Las pretensiones del neo-gamonalismo
Las pretensiones del
neo-gamonalismo
Raúl Prada Alcoreza
Hemos dicho varias veces que uno de los
grandes problemas de las sociedades humanas es que no aprenden de las lecciones históricas, políticas, económicas, que
les tocó experimentar; aunque lo hagan más tarde, pierden un valioso tiempo, que muchas veces es largo.
Concretamente, refiriéndonos a la llamada “izquierda” dijimos que, en vez de aprender, prefirió mantener su ideología, en distintas versiones, los
mismos paradigmas, aunque
contrastados por la propia realidad
experimentada. Sin embargo, tenemos que decir lo mismo de la llamada “derecha”;
tampoco aprende; es más, incluso es
más tozuda que la “izquierda”. Ante la
crisis de la “izquierda”, ahora, en pleno ingreso al siglo XXI, y el derrumbe
de las formas gubernamentales
clientelares, cree que esta caída avala sus posiciones recalcitrantemente
conservadoras. No entiende que, mas bien, primero sus caídas, la de los
gobiernos conservadores, la de los gobiernos liberales, la de las dictaduras
militares, la de los gobiernos neoliberales, se debe a la ilegitimidad de sus formas
gubernamentales elitistas, ilegitimidad
que se manifiesta y se hace patente, cuando el pueblo sale a las calles a enfrentarlas. La “izquierda” también
llega a una crisis de legitimidad, aunque lo hace por otro rumbo; por la
exacerbada demagogia, por un populismo estruendoso, pero inefectivo,
por un derroche de imágenes y de ideología,
sin sostén consistente en las composiciones
de fuerzas y en las estructuras de
poder. Entonces ambas formas de ilegitimidad tienen que ver con el manejo
de poder por parte de élites, ya
devengan estas de los tradicionales conservadurismos o de las burguesías
intermediarias emergentes, ya devengan estas de los nuevos ricos que hablan a
nombre del pueblo.
La “derecha”, que no ha aprendido las
lecciones, quiere volver a gobernar, en algunos casos ya lo ha hecho, después
de la crisis y caída de los “gobiernos progresistas”, de una manera no solo
parecida a sus poses coloniales, raciales, pretendidamente “civilizadas”,
ostentosamente jerárquicas y autoritarias, aunque al estilo propio, de las clases dominantes, que creen que han
nacido para gobernar y enriquecerse a costa del pueblo; pueblo que debe agradecer
por su existencia, la de la élite, la de la aristocracia
criolla, la de la tecnocracia
neoliberal. No entienden que, como
se dice popularmente, los tiempos han
cambiado; el pueblo no es el mismo
que esquilmaron y despreciaron. Están ante un pueblo que ha aprendido a empoderarse, que sabe que la legitimidad la atribuye el pueblo, que
el soberano es el pueblo. Aunque se haya equivocado
apoyando a demagogos y usurpadores de las luchas sociales, sabe bien claro,
donde se encuentran los amos originales, los patrones originales, los déspotas
originales, a diferencia de los nuevos amos, los nuevos patrones y los nuevos
déspotas, que emergen de las versiones populistas
del siglo XXI.
¿Qué buscan con sus amenazas? Como en los más
descarnados tiempos de la dictadura
militar, despiadada con su pueblo y con los y las rebeldes, empero sumisa con
los amos del mundo, sus máquinas de
guerra, sus máquinas extractivistas, sus
máquinas económicas. De “patriotas” solo tienen ese apego delirante a los símbolos más generales, que se pierden
en colores de la bandera o en la idea
más engolosinada y abstracta de “patria” y de “nación”, cuando a la nación concreta y a la patria concreta, que radica en el pueblo y en las territorialidades, la dilapidan y destruyen, entregándola a la
vorágine escandalosa de las empresas trasnacionales y del capitalismo
financiero y especulativo. Militares y potentados de este estilo muestran los
dientes, en pleno derrumbe de los “gobiernos progresistas”. No ven que lo que
van a desatar es la movilización general, que puede derivar en la insurrección,
que puede desatarse como levantamiento armado popular.
