Reforma, revolución o alteridad
Reforma, revolución o alteridad
Raúl Prada Alcoreza
¿Cuál es el referente de un debate sobre el proceso
y el desenlace de un acontecimiento político[1], como la revolución o la reforma? ¿Los discursos justificativos y los discursos críticos del
“proceso de cambio” mentado? ¿No es, mas bien, la materialidad misma del propio proceso,
es decir, su material acontecer? Se
entiende que un discurso crítico se
contrapone a un discurso legitimador;
esto es parte de las tradiciones y la herencia retórica, en el sentido antiguo de la palabra. Pero, no se trata,
como en la retórica, de convencer, mediante
el arte de la argumentación, sino de contrastar
los discursos mismos con la facticidad de los hechos, de los sucesos y eventos, que hacen, por lo menos, al perfil de los acontecimientos. Las preguntas que debemos hacernos pueden
parecerse a las siguientes: ¿Es ésta, la que observamos, una revolución? ¿Bajo qué condiciones de posibilidad históricas-sociales-culturales
podemos afirmar que se trata de una revolución?
Además, ¿respecto a qué es una revolución?
Las formaciones
discursivas, herederas de la revolución
francesa, que la tienen como un paradigma
inaugural de la revolución, consideran
que la revolución política y social se
efectúa contra un régimen, el llamado
ancien régime, antiguo régimen[2];
en consecuencia el cambio de un régimen
monárquico a un régimen republicano
es considerado como revolución. El
concepto de revolución se mantuvo y
mutó conservando la metáfora del cambio de régimen.
Cuando se habla de revolución socialista,
se supone que se cambia de un régimen
liberal a un régimen socialista
o, en su caso, en el caso de las revoluciones
en la periferia del sistema-mundo capitalista, en el cambio
de un régimen conservador, cualquiera
sea éste, a un régimen de transición
socialista. Ahora bien, tomando en cuenta la revolución rusa de 1917, parece evidente que se da un cambio de régimen, pasando del régimen zarista, monárquico, imperial y
de características nombradas, equivocadamente, como despotismo asiático, a un régimen
de poder de los soviets.
Toda nuestra discusión anterior giró sobre ¿qué clase de régimen se implantó después de la revolución de febrero y el golpe de
Estado de octubre de 1917? ¿Socialista?
Nuestras conclusiones dicen que, si bien la pretensión discursiva y
programática fue socialista, lo que
se implantó no fue un régimen socialista;
no solo porque no estaban dadas las “condiciones económico-sociales”, no solo
porque no puede edificarse el socialismo
en “un solo país”, sino porque el régimen
estatalista avanzó, acortando tiempos, por la acumulación originaria y ampliada de capital, cumpliendo la modernización por la vía del cuartel[3].
Sin embargo, a pesar de esta constatación interpretativa, no deja de ser un
cambio de régimen. Entonces, ¿sigue
siendo una revolución, en el sentido
histórico-político otorgado? No deja de ser una revolución por el cambio de régimen,
aunque no se pueda aceptar que haya sido una revolución socialista; tampoco un régimen soviético, pues el partido comunista no devuelve el poder a los soviets después de culminada la guerra civil contra los “rusos
blancos” y la intervención imperialista.
¿Lo que ha pasado con los “gobiernos progresistas” de Sud
América puede considerarse como revolución?
¿Se ha pasado de un régimen a otro?
No. Del régimen liberal se sigue en
un régimen liberal, aunque este haya
sido adulterado o vuelto barroco, con incorporaciones populistas. ¿Se trata entonces de reforma? Si, se puede decir que se incorporan reformas, sobre todo a través de la promulgación de las nuevas
constituciones. El impacto social de las políticas
populistas puede considerarse incluso como positivo, pero este impacto no
sostiene que ha habido una revolución.
En todo caso se puede llegar a decir que las reformas implementadas han tenido un impacto positivo en la
sociedad, en las clases subalternas
de la sociedad. Pero, para decirlo esquemáticamente, las reformas no transforman ni el Estado ni la sociedad, sino que lo
usan para incidir en modificaciones en la estructura
social, cuya composición estructural
no cambia, sino varía.
En consecuencia, la discusión debe situarse en estos contextos, teniendo en cuenta los referentes históricos-políticos de los
que se habla. En relación a los llamados “gobiernos progresistas” no está en
cuestión la llamada revolución, ni
sus desenlaces, tampoco su porvenir; sino están en cuestión los
alcances de las reformas. Considerar
una evaluación de estos gobiernos populistas a partir de la
inflamación de los discursos pretensiosos, que se reclaman de que expresan la “revolución
en marcha”, es equivocar el método y la perspectiva de la evaluación misma. Por así decirlo, se mide con la vara de la revolución a un acontecimiento reformista.
