La condición humana
La condición humana
Sebastiano Mónada
La piel siente el peso del mundo.
La frontera de mi cuerpo
siente el espesor donde habita.
Lo más profundo es la piel.
La condición humana se sumerge
desde la atmósfera embovedada,
cae por la gravitación de mis huesos.
Se agitan movidos por vientos subcutáneos.
Vientos bravos sienten los órganos
compulsivos y en catarsis,
activando el metabolismo incierto
de la impetuosa vida vulnerable,
que nace de una semilla ancestral.
Secreto de la memoria perdida
en el comienzo de los tiempos.
La condición humana emerge desde dentro,
desde redes y filigranas de nervios,
inquietos como bandadas de peces,
buscando en aguas profundas alimentarse
de la luz que llega del sol que ignoran.
Humedad pegada a la piel sensible,
vaporosa miel filtrándose a la carne,
Sumergiéndose en las profundidades
delirantes de los órganos apremiantes.
Sudor emergido desde el asombro existencial,
avergonzado de estar vivo entre los vivos.
Mirado por multitudes de ojos inquietantes.
Se aposentan como mariposas pegajosas.
meditando sobre el origen olvidado.
La condición humana se agazapa en el cuerpo,
lo convierte en memoria de experiencia
inescrutable sin lograr descifrar,
padecida o gozada por la gente.
Fluye por las venas y las arterias,
vibra por los nervios melindrosos,
Aparece por los ojos brillantes,
que son preguntas incontestables.
Moldea el rostro de arcilla otorgándole
una expresión única, indescifrable.
Cociendo su textura a fuego lento.
Alfarero previo a la civilización,
petrificando sensaciones en escritura
misteriosa, antigua y hermética,
guardada en gramática jeroglífica,
leída por dioses muertos.
La condición humana es vulnerable,
se expone desnuda ante bombardeo
genocida e inclemente,
castigo de fuego diseminado.
Polvo de luz descuartizada,
concurrente contra lluvia
de proyeciles de agua.
Muchedumbres de gotas derribadas
por la furia vaporosa de nubes grises.
La condición humana está en la calle,
dormida sobre la acera desnuda,
más fría que el invierno.
Está despojada de su pasado,
sólo tiene un presente desolado
y un futuro ya muerto hace tiempo.
Flujos humanos recorren la selva
buscando su destino que se aleja.
Atravesando un paso oculto,
conector de continentes.
Aboliendo distancias acuáticas
en el mar que los trae muertos a la playa.
Sorteando encrucijadas forjadas,
maraña de senderos atiborrados
de obstáculos edificados,
construídos por leviatanes crepusculares.
Éxodo moderno de condenados de la tierra,
avanza recorriendo distancias,
sembrando horizontes,
aboliendo fronteras impuestas
y cartografías coloniales.
Los nómadas modernos son perseguidos,
encarcelados o asesinados
por guardias pretorianas del orden.
Poblaciones de migrantes se desplazan
inscribiendo con sus pasos multitudinarios
el camino de persistentes esperanzas.
Siguiendo recorridos serpenteantes
por los recovecos de la memoria,
Recuperando el tiempo perdido.
De lo profundo de los bosques de la Amazonia
salen mujeres guerreras a defender la vida,
contra los jinetes del apocalipsis.
Salen con sus cántaros de miel
y sus alforjas tejidas a mano.
Los jinetes de la solución final,
repetida después de la derrota sufrida,
anuncian en el poniente ensangrentado
el sacrificio del espíritu humano.
Rabiosos marchan con palas mecánicas,
con sus tractores estruendosos,
con sus barcazas de muerte,
con sus máquinas extractivas,
en busca del oro del Dorado.
Condena del fantasma enloquecido
por las sombras de conquistadores,
hace cinco siglos desaparecidos.
Arrojando veneno en las cuencas,
asesinando a peces y animales a su paso,
depredando los territorios martirizados,
contaminando atmósferas
con pestilente aliento mercantil.
