La imagen angelical del imperio
La imagen angelical del imperio
Raúl Prada Alcoreza
La ideología
es, como dijimos, la máquina imaginaria
de producción fetichista; en las
ideologías concretas hay peculiaridades. Algunas, las más antiguas,
retrotrayendo el concepto moderno de ideología
a los imaginarios religiosos, lo que
no corresponde, pero, a fines de comparación sirve, se consideran escrituras sagradas; por lo tanto, la enunciación
de la palabra de Dios. En consecuencia, la indiscutible verdad. Esta pretensión de
verdad divina la heredaron las ideologías de la modernidad, sobre todo,
las que se despliegan durante el siglo XX, a decir, de Alan Badiou,
ultimatista. Si bien, la verdad moderna
no se reclama de divina, se pretende la verdad
histórica; por lo tanto, de la razón
histórica. Pero, también hay ideologías que pretenden la verdad pragmática, ya venga ésta
reclamada por medio de la investigación empírica, controlada en laboratorio o,
en su caso, como verdad empírica, del sentido común, correspondiente a la experiencia individual, de familia o de grupo. El liberalismo es la otra ideología desenvuelta en la modernidad
de alcance mundial, con pretensiones de
verdad, aunque esta no se reclame de histórica,
sino como verdad jurídica-política,
como realización del Estado de derecho
y de la Constitución, como verdad
equivalente a la libertad; sin
embargo, libertad restringida a la libertad individual, acotada en los
derechos civiles y políticos. Libertad
de mercado y libertad de empresa, que van asociadas al derecho inalienable de la
propiedad privada y a las garantías
constitucionales y estatales a la propiedad
privada. Desde esta perspectiva ideológica, la libertad no es pensada como potencia,
como potencia corporal y como potencia social.
Entonces el liberalismo se ha situado como verdad
institucionalizada, como verdad
jurídica en el Estado de derecho,
que coloca a la Ley por encima del pueblo, el soberano de la república.
También como verdad política, en los marcos de la democracia institucionalizada, formal y restringida, aceptada en el
juego de las representaciones y delegaciones. Lo sugerente de todo
esto es que determinada república, la
primera república moderna, se considera como el paradigma a seguir por el resto de las democracias formales. Particularmente se les exige seguir su camino
a las repúblicas flamantes del siglo
XIX y a otras repúblicas que nacieron en el siglo XX. Lo llamativo es que la versión
oficial o estatal de esta ideología
liberal tenga una imagen angelical
de sí misma. Sobresale esta narrativa
fantasiosa en las difusiones de la hiper-potencia y complejo
militar-economico-cientifico-tecnologico-cibernetico-comunicacional, el gendarme del imperio, del orden mundial.
Se trata de una narrativa cinematográfica, al
estilo de Hollywood, que resume el guion a la confrontación entre buenos y malos; el gendarme del
imperio es el bueno, en tanto que
los “Estados totalitarios” son los malos;
peor aún, los “Estados canallas”. Como se podrá ver esta es otra versión del
darwinismo social e histórico, que clasificó a las sociedades entre salvajes, bárbaras y civilizadas. En este caso, la civilización no solo se asume como civilización moderna, sino, de manera más restringida, como el
“estilo de vida americano”. La diplomacia de esta hiper-potencia ha tenido que
tratar con diplomáticos de todos los países, entre ellos, de los países que
llaman del “tercer mundo” o “en desarrollo”. La imagen que tienen de estos diplomáticos de los Estado-nación
subalternos, considerados vasallos del imperialismo
vigente, es que son unos barbaros
metidos en asuntos de la élite
dominante mundial, la diplomacia de carrera. Si bien es ese un discurso
solapado, que sobresale en las conductas y los comportamientos, desmintiendo lo
que se dice diplomáticamente, el discurso
contrasta con los actos
intervencionistas del imperialismo, a
lo largo de las historias políticas
de la modernidad. Estas actuaciones
tendrían que ser calificadas de bárbaras,
desde la perspectiva del Estado de
derecho y desde los derechos de las naciones y Estados en el contexto
internacional. Sin embargo, se cierra los ojos ante la evidencia descomunal de
la violencia imperial; se prefiere
tener como referente la imagen angelical
que tiene de sí mismo el imperio.