Ahora bien, en términos de reformas, ¿qué es lo que han
cambiado estos “gobiernos progresistas” en sus países, sociedades y estados? Se
habla mucho, incluso, mediante los datos del PNUD, que han pasado contingentes
notorios de “pobres” a las llamadas “clases medias”, que ha disminuido
notoriamente la “pobreza extrema” y también la “pobreza” en general. Entonces,
las valoraciones respecto a estos cambios demográficos pueden considerarse de
positivos. Ahora bien, la pregunta de contraste sería: ¿estos cambios se
habrían dado de todas maneras bajo los gobiernos
neoliberales, que precedieron a los “gobiernos progresistas”? Las “clases
medias” no han dejado de crecer debido al crecimiento
vegetativo y social de las
ciudades. Sin embargo, el impacto de los ajustes
estructurales de los gobiernos neoliberales ha sido y es, mas bien,
negativo respecto a las clases sociales
más vulnerables, incluso llevando a la pauperización a parte de las “clases
medias”. Hoy se vuelve a observar esta situación con el retorno de gobiernos neoliberales, después de la
caída de los “gobiernos progresistas”.
Ahora no vamos a tocar la temática y la problemática
de la crisis múltiple del
Estado-nación; nos remitimos a anteriores ensayos[4].
Nos vamos a concentrar en la contrastación o, mejor dicho, comparación, entre
los alcances de la revolución y los
alcances de la reforma, evaluándolos
desde distintos parámetros o varas. Si bien una evaluación requiere valorizar el conglomerado completo de los procesos intervinientes en el acontecimiento político, es conveniente,
por el momento, concentrarnos solo en la diferencia entre revolución y reforma,
para asumir evaluaciones adecuadas de
estos acontecimientos políticos. Volviendo
a los alcances de la reforma, la
pregunta que debemos hacernos es: ¿se podía haberlo hecho mejor de lo que lo
han hecho los “gobiernos progresistas”? Si consideramos las constituciones en
las que se basan, por lo menos, como referente jurídico-político, el alcance constitucional va más lejos de lo que
alcanzaron fácticamente los “gobiernos progresistas”. ¿Por qué no lo hicieron?
¿Por qué no cumplieron con sus constituciones? ¿Por qué se quedaron a mitad del
camino, incluso menos? ¿Se trata de los límites
que pone el círculo vicioso del poder?
¿El proyecto efectivo no es el enunciado por la Constitución sino otro, el
implícito, dado en la herencia de las prácticas
de las dominaciones? ¿Proyecto más
restringido y mezquino, circunscrito a las ilusiones
del deseo, deseo del deseo, traducido pedestremente como deseo del poder y de riqueza?
Si fuese así, no distingue a los líderes “progresistas” de los líderes
neoliberales; ambos juegan, por distintos caminos, a lo mismo, al control, a la
permanencia, sea rotando o perdurando, a la continuidad de lo mismo. Se
diferencian en los discursos, en la forma
ideológica, quizás en los comportamientos y conductas, hasta en los
estilos; empero, comparten los mismos mitos
e ilusiones del poder.
Si fuese así, entonces, no se trata de cumplir con los
alcances posibles de la misma reforma,
sino de usar la reforma como
herramienta de convocatoria, de publicidad y propaganda; incluso, alargando la
elasticidad, de convertirla como si fuese una “revolución”. Dramatizar su
situación, sus problemas y contradicciones, haciendo que lo que se juega, ya no
con la reforma, sino como si fuese
ésta una revolución, es el destino
mismo del pueblo, del país, de la región, del continente y del mundo. Desde este dramatismo político, desde el teatro
dramático de la política puesta
en escena, entonces se convoca dramáticamente al pueblo en “defensa de la
revolución”. Esta revolución no
existe, no es tal; por lo tanto, lo que se hace es una puesta en escena para mantener la convocatoria popular.
Al respecto, se hagan los “análisis” que se hagan, de
justificación o de crítica, cuando se toma en cuenta esta pretensión exagerada
y exacerbada como referente válido, se ingresa de lleno a un debate ideológico; muy lejos de la descripción de lo que efectivamente ocurre, muy lejos de los referentes y consideraciones adecuadas
para una evaluación del acontecimiento político, en sus singularidades presentes. No interesa
tanto lo que dijo y dice tal ideólogo,
legitimador de los “gobiernos progresistas”, sino, importa más por qué lo dice,
por qué dice lo que dice, en plena constatación de la decadencia del “proceso de cambio”. Esta es la cuestión. Comprender el funcionamiento de las máquinas
de poder, en la manifestación de sus singularidades.
