Crisis inmanente y crisis trascendente de la República
Crisis
inmanente y crisis trascendente de la República
Raúl
Prada Alcoreza
¿Cómo
explicar el descalabro de un régimen?
Se ha hablado de crisis política, de
manera más precisa de crisis de
legitimidad; las otras versiones hacen hincapié en la crisis económica. Hay también otras de carácter moral que apuntan
al desmoronamiento ético y moral;
concretamente, la explicación más conocida es la que señala la expansión de la corrosión institucional y de la corrupción. Puede la explicación
adquirir una denotación y connotación más compleja;
entrelazar los distintos procesos que llevan a la crisis estructural de un régimen
y abordar la interrelación entre los factores
de la crisis. De esta manera, se tiene una mirada más integral del problema de la crisis de legitimidad de un régimen. Claro que hay que referirse a
un régimen específico, escapando a
las generalizaciones; cada descalabro político, al final, tiene su propia
trayectoria y recorrido. Sin embargo, a pesar de esta condición ineludible en
el acontecimiento político, no deja
de ser aleccionador analizar las analogías y paralelismos de las crisis
políticas. Eso intentaremos hacer en adelante.
Sería muy
fácil recurrir a la figura de ciclo,
incluso del ciclo largo, que supone
un proceso de nacimiento o de apertura y se curva sobre sí mismo, volviendo a
encontrar su punto de partida, pero
como muerte o clausura. A pesar de que todo lo que acontece se comporta cíclicamente, lo que importa es
encontrar las estructuras y dinámicas del funcionamiento político. Si atendemos a los tipos de regímenes, tipificados por la ciencia política, vemos que,
a pesar de sus diferencias, ninguno escapa a su deterioro y desgaste;
tampoco a su derrumbe. Unos pueden
parecer perdurar más, pero, no dejan de sufrir la corrosión interna y el debilitamiento
institucional; algo que anuncia su decrepitud.
En cambios otros no llegan a alcanzar a darse como ciclo largo, sino se acercan a acortarse en el ciclo mediano. Parte de la filosofía
política ha atribuido a este fenómeno de alcance limitado a la
característica de estos regímenes,
que llama “totalitarios”. O sea, según esta interpretación,
los regímenes liberales alcanzan ciclos largos porque logran funcionar como equilibrio de compensaciones, al respetar el Estado de Derecho. Se puede
decir que el régimen liberal de más
prolongada duración es el de Estados Unidos de Norte América, que lleva ya más
de dos siglos, desde la constitución de la República. La historia de esta
república no ha estado exenta de crisis;
la guerra de secesión (1861-1865) fue una crisis de envergadura, que desafió la
pervivencia de la República, donde los estados de la Unión se enfrentaron a la
Confederación de los estados del Sur; en otras palabras, el régimen liberal se enfrentó al régimen esclavista. Desde entonces no
parece la República haber experimentado una crisis
política tan profunda, salvo las crisis
económicas, que forman parte del ciclo
del capitalismo vigente; nombrable la crisis
de la gran depresión de 1929, así como la crisis
de sobreproducción que se destaca en la década de 1970, teniendo, después,
como administración de la crisis de
sobreproducción, las crisis
financieras intermitentes. Quizás la guerra del Vietnam cuestionó la consciencia republicana, así como lo
hizo el asesinato de John
Fitzgerald Kennedy; ahora, la llegada de Donald Trump a la presidencia
también lo hace, solo que de manera inversa; en cuanto a Kennedy porque lo asesinaron;
en cuanto a Trump por que eligieron a alguien que no tiene vocación liberal,
menos democrática; se lo caracteriza de populista.
Hannah Arendt hace una reflexión sobre la crisis
de la República en un libro que lleva el mismo título[1]. En el
contexto de la guerra del Vietnam, la República ingresa a una crisis de consciencia, pero, también crisis de operatividad del sistema legal, sobre todo
constitucional. La reflexión se centra en la desobediencia civil que ocasiona no solo la guerra del Vietnam,
sino también la asumen “minorías” asociadas, que hacen fuerza en oposición a
las leyes que consideran no constitucionales de algunos Estados, que disienten
de la Ley Federal, así como también disiente la minoría-mayoría afroamericana,
que no se considera integrada, menos
en condiciones de igualdad, como
establece la Constitución. La filosofa encuentra el problema en que la Constitución se basa en la asociación de ciudadanos - primero, claro está, de las llamadas
trece provincias -, por lo tanto, en la
libertad de asociación, cuya promesa implica cumplimiento. En la situación del contexto y el periodo
cuando escribe Arendt, saltan problemas del cumplimiento, precisamente por los problemas que plantea la desobediencia civil. Los jueces tienden
a considerar tratable los temas y las demandas por consciencia, no así con lo que respecta a la desobediencia civil, que tienden a transferirla, a requerimiento
político por parte del Estado, a la denominada doctrina de la cuestión política.