El discurso dominante en la diplomacia de la
hiper-potencia tiene sus acompañantes, que repiten la misma narrativa en versiones nacionales, en
los países de la inmensa periferia
del sistema-mundo capitalista. Los
medios de comunicación han sido los mecanismos de difusión de esta narrativa cinematográfica y siguen
siendolo; hay también periodistas y comunicadores que se encargan de hacerlo,
aunque lo hagan de manera más sutil. Al difundir la información del testimonio de diplomáticos
norteamericanos sobre su experiencia en países donde cumplieron funciones, lo
hacen como si se tratara de una “fuente objetiva” y no de una fuente viciada por prejuicios ideológicos. Esta condescendencia se hace más notoria
cuando el mismo testimonio confiesa,
en otras palabras, no de manera directa, la intervención
militar de su país en un
Estado-nación soberano. Una intervención militar es eso, una intervención que
viola la soberanía del Estado
agredido, que vulnera el derecho internacional, que corrompe a militares del
país afectado y ejecuta su intervención al estilo de comandos especializados. Un
caso paradigmático es lo que ocurrió en Bolivia, a fines del primer quinquenio
del siglo XXI. Este delito, el de intervención militar a un Estado-nación por
parte de la hiper-potencia, si bien ha sido denunciado, no se la inculpado y
procesado en los Tribunales internacionales competentes, ni se ha denunciado
como corresponde en Naciones Unidas. Lo que se ha hecho es una persecución
política a todo sospechoso o indilgado de sospecha de estar comprometido en el
robo y desarme de misiles. En términos constitucionales, lo que han hecho los
implicados nacionales es traición a la
patria; lo que ha hecho la hiper-potencia es cometer un delito flagrante contra un
Estado-soberano, interviniendo militarmente, aunque sea de manera secreta. Todo
esto, además a nombre de “lucha contra el terrorismo”. Los misiles no estaban
en manos de “terroristas” sino del ejército del Estado-nación; en todo el caso
el terrorismo lo cometió el comando
“Rambo” de la hiper-potencia.
La imagen
angelical del imperio contrasta con su pragmatismo
político, militar, económico. El contraste se hace notorio en la llamada
“guerra contra el terrorismo”, también en la llamada “lucha contra el
narcotráfico”. La “guerra contra el terrorismo”, declarada en el gobierno del
presidente George W. Busch, ha sido una excusa para intervenir Irak, un país
que no estaba involucrado en el atentado del 11 de septiembre de 2001; una
excusa para establecer un “Estado de excepción” encubierto en el propio país.
La “guerra contra el terrorismo” ha derivado en conformar organizaciones
fundamentalistas, que desatan la “guerra santa” en el Medio Oriente y en otras
latitudes, ocasionando la destrucción de otros países, cuyos Estados eran
considerados “peligrosos”, pues no seguían la línea del establishment
internacional. La “lucha contra el narcotráfico” ha servido y es útil para
contener, controlar y desviar el segundo o primer negocio más grande del mundo.
Entre otras cosas, además de blanquear
en el propio país dominante el magnífico flujo dinerario, entre otras cosas, para
armar a grupos insurgentes en contra de gobiernos “socialistas” en Centro
América.
¿De qué se habla cuando se usa en el discurso
la distinción entre “coca tradicional” y “coca ilegal” o “coca excedentaria”?
¿De que la “coca excedentaria” va directamente al narcotráfico, como se dice
explícitamente en el discurso? ¿Este es el problema
de fondo? La economía política del
chantaje, donde se encuentra la economía política de la cocaína, es decir,
el lado oscuro de la economía-mundo,
es complementaria del lado luminoso e institucional de la
economía-mundo. El ingreso a la dominancia del capitalismo financiero y especulativo, en el ciclo largo del capitalismo vigente, ha ocasionado no solo la
expansión del lado oscuro de la economía,
sino que ésta haya atravesado las mallas institucionales y empresariales del lado luminoso de la economía. Lo que
hace este discurso, relativo a la imagen
angelical del imperio, es mostrarse como el bueno de la película, ocultando las evidencias de las
concomitancias del imperio no solo
con el lado oscuro de la economía
sino con el lado oscuro del poder.
En todo caso, el testimonio del diplomático norteamericano es revelador de a donde
alcanza la intervención y la influencia de la hiper-potencia. No solo
en lo que respecta a su capacidad para montar y efectivizar una intervención
militar secreta, sino también en lo que respecta a la influencia e incidencia
que tiene la misma embajada de la hiper-potencia en relación a personajes de la
política boliviana. Se pueden catalogar
sus intervenciones como consultivas,
en unos casos, que, al mismo tiempo, connotan consultas a la embajada norteamericana; en otros, incluso de disuasivas, adelantando la reacción del
Departamento de Estado y de la Casa Blanca al Respecto. En otros casos, es
patente la definición y delimitación política, además de su accionar respecto a
determinados temas problemáticos; uno, es el que tiene que ver con el narcotráfico; otro, tiene que ver con la
relación del Estado boliviano con los gobiernos de Hugo Chávez de Venezuela y
Fidel Castro, primero, Raúl Castro, después, de Cuba. Como se puede ver la
embajada establece el rayado de la cancha, como se dice y, a partir de este
rayado, busca incidir, influir, llegar a acuerdos o, por último, dejar en claro
la diferencia de posiciones.