No es apropiado buscar refugio en las teorías de la conspiración, tampoco en
las intenciones secretas de los gobernantes, así como no tiene mucho sentido
considerar las argumentaciones retóricas,
que pasan como si fuesen teóricas. Los
referentes para un análisis y para
una evaluación. Hay que preguntarse
sobre la potencia social que hizo
emerger la reforma, en el caso
concreto de los “gobiernos progresistas”, y la revolución, en el caso de las revoluciones
históricas dadas en la modernidad. Las reformas
y mucho más las revoluciones emergen
de eclosiones sociales. Los alcances
de las potencias sociales desatadas
no pueden confundirse ni restringirse a los alcances de la reforma y la revolución
misma desatada. Van más lejos.
Las eclosiones
sociales estallan en los contextos
de las contradicciones y antagonismos, de problemáticas,
desatadas por formaciones sociales
históricas conformadas sobre las bases de relaciones de poder y mallas institucionales,
que hacen de instrumentos de dominación. Las eclosiones sociales conllevan sus propios procesos y los procesos
responden a sus propias gestaciones. Desde
esta perspectiva no se puede hablar de desenlaces
de la eclosión social, refiriéndose
al resultado de una forma de gobierno
conformada, después de la eclosión,
pues la forma de gobierno o forma de gubernamentalidad responde a
otros procesos, que tienen que ver
con las genealogías del poder y las genealogías del Estado. Si se da un
resultado en la forma de gobierno que
sea, si es más próximo o más lejano de las expectativas y esperanzas de la eclosión social, tiene que ver con la yuxtaposición de la genealogía del poder y de la genealogía
de Estado a las propias anti-genealogías
de poder de la eclosión social, a
las propias estrategias de contra-poder
de la eclosión social. No se puede
hablar entonces, como más o menos comúnmente se hace, de algo así como el desenlace de la eclosión social, refiriéndose a la forma de gobierno con la que culmina la rebelión, la insurrección
popular. Se trata, por así decirlo, de dos ámbitos
del acontecimiento que se cruzan,
dando lugar a una articulación compleja entre desenvolvimiento y despliegue
de las anti-genealogías de poder y de
contra-poderes respecto a las genealogías del poder y genealogías del Estado.
Usando figuras ilustrativas, se podría decir que una vez
desatada la eclosión social, cuando
la misma repercute en no solo el tejido
social, sino también en las estructuras
institucionales del Estado, las estructuras
de poder reaccionan ante la avalancha social; desde la perspectiva conservadora, usan al Estado para defenderse de la revuelta
social; desde la perspectiva crítica y opuesta al régimen, se persiguen transformaciones
estatales e institucionales. Hay también perspectivas pragmáticas, si se quiere hasta oportunistas, o parecidas a del “gato pardo”, que aprovechan la
ocasión para hacerse cargo del gobierno, combinar el inicio de algunas reformas, empero, manteniendo no solo la
estructura estatal, sino incluso la estructura del poder, usado por unos y
otros. Por lo tanto, lo que ocurre es una remoción o una perturbación en la estabilidad edificada del sistema de poder; puede tener mayor
o menor alcance, mayor o menor repercusión en la estructura y la arquitectura
estatal la rebelión social, empero, la malla
institucional, el sistema mismo
de poder, reaccionan, buscando
recuperar su estabilidad y su reproducción, su continuidad, adecuándose a los cambios.
Ahora bien, la pregunta que parece pertinente es: ¿la revolución responde a una eclosión de mayor alcance y la reforma a una eclosión de menor alcance? Podría hasta aceptarse como hipótesis
plausible esta correlación enunciada
desde la perspectiva de la unidimensionalidad epistemológica, donde
se supone que la eclosión social se
desenvuelve, una vez apagado el fuego, en forma
política. Sin embargo, como acabamos de exponer, desde una perspectiva, mas bien, compleja, se trata de ámbitos diferentes, en los que se
despliega la eclosión social,
respecto a los donde se desenvuelve la
genealogía del poder. Desde la perspectiva
compleja, incluso una eclosión
fuerte, de alcance e irradiación mayores, puede ser cruzada por una reacción
estructural reformista. Esto no depende del impulso de la eclosión social, sino de la combinación
que se da entre la reacción estructural
del poder y la irradiación y
consecuencias de la rebelión social. Cuando las genealogías del poder logran cierta acumulación de saberes de
las dominaciones, respondiendo a la experiencia acumulada de las clases dominantes, pueden reaccionar
mejor, por el bagaje de alternativas a mano; de tal manera, que, a pesar de una
insurrección popular desmesurada, se
logra imponer el camino de las reformas,
evitando el camino de la revolución.
