Los nichos eco-sociales de las ciudades
Los nichos eco-sociales de las ciudades
Raúl Prada Alcoreza
Como dijimos en un ensayo anterior[1],
se puede considerar a las ciudades como nichos
eco-sociales, desde la perspectiva de
la complejidad, haciendo redundancia en el concepto de nicho ecológico, del que formaría parte el nicho eco-social. Las ciudades, sobre todo, las ciudades modernas,
no pueden explicarse solo como acontecimientos sociológicos, menos como
acontecimientos económicos; las ciudades no se desentienden, no pueden hacerlo,
de las territorialidades donde están
involucradas, tampoco de los ecosistemas,
a los cuales pertenecen. Las ciudades no solamente forman parte de las
cartografías urbanas, incluso de las geografías políticas, sino que, en cuanto
son conformaciones complejas de entrelazados
circuitos sociales, involucrados en ciclos
vitales, forman parte de sistemas de
vida complejos. La complejidad de estos nichos
eco-sociales se incrementa con las llamadas metrópolis; pues, en este caso,
la densidad del nudo urbano llega a
insidiar preponderantemente en las composiciones del ecosistema, a tal punto que puede desequilibrarlo, quizás, mejor dicho,
descuajeringarlo, rompiendo toda posibilidad de armonización. Es entonces indispensable, volver a estas
problemáticas urbanas y de las ciudades, trabajadas por la sociología, también
por la economía, así como por la historia.
Las concentraciones poblacionales de las
ciudades modernas no solo tienen que ser atendidas como fenómenos de un tipo de formación
económico social y de un modo de
producción, el capitalista, sino
que funcionan como entrelazamientos complejos de circuitos, no solo demográficos,
sociales y económicos, además de culturales, sino que, al entreverarse y formar
nudos complejos, dan lugar
propiamente a lo que denominamos nicho
eco-social. Esta concentración demográfica, por cierto, densa y compleja,
vive como palpitante nicho,
conformado por nudos, que articulan
tejidos y circuitos sociales, afincados en espesores
territoriales. Las ciudades respiran, consumen agua, además de las formas
de energía, tecnológicamente administradas; entonces, define sus interdependencias con lo que comúnmente
se llama medios ambientes, mejor dicho,
entornos; empero, lo más adecuado es
llamarlos ecosistemas. Por lo tanto, la primera consecuencia que
debemos sacar de estas situaciones de
interdependencia, es que las ciudades
no pueden desentenderse de sus ecosistemas.
Si lo hacen como suele ocurrir, como un comportamiento generalizado de las
gobernaciones municipales, departamentales y nacionales, es que estas
instancias muestran palpablemente su desajuste respecto a la problemática ecológica. Estas instancias
administrativas y políticas, administran recursos, definen políticas, basadas
en normas y en leyes; empero, están lejos de gobernar; no hablamos aquí del término más restringido de gobierno, el de la política institucionalizada, sino que recurrimos al sentido propio del término, gobernar fuerzas. Las fuerzas involucradas, no solo sociales,
correspondientes a la sociedad humana, sino la orgánicas y las relativas a los ciclos
vitales, las exceden en demasía, a estas instituciones pretensiosas.
La crisis
urbana, que aparece a momentos en su gravedad intensa, en situaciones de crisis económica, como colapso
urbano, es un síntoma elocuente
de lo que ocurre. El hacinamiento urbano no es sostenible; más aún cuando se da
en las condiciones diferenciadas, tal como se manifiestan, en lo que el
discurso marxista llama la sociedad de clases.
Para mantener estos monstruos urbanos, las metrópolis, se tiene que recurrir a
la destrucción sistemática de los ecosistemas. Estas monstruosidades
requieren de gigantescas magnitudes de energía,
las que se consiguen mediante la expansión intensiva y expansiva del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Se puede observar, que la proyección de estas
descomunales concentraciones poblacionales urbanas no es sostenible, salvo por
una irreversible destrucción de los ecosistemas.
Por lo tanto, si es sostenible a mediano plazo, mediante el procedimiento del
“desarrollo” económico, que implica la destrucción
extractivista, no lo es a largo plazo. Del colapso de las metrópolis
se pasa al colapso del planeta.
Las ciudades, sobre todo, las ciudades
capitales, se han convertido en espacios saturados de competencias soterradas,
de mercados despiadados de suelos urbanos, de mercadeo especulativo de
viviendas, de tarifas en contante incremento de los servicios. A las densidades
demográficas, se suman las densidades de edificios, que se arriman, quitándose
luz, expandiendo su sombra a sus entornos, enturbiando los ambientes urbanos,
de por sí agresivos. Lo que deberían ser tratados como nichos eco-sociales, son administrados como espacios especulativos de los circuitos financieros y la inflación
de los precios. Las ciudades se vuelven impagables, salvo para las minorías o
minorías convertidas en mayorías, llamadas “clases medias”; las mayorías marginadas
son empujadas a las periferias, a los espacios suburbanos, incluso ganados en
los recovecos de las mismas urbes o en sus montañas aglomeradas.
