Derrota del PT y la izquierda sin proyecto

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Derrota del PT y la izquierda sin proyecto


Por Roberto Pizarro H * 



El amplio triunfo electoral de Bolsonaro en Brasil pone al desnudo los errores de los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Pero, más grave aún. El resurgimiento de la derecha en América Latina revela la incapacidad de la izquierda para ofrecer un proyecto económico, social y político de transformación que además convierta al sujeto popular en protagonista activo de su propio destino.
No es el crecimiento sino el modelo de crecimiento
A diferencia de lo que sostiene Francisco Vidal (El Mercurio, 27-10-18), el “bajísimo” crecimiento del Brasil no ayuda a entender el triunfo de Bolsonaro. Lo que sí lo explica es un tipo de crecimiento con empleo precario e inestable, y que depende de los ciclos de la economía mundial. En realidad, el aumento del PIB fue muy elevado durante la administración de Lula y se deterioró en la presidencia de Dilma Rousseff, en correspondencia con la caída de los precios internacionales de las materias primas.
No es bueno comprarse el discurso neoliberal que el crecimiento resuelve todos los males. La preocupación debe apuntar al modelo productivo y no al crecimiento en abstracto. Cuando Lula llega al gobierno en 2002, en vez de impulsar una transformación económica, en línea con países de similar envergadura, como la India o China, decide profundizar el modelo exportador de materias primas y paralelamente favorece una apertura indiscriminada de Brasil a las transnacionales.
Por otra parte, Lula no enfrentó la hegemonía del capital financiero y, en cambio, dio continuidad a la política económica de F.H. Cardoso. Mantuvo elevadísimas tasas de interés lo que se tradujo en una atracción de inversiones especulativas internacionales las que circulaban libremente, y sin mayores gravámenes fiscales. Se comete el grave error de remunerar de la misma forma el capital especulativo que el capital productivo.
El elevado crecimiento durante el gobierno de Lula favoreció el derrame en el ámbito social. Se elevaron los salarios de los sectores de más bajos ingresos y paralelamente, con políticas sociales “focalizadas”, fue posible que más de 30 millones de brasileños salieran de la pobreza.
Pero, el gobierno de Lula no actuó sobre las desigualdades estructurales, y además no convirtió al mundo popular en protagonista de las políticas sociales. Al igual que en Chile, el crecimiento benefició principalmente al 1% más rico y no consiguió que se estrecharan las diferencias entre ricos y pobres. Durante el gobierno de Dilma, con la recesión aumentó el desempleo y nuevamente la pobreza se hizo preocupante, lo que revela que las políticas asistencialistas fundadas además en un crecimiento rentista son de corto aliento.
Frei Betto lo dice bien,
“Ingresé al gobierno para trabajar en el programa Hambre Cero. Pero, el propio gobierno que lo creó, lo mató, poniendo en su lugar el programa Beca Familia. ¿Es bueno? Es bueno. Sacó a 40 millones de personas de la miseria. Pero Hambre Cero era mejor. La Beca Familia es un programa asistencialista, Hambre Cero emancipatorio. Pero Hambre Cero tocaba a los intereses de las capas poderosas, como la propuesta de reforma agraria. Así, ante los cambios en el programa, salí del gobierno.”
El crecimiento económico de Lula se sostuvo entonces en la producción primaria, principalmente en la soja y los biocombustibles. No diversificó la matriz productiva y tampoco cumplió con el compromiso de reforma agraria. Lula cambio su consiga de “tierra, trabajo y libertad” por el de “Lula, paz y amor”.
El PT, minoritario en el Parlamento y en el Senado, eligió aliarse con la derecha liberal y latifundista en vez de apoyarse en el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MTS). El Movimiento se distanció del gobierno de Lula y la propia ministra de Medio Ambiente, Marina Silva decidió renunciar a pocos meses de haber asumido. Sin política agraria la selva amazónica sufrió la violencia brutal de la deforestación, la tala ilegal y la ocupación ilegal de tierras.
En suma, Lula no cambio el modelo económico. Insistió en la exportación de recursos naturales, lo que se encuentra sujeto a los vaivenes del mercado mundial. Así no es posible garantizar un crecimiento a largo plazo y tampoco estabilidad en el empleo. Luego, con el deterioro de la economía mundial y la disminución de la demanda china se produce una fuerte caída de la actividad económica con aumento del desempleo.  Periodo difícil que debe sufrir la presidenta Dilma Rousseff.
La corrupción atrapó al PT
Otro factor de primera importancia en la derrota del PT y la emergencia de la derecha fascista es la corrupción.
Dirigentes políticos destacados y ministros del PT construyeron un mecanismo que, utilizando su poder político, favorecieron la firma de contratos de empresarios privados con la empresa estatal Petrobras a cambio de generosas coimas. Esos dineros se utilizaban para comprar legisladores y aprobar leyes en el Parlamento, financiar campañas electorales y para el funcionamiento del PT. Y, como suele suceder, los operadores también atendían su enriquecimiento personal.