Entonces,
estamos ante una crisis de otro tipo,
una crisis inmanente al sistema, en este caso a la República, no
una crisis trascendente. Crisis que se puede resumir de la
siguiente manera: Primero, no todos los que son, los que componen, la sociedad,
están reconocidos en la Constitución. No están los indígenas, tampoco los afros
y otros migrantes de color. Segundo,
la Ley no contempla ciertas asociaciones
movilizadas, que hacen fuerza con sus
demandas, no contempla la incorporación de la desobediencia civil en el funcionamiento
de su hermenéutica y aplicación.
Tercero, paradójicamente, el equilibrio
logrado, duradero y prolongado, casi permanente, ha desgastado la vitalidad de
las instituciones; hay como un vacío o inercia que se ha extendido en la maquinaria del Estado, convirtiéndolo en
anacrónico por su permanente y
constante recurrencia a hacer lo mismo.
En contraste,
la crisis que llamaremos trascendente, la que manifiesta su fenomenología abiertamente, mostrando
patentemente no solo el deterioro de la máquina
del poder, sino el comienzo de su
diseminación, muestra, desde un
principio sus rupturas dramáticas
institucionales. Las repúblicas del Sur,
a pesar de proclamarse regímenes
liberales, de proclamar e instituir la Constitución, por lo tanto, la base
jurídica del Estado de Derecho, después del primer periodo institucional, ingresan a periodos desgarradores de golpes de Estado; es decir, expresando lo
más descarnado de la crisis, la
evidencia indiscutible de la crisis de las repúblicas que no terminan de
constituirse. Han de pasar periodos
agitados y convulsionados, incluso revoluciones campesinas, revoluciones
nacionales, que, después de la independencia, vuelven a refundar la República, bajo condiciones no solo jurídicas, sino jurídico-políticas de mayor alcance, con la incorporación de
derechos democráticos y sociales; incluso se transforman las condiciones histórico-políticas sobre las
que se instaura la República Popular. En algunos casos o trayectorias
histórico-políticas se intentan, después del periodo dramático de los primeros caudillos, regímenes liberales, sin ampliar los derechos democráticos; en este
caso esta intentona jurídico-política
se da en corto plazo, mostrando sus deficiencias, sus falencias y limitaciones.
Sin embargo, a pesar de ser constitutivos y transformadores estos regímenes de las repúblicas populares, además de gozar de apoyo popular, no alcanzan
a desplegarse en dos décadas; son interrumpidas por golpes militares, que no
tienen las características de los motines
del primer periodo de crisis política, sino que responden a estrategias en el
contexto de la guerra fría mundial.
Las
dictaduras militares que interrumpen los procesos
barrocos políticos de las repúblicas populares son la
manifestación evidente de la crisis
estructural del Estado-nación. Se trata de Estado-nación subalternos y
dependientes, Estado-nación subalternizados a la hegemonía imperialista, dominante en ese entonces. A pesar de que las repúblicas populares no llegaron a entrar en conflicto directo con
el imperialismo, sin desaparecer el
conflicto latente y, a veces, explícito, con la hegemonía y dominio
mundial del imperialismo, estas repúblicas
no dejaban de ser un obstáculo para la geopolítica
imperialista, que requería materias primas baratas, descartando los sueños de
los gobernantes populistas.