En la misma perspectiva
del enfoque complejo, el camino de la
revolución puede darse, no como
inmediata consecuencia al alcance de la eclosión
social, sino porque la estructura de
poder, el sistema de poder, no
cuenta con recursos suficientes para responder a las repercusiones de la movilización social. Bueno, como se
verá, estas no son las únicas alternativas, sino que hay muchas y varias,
dependiendo de las composiciones y combinaciones
singulares entre los ámbitos de la eclosión social y los ámbitos
de la genealogía del poder.
Volviendo a la temática
abordada al principio, las posibilidades
abiertas por la eclosión social
abren, por así decirlo, horizontes
histórico-culturales en lo que se podría nombrar, manteniendo el nombre,
discutido recientemente por nosotros[5], alternativas civilizatorias; estas
posibilidades no pueden buscarse en los cuadros de la reforma o de la revolución,
pues ambos acontecimientos políticos
responden a la reacción, adaptación y adecuación de la estructuras, diagramas y
cartografías del poder. Para hacerlo fácil, aunque esquemático, la clase política es la que administra la reforma o la revolución. Que se trate de perfiles
políticos tradicionales o, mas bien,
de perfiles políticos no tradicionales, nuevos e innovadores, va depender de lo
que se ha gestado en los intersticios de esa separación conformada por la economía política del Estado, entre las
fronteras entre el acontecimiento social
y el acontecimiento estatal. Que se crea que puede darse un
perfil de “profesionales militantes” de la “política revolucionaria”, como
creía Vladimir Ilich Lenin, es parte de la ideología.
Las mediaciones entre sociedad y Estado no dejan de ser
perversas, aunque durante un tiempo el romanticismo
revolucionario pueda mantener la vocación
destructiva del viejo régimen y la voluntad
política de construir el nuevo
régimen.
Como lo hemos dicho antes, en vano se busca explicar los
derroteros dramáticos de la revolución en versiones de la teoría de la conspiración, ya sea que se
diga que se ha “traicionado la revolución”, ya sea que se diga que los
conductores del momento no estuvieron al alcance de la tarea, no la
comprendieron, o ya sea que se aluda a la “inmadurez” de las “condiciones objetivas
y subjetivas” para lograrlo. También desde otro ángulo, el justificativo, que
se diga que el “imperialismo” ha conspirado
e impedido el avance de la “revolución en marcha”. Todas estas explicaciones no son otra cosa que hipótesis ad hoc, que buscan salvar la ideología revolucionaria, la teoría revolucionaria, el partido revolucionario. Están muy lejos
de comprender que la revolución política no es una continuidad de la eclosión social, sino, mas bien, una reacción de las estructuras
del poder, en forma de círculo
vicioso del poder. La eclosión social emerge de malestares profundos, generados en los substratos mismos de lo social. Las sociedades alterativas[6],
que son el substrato de las sociedades institucionales, se desatan,
se despliegan, invadiendo los espacios de las sociedades institucionalizadas, buscando romper las restricciones
institucionales que las sociedades
institucionales, los estados, imponen a la potencia social. En el fondo, para decirlo sencillamente, la eclosión social es la expresión del malestar civilizatorio; dice: no se
puede seguir como se ha seguido hasta ahora, no se puede seguir el recorrido de
la civilización moderna, con todos
los matices que pueda tener, de promesa
o tradicional. Es menester desandar el camino equivocado, abrir
otros rumbos que emenden los comienzos
equivocados. No se puede construir una civilización
de largo alcance contra la vida,
contra el planeta, contra los seres y ciclos que forman parte de nuestro mismo
hogar.
[1]
Ver la serie Acontecimiento político;
en Cuadernos activistas. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/stacks/715dbb6b8faf4b70bef012832f796319.
[2]
Fue el término que los
revolucionarios franceses utilizaban para designar peyorativamente al sistema
de gobierno anterior a la revolución francesa de 1789, la monarquía de Luis XVI;
se aplicó también al resto de las monarquías europeas cuyo régimen era
similar. El término opuesto a este fue el de nuevo régimen.
[3]
Ver Teleología de la valorización. También
La ilusión del desarrollo. Así como La valorización como hecho colonial.
[4]
Ver Gubernamentalidad y crisis de
dominación. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/gubernamentalidad_y_crisis_de_domin.
[5] Ver
Arqueología
y genealogía de la civilización. http://movilizaciongeneral.blogspot.com/2018/03/arqueologia-y-genealogia-de-la.html.
[6]
Ver Imaginación e imaginario
radicales. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/imaginaci__n_e_imaginario_radicales.
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