El mecanismo de corrupción tiene hoy día en la cárcel a ejecutivos de empresas privadas, principalmente de Odebrech, y a los dirigentes políticos más importantes del PT, incluido Lula. El escándalo estremeció los cimientos políticos de Brasil y Bolsonaro lo ha convertido en tema central de su campaña.
Es cierto que Brasil es un país habituado a la corrupción. Pero el PT había nacido precisamente para diferenciarse de las prácticas nefastas de la política brasileña. Era el partido de la esperanza, comprometido con la transparencia. Por ello los hechos de corrupción han afectado tan duramente la confianza ciudadana. La izquierda ha perdido credibilidad. “Todo es igual”; “el mundo fue y será una porquería”. Y entonces da lo mismo votar por la derecha populista.
El PT pavimento el triunfo de la derecha con su comportamiento vergonzante.
A los gobernantes del PT no les importó que la empresa pública Petrobras se viera deteriorada con contratos anómalos. Una izquierda que desprestigia la actividad pública no es izquierda. Gracias a ese comportamiento se ha abierto camino para que Bolsonaro privatice la principal petrolera del mundo.
Los vasos comunicantes del gobierno PT y Odebrech han permitido que esta empresa privada extienda sus tentáculos por toda América Latina, corrompiendo autoridades de “gobiernos amigos” para favorecer negocios sucios. La política exterior de Brasil se ha visto profundamente dañada.
Finalmente, no hay que olvidar que la corrupción frena el crecimiento económico, genera ineficiencias y sobrecostos. La adjudicación de proyectos con licitaciones truchas da origen a obras mal diseñadas, mal construidas, sobredimensionadas, con un uso ineficiente de los recursos. Es un robo a la caja fiscal y en última instancia al pueblo trabajador. Vergüenza para los servidores públicos.
Por todas estas razones no fue muy lúcido que destacados políticos de la ex Nueva Mayoría y del Frente Amplio suscribieran una carta que apoyaba a Lula en su derecho a ser candidato presidencial.
El argumento de la existencia de una “tremenda operación” en Brasil de sectores empresariales, medios de comunicación y el Poder Judicial para impedir la candidatura de Lula y favorecer a la derecha es verdad. No cabe duda. Pero no sirve mucho.
No ahora, sino siempre, en Chile, en Brasil y en todo el mundo los poderes fácticos y también el Poder Judicial han intentado evitar el triunfo de los sectores progresistas. Eso no es novedad. Es un hecho de la causa. Precisamente por ello el comportamiento de las izquierdas no puede permitirse entregar municiones a los adversarios. Su ética debe ser intachable y nunca aceptar sobornos. Nunca rebajarse ante los poderosos por dineros vergonzantes.
La derrota del PT agrega un nuevo fracaso a los gobiernos progresistas en la región.
La izquierda y el progresismo en América Latina no cuentan con un proyecto propio. No han implementado un modelo alternativo al neoliberalismo: no hay impulsado iniciativas de transformación productiva ni tampoco políticas sociales universales. Y, lo que es más grave, han operado políticamente en las cúpulas, dejando de lado a los movimientos sociales. Sin un proyecto propio se termina en la corrupción.
La ultraderecha se impone en Sudamérica: Con 57 millones de votos, Bolsonaro llega al poder en Brasil
Perseguirá a organizaciones que luchan por el derecho a la vivienda, posicionará a militares en ministerios claves y cerrará la embajada de Palestina. Todo apunta a que Bolsonaro tendrá un liderazgo regional ante los constantes triunfos electorales del conservadurismo. El Desconcierto  29.10.2018
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*Economista, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economía. Fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación, embajador en Ecuador y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).  Columnista de diversos medios, entre ellos El Desconcierto y MUNDIARIO
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La ultraderecha se impone en Sudamérica: Con 57 millones de votos, Bolsonaro llega al poder en Brasil
Por Victor Farinelli –  ElDesconcierto.cl.
Perseguirá a organizaciones que luchan por el derecho a la vivienda, posicionará a militares en ministerios claves y cerrará la embajada de Palestina. Todo apunta a que Bolsonaro tendrá un liderazgo regional ante los constantes triunfos electorales del conservadurismo
No hubo sorpresa en Brasil. Aunque la diferencia haya sido menor que lo esperado – en algún momento se especuló con una victoria con más de 60% de los votos, recordando las hazañas de Lula da Silva en la década pasada, y estuvo lejos de eso -, la verdad es que el ex militar Jair Bolsonaro confirmó su favoritismo y logró una contundente victoria en las elecciones brasileñas, con más de 57,7 millones de votos (55% del total de votos válidos) a su favor y una diferencia de más de 10 millones de sufragios con relación a su rival en el ballotage, el progresista Fernando Haddad.
Su discurso antisistema y contra la corrupción (pese a su ligación con algunos casos), también cargado de un fuerte ultranacionalismo y apego religioso, cautivaron a los brasileños. Su consigna “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos” – juzgue usted si la similitud al Deutschland über alles de la Alemania nazi es una coincidencia o no – fue una de las claves para que ganara no solo adherentes, sino que fanáticos de su opción presidencial.