Todo esto es ilustrativo, no solo en lo que
respecta a la imagen angelical que
tiene el imperio sobre sí mismo,
sino, particularmente, al accionar de la extensa malla diplomática que la
hiper-potencia despliega por el mundo.
De todas maneras, la interpretación
del testimonio diplomático tiene que
ser contextuado en el momento, en el presente, concretamente en la coyuntura
o coyunturas mundial, regional y
nacional. La república de Estados
Unidos de Norte América experimenta una fase problemática, para decirlo
suavemente, en la historia política
de la democracia formal americana,
implantada desde la independencia y promulgación de la Constitución. Haciendo
un resumen de lo que expusimos en otros ensayos, a propósito, se hacen patentes
los problemas de legitimidad de la
república. La llegada a la presidencia de Donald Trump muestra la crisis inmanente de la república, crisis manifestada
abiertamente, es decir, de manera trascendente,
durante la guerra de Secesión; crisis sumergida después de esta guerra; crisis
inmanente que se hace parcialmente o tibiamente patente durante la guerra del
Vietnam; y, que ahora, reaparece con rasgos que marcan cierta trascendencia. Es como si hubiera dos
Estados Unidos de Norte América; uno, que recuerda el acto constitutivo harringtoniano, de perfil utópico; el otro, que
se remonta a la actitud colonial y racial
de las oleadas conquistadoras de peregrinos. Durante la guerra de Secesión se
enfrentan estos dos momentos constitutivos diferentes; la victoria del Norte
equivale a la consolidación de la república,
del Estado Federal, de la Constitución liberal y de la democracia institucionalizada. Sin embargo, al parecer, las heridas
que dejó la guerra no se cerraron, tampoco se clausuraron las concepciones de mundo que se enfrentaron
en la guerra. El racismo es como un hábito en parte de la población
norteamericana; así como los hábitos
liberales se manifiestan en la otra parte de la población. La crisis
inmanente se ha venido manejando y controlando con la alternancia partidaria entre demócratas y republicanos; sin
embargo, desde las presidencias de los Busch, padre e hijo, se ha venido
desgastando y haciéndose patente su incrementada ineficacia, sobre todo, en lo
que respecta a lograr legitimidad. Trump llega a la presidencia pugnando con la élite
del partido republicano; convoca no solamente a sectores de base descontentos
republicanos, sino incluso demócratas descontentos con el partido demócrata
terminan votando por Trump. Parte de la clase trabajadora, amenazada por el fantasma del
desempleo, vota por Trump,
incluso quizás muchos desempleados. Sectores nacionalistas lo hicieron, así
como los sectores más recalcitrantes conservadores y cierta “clase media”
acomodada, que buscó un hombre fuerte, ante la visión de partidos debilitados y
con convocatorias disminuidas y rutinarias. Por lo menos, la crisis institucional de los partidos le
abrió el camino a la presidencia, sin hablar todavía de la crisis de legitimidad que se enuncia en el régimen liberal, en su etapa decadente.
Presentarse como el paradigma de la “democracia” ante el mundo es, por cierto, la pose
de la gendarmería del imperio.
Presentarse como la cara angelical del orden mundial es como presentar un
cuento de hadas en una feria de novelas. Los cuentos de hadas no solamente
están dirigidos a los niños, sino que buscan mediante una pedagogía inocente y esquemas
morales, restringidos hasta la caricatura, educar sobre los valores morales. La novela, desde lo que define como la primera novela Michel Foucault,
El Quijote de la Mancha, corresponde
a las narrativas del anti-héroe y de las tramas que interpretan
los dramas de la modernidad. Hay pues
un desajuste grande y un anacronismo visible en esta pretensión de aparecer como ángel
en una supuesta guerra cósmica entre ángeles
y demonios, cuando se trata de guerras modernas fratricidas, empujadas
por las geopolíticas de las potencias
imperialistas, después, como guerras
policiales para preservar el orden mundial. Los hombres no son ni ángeles ni demonios, son cuerpos
donde se inscriben las historias políticas y dejan sus huellas los diagramas del poder. Forman parte de dramas singulares, tramas
singulares, tejidos singulares
entrelazando hilados, compositores de combinaciones contradictorias y hasta
explosivas. Los hombres son mónadas en los vendavales de la dramática. Para comprender lo que pasa en las coyunturas
y contextos, que trata de describir
la historia política, que trata de explicar
el análisis político, es menester
situarse en los planos y espesores de
intensidad de estas dramáticas.
