casta política clientelar arrastra
al país a una derrota jurídica sin
precedentes, obnubilando al pueblo con campañas publicitarias y propagandas
chauvinistas, adelantándose al veredicto con un triunfalismo ingenuo; por otra parte,
confundiendo el proceso jurídico internacional por el mar con una campaña
electoral. El pueblo boliviano no fue consultado, ni tampoco informado, sobre esta
apuesta gubernamental por el juicio internacional; menos sobre la estrategia y
sus tácticas. Sencillamente ha sido un público opaco en el teatro político.
Los pueblos
si quieren autodeterminarse tienen
que salir del círculo vicioso del poder,
de la economía política del chantaje,
de los fetichismos de la ideología, de
los diagramas de poder instalados en
sus cuerpos por los dispositivos estatales y otras cartografías políticas. Los
Estado-nación involucrados se encuentran entrampados en sus laberintos; no pueden salir. El desatar
la guerra del Pacífico y el continuarla, en el campo diplomático, en el campo político,
en el campo jurídico, además de en el campo ideológico, tiene que ver con los
recorridos sinuosos intrincados en el laberinto. Tanto el Estado-nación de Chile
como el Estado-nación de Bolivia son Estado-nación subalternos, engranajes de
la dependencia en la geopolítica del
sistema mundo. ¿Qué ganan estos Estado-nación con continuar la guerra por otros
medios? ¿La ilusión de la victoria?
¿La ilusión del desarrollo? ¿La
ilusión de la compensación histórica?
Ambos Estado-nación no tienen nada que ofrecer como porvenir a sus pueblos, solo continuar con promesas de todo color que no se cumplen. Pregunta: ¿Cuándo los
pueblos tomaran su destino en sus propias manos?
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