Apologista de la dictadura brasileña (1964-1985), el que será el 38º presidente de la historia republicana de Brasil promete un gobierno de fuerte combate a la criminalidad y la corrupción, aunque por veces ese discurso se confunda con la idea de perseguir enemigos internos. Por ejemplo, Bolsonaro afirma que organizaciones sociales como el MST (reforma agraria) y MTST (lucha por vivienda) serán consideradas como grupos terroristas.
También están en riesgo las comunidades indígenas, aunque quizás no a punto de declararlas como terroristas. La promesa de Bolsonaro es desconocer las reservas demarcadas en los gobiernos anteriores, desde la redemocratización a partir de la Constitución de 1988, surgida de una asamblea constituyente y todavía vigente. También dijo que pretende buscar una alianza con los Estados Unidos para cuidar de la seguridad de la Amazonia.
El nuevo gobierno significará también un refuerzo importante al poder político de los militares, porque el presidente electo asegura que tendrá algunos ministros militares en su gabinete, hizo alusión a que ellos podrían cuidar de carteras sociales, como Salud y Educación. De cumplir con su palabra, significaría el mayor ascenso del poder militar en Sudamérica.
Significado internacional
De esa forma, la ultraderecha logra su tercera gran victoria electoral en Sudamérica este año, junto con las victorias de Iván Duque en Colombia y Mario Abdo Benítez en Paraguay, aunque esta es, sin ninguna duda, la más importante. Bolsonaro tendrá todas las condiciones de liderar un bloque ultraconservador en la región, que quizás podría contar con otros apoyos en la región, eso va a depender de la relación que pueda establecer con Sebastián Piñera, Mauricio Macri y Martín Vizcarra.
También deberá ser el enemigo más duro de los países que todavía tienen gobiernos de izquierda en la región, especialmente Venezuela y Bolivia. De hecho, Jair y su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, pasaron la campaña de la segunda vuelta hablando de una postura más agresiva de Brasil con respeto al gobierno de Nicolás Maduro, e incluso haciendo alusiones a posibles ataques militares.
A nivel global, Jair Bolsonaro deberá ser un gran aliado del presidente estadounidense Donald Trump, a punto de imitar su agenda relacionada al Medio Oriente. De hecho, pretende cerrar la embajada brasileña en Palestina y trasladar la sede diplomática en Israel a Jerusalén.
Además, también surge como un posible enemigo de China. No son pocas sus declaraciones respecto a un temor por la expansión china en el continente. De hecho, su programa económico ultraliberal -Bolsonaro promete deshacerse de todas las empresas del Estado- tendrá reparos solamente en el sector energético, donde dice que buscará mecanismos para impedir que las empresas del país asiático sean favorecidas. Por lo tanto, es muy probable que se borre la B del bloque de los BRICS (que incluye a Rusia, India, China y Sudáfrica).
Bolsonaro también amenazó más de una vez con retirar a Brasil de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), e incluso repitió esa posición en las declaraciones dadas luego de votar, durante la mañana de este domingo (28/10). De todas formas, hay que considerar que esta medida estaría condicionada a una posible decisión favorable a Lula da Silva en los organismos como la Comisión de Derechos Humanos, a la cual el defensa del ex-presidente pidió que averigue posibles casos de atropellos de la Justicia y la posibilidad de declararlo como preso político.
Cómo queda la oposición
El candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, logró alguna recuperación en los últimos días de la campaña, tras el discurso de Bolsonaro amenazando con perseguir a la oposición y prender al mismo Haddad. Estuvo lejos de ser suficiente para revertir el resultado, pero al menos evitó la debacle que podría resultar de una victoria de Bolsonaro con más de 60%, como en algún momento apuntaban las encuestas.
Sus 47 millones de votos (45%) demuestran que el progresismo en Brasil no está muerto, aunque tendrá tiempos duros por delante, no solo por la necesaria reorganización política del sector sino porque tendrá que enfrentar un oficialismo que está dispuesto a perseguirlo, según palabras del mismísimo presidente electo.
Su fortaleza quedará en la región noreste del país, donde los partidos de izquierda (y sobretodo el PT)lograron elegir todos los gobernadores, y donde Haddad tuvo una votación por sobre el 60%.
En un principio, Fernando Haddad y su candidata a vice presidente, la comunista Manuela D’Ávila, surgen como los liderazgos que impulsarán esa oposición. Habrá que ver cuál será el papel del neodesarrollista Ciro Gomes, tercero en la primera vuelta (13%), en ese reacomodo de fuerzas.
También será importante ver qué peso tendrá el Partido Socialismo y Libertad (PSOL), que logró un importante crecimiento de su representación parlamentaria y que cuenta con figuras importantes como sus dos diputados en Río de Janeiro, Marcelo Freixo y Jean Wyllys (el político LGBTI más destacado del país), además de su fuertísima bancada femenina, la cual se destacan las jóvenes Áurea Carolina, Sâmia Bomfim, y la veterana Luiza Erundina, la parlamentaria de mayor edad en el país (83 años). 28.10.2018

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