La banalización de la izquierda
La banalización de la
izquierda
Raúl Prada Alcoreza
El refrán que aprendí de mi padre es una verdad exagerada deja de ser verdadera;
también se podría decir que una verdad
exacerbada se convierte en una impostura. La paradójica historia de la izquierda parece corroborar ambos
refranes. Sobre la base de la denuncia de la injusticia y su interpelación, la izquierda se presenta como alternativa de los condenados de la tierra, de los y las explotadas, de los y las
discriminadas; es decir, sobre la base del reconocimiento y la descripción de
la evidencia de la injusticia social,
económica, política y cultural. Sin embargo, esta verdad histórica, social, económica y cultural ha sido inflamada de tal modo que la evidencia
insoslayable se convierte en la premisa
forzada de la proposición de que los condenados de la tierra y los y las
explotadas requieren de voceros,
intelectuales, ideólogos, vanguardias, que hablen por ellos y los representen, incluso que inoculen la consciencia de clase para sí. En otras
palabras, se exige que los y las desposeídas y explotadas, las clases
subalternas, elijan, como representantes
del proletariado, en genérico, del pueblo, a los portavoces de la clase y del
pueblo, que no necesariamente son proletarios o pobres, sino hombres
esclarecidos en la lucha de clases. Esta
sustitución política, que ya es una
exageración, pues no se explica cómo intelectuales
no proletarios pueden representar al
proletariado; es el comienzo de la historia
paradójica de la izquierda, es
más, con el correr del tiempo, la historia de la banalización de la izquierda.
Hablamos de la historia política cuando la izquierda toma el poder, lo ejerce, los usa y termina siendo una maquinaria indispensable en la reproducción
del poder. Hablamos de la historia cuando la izquierda llega a ser gobierno y ejerce, o trata de hacerlo,
gubernamentalidad; por lo tanto, captura
fuerzas y conduce fuerzas
mediante los dispositivos institucionales.
Entonces la izquierda ejerce el dominio sobre otros conjuntos de fuerzas;
en otras palabras, domina, ejerce dominación.
El problema se agrava cuando se ejerce la
dominación contra el mismo proletariado, es más, contra el mismo pueblo, al
que se dice liberar. Es cuando la verdad
se exacerba convirtiéndose en una excusa para dominar a secas, para justificar la dominación ejercida, incluso, sin mucho miramiento, para justificar
el nacimiento, enriquecimiento y consolidación de un nuevo estrato social
privilegiado, la jerarquía burocrática,
que ya no se distingue de la burguesía, salvo por los estilos y las premuras de
un enriquecimiento exponencial.
La genealogía
de esta izquierda en el poder la ha convertido, lo que era la
convocatoria y el imaginario romántico de la rebelión, en una formación discursiva cuyos significantes se desligan de los significados que guarda la memoria de las luchas, cuyas significaciones ya son otras, mas bien,
pragmáticas. La formación discursiva
se vuelve fofa, es notoriamente recurrente y, por esa reiteración repetitiva se
desgasta y cae en la letanía del aburrimiento. El discurso de izquierda ya no convoca, sino que sirve
para mantener un sonido, el de la inercia.
Se llega al extremo o al colmo que hombres que se reclaman de “izquierda”
terminan haciendo lo mismo que los hombres tildados de “derecha”, incluso peor,
lo mismo incrementado. En efecto, en estas condiciones ya no se puede
distinguir qué es “izquierda” y qué es “derecha”. Salvo la procedencia de la
acusación.
Cuando se han padecido estos gobiernos de “izquierda”,
se puede sacar una conclusión práctica: la mejor propaganda para la “derecha”
es esta “izquierda” en el gobierno. Esta “izquierda” gubernamental demuele la utopía romántica y el proyecto revolucionario. El vaciamiento de los
contenidos es tan profundo que de la utopía
no queda nada, salvo el borroso recuerdo de una ilusión adolescente; de la revolución y de lo revolucionario no queda nada, salvo fotografías del momento de entusiasmo de la rebelión social. Esto
es como quedarse con las imágenes de las cenizas después del incendio social.
Los resultados electorales en Brasil dan un panorama
extremadamente grave de la decadencia
política; la decadencia política
de la “izquierda”, que ha degrado al máximo el sentido de la revolución,
independientemente que sea ésta una verdad
histórica o no. Vació de todo contenido a la utopía emergida como proyecto de la sociedad alterativa. La gravedad de la situación radica, que el pueblo, no solamente desencantado del PT y
de su líder sindical, sino avergonzado de haber tenido como representantes a una burguesía sindical financiera, embarcada
en la extensiva red clientelar y prebendal en el país mais grande do mundo, empantanado en la galopante corrupción del Estado
federativo y las empresas públicas. Esta experiencia política catastrófica
llevo incluso a parte del pueblo a votar por un candidato que reúne todos los
rasgos y características del conservadurismo más recalcitrante de la oligarquía café con leche y de la
dictadura militar. El espectro anacrónico
colonial que el mismo pueblo odia. Esto quiere decir que la atroz
experiencia del PT en el gobierno ha demolido las capacidades de lucha, de
autodeterminación y de movilización del pueblo. La derecha más ultramontana
debe agradecer a Luiz Inácio Lula da Silva y a Dilma Rousseff, así como a sus
gobiernos, por haber empujado al pueblo al desaliento y a la desolación
política, como para que terminen, en plena crisis
existencial, a votar por un candidato del fascismo criollo latinoamericano.