La hipocresía de las castas dominantes, históricas y herederas de la colonia, en la coyuntura presente, es que señalan como mal irradiante de la corrupción a las prácticas paralelas de los “gobiernos progresistas”, olvidando que
todas sus formas gubernamentales, la
de sus gobiernos, las practicaron con antelación. Además, que, en la composición de la estructura de poder de la
corrupción, que encubrieron los “gobiernos progresistas”, ellos, estas castas, participaron abiertamente. Esta pose moral no se sostiene desde un
principio, ni como comedia, pues no
solo que se sabe quiénes estuvieron comprometidos en los dolosos
comportamientos de sobornos, de prebendas, de desvíos de fondos, de traslados a
cuentas privadas, sino que las mismas investigaciones lo han demostrado. Esta pose moral solo es válida para sus
castas, pues el pueblo sabe de dónde
viene y quienes son los actores.
¿Acaso
la confianza de estas castas dominantes
tradicionales, sobre todo de sus generales y estrategas, viene de cierta certeza de que el imperio los va apoyar? Incluso ante el espectro de un levantamiento
popular, parecen apostar a este apoyo, como en los viejos tiempos. ¿Prefieren
destrozar sus países, como ocurrió en los países árabes, donde intervino
sinuosamente el imperio, en la forma
de la cuarta generación de la guerra? Esta actitud no tiene que ver con el patriotismo, ni ninguna de sus versiones
ideológicas, vengan de donde vengan,
conservadoras, nacionalistas, socialistas; sencillamente, en términos fácticos
y constitucionales es una traición a la
patria. ¿No es más conveniente ponerse a dialogar, conformar diálogos de paz antes de la guerra?
La coyuntura
es realmente incierta. Lo que no entienden las
castas dominantes tradicionales es lo que significan las conquistas sociales, la ampliación y profundización de
la democracia, aunque ésta sea formal; lo que significa ampliar los derechos sociales, generar los derechos
colectivos y, mucho menos, los derechos de la naturaleza. Estas castas tienen restringida su humanidad a
intervalos muy estrechos, donde conciben que humano lleva el nombre de hombre,
además se lo imaginan blanco, como
ellos de estirpe criolla; ampliando un poco de perfiles mestizos, empero de alcurnia. Los humanos de color no serían exactamente humanos, a no ser que sean sumisos y obedientes; la mujer es la costilla de Adán, entonces fiel
esposa y respetuosa, por lo tanto, subordinada. Todo lo que entra en el
denominativo de naturaleza es apenas campo de objetos o de cosas, recursos para beneficio y usufructúo del
hombre; en la dimensión económica son
materias primas. Esta gente concibe
la “felicidad” en el beneplácito de los halagos y reconocimientos dados en sus
entornos, dados en los sistemas de signos
de las castas. Por lo tanto, en los cuadros que se imaginan siempre están en
el centro, como patriarcas, llevando
adelante las tradiciones, las buenas
costumbres, los valores aprendidos, las usanzas recibidas. En este sentido, no
entra en sus cabezas la felicidad de
los otros, menos la felicidad de las otras. Los otros y las
otras son “felices” porque los tienen como íconos
de la cultura, de la política, del “saber”, aunque este huele a moho; porque están
alrededor de los patriarcas que velan
por ellos. Por eso les molesta epidérmicamente ver marchas sociales, ser
afectados por expresiones populares;
peor aún, si son demandas, más grave cuando son interpelaciones. Cuando lo popular se hace gobierno, con todas sus
contradicciones y mezclas insondables, interpretan
lo que acaece como señales del apocalipsis. Esto solo puede suceder en
el fin del mundo, cuando no hay orden, no hay valores, no hay jerarquías,
que se respeten. Odian lo popular en todas sus formas y
expresiones. Solo los más perspicaces juegan al gato pardo; se arriman al pueblo,
incluso hacen gala de este acercamiento, viendo con buenos ojos estos roces,
que confunden con “democracia”. Pero, estos gatos
pardos son pocos, incluso pueden incursionar en política y participar de
los cambios y transiciones. La mayoría de la casta es conservadoramente recalcitrante.
Sin embargo, la realidad efectiva, en la que se encuentran y en la que se
despliegan y realizan como castas, es
como un atado de contradicciones. Los señores
de las castas tradicionales se
involucran, secretamente, como en la noche, solapadamente, en lo mismo que se inmiscuyen,
embarrándose, los políticos populistas;
se implican en el lado oscuro de la economía
y en el lado oscuro del poder. Cuando
lo hacen, desprenden una especie de esquizofrenia;
consideran que viven en mundos paralelos;
lo que hacen lo hacen por aventura;
sería como el principio de un comportamiento
que busca dejar de aburrirse. Los involucrados en este juego paralelo, de manera aventurera,
son también pocos; la mayoría lo hace por necesidad; la crisis de las castas, en la modernidad vertiginosa los empuja al
pragmatismo más descarnado.
