Arqueología y genealogía de la civilización
Arqueología y genealogía de la civilización
Raúl Prada Alcoreza
La lectura de la realidad,
sinónimo de complejidad, se hace
engañosa si se la hace desde rejillas,
ya sean teóricas o correspondientes a arquetipos culturales. Aunque a un
principio ayuden a interpretarla, de acuerdo a la experiencia coagulada en memoria
social, después, memoria
cristalizada en narrativas, las rejillas no dejan de ser tales; por lo
tanto, no dejan de convertirse en enfoques, incluso, perspectivas recortadas,
que acotan la posibilidad de otros enfoques y de otras perspectivas; mejor
dicho, acotan la movilidad de los
enfoques y los desplazamientos de las
perspectivas. Decimos esto porque es menester salir de los paradigmas ideológicos para comprender lo que llama Robert Kurz el colapso de la modernización[1],
nosotros acotaríamos que también se trata del colapso de la civilización moderna. Este colapso
se manifiesta en sus distintas versiones, formas, tonalidades y perfiles; en el
mismo centro del sistema-mundo capitalista, el colapso
aparece como crisis de sobreproducción,
ocultada apenas por la estridencia de los espectáculos
del mercado y la afluencia expansiva del crédito. En la inmensa periferia de la geografía política de la economía-mundo,
el colapso aparece con la elocuencia
desoladora de la deuda infinita[2],
impagable, que arrasa las economías nacionales;
no solo las hace dependientes, sino
que ya son economías montadas para pagar la deuda
externa, economías externalizadas, ajenas a las necesidades de su población, incluso de la lógica de lo que un día fue la economía
nacional. En el espacio cardinal de lo que se denominó Este, donde se erigieron los Estados del socialismo real, que se
derrumbaron estrepitosamente, lanzándose anhelantemente a las promesas de la economía de mercado, de libre mercado y de libre empresa, en vez de
experimentar los obsequios de la promesa
capitalista, de estilo liberal, experimentan el ingreso tardío a los nuevos
escenarios del “tercer mundo”. El colapso
de la modernización y de la modernidad se manifiesta en distintos
escenarios, de manera, si se quiere diferencial; empero, no deja de ser el
mismo colapso del sistema-mundo moderno.
¿Cómo podemos explicarnos este colapso? Ya dijimos que este colapso
no se explica a partir de la tesis
marxista de la crisis orgánica del
capitalismo; no solo porque el mismo socialismo
real formó parte del sistema-mundo
capitalista, sino de que se trata de la crisis
misma de la modernidad. Tesis que
adelantaron Max Horkheimer y Teodoro Adorno. Sin embargo, se trata de comprender los alcances de la crisis de la civilización moderna, civilización que abraza a todo el orbe
terrestre. Una de las características principales de la civilización moderna es lo que podemos llamar revolución productiva o de la producción, que después toma el
nombre de revolución industrial, para
adquirir, su connotación vertiginosa en una revolución
ininterrumpida, los nombres de revolución
tecnológica-científica, revolución
cibernética, incluso recientemente revolución
de la nanotecnología, así como también de la biotecnología. Si se quiere, esto es lo concreto, lo material, el
acontecimiento de la civilización moderna; sin tocar los mitos construidos en la modernidad,
como la historia, el desarrollo, incluso la evolución.
Esta revolución
productiva es desatada por la combinación
de varios procesos o factores, que hacen a la composición explosiva de la producción moderna. No solamente nos
referimos a la incorporación de la ciencia y la tecnología a las estructuras inherentes de la producción, no solamente nos referimos a
la transformación de la organización productiva, que no se
resume a la implementación de la división
del trabajo, que connota especialización, tampoco nos referimos a la separación clave, que menciona la crítica de la economía política, entre
propietarios no productores y productores no propietarios, que caracterizan a
las relaciones de producción capitalistas,
sino a la separación imaginaria entre
valorización y producción. Ciertamente, tesis principal de la crítica de la
economía política; empero, abordada solo en lo que considera el núcleo de la contradicción del modo de
producción capitalista, la separación
entre valor de uso y valor de cambio. La producción no puede solo circunscribirse a la producción de valores de uso;
ampliando la perspectiva, recogiendo los mejores aportes del marxianismo, no solo se circunscribe a
la producción de necesidades de consumo y de las mismas relaciones de producción, en condiciones de reproducción, sino la producción
y reproducción misma de la civilización moderna; es más, la producción del mito de civilización.