Si la experiencia de los “gobiernos progresistas”
empuja al pueblo, en el momento de desolación, desesperanza y desencanto, a
votar por un candidato recalcitrantemente conservador, la antípoda de lo nacional popular, quiere decir que el
mejor camino a gobiernos de “derecha” son estos atajos de gobiernos de
“izquierda”. Seguramente, como los ideólogos liberales se adelantaron, se
llegue a afirmar que los gobiernos de “izquierda” demuestran la inviabilidad
del “socialismo”. Añadiéndole, además, que no pueden instaurarse y gobernar
sino como “dictadura”. Lo que no dicen estos ideólogos liberales, a quienes no
les faltan argumentos descriptivos, aunque develen la ausencia de una
explicación completa, es que la inviabilidad
también se demuestra respecto a ideal
liberal. El pragmatismo de los gobiernos liberales ha sacrificado el ideal liberal; en esto se parecen a los “gobiernos
socialistas”, también pragmáticos, que han sacrificado el ideal socialista por transiciones
dramáticas, que se asemejan a despotismos anacrónicos y a monarquías
barrocas “socialistas”.
Si algo nos muestra el mundo de las mallas
institucionales estatales es que lo ideal,
producto de la razón, no cabe en este
mundo pragmático, se trate de un “Estado
liberal” o de un “Estado socialista”. Cuando aparecen estos termidorianos, que más se parecen a las
versiones de cine del exterminador,
ideólogos liberales e ideólogos socialistas se quedan asombrados, sin poder
responder ni explicarse este fenómeno político del fascismo criollo, que irrumpe anacrónicamente en el escenario
moderno. Esto parece que pasa en situaciones
de profunda crisis institucional, ideológica, política y cultural. Cuando la promesa liberal del “desarrollo” no tiene asidero, tampoco la promesa de justicia social de la izquierda, cuando el pueblo, agobiado
por la cruel realidad del ejercicio de poder, ya no quiere escuchar promesas y opta por la ausencia de las
mismas, desesperado se lanza al apocalipsis,
que considera como una catarsis del castigo cosmológico, quiere limpieza total.
Descripción
de la primera vuelta electoral en Brasil
La BBC mundo hace un balance somero de los resultados
de la votación de la primera vuelta electoral en Brasil. Vamos a acudir a este
balance para partir de esta descripción y buscar interpretaciones de lo acontecido.
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Es una de las formas en las que se pueden analizar los resultados de la
primera vuelta de las elecciones presidenciales de este domingo en Brasil, en
las que el candidato de ultraderecha Jair Bolsonaro se hizo con más del 46% de
los votos. El verde muestra los estados en los que ganó Bolsonaro y su partido,
el PSL (Partido Social Liberal): un total de 17. Bolsonaro fue primero en 4 de
las 5 regiones en las que se divide Brasil y se hubiera declarado ya presidente de Brasil si
no fuera porque Fernando Haddad, candidato del izquierdista Partido de los
Trabajadores, venció en 8 de los 9 estados de la región Nordeste del país y en
Pará, en el norte.
Así, Nordeste se convirtió en el
"último reducto de la izquierda", tal y como destaca este lunes el
diario brasileño O Globo. Gracias
a ese apoyo, con el 29% de los votos Haddad disputará la segunda vuelta. Pero
no lo tendrá fácil: solo aglutinando una gran
coalición anti-Bolsonaro lograría vencer en esa segunda ronda,
que se celebrará el 28 de octubre.
Derechos de autor de la imagenREUTERSImage
captionJair Bolsonaro (izquierda) y Fernando Haddad se enfrentarán en una
segunda vuelta.
Brecha existente
A pesar del terremoto político que supone la victoria de un candidato
calificado de racista, misógino y homófobo, y defensor de la dictadura militar
que gobernó Brasil entre 1964 y 1985, la brecha territorial que muestran los
resultados no es nueva, aunque se ha agudizado. Hasta 2002, la mayoría de los
estados brasileños votaban de forma más homogénea. Pero a partir de 2006,
cuando el entonces presidente Lula
da Silva se presentaba a la reelección, las distintas regiones
pasaron a votar con patrones diferentes. Ese año, el PT lideró en todo el
Nordeste, parte de la región Norte, Minas Gerais y Río de Janeiro, entre otros.
