Tres tareas que parecen primordiales
Tres tareas
que parecen primordiales
Raúl Prada Alcoreza
¿Qué somos? ¿Qué hacemos? ¿Tenemos un papel
o, mejor dicho, responsabilidad en la
existencia de lo que podemos nombrar
como la sincronización del
pluriverso, en sus distintas escalas integradas, en forma de composiciones
cambiantes en la simultaneidad dinámica
del espacio-tiempo? No somos,
obviamente, ajenos a lo que acaece, pero, no solamente en nuestras esferas o, ampliando, incluyendo
nuestros entornos, sino a lo que
podemos denominar esa totalidad que
se des-totaliza y se vuelve a
inventar. Quizás la primera tarea que
tenemos es comprender cómo funciona la sincronización del pluriverso. Después de esta comprensión, la
segunda tarea parece ser nuestra participación
en la armonía del pluriverso. Empero,
esto no parece ser posible si antes no logramos la comunicación con los seres
del pluriverso, con sus ciclos
complejos y entrelazados. Entonces, la comunicación
llega a convertirse en la segunda tarea
y lo que nombramos como tal llega a ser la tercera tarea.
Bueno pues, si estas son nuestras tres tareas primordiales; ahora podemos
intentar responder a las preguntas hechas. Parece que no sabemos lo que somos; sustituimos esta falencia por
suposiciones restringidas a los ámbitos de los prejuicios humanos, dependiendo de los contextos, los periodos y
momentos. Preferimos aceptar que somos lo que creemos, lo que nos define
la ideología; pareciera que no
quisiéramos saber o conocer lo que somos,
ni siquiera por aproximaciones. Renunciamos a esta comprensión, entendimiento
y conocimiento; preferimos mantener
como verdades las hipótesis
hegemónicas, impuestas en los momentos.
Sobre la segunda pregunta, podemos decir que
lo que hacemos, sin tener la comprensión
de lo que somos, no solamente se
mueve en los ámbitos restringidos de la ideología,
sino que termina construyendo caminos desorientados, descarriados, que no van a
ninguna parte, salvo que, si le damos a esta ninguna parte un nombre abstracto,
como desarrollo o evolución; ungimos
a esta desorientación de una legitimidad
insostenible y vulnerable. Teniendo en
cuenta la historia de la modernidad,
podemos constatar que la desorientación se convierte en el recorrido de la destrucción planetaria.
Sobre la tercera pregunta, podemos aseverar
que tenemos responsabilidad ante la vida y la existencia, al ser parte de ellas. La responsabilidad ante la vida se puede expresar en términos de una participación e incidencia que, por una
parte, potencie nuestras capacidades y facultades; por otra parte, que armonice
con la potencia creativa de la vida.
También tenemos que hablar la responsabilidad
ante la existencia del pluriverso,
que comprende la vida en sentido restringido y en sentido ampliado. En sentido
restringido se circunscribe a las condiciones definidas por la biología; en
sentido ampliado significa que la materia
es vida, la energía es vida, las asociaciones de las partículas infinitesimales son vida,
las composiciones de las cuerdas son vida[1].
La respuesta, aunque sea tentativa y provisional, en este caso, no deja de ser
difícil, pero, podríamos decir que se trata de participar en la armonización
múltiple y plural de la sincronización
del multiverso, en la medida que nuestra comprensión, nuestro entendimiento y
nuestro conocimiento mejoren.
Las preguntas que nos hemos hecho antes,
varias veces, son por qué nos negamos a saber qué somos, quiénes somos, cuál
es nuestra participación en la sincronización del multiverso, en sus
distintas escalas. Otras preguntas que nos hemos hecho consisten en por qué
hacemos lo que hacemos, por qué somos fetichistas;
preferimos animar las cosas, las instituciones, las ideas,
las representaciones, el dinero, el capital, el poder, en vez
de atender a las dinámicas complejas
moleculares y molares sociales. Por qué preferimos embarcarnos en el mundo de las representaciones, en vez de
atender al mundo efectivo. Por último,
también nos preguntamos qué hacemos en el multiverso y cuál es nuestra responsabilidad. Las respuestas
tentativas que lanzamos a estas preguntas dicen, en última instancia, que no
queremos saber lo que somos, pues nos
consideramos poseedores de la verdad,
la que sea, la que toque, la hegemónica en el momento, en el periodo y en el
contexto. Entonces, si somos
poseedores de la verdad, lo demás no
importa, ese excedente de la verdad
es una mentira.