La crisis trascendente, a diferencia de la crisis inmanente, manifiesta, casi desde
un principio, la crisis estructural
del Estado; en cambio la crisis inmanente
parece resolverse en el prolongado
equilibrio de la República; sin embargo, los factores inmanentes de la crisis están latentes, escondidos en las
entrañas mismas de la maquinaria estatal. Pueden estos factores dejar de ser inmanentes y trascender, mostrándose a la luz, como ocurrió durante la guerra de
Secesión. La pregunta es si volverá a darse nuevamente esta situación en la
República del Norte. En el mismo libro de Arendt se cita a Alexis de
Tocqueville donde el menciona que el peligro para el Estado liberal conformado viene de la población de color, que no ha
sido incorporada a la Constitución. Ciertamente la guerra de Secesión de dio
entre la Unión, que pregonaba la abolición de la esclavitud, y la Confederación,
que quería mantenerla; empero, con la victoria del Norte no culminó la herencia colonial racista, así como la
consecuencia de una prolongada discriminación
y segregación racial, incluso hasta
nuestros días, a pesar de las reformas democráticas impuestas por el Estado
Federal. Retomando a Tocqueville, Arendt parece referirse a esta situación. Seguramente escribe en la coyuntura cuando se organizan las
Panteras Negras como autodefensa contra la brutalidad policial contra los
afroamericanos.
La reflexión de Hannah Arendt devela problemas
no solo en lo que respecta a la República, sino también en la misma reflexión.
Arendt parte como si la Constitución de la República de los Estados Unidos de
Norte América fuese casi perfecta o, por lo menos, como un paradigma que contiene sus propias soluciones, para enfrentar
problemas, tanto de interpretación
como de aplicación. Sin embargo,
reconoce que no están incluidos ni los indígenas,
ni los afroamericanos. Este
reconocimiento es el que tira por la borda la legitimidad de la República. ¿Cómo puede darse una República sin
los pueblos indígenas y sin los afroamericanos? Salvo si se los excluye
imaginariamente del mundo efectivo, sustituyéndolo
por el mundo de las representaciones, que recorta la ideología jurídica-política liberal. En el fondo o trasfondo, lo
que se lee en el mensaje subyacente, es que no se los reconoce como humanos, por lo tanto, como portadores
de derechos. No se puede hablar de democracia
en estas condiciones, salvo si se lo hace ideológicamente;
sobre todo, cuando se los incluye, incorporándolos, empero con el sello de la diferencia discriminadora. Esto no es
otra cosa que no desembarazarse de una mirada
colonial, manteniendo los prejuicios
y habitus coloniales, encubiertos por
el discurso liberal; llama la atención, sobre todo por las connotaciones raciales en alguien que ha sufrido, en carne propia,
el racismo nacional-socialista.
Dijimos que
íbamos a anotar analogías de los procesos y ciclos de las repúblicas, de los Estado-nación del continente; una analogía es esta: la República se
construye sobre cimientos no democráticos, sobre cimientos coloniales. Ya desde su nacimiento conlleva entonces la impronta
de la ilegitimidad, por no reconocer
los derechos de los pueblos indígenas y de los afroamericanos. Que se mantenga
el nombre de República solo es posible ideológicamente;
problema caro para la filósofa que critica precisamente las ideologías.
¿Por qué la
República norteamericana experimenta una crisis
inmanente, en tanto que las repúblicas
del Sur experimentan crisis trascendentes?
En otras palabras: ¿Por qué la República del Norte logra el equilibrio permanente, en cambio las repúblicas del Sur sufren una suerte de desequilibrio intermitente? Fuera de que
en el Norte se conformó una gran nación, en tanto que en el Sur se renunció a
la Patria Grande, optando por republiquetas,
impuestas por las oligarquías regionales,
hay buscar los factores que
incidieron en el Norte en la constitución
de un pacto duradero, en cambio en el
Sur hay que buscar los factores que
incidieron en la disgregación.
Sugerimos, en
principio, hipótesis interpretativas sobre la diferencia de factores de
incidencia en el Norte y en el Sur, en lo que respecta a la conformación de la
República.
Hipótesis interpretativas teóricas
1.
En el Norte la constitución
de la República impone la proyección
nacional sobre los condicionamientos
regionales; en cambio en el Sur la constitución
de la República se imponen los condicionamientos
regionales sobre el proyecto nacional.
2.
En el siglo XVIII la guerra anticolonial combinaba la revolución política y la revolución social; en cambio en el siglo
XIX las guerras de la independencia se acotaron en la revolución política, descartando la revolución social, desatada en la guerra anticolonial del siglo anterior.
