Crisis de la máquina política
Crisis de la máquina
política
Raúl Prada Alcoreza
La metáfora de la máquina
ha ayudado a elaborar interpretaciones
maquínicas del funcionamiento del poder;
por eso, ha sido apropiado hablar de máquinas
de poder, también de máquinas de
guerra, así como de máquinas
económicas, también hablamos de máquinas
extractivistas. En los ámbitos del denominado lado oscuro del poder, hablamos de máquina del chantaje[1].
La interpretación maquínica permite
escapar al esquematismo dualista de la política, que se configura en la
contradicción del amigo y enemigo, también, como hemos venido
apuntando, al esquematismo religioso
subyacente del fiel y el infiel; por lo tanto, al esquematismo moralista del bien y el mal. La metáfora maquínica se concentra en el funcionamiento de
las máquinas; evita caer en el acto de juzgar,
recuperando el juicio, en sentido
kantiano, es decir, en el sentido instrumental, que adecua los medios a los fines. Entonces, convirtiendo al juicio en un rizoma que articula,
compone y combina las facultades de la
experiencia, las facultades del
entendimiento, mediadas por las facultades
de la imaginación. Por lo tanto, se trata de comprender el funcionamiento de las máquinas sociales, sobre todo,
cuando se convierten en máquinas de poder.
En este sentido hablaremos de máquina política.
La máquina política funciona como máquina de convocatoria y de legitimación, máquina de gobierno y de administración, máquina operativa y de acción. De entre las máquinas de poder, es la máquina
que realiza al Estado, de la manera más efectiva posible, recurriendo a la heurística institucional. El ejercicio
del poder cuando se realiza como ejercicio político adquiere el carácter de
compromiso social e institucionalización del contrato social. La máquina
política no se reduce a ser máquina
ideológica, tampoco, en su generalidad, a ser máquina de poder. El poder
se puede ejercer de múltiples maneras, recurriendo a plurales formas, desde las
más sutiles hasta las más violentas; pero, cuando se ejerce de manera política, cuando aparece como máquina política, no solo que el ejercicio del poder aparece como práctica legítima, sino que es parte de
los habitus sociales.
En la compleja
heurística del poder, en el complejo entramado
maquínico del poder, la máquina
política es el núcleo del
funcionamiento de esta heurística, respecto a las combinaciones y composiciones
maquínicas que realizan el Estado. La heurística
del poder no solo tiene esta finalidad, la de la realización del
Estado; tiene también otras finalidades
inherentes. Dependiendo de estas finalidades,
las composiciones y combinaciones maquínicas cambian, por lo tanto, también,
varían lo que podemos identificar como núcleos
de esta heurística compleja del poder. Cuando las finalidades tienen que ver con el
cumplimiento de formas de dominación
más descarnadas, entonces la máquina
política deja de ser el núcleo
heurístico; en otros casos, los núcleos pueden ser dispuestos ya sea en la máquina del chantaje o en la máquina de guerra.
Concentrémonos en la máquina
política, en los diseños de sus funcionamientos. Un diseño abstracto, que
tiene que ver con la apariencia de legitimación,
tiene que ver con el cumplimiento de la Constitución, con el funcionamiento del
sistema jurídico-político, con el funcionamiento de la malla institucional del
Estado. Pero, este diseño, por ser abstracto, no es del todo cumplible o
susceptible de corroboración. Por eso, la máquina
política requiere de otros diseños menos abstractos, más operativos. Otro diseño es el relativo
al sistema político, propiamente
dicho, que incluye lo que podemos llamar el sistema
de representaciones, también sistema
de partidos. En este caso, la apariencia es “democrática”; el ejercicio de
la política se realiza como “ejercicio democrático”, en los marcos de la democracia institucionalizada, formal,
circunscrita. La máquina política se
retroalimenta en el juego democrático,
básicamente electoral; los ciudadanos están comprometidos en esta reproducción
política. Hasta ahí ciertas características compartidas por los Estado-nación,
donde funciona la democracia
institucionalizada. Empero, de acuerdo a los contextos diferenciales y singulares
de estos Estados, no funciona todo esto como regularidades establecidas; se dan, más bien, paralelismos y
diferencias, dependiendo de las problemáticas políticas de los países. Se dan contextos nacionales, en coyunturas determinadas, donde no es
suficiente el sistema de representaciones
restringido a los partidos políticos, sino que se requiere incorporar a la construcción de representaciones políticas
a sindicatos, corporaciones o movimientos que se institucionalizan. En este
caso, el juego político como que se
amplia, por lo menos, el espectro donde se irradia. Sin embargo, estas
amplificaciones de los referentes de
la representación no
son estables, por lo tanto, duraderos, en el largo plazo; después de un tiempo,
manifiestan patentemente las inconsistencias del sistema de representaciones. No se crea que esto ocurre porque se
ha ido más allá del sistema de partidos, como creen los liberales; de manera
sorprendente, mas bien, muestra las falencias ocultadas de la representación circunscrita del juego democrático formal. Si se llega a
la situación donde el acontecimiento político hace emerger
otros actores políticos es porque el sistema de partidos, en el marco liberal,
ya entró en crisis; ya no representa o ya no puede sostener la representación diferida y delegada del
pueblo. En consecuencia, se pone de manifiesto la crisis política en el plano
de intensidad de las representaciones políticas, ya sean las circunscritas
al marco liberal o las ampliadas al marco populista.