Las respuestas tentativas al segundo grupo de
preguntas apuntan a las prácticas de
poder. Una vez que se opta por determinadas mallas institucionales, que son instrumentos
organizativos para la sobrevivencia, se las convierte en principio y fines mismos
de las sociedades humanas. Entonces, en vez de evaluar la utilidad de las instituciones, respecto a la armonía social y a la armonía
de las sociedades orgánicas, además a
la armonía de los ciclos vitales planetarios, se descarta
esta evaluación y se sigue, como caballo
cochero, adelante, por la misma ruta definida por las mallas institucionales inauguradas. En consecuencia, las
sociedades se convierten de creadoras y constructoras de las instituciones en las esclavas de las instituciones. La ruta parece una fatalidad, sin embargo, se trata de una tozudez de los comportamientos inducidos por las mismas
instituciones, inscritos en los cuerpos.
Las respuestas al tercer grupo de preguntas
suponen que, al asumir la consciencia
culpable, la consciencia del resentimiento
y el espíritu de venganza, que
corresponden a la consciencia desdichada,
es decir, desgarrada en sus
contradicciones, preferimos culpabilizar,
buscar al culpable, descargamos las frustraciones
en el cuerpo martirizado del o de la culpable, encontramos en la venganza la catarsis. Sin embargo, a pesar de la satisfacción imaginaria, no se
resuelve absolutamente el problema.
Considerando esta interpretación, nos movemos en círculos
viciosos, ya sean del poder, ya sean de la ideología, ya sea de lo que se
denomina modernamente economía. El problema es que estos círculos viciosos, en la medida que cumplen sus círculos, en los siguientes la problemática
se ahonda. Por eso, parece que hemos llegado, en lo que llamamos modernidad tardía o el nombre que se le
dé a esta etapa avanzada de la civilización
moderna, por así decirlo de la modernidad en su decadencia, con todas las características descritas en otros
ensayos[2], a
una situación de amenaza a la sobrevivencia humana. Si fuese así, si estamos en
peligro inminente, entonces, lo que corresponde es reflexionar colectivamente
sobre los decursos tomados por las sociedades, sobre todo las sociedades
modernas. Evaluar críticamente estos decursos, no solamente desprender
autocriticas colectivas, sino buscar transiciones
que impliquen desandar el camino e inaugurar otros comienzos, sin desechar lo aprendido y lo acumulado. Inaugurar comienzos en las condiciones de la libertad que otorga la potencia social.
Seguir pensando a la usanza moderna, no solo
es poner obstáculos epistemológicos, políticos,
sociales y culturales, en el camino, sino descarta ciegamente y suicidamente
las oportunidades que nos quedan. Para comenzar en esto, de la deconstrucción y la diseminación de las formaciones
discursivas y enunciativas y de las mallas
institucionales, es indispensable concebirse como humanidad, manteniendo este concepto y su irradiación renacentista;
no somos cualitativamente distintos, sino somos la variedad y
diferencia proliferante de la inventiva
social humana. Entonces, comencemos renunciando al fetichismo de los Estado-nación y de las nacionalidades. Seguir por
estas identidades, que no dejan de ser concurrentes y de confrontación, es
creer que las conformaciones histórico-sociales-culturales
son como esenciales y no construcciones alternativas en decursos laberinticos
no controlados por las sociedades. La responsabilidad
de los pueblos y las sociedades es asumirse lo que son, por lo menos, desde la
perspectiva humana. Esto significa actuar conjuntamente y mancomunadamente ante
los problemas que afligen a las sociedades en la coyuntura álgida de la crisis ecológica.
Ya lo que se denomina como fenómeno de la “globalización”
ha juntado a las diferencias culturales, nacionales, de lenguas e
institucionales, en la integración civilizatoria moderna, aunque el sistema-mundo cultural sea el de la banalidad. Esta premisa fáctica, la de
la “globalización” dada, con todas las limitaciones y contradicciones que
conlleve, condiciona que las actitudes ante la crisis ecológica no pueden ser aisladas, tampoco parciales, ni
menos de Estado-nación y países, incluso de regiones, sino de todo el mundo. La
pregunta es: ¿podremos desentendernos de los fetichismos ideológicos que nos separan, por lo tanto, nos hacen
vulnerables ante las contingencias desatadas por lo que se llama eufemísticamente
“cambio climático”?
No se trata de hacerse al profeta ni nada por
el estilo. Sino de asumir la posibilidad de que estamos en peligro y preguntarse
dónde y cuándo nos equivocamos. Buscar las correcciones inmediatas, aunque sean
transiciones, pero, sobre todo, consensuadas. La pregunta necesaria es
si podremos hacerlo. En este momento o coyuntura no lo sabemos. La tarea de los colectivos activistas es buscar la comunicación efectiva con
las sociedades y los pueblos; sobre todo para activar la potencia social. Entonces, la responsabilidad
de los colectivos activistas es
lograrlo y la responsabilidad de las
sociedades y los pueblos es abrirse a la percepción
de la crisis ecológica.
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