En estas condiciones lamentables, se puede
hablar de tasas decrecientes de los
servicios, respecto al crecimiento vegetativo
y al crecimiento social de las
ciudades. Lo que significa, integralmente, la pauperización y el
deterioro de las condiciones de vida,
aunque haya subido el indicador relativo para las minorías o las minorías-mayorías
de las llamadas “clases medias”. Los alcaldes, los gobernadores, hasta el mismo
presidente, se deleitan inaugurando obras.
Las mismas que tienen un valor
simbólico en la concurrencia política; empero, son monumentos a la especulación
política, cuando el conjunto de las necesidades
sociales y ciudadanas no son atendidas en la cobertura que requieren, en la calidad
que es indispensable, en la integralidad
que exige la problemática.
Es menester pues desatar debates y
discusiones ciudadanas sobre la problemática urbana y de las ciudades.
Debates que solo son posibles si se sale de la diatriba política, entre posiciones aparentemente “opuestas”, empero,
equivalentes en cuanto a su desconocimiento de la problemática, así como análogas en su pretensiosa demagogia y
vociferantes promesas. Las ciudades, tal como se han desarrollado, se ha
convertido en amenazas; cuando deberían ser espacios-tiempos
de realizaciones sociales. Además, claro está, desde la perspectiva de la complejidad, en nicho eco-sociales situados de nichos
ecológicos vitales, que recrean la vida
proliferante. En cambio, la muerte ronda en las ciudades.
La responsabilidad
de los y las ciudadanas, es decir, de
los y las que viven en las ciudades,
en las polis, de donde vine la
palabra, es asumir el desafío de la crisis
urbana. Retomar las ciudades por lo que son, nichos eco-sociales, aprovechar esta condición ecológica para reinsertarlas
a los ciclos vitales, para que sean nudos articuladores y palpitantes de la
vida. Las políticas municipales son un fracaso; así mismo, las políticas de los
gobiernos departamentales, de la misma manera, las políticas nacionales, con
respecto a la crisis urbana. Estas
políticas no solamente son restringidas, como lo hicimos notar, sino que son
parte de la crisis urbana, la
reproducen en sus formas de administrar la crisis.
Ciudadano es una palabra que proviene de ciudad, de las polis; por lo tanto,
también supone la democracia, como gobierno del pueblo; entonces, la
responsabilidad de los y las ciudadanas
es asumir el gobierno como pueblo. Es decir, hacerse cargo de los problemas y de las fuerzas que hay que gobernar,
en el sentido antiguo del término; gobierno de las fuerzas con las que se enfrentan capitán y tripulación de la
nave, usándolas para el buen viaje de la embarcación. Los problemas que enfrentan los y las ciudadanas de los pueblos del mundo son los que describe la explicación
de la crisis ecológica; en este
sentido, hacerse cargo implica hacerlo respecto a la crisis ecológica desatada, que amenaza a la sobrevivencia humana. Hacerse
cargo significa hacerse cargo en cada lugar, en cada nación, en cada región, en
el mundo; esto abarca e implica hacerlo en cada ciudad, en cada población, en
cada territorio.
Hay que empezar hacerlo cuanto antes. No se
puede perder el tiempo; hay premura.
La crisis ecológica ha avanzado
mucho, incontenible. Cualquier argumento político, de los que se suele
escuchar, tanto de los gobiernos nacionales, así como de los organismos
internacionales, no tiene consistencia ante la envergadura de la crisis; son argumentos burocráticos, que
obstaculizan la comprensión colectiva
y social de la amenaza que cierne sobre las sociedades. Es imprescindible que
los y las ciudadanas reaccionen
cuanto antes; una manera de comenzar a hacerlo es socializar toda la información tenida al respecto; conformar
debates, discusiones, análisis sobre la problemática
de la crisis ecológica. Abrir las
compuertas de la comunicación de masas a los y las científicas, a los y las
investigadoras. Abrir las escuelas, las universidades, las instituciones de
formación, a la fluida difusión de lo que describen las ciencias y la
interpretación que dan, sobre todo, las proyecciones que suponen las hipótesis
vertidas.
No hacerlo es ocultar a los pueblos lo que
ocurre y los niveles de la crisis
ecológica; se lo haga por pusilanimidad, burocratismo, por no alarmar o
sencillamente por ignorancia, igual da. Es ocultar información, es distraer a
los pueblos, es empujar a las sociedades a los cataclismos, sin hacer nada. Se
puede entender que esto ocurra con los Estados y los gobiernos nacionales, además
de los organismos internacionales; hay una larga historia del comportamiento
institucional, que, al hacerse cargo de las representaciones
de los pueblos, de sus conducciones administrativas y políticas, decidiendo el
decurso de sus destinos, que induce a
que esta conducta persista. Pero, donde no puede concebirse, desde el atributo
de la libertad, que supone la política, en sentido amplio, una actitud
pusilánime en las sociedades. Si esto pasara, que no es de esperar, los pueblos
y las sociedades habrían perdido lo más preciado que tienen, la voluntad, la voluntad de vivir, la
voluntad de potencia, la potencia creativa de la vida.
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