De
modo diferente, en vez de ampliarse el panorama de los actores del juego democrático, puede, mas bien,
reducirse más acá de la circunscripción liberal; puede ocurrir que un solo
partido, que se convierte en partido-Estado, sea el que monopolice la representación institucionalizada del pueblo. En este caso, la crisis política del sistema de representaciones se busca resolver por el repliegue a una sola forma organizada de
representación. En este caso, la crisis se hace institucional, de manera patente y estructurada; el monopolio de un
solo partido significa que el Estado ya no puede soportar el juego ambivalente de las representaciones; entonces, congela la representación del pueblo a una sola
forma de organización. Esto quiere decir, de manera clara, que ya no hay representación, sino la institucionalización de una forma de
Estado, de una forma de gobierno, sin representación,
sino con la narrativa ideológica de
que la representación del pueblo se
ha logrado plenamente. Por lo tanto, ya no se requiere la construcción de la representación; es el fin de la historia política.
Estas
son las tres formas de la crisis política
de representación; la estrictamente
liberal, la populista y la socialista-real. El substrato de la crisis política de representación se encuentra en
la construcción misma de la representación. La voluntad general, siguiendo el discurso rousseauniano, es
suplantada por la voluntad operativa
de los partidos, después por la voluntad
operativa de sindicatos y corporaciones, o, en el tercer caso, por la voluntad operativa centralizada de un
solo partido. En términos democráticos,
no formales, ni institucionales, sino efectivos, participativos, la representación es dinámica; en consecuencia, la construcción
de la representación no puede ser sino dinámica, fluida, abierta a las
contingencias, a las correlaciones de fuerzas, a las coyunturas, a los
contextos y a las problemáticas en cuestión. Cuando la crisis de representación llega a fondo, es cuando se ha tocado los límites de la máquina política; cuando
se ha ido más allá de lo que puede. Entonces es como llegar al fin de la política, cuando se pasa a los
agenciamientos de otra máquina de poder. Diremos, exagerando un
poco, empero, a su vez, ilustrando, que la máquina política queda inutilizada o
saturada, por lo tanto, se vuelve ineficaz y se desplaza el núcleo del poder a otra máquina de poder. En el caso del
populismo exacerbado, después de su periodo de convocatoria, se pasa a la máquina del chantaje; en el caso del
socialismo-real, después del periodo revolucionario, se pasa a la máquina de guerra.
Los círculos viciosos de la crisis de
representación política
Cuando
la crisis le toca al sistema liberal, el proyecto populista
se considera a sí mismo como la superación de la crisis; habría logrado una representación
más genuina del pueblo. Cuando el sistema
liberal u otro sistema de poder, por ejemplo, monárquico o de dictadura
militar, entra en crisis y, dadas las
circunstancias y condiciones de
posibilidad histórico-políticas, el proyecto socialista emerge de la
revolución social, este proyecto no solo se considera como superación de la crisis de representación, sino que considera
que el mismo pueblo trabajador se encuentra en el poder; en consecuencia, ya no hay necesidad del juego democrático, de la construcción de representaciones. La política se habría realizado con la dictadura del proletariado, por lo
tanto, ya no se requiere de la construcción
de la representación. Las tres formas son formas de la crisis política; se trata de la suspensión de la política,
en el sentido pleno de la palabra, política
como suspensión de los mecanismos de dominación. Como dice Jacques Rancière, no se trata de política
sino de policía; los dos términos
provienen de polis. El ejercicio del orden, es decir, del orden policial, se da de manera mediada,
por mediación del Estado de derecho,
en el caso liberal. El ejercicio policial
se da como desplazamiento del orden
hacia innovaciones populistas, es decir, un orden difuso, empero, efectivo, por
lo menos en una primera etapa, en cuanto al logro de la legitimación. En cambio, en el caso del socialismo-real, la
sustitución plena de la política por
lo policial se da de manera absoluta,
el Estado-nación se convierte en un Estado
policial.
La ilusión
liberal de salir de la crisis política
consiste en creer, una vez que se manifiesta la crisis de legitimidad de la forma
de gubernamentalidad clientelar del populismo, que con el retorno a la
condición liberal del marco de las representaciones
se resuelve el problema. No ve, no puede ver, debido a la ideología, que lo que pretende no es otra cosa que salir de una forma de la crisis política para volver
a la forma matricial de la crisis política. Otra manera de la ilusión liberal se expresa con la
creencia de que, dada la crisis del
socialismo-real, se supera esta crisis
retornando a las formas de la democracia
liberal; no ve, no puede ver, que lo que se propone es salir de la forma de la crisis del Estado policial para ingresar a la crisis del ejercicio de la política
restringida al orden policial,
mediada por los recursos jurídico-políticos e institucionales liberales. No hay
forma de salir de la crisis política
moviéndose en el círculo vicioso de
la crisis de las representaciones
políticas. Salir efectivamente de la crisis
política es volver a las dinámicas
efectivas y fluidas de las representaciones,
devolver la construcción participativa de
las representaciones a la potencia social. Se trata de autorepresentaciones de los
autogobiernos de los pueblos.
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