Aunque la revolución social no se
haya explicitado en la guerra de la independencia norteamericana, quedando
latente en la utopía harringtoniana,
de todas maneras, el carácter más plebeyo de su burguesía conllevaba algunos
efluvios de la revolución social. En
cambio, al Sur, la presencia y manifestación de la revolución social se hizo explicita en la guerra anticolonial del
siglo XVIII, tanto en el levantamiento Panandino indígena, en la insurrección
indígena y mestiza de Nueva Granada y en la guerra anticolonial haitiana. Sin
embargo, esta guerra anticolonial fue contenida por los ejércitos coloniales,
salvo en Haití. Durante el siglo XIX los criollos y mestizos condujeron las
guerras de la independencia, pero, con un contenido acotado en la revolución política.
3.
Al finalizar de las guerras de la independencia en el
Sur, las oligarquías regionales se
impusieron a los ejércitos independentistas, prácticamente los desarmaron,
persiguiendo incluso a sus oficiales, en algunos casos hasta asesinarlos,
acotando aún más la revolución política,
convirtiéndola en una revolución política
cercenada, que instauró regímenes liberales simulados,
restringidos a las minoritarias poblaciones criollas y mestizas.
4.
En el Norte, al finalizar la guerra de la independencia y
al proclamarse la República, que geográficamente se situaba en las trece
provincias de la costa del Este, se proyectó expansivamente en la guerra contra
las naciones indígenas y sus territorios, que se encontraban al centro del
subcontinente de Norte América. Más tarde lo hizo extendiéndose más al Oeste,
incorporando a parte de los territorios de la República de México, territorios que
eran herencia del Virreinato de Nueva España.
5.
El expansionismo en el que derivó la República del Norte
la convirtió en un imperialismo americano,
que concurría y entraba en competencia con los imperialismos europeos de entonces.
6.
El repliegue de
las repúblicas del Sur a los límites espaciales de sus oligarquías regionales incidió condicionalmente en la conversión de
los Estado-nación en subalternos y dependientes.
7.
El pacto social o contrato social en la República del
Norte se consolidó, transformando las condiciones
de este pacto; de pacto republicano
pasó a ser pacto imperialista, cuya
dominación requería una mayor expansión, ya de alcance mundial.
8.
Los pactos sociales o contratos sociales en las
repúblicas del Sur, distribuidos y acotados a regiones, no lograron
consolidarse, sino, al contrario, sufrieron permanentemente crisis políticas por la vulnerabilidad
inherente; quizás, sobre todo, debido a la restringida proyección de los pactos
mismos.
9.
Las historias
políticas en el Norte y en el Sur trazan una diferencia histórica reconocible; en el Norte se experimenta como
un equilibrio político prolongado,
que estabiliza institucionalmente a la República; en cambio, en el Sur, se
experimentan, de manera intermitente, desequilibrios
políticos constantes, implícitos en las mismas estructuras estatales. Las mallas institucionales son vulnerables,
lo que va conllevar periodos de hundimiento republicano, ocupados por gobiernos
de facto, seguidos por periodos de retorno republicano, con refundaciones de la
República.
10.
En la actualidad, en la coyuntura presente, las crisis
trascendentes de las repúblicas en el Sur adquieren como dos formas
peculiares. Con los “gobiernos progresistas”, las crisis trascendentes políticas se muestran en toda su desmesura en
los problemas de convocatoria, en los
peligros de las formas de
gubernamentalidad clientelar y en las mutaciones
institucionales corrosivas de galopantes
corrupciones. Con los gobiernos neoliberales, las crisis trascendentes políticas se muestran
en toda su desmesura como paroxismos de
austeridad, redundando en costos sociales y restricción de derechos
sociales, además de retornar a las políticas de privatización, que descalabran
las economías nacionales. Las corrosiones
institucionales y las galopantes
corrupciones no dejan de estar presentes tampoco en estos casos, aunque
adquieran otros perfiles. No se efectúan, como en el caso de los “gobiernos
progresistas”, a nombre del pueblo y del “proceso de cambio”, sino a nombre de
la “estabilidad”.
11.
La crisis inmanente
política en el Norte, que ha emergido como crisis trascendente política una vez y que se ha manifestado
tibiamente, de esa manera, escazas veces, vuelve a dar señales de una posible crisis trascendente de mayor
escala. Los factores inmanentes de la crisis,
su perduración y acumulación, adquieren la condición de volcán emergente.
12.
Las combinaciones
de las crisis inmanentes y las crisis trascendentes políticas en
distintas composiciones, según las coyunturas y los contextos, configuran las genealogías
del poder en sus singularidades,
así como también las genealogías de las
crisis de los Estado-nación, la forma
característica de organización política e institucional en el orden mundial.
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