El mito de la civilización habla no del origen de la humanidad, como lo hacen los mitos
ancestrales, sino del origen da
la humanidad civilizada, que debería
querer decir, etimológicamente, de la humanidad
que vive en ciudades; sin embargo, la
utilización del concepto se ha transformado en las narrativas modernas. Por lo menos, en las narrativas influenciadas por las teorías evolucionistas, se
distinguen etapas de la evolución
social; en las más toscas interpretaciones darwinistas, se diferencian salvajes, bárbaros y civilizados.
Atribuyendo la condición y la cualidad histórica-cultural a la civilización moderna, quedando las civilizaciones antiguas como bárbaras. Recojamos
la conceptualización más amplia, que atribuye la condición de civilización, por lo menos, de posibilidad de civilización, a las sociedades humanas. Entonces, la civilización se refiere a la sociedad
humana; es una condición de
posibilidad histórica-cultural de la sociedad
humana. En consecuencia, el concepto mismo de civilización, desde la antigüedad, se refiere a la característica
primordial de la sociedad humana;
esto es, construir, constituir, instituir, la civilización.
Recurriendo
al lenguaje de la teoría de sistemas autopoiética, podemos decir que la civilización es como una operación de clausura de la sociedad humana no solamente respecto a
sus entornos, sino respecto al resto
del planeta, quizás también del universo. Por así decirlo, la humanidad, en devenir, se constituiría como tal, a través de una sociedad
organizada, estructurada, conformada por las centralidades de ciudades, ceremoniales, de administración y de
intercambios o convergencias de flujos y fuga de flujos. Retomando el concepto
griego de polis, la civilización contendría como posibilidad
y atributo de gestión, de inicio, la política,
en el sentido de gobierno de la ciudad,
gobierno de la familia, gobierno de sí mismo. En consecuencia,
el concepto de civilización, desde
inicios de su propia arqueología de saber,
es arquetípicamente un concepto político,
es decir, de gobierno.
Por
lo tanto, la civilización, cualquiera
sea de la que se hable, conlleva inherentemente un proyecto, el proyecto
mismo civilizatorio; así como la
distinción, como se evidencia en la lengua griega antigua, la distinción entre bárbaros y civilizados. Parce que algo parecido sucede, con distintas
connotaciones, con otras sociedades antiguas, acepciones parecidas contienen las
lenguas de otras civilizaciones tradicionales.
La civilización se encontraría en la autoreferencia, en cambio, lo bárbaro, lo “no civilizado”, lo que no
habla la lengua civilizada, se halla en la heterorreferencia,
sobre todo, en la referencia a los otros, a las otras sociedades, por lo menos, del entorno.
La civilización distingue a la sociedad que gobierna, a la sociedad
de referencia de la comparación
cultural.
La civilización también es un concepto de diferenciación de lo humano con lo que no es humano; en todo caso, todas las sociedades humanas tienen la capacidad
o posibilidad de civilización, en cambio, lo no
humano no lo tiene. No se trata de una condición
incivilizada, que, en todo caso, se atribuye a las sociedades bárbaras o, en la modernidad,
a las sociedades salvajes, sino de lo
que no puede contener ni siquiera la posibilidad
de civilización. El concepto, en toda
su polisemia, de animal o de animalidad, expresa claramente esta ausencia, que no es otra cosa que ausencia de humanidad. No se trata solamente de decodificar esto como que los animales no son humanos, que, en todo caso, quedaría como una clasificación taxonómica zoológica, sino que al no serlo, son “seres
inferiores”, incluso “seres sin consciencia”; en la más agresiva versión
moderna se planteó esto como que los animales
están al servicio y libre disposición
del hombre.
Con
la anterior cosmovisión civilizada
queda claro que las plantas están
mucho más lejos que los animales en
cuanto distancia respecto a la civilización.