Las mujeres guerreras, armadas de coraje,
se enfrentan a máquinas mineras,
al gobierno de complicidades sinuosas,
administración pública, socia de la muerte,
a pirómanos y taladores de árboles,
a concesiones que esterilizan la tierra.
Las mujeres guerreras,
vitales como semillas,
emergen fecundas, memoria sensible,
inventando polifonía de universos
recordando el comienzo de todo.
Los jóvenes rebeldes e iconoclastas,
destructores de imperios,
se levantan contra monumental despotismo.
Derriban los iconos del imperio,
Destruyen al pasado aterido
y a fantasmas alborotados,
espectros de los patrones vencidos.
Buscando en la matriz del presente
el soñado futuro postergado,
fecundado por las luchas desatadas
de rizomáticas subversiones ácratas,
La condición humana emerge como sudor.
Se fermenta desde laboriosa artesanía
de órganos compulsivos.
Se filtra por el alambique de la experiencia,
sedimentada en la carne.
Presintiendo el cuerpo vulnerabilidad
y a la vez el acontecimiento.
La condición humana se desenvuelve
pavoneándose en los niños,
como rollos de lana, hilos sutiles,
tejiendo urdimbres sabias.
Plantas que se convertirán en árboles,
fuentes de ríos que se convertirán en mares,
lava incandescente incontenible,
que se convertirá en cordilleras
o en islas solitarias en océanos.
La condición humana está en peligro.
Los jinetes del apocalipsis
y los Leviatán se coaligan
para acabar con la vida.
La vida que germina,
la vida que prolifera,
la vida creativa.
Arte de la sabiduría molecular,
vida planetaria en galaxia láctea.
Cobijando amorosamente seres,
amamantándolos maternalmente
con voluptuosos pechos milagrosos,
donde se entrelazan mezclas vitales.
La conspiración inhumana se adereza,
soterrada y siniestra,
en los palacios presidenciales
y en los salones de lujo empresariales,
en los laboratorios pulcros,
atiborrados de instrumentos sigilosos
y de múltiples ojos microscópicos,
donde se manipula la memoria inscrita.
Los señores de la guerra y del capital
han declarado la contienda a pueblos
y a sociedades desprevenidas.
Se proponen someterlos o exterminarlos.
Proyectan un mundo tenebroso,
donde sólo ellos controlan la luz,
donde sólo ellos comen,
donde sólo ellos beben,
donde sólo ellos se solazan,
dónde sólo ellos están presentes,
dejando al resto en la miseria,
abundante mayoría demográfica,
marginada, discriminada y olvidada.
Condenada a padecer y sacrificada.
Las multitudes sociales en movimiento
están ausentes del espectáculo
y del jolgorio de derroche.
Son vacíos sin registro,
afuera extirpado,
exterioridad conculcada,
huecos en la fiesta opulenta
de los arlequines y saltimbanquis.
Ocultas en sombras difusas,
exiliadas en cavernas promiscuas,
dónde Platón está prohibido llevar la luz,
Prometeo encadenado regalar el fuego
y Tunupa ha sido ahogado en el salar,
hundido al profundo sueño geológico.
Los señores de la guerra y del capital
se equivocan en toda la cobertura.
¿Qué va a ser de ellos sin sus esclavos,
sin sus siervos, sin sus proletarios,
sin los condenados de la tierra?
Sólo pueden imperar, abominables,
sobre montañas de cadáveres,
sobre plagados cementerios nativos.
Sólo pueden imperar sobre la muerte.
No saben que están condenados,
hace tiempo, por su propio dominio.
No ofrecen ningún horizonte,
salvo sus lamentables miserias humanas.
Han asesinado el porvenir
y no queda nada para el futuro incierto.
No saben que los pueblos resisten
en todos los lugares,
en todos los rincones,
en todos los escenarios.
Pueblan los sitios habitados
de intensidades sentimentales,
los pueblan de esperanzas,
los pueblan de afectos.
El amor es potencia creativva
mientras que el odio es estéril.
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