Por otro lado, el PSDB (El Partido de la Social Democracia Brasileña que en
estos comicios obtuvo los peores resultados de la historia con el 4,7% de los
votos) estaba entonces al frente de Sao Paulo, en el Centro-Oeste, y de parte
de las regiones Sur y Norte. En líneas generales, ese patrón se mantuvo hasta
el 2014. La principal diferencia con estos comicios fue la sustitución del PSDB por el PSL,
al cual Jair Bolsonaro se afilió en el mes de marzo. Y el segundo cambio más
importante fue la reducción del área de influencia del PT. En las elecciones de
2014, el partido de Lula da Silva, afectado por numerosos casos de corrupción,
ganó en 15 estados. En 2010, fueron 18. En
esta ocasión fueron solo 9.
Transferencia de votos
Derechos de autor de la imagenAFPImage captionEn la campaña de Brasil se han
registrado enfrentamientos entre votantes de Bolsonaro y Haddad.
De esta forma, la gran mayoría de los votos a Bolsonaro fueron en las
regiones del Sur y el Sudeste, donde viven el 58% de los electores. Pero sus
resultados en la región Nordeste no fueron buenos. Allí, el exmilitar conquistó
solo el 15% de los votos. Haddad, al contrario, se hizo con el 46% de sus votos
en el Nordeste, más de lo que obtuvo en el Sur y en el Sudeste juntos,
beneficiándose claramente de una transferencia de votos de Lula da Silva,
primero, y Dilma Rousseff, después. "Durante el gobierno de Lula creció la
economía, en parte por el boom de las materias primas en el mundo. Su gobierno
creó algunos programas sociales centrados en los pobres, por ejemplo, para
lidiar con el hambre, y creando más
oportunidades para que pudieran llegar a la universidad",
asegura Adriano Brito, editor de BBC Brasil. "Algunas de las ciudades más
pobres del país están en el Nordeste, así que algunos votantes se mantienen
leales a Lula, a pesar de las acusaciones de corrupción". Algunos medios
brasileños señalan que, tras conocerse los resultados, grupos de Whatsapp y Facebook se
llenaron de mensajes contra los habitantes del Nordeste, acusándolos de ser
receptores de ayudas sociales y de trasladarse a otros estados para buscar
trabajo. La anomalía amarilla refleja la victoria del candidato del
centroizquierda Ciro Gomes en Ceará, su estado, donde ha sido gobernador él y
también su hermano Cid Gomes[1].
El 46% de la votación para Jair Messias Bolsonaro habla
de que la mayoría votó por este candidato, tipificado como de ultraderecha; que
Fernando Haddad haya logrado el segundo lugar con el 29% es una derrota para el
PT, que estuvo ganando las elecciones nacionales de una manera consecutiva. Si
es cierto que la victoria de Bolsonaro no le alcanza para llegar al gobierno en
la primera vuelta, que esta obligado a la concurrencia de una segunda vuelta,
no se puede ocultar el sorprendente asenso de la votación del conservadurismo
recalcitrante, asenso que implica, por lo menos, momentáneamente, ser la
primera fuerza electoral. También es una derrota, esta vez catastrófica para el
Partido de la Social Democracia Brasileña, que en estos comicios obtuvo los
peores resultados de la historia con el 4,7% de los votos. Es decir, que no es
tan objetivo decir que hay como una “polarización” de las tendencias políticas en
el Brasil; lo que se observa, mas bien, es un dramático asenso de la “derecha”
más conservadora brasilera y un retroceso notorio de la convocatoria del PT,
incluso una abismal caída de lo que se puede calificar como centro político. Se evidencia una
marcada derechización de la votación. Sin dar más vueltas, de una manera descriptiva se debería decir que se
trata de una contundente victoria de la “derecha”, incluso de la “derecha” más recalcitrantemente
conservadora. Aunque haya una segunda vuelta estos resultados no se borran, cualesquiera
sean los resultados de la segunda vuelta.
Los análisis de izquierda,
de los intelectuales de izquierda, de
los progresistas, incluso las aseveraciones de parte de los medios de
comunicación, que hacen patente su asombro, dejan mucho que desear. Ha ganado
la “derecha” y ha sido derrotada la “izquierda”, aunque ésta sea una impostura política,
como ya hicimos notar en anteriores ensayos. También ha sido derrotado el centro pragmático y oportunista, de “izquierda”
y de “derecha”. En estas votaciones,
prácticamente ha desaparecido el centro;
lo que tenemos en el mapa político transversal es un desplazamiento del campo político
hacia la “derecha” y un vaciamiento estadístico de la “izquierda”, que lucha
por sobrevivir en el mapa político. Esta es la descripción de la que debemos partir para intentar un análisis de la
situación y de la crisis política.