Lo más lejos de una comprensión es
esta narrativa del ángel en lucha
contra demonios.
No hablemos de la hiper-potencia, que dejó la
figura del imperialismo, como
serpiente que cambia de piel, al finalizar la guerra del Vietnam, al ser
derrotada por un país guerrero de la periferia
del sistema-mundo capitalista. Ahora
es el gendarme del imperio, del orden
mundial de las dominaciones de la civilización
moderna, en su fase decadente.
Hablemos de los hombres que
supuestamente la dirigen o, por lo menos creen que lo hacen, sin darse cuenta
que son simples fichas en la rechinante maquinaria de los diagramas de poder, las cartografías
políticas, los mapas económicos,
del sistema-mundo moderno. No controlan el mundo efectivo, diremos, aunque tenga más alcance que la connotación
conceptual de mundo, la realidad, sinónimo
de complejidad; lo que controlan o parecen controlar es el mundo de las
representaciones, el mundo
representado, es decir, el mundo
imaginario de sus narrativas
maniqueas. El mundo efectivo los
desborda, desborda a sus máquinas de
poder, a sus máquinas de guerra, a
sus máquinas económicas. Por eso, lo
que planean, sobre todo, con los juegos
de poder de sus geopolíticas, de
sus conspiraciones, de sus intervenciones ocultas de servicios
secretos, que se autonombran eufemísticamente de “inteligencia”, no les sale,
pues los efectos masivos que provocan
son incontrolables.
Hay que entender,
a estas alturas de las historias políticas
de la modernidad, que las formaciones ideológicas,
las formas de Estado, las formas de gubernamentalidad, ya sean liberales o socialistas, ya sea neoliberales
o “progresistas”, son las formas mutantes
de las administraciones públicas de
la acumulación originaria y ampliada
de capital. Resolvieron, a su modo, a su estilo, los problemas que enfrentó la economía-mundo
y el sistema-mundo capitalista en sus
distintas etapas de acumulación, en
los distintos contextos y en las
diferentes coyunturas. Que los liberales se reclamen de “demócratas” es
otra de sus poses, pues su “democracia” es restringida, acotada, usurpada al
pueblo, diferida y transferida a los representantes,
delegados y gobernantes. Que los “socialistas” se reclamen de portadores de la justicia social es también una pose; no
puede realizarse la justicia social
sin su substrato y, a la vez, complementariedad, que es la libertad. Que los neoliberales se reclamen de eficientes
y competentes, es una pose, por así
decirlo, posmoderna; ni fueron ni lo
uno ni lo otro, salvo si se entiende que fueron eficientes en desentenderse y
privatizar, externalizándolas, de las reservas
naturales, de las empresas públicas, del ahorro de los trabajadores, de la
salud y de la educación. El procedimiento
de vaciamiento es eficaz en su demoledora destrucción
social. Que los “progresistas” se reclamen de algo tan barroco como el “socialismo del siglo XXI” no es exactamente una
pose, sino una confesión de su
desorientación en el laberintico presente, donde “izquierda” y “derecha”
se confunden para hacer lo mismo, continuar con el modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente.
A estas alturas del partido, como dice el refrán
popular, que unos u otros de la curiosa casta
política del mundo, a pesar de sus diferencias, se reclamen como el ejemplo
y el modelo a seguir, es cómico, hace reír. Los pueblos del mundo, tanto los
pueblos de la inmensa periferia de la
geografía política del sistema-mundo moderno, como los pueblos
del centro cambiante del sistema-mundo, tienen experiencias sociales acumuladas y memorias sociales que han guardado los tejidos de huellas de las experiencias;
los pueblos saben, por lo menos intuyen que sus gobernantes, sus
representantes, sus defensores, sus empresarios, son los anacronismos institucionales ateridos, persistentes, incrustados
como garrapatas, a los cuerpos vitales
de los pueblos. ¿Cuándo los pueblos se liberarán de estos anacronismos y darán rienda suelta a sus potencias sociales, a la potencia creativa de la vida?
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