Habría que preguntarse: ¿qué diferencia hay
entre unos y otros, entre los corruptos
de las castas dominantes tradicionales
y los corruptos populistas? La
respuesta no está en que hacen lo mismo, pues hacen lo mismo de diferentes
maneras. Los de las castas lo hacen
para mantener las apariencias; requieren sostener sus altos y renombrados
estilos de vida; en cambio, los populistas
lo hacen porque desean lo que son las castas
dominantes, quieren ser lo mismo. Creen que para ser lo mismo basta el dinero, sumas
grandes de dinero.
Ahora bien, entre estos extremos del intervalo social de la corrupción, hay
puntos o trazos medios; se trata de los que provienen de la mal llamada “clase
media”. Los militares devienen de ahí. En las dictaduras militares las jerarquías castrenses se involucran también
en prácticas paralelas de enriquecimiento
privado. Era como el cobro a su acción decidida y lapidaria por salvar a la
sociedad del “comunismo”. Es más, creen que lo que hacen es más “legitimo” pues
son la institución tutelar de la “patria”; concentran en la institución armada
del Estado el valor simbólico de la “patria”
y son la defensa indiscutible de la “nación”.
El problema de esta concepción, que no llega a estructurarse como ideología, sino tan solo como conjunto
de pretensiones, entra en contradicción con su quehacer, con sus prácticas y
desenvolvimientos. Las dictaduras militares han servido a la geopolítica del imperialismo en plena
guerra fría, entregando el país a las incursiones económicas de la
hiper-potencia vencedora de la segunda guerra mundial. Esto no es “hacer patria”,
como les gusta decir, sino externalizar
los recursos y la soberanía a la geopolítica imperialista.
También devenidos de las “clases medias” se
encuentran los políticos liberales y neoliberales. Empecemos con los segundos;
bajo el manto del ajuste estructural,
de requerimiento del equilibrio económico,
los gobernantes neoliberales, se aprovecharon de las privatizaciones para hacerse ricos. Los liberales, que son anteriores, incursionaron en estas prácticas paralelas, tan viejas como la
misma historia del poder, empero, en escalas mucho menores
que los exaltados neoliberales, más jóvenes y audaces.
Estamos entonces ante una variopinta estratificación social de la
corrupción, donde se incluyen los populistas
y los “izquierdistas”. Ante esta gama no es sostenible ningún discurso de
pretensiones moralistas, que pueda mostrarse como ejemplar. Todos están implicados.
Entonces, no se trata de señalar solo a parte de esta gama variopinta de la corrupción, sino de desmontar y desmantelar
toda la economía política del chantaje.
Llamemos a las cosas por su nombre; no es sostenible la inculpación de la corrupción
a los populistas, suponiendo que el populismo incentiva la corrupción. La corrupción es tan vieja como el poder,
sus genealogías son tan largas y
mutantes como las genealogías del poder.
Los corruptos no solamente son populistas, tampoco solo “izquierdistas”,
son también neoliberales, liberales, militares, conservadores. Entonces no juzguemos la corrupción porque es populista,
desde la otra perspectiva ideológica,
porque es neoliberal, u otra cosa,
sino que la corrupción es eso, corrupción y que los corruptos son corruptos. No busquemos la culpa
en lo que dicen que son, en su ideología, sino en las dinámicas y funcionamientos mismos de las estructuras y formas de poder; sobre
todo de ejercer el poder.
El debate de fondo no está en qué por qué
Lula y no Temer, por qué Dilma y no otros implicados de la oposición congresal,
sino en hasta cuándo los pueblos van
a sostener las formas de reproducción
del poder, sean de “derecha” o de “izquierda”,
para simplificar. El acontecimiento político
no puede comprenderse si se lo reduce
a la figura esquemática y simplona
del movimiento del péndulo; pasa de “derecha” a “izquierda”, después de “izquierda”
a “derecha”. Esto es un reduccionismo
harto inocente. El tema es que tanto unos como otros participan de la reproducción del circulo vicioso del poder. Entonces se trata de discutir cómo
salimos del circulo vicioso del poder.
Comentarios
Publicar un comentario