Bolsonaro fue primero en 4 de las 5 regiones en las que se divide Brasil,
ganó en 17 estados; el Partido de los Trabajadores venció en 8 de los 9 estados
de la región Nordeste del país y en Pará, en el norte. Geográficamente, la “derecha”
domina la representación del espacio político del Estado Federal de Brasil. La “izquierda” se ha reducido al nordeste. Este
es el dato de la geografía política
del momento. No se puede eludir la
derrota de la llamada “izquierda” ni por los resultados demográficos, ni por
los resultados geográficos. Los analistas de izquierda creen que, con la relativización
de los datos, por ejemplo, cuando se habla de “polarización”, se salvan de la flagrante
derrota política. Antes dijimos que no hay peor defensa que evitar la crítica; podríamos añadir que no hay
peor defensa que relativizar la
derrota. Esta “izquierda” se expone, se hace más vulnerable, se prepara a
construir nuevas derrotas.
Para la segunda vuelta el PT convoca a una alianza anti-fascista, quizás no solo de “izquierda”, sino también
de centro, para ganar a Bolsonaro, dicen,
para defender la “democracia”. El problema es que el PT es parte de la banalización de la izquierda, de la
degradación del mito y el simbolismo cultural de la figura
romántica de revolución. ¿Cómo pueden
ser convincentes cuando hablan de “defender la democracia”? Si las prácticas de
la burguesía sindical se han
encargado de corroer la institucionalidad democrática formal. El llamado del PT
es desesperado. ¿Cómo puede reclamarle al pueblo defender las conquistas del
“proceso de cambio” cuando lo que han manifestado es la galopante corrupción, que ha carcomido la fortaleza del partido de
masa de los trabajadores, es más, del Movimiento sin Tierra, el movimiento
campesino más grande del mundo, una sociedad alternativa dentro de la sociedad
brasilera? Parte del pueblo considera, lo ha dicho, que ha dado un voto castigo
al PT, precisamente porque dice que no quiere votar por la corrupción. Logren o no esa alianza anti-fascista para enfrentar a Bolsonaro en la segunda
vuelta, lo ineludible es que el PT, en las gestiones del “gobierno progresista”,
ha castrado las capacidades de lucha del pueblo, ha debilitado las fuerzas de
la multitud, que apostaron, a través de la movilización y la convocatoria
social, a la alternativa democrática de justicia social.
Si bien puede ser cierto que la victoria de la ultra-derecha es momentánea,
que se debe a la crisis política y del Estado-nación, a la que arrastró la burguesía sindical y sus prácticas prebéndales,
además del desenvolvimiento de la formación de un nuevo estrato, sindical, de
la burguesía brasilera, coaligada con el capital financiero y con el capitalismo
extractivista, a pesar de las tres revoluciones económicas, la industrial, la tecnológica-científica,
la cibernética, lo que no se puede eludir es que esta práctica de gobierno,
este ejercicio del poder, por parte
del PT, ha demolido a las fuerzas populares, por lo menos en las coyunturas del
presente. Rearmar al bloque social no implica, ni mucho
menos, conformar una alianza
anti-fascista electoral, lo que de por sí es una caricatura política para
enfrentar la derrota de la forma de
gubernamentalidad populista, progresista y clientelar, al avance convocativo
de la “derecha” puritana, sobre todo a la reorganización política de la
ultra-derecha, no solo en el Brasil, sino en el mundo.
Ciertamente sería inútil intentar convencer a la “izquierda”, embarcada en
esta simulación revolucionaria de los
“gobiernos progresistas”, sobre la necesidad de una autocrítica y una evaluación
crítica de lo acontecido; sería una perdida de tiempo, pues esta “izquierda”
se encuentra atrapada en la perspectiva ideológica,
convencida de su verdad. Cuando se
trata de explicar sus derrotas acude a las teorías
de la conspiración, elementales esquematismos basados en la simpleza
dualista del amigo y enemigo, esquematismo que se convierte
en el dualismo grosero del bueno y el
malo. No es pues con esta “izquierda”
con la que hay que comunicarse, que forma parte de los dispositivos del círculo
vicioso del poder, aunque sean una versión del discurso de la justicia social,
que pretende contrastarse con el discurso “técnico” neoliberal del mismo círculo vicioso del poder. La urgente
comunicación es con las multitudes
que conforman el pueblo, en sus
complejas dinámicas sociales. De lo
que se trata es de activar la potencia social, la potencia creativa de
la vida.
[1]
Leer Brasil: el
mapa que muestra la división política del país en dos (y el único estado donde
no ganaron ni Bolsonaro ni Haddad). https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45787273.
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