Es cierto, que la antropología estructural encontró en las sociedades humanas
ancestrales relaciones concomitantes entre humanos
y, por así decirlo, empleando el término de exposición usada, animales y plantas. Las investigaciones, descripciones e interpretaciones de
la antropología estructural expresan estos entrelazamientos entre humanos, animales y plantas. Sin
embargo, hay que recordar, que precisamente estas sociedades ancestrales, por ejemplo, las sociedades amazónicas, no se conciben como civilización, sino, mas bien, como nichos, por así decirlo, usando un concepto reciente, ecológicos.
Entonces
estas sociedades ancestrales no
entrarían a esta operación de clausura
civilizada, que caracteriza, generalizando, a las sociedades antiguas y, sobre todo, a las sociedades modernas. Interpretando políticamente, podríamos decir que las sociedades que se conciben como civilización
son las que se colocan imaginariamente
en una escala “superior” a los animales
y plantas. La separación
imaginaria, institucional y política de la sociedad
humana respecto a los animales, a
las plantas, a los espesores
territoriales, a los flujos acuáticos
y corrientes de aire, al planeta
mismo, es lo que podríamos llamar economía
política de la civilización. Por lo tanto, se valoriza la sociedad humana y se desvaloriza el resto del planeta, lo que el lenguaje moderno, desde
un principio, llamó naturaleza.
Las sociedades civilizadas, sean las que
sean, incluyendo, claro está primordialmente a las sociedades modernas, se atribuyen un derecho consuetudinario, de principio, fundamental, indiscutible,
el de dominar al resto no-humano. Las narrativas construidas, a
propósito, ya sea en su forma mitológica, simbólica y alegórica, ya sea en su
forma religiosa y filosófica, legitimando
esta dominancia humana, sobre todo,
sobresalen las narrativas ideológicas
de la modernidad, se consideran como herederas de la divinidad inherente a su humanidad
o, en el caso de las narrativas modernas,
el fin de la evolución, no solamente
de la historia. Llama la atención
esta hermenéutica civilizada, pues en
el cimiento mismo tienen como su talón de Aquiles: ¿si las sociedades humanas forman parte del devenir proliferante de la vida,
como puede explicarse su “superioridad” respecto a la vida misma?
Este
talón de Aquiles de lo que podríamos llamar la arqueología y genealogía de
la civilización es donde el nudo gordiano se desata. En lenguaje moderno diríamos que la civilización corresponde a la ideología de la modernidad, pero,
también corresponde a la arqueología mitológica
de las sociedades humanas. Ha sido un constructo
cultural, en distintas narrativas,
en distintos leguajes, en distintos contextos
históricos, sobre todo, de manera desmesurada en la modernidad, que
legitima la dominación del planeta
por parte del hombre, ni que decir,
de la dominación del hombre por el hombre, más claramente, de la mujer por parte del hombre.
El
concepto de civilización, abarcando
toda su arqueología de saber, desde el
saber de las formaciones más mitológicas
hasta las más ideológicas, desde las
más esquemáticas hasta las más
elaboradas, es un concepto apologético de la “superioridad humana”; no es pues
un concepto ecológico, en pleno
sentido de la palabra, refiriéndonos a la ecología
compleja[3].
El concepto de civilización no se
sostiene ante la crítica de la economía
generalizada, tampoco ante la crítica
ecológica; no se sostiene ante las dinámicas
complejas e integradas de la potencia
de la vida.
Ahora,
en la intensidad coyuntural álgida de los espesores
del presente, en pleno desbocamiento de la crisis ecológica, cuando las sociedades humanas están amenazadas en
su sobrevivencia misma, es menester la deconstrucción
del concepto de civilización y de sus
narrativas. Sobre todo, para encarar la crisis ecológica en toda su complejidad, teniendo en cuenta, si se
quiere, sus historias y genealogías; buscando los momentos constitutivos de las civilizaciones que marcaron el camino de
la separación, imaginaria e
institucional, de las sociedades humanas
de su Oikos, de donde pertenecen, del
hogar planetario de donde forman parte, de los entrelazamientos ineludibles con
los ciclos vitales planetarios.
[1] Ver
de Robert Kurz El colapso de la
modernización. Editorial Marat; Buenos Aires 2016.
[2] Ver
La inscripción de la deuda. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/la_inscripci__n_de_la_deuda_2.
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