El bizarro
El bizarro
Sebastiano Mónada
Un delirio extremo lo impulsa al abismo,
que cree que es el cielo.
Una composición bizarra le otorga
un perfil extravagante,
que confunde con lucidez,
cuando sólo es insólita sandez.
Habita un mundo al revés,
que considera real
en su turbación monumental,
cobijado en cultura banal.
Se ha convertido en paladín
de anacrónicos conservadurismos
pechones y ultramontanos,
de los falangismos asesinos,
partidarios del genocidio.
Ha aprendido de memoria
la apología del mercado.
Desconoce el fetichismo de la mercancía
que practica con fanática insistencia,
de manera alucinante y convulsiva.
Maneja elocuente el esquema simple
del manual de los funcionarios
y del catecismo economicista.
Tardíos aprendices de brujo.
Se cree caballero cruzado en guerra Santa,
protegido por las fuerzas del cielo,
o Moises posmoderno recibiendo el decálogo
de las tablas entregadas en el monte Sinaí.
En misión por recuperar la tierra prometida.
cuando solo repite obsesivo la conquista
y la colonización de los argonautas perdidos
en el Atlántico poblado de esclavos.
Más allá de las columnas de Hércules.
Habla desde el púlpito sobre la libertad,
concepto que no entiende,
salvo como demagogia de los empresarios,
que confunde con la violencia
desatada por la competencia
desalmada y en lucha a muerte.
Tiene en su cabeza una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
Es amigo de los asesinos del poeta gitano,
en una madrugada de crimines franquistas.
¡Hay Federico García Lorca,
acuerdate de la virgenen
porque te vas a morir!
Tiene, por eso no llora, de plomo la calavera.
Jorobado y nocturno por donde anima ordena
silencios de goma oscura y miedos de fina arena.
Tiene una caricatura del socialismo,
dibujado por abuelos exterminadores,
en la conquista de la Patagonia,
de la guerra contra los mapuches
y temidos pueblos nativos.
Tiene otra caricatura del capitalismo,
figurada por la escuela austriaca,
enemiga del Lord John Mayard Keynes,
que se le antoja de comunista.
Este es el espesor de su confusión.
Confunde el mundo con un pizarrón,
dónde juega con la trama de dos curvas,
que se encuentran en el plano carteseano.
Espadas enfrentadas en la batalla
por la determinación del precio.
Guerra dibujada por la mano invisible
de un mercado apasible,
que de paz solo tiene el nombre,
pues es impuesta por la metralla,
que impone el orden antiguo
de demoledor ajuste estructural,
pretendido insólitamente moderno.
Dice estar contra el Estado,
cuando es grotesco hijo del Leviatán,
no reconocido por el padre despiadado.
Por eso quiere vengarse
de su padecimiento acumulado,
de sus frustraciones amontonada,
de sus complejos soterrados,
guardados en glándulas ególatras.
Es promovido como oferta alucinante
en la mercadotecnia política.
Concurrido por medios empresariales,
inescrupulosos y sin pudor alguno.
Es protagonista del espectáculo estridente,
fabuloso montaje de ilusión de dominio,
propaganda vacía brillando con bujías.
Una marcha elocuente de zalameros lo sigue,
como si fuese el flautista de Hamelín.
Los más fanáticos terminan ahogados
y los inocentes terminan en las cavernas,
condenados a ver solo sombras,
que confunden con seres vitales
de la vida desaparecida.
Arlequín de reyes muertos,
comediante burlesco,
del teatro de la crueldad,
donde el drama en escenario
representa la epopeya inventada
de heroicos empresarios,
enriquecidos al esquilmar
al pueblo apabullado.
No es el caballero andante,
pero es el Sancho Panza,
en el oasis de la ganancia.
Beneficiado en su deseo prosaico
y amor por los abalorios.
El bizarro, hombre estrafalario,
vestido de profeta de la decadencia,
personifica al espectro autoritario
de los caudillos seniles
y de los patriarcas otoñales,
perdidos en sus laberintos insondables,
en sus palacios desvencijados
y en sus fortalezas derrumbadas.
La Guardia civil avanza sembrando hogueras
donde joven y desnuda la imaginación se quema.
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