Teleología de la valorización
Teleología de la valorización
Raúl Prada Alcoreza
Producir lo abstracto con medios de producción concretos, hacer que la lógica de lo abstracto prepondere y dirija
a las lógicas de lo concreto;
acumular abstractamente, ocasionando una gran desposesión y despojamiento
concretos. Estas parecen ser las características más notables del sistema-mundo moderno. Hay otras características,
algunas de ellas dadas a conocer por la crítica
de la economía política; es más, por la crítica
de la economía política generalizada[1].
Sin embargo, bastan estas características mencionadas para preguntarnos sobre
el desajuste entre el imaginario institucionalizado y las dinámicas singulares productoras y
producentes. ¿Por qué se da? Esta pregunta cobra más importancia cuando ya
conocemos las consecuencias incontrolables de este desajuste entre lo abstracto
y lo concreto. ¿Qué hace que las
sociedades modernas orienten sus acciones, prácticas, conocimientos, ciencias,
saberes, instrumentos, tecnologías, a producir lo abstracto, en vez de enriquecer lo concreto? ¿Hay algo en las sociedades humanas, que, a partir de un momento, se encaminan por este desajuste o disyunción? Más grave aún sería preguntarse ¿si hay algo en el humano que lo lleva por este camino de
la separación de lo abstracto y lo concreto, valorizando lo abstracto y desvalorizando lo concreto?
No se trata, de entrada,
de descartar lo abstracto o la labor imaginativa que lleva a la abstracción; de ninguna manera, la imaginación es una de las capacidades primordiales del ser humano. El problema es que, a partir
de un determinado momento o, si se
quiere, de momentos diferidos, se ha disociado la imaginación del conjunto integrado de las capacidades corporales humanas. Dando lugar a que sea la imaginación la encargada de configurar y
definir el mundo, vale decir, representarlo;
dejando al resto de las facultades o capacidades humanas como sirvientes de las demandas de la imaginación. Por este camino, las
sociedades modernas han generado un producto supremo de la imaginación; este es la razón;
hablamos de la razón abstracta, no de
la razón efectiva ligada a las dinámicas de la fenomenología de la percepción[2].
La razón abstracta o la razón fantasma, como la nombramos, es,
por así decirlo, la facultad suprema.
Reconocida institucionalmente por la filosofía y la ciencia de la modernidad.
Ya Emmanuel Kant criticó esta suposición racionalista,
al convertir a la razón en una de las
facultades del ánimo o del sujeto;
al presentarla articulándose a otras facultades
para generar el entendimiento. Sin
embargo, la Crítica de la razón pura
quedó como libro de formación o, en el mejor de los casos, como referente
indispensable en el despliegue de las corrientes kantianas. Para que se nos entienda
lo que queremos decir, la crítica
filosófica de Kant tiene consecuencias prácticas.
Entre las consecuencias prácticas, hay que tomar en cuenta las
composiciones y combinaciones de las facultades
del sujeto, que dan lugar al entendimiento
y al conocimiento; así como a la
aplicación práctica de los mismos. Sin
embargo, efectivamente, las sociedades modernas se encaminaron por los caminos
abiertos por la razón abstracta, como
si fuera la facultad suprema y conductora. Las consecuencias
catastróficas de ir por estos caminos las analizaron Max Horkheimer y Teodoro Adorno;
criticando el racionalismo instrumental
de la modernidad. Este racionalismo
instrumental ha ido muy lejos, atraviesa los tejidos sociales, las instituciones, la vida cotidiana, las ciudades y las todas conformaciones sociales
humanas. Es la razón abstracta la
responsable de las producciones continuas de lo abstracto; la que ha definido los fines de manera abstracta,
como fines abstractos. Es así que se
explica que las dinámicas económicas estén
orientadas a producir la acumulación
abstracta, que se llama capital,
o, en el caso del socialismo real, la
acumulación abstracta del valor, que,
si bien no se lo clasifica como capital,
sino como trabajo abstracto, no deja
de ser lo mismo. El capital está leído
en términos monetarios, en tanto que
el valor “socialista” esta leído en términos de valor abstracto, que contiene trabajo
abstracto. En otras palabras, los socialistas
interpretan lo mismo de manera más filosófica, por así decirlo, en tanto que
los economistas burgueses interpretan
de una manera práctica y operable. Como dice Robert Kurz, en su iluminador
libro El colapso de la modernización[3],
el socialismo real se encargó de la valorización abstracta replegándose a
los pliegues más profundos del capital, esto es, a los pliegues del valor y del trabajo. Llámese
acumulación de capital o acumulación socialista, como fue nombrada
esta acumulación en el periodo de la
Nueva Política Económica, no importa; lo que importa es que se trata de la acumulación de lo que se considera la sustancia de la producción y la valorización,
el trabajo. Socialistas y liberales
nuca salieron de la teoría del valor,
de sus marcos y de sus contextos paradigmáticos.
Antes dijimos que los
humanos no controlan los efectos de masa
de sus acciones y sus prácticas; también debemos decir que una vez
desencadenados estos efectos masivos,
se convierten como en condicionantes
del quehacer humano. Se convierten en condiciones
de posibilidad históricas instrumentales, para seguir con el concepto y sus
consecuencias de la racionalidad
instrumental. Son estas condiciones
de posibilidad artificiales, es decir, construidas por los humanos, las que
se toman como realidad. No podemos
dejar escapar la ocasión de señalar la paradójica situación; al ser conformadas
por las sociedades humanas, no podrían llamarse, tampoco serían, condiciones, menos de posibilidad; empero, funcionan como
tales en los imaginarios
institucionalizados modernos. Entonces, se puede concluir que, una vez,
desatadas los efectos masivos, éstos,
como al cristalizarse, se convierten
en rutas, en andariveles, en conductos, incluso en escaleras de la edificación.
Las sociedades institucionalizadas,
enfrascadas en estas orientaciones establecidas, las siguen ciegamente, olvidando
que pueden desandar el camino y recomenzar de otra manera, con otros
recorridos, en mejores condiciones y con mejores perspectivas y proyecciones,
mas bien, armónicas que desajustadas y desequilibrantes.
¿Qué es el valor?
Hablamos de lo que dice del valor la teoría económica. Resumiendo,
es tiempo de trabajo cristalizado;
Karl Marx lo define como el tiempo
socialmente necesario del trabajo. Si es así, el valor tiene que ver con la producción
y con la productividad. La producción hace que se genere valor, la productividad define la longitud
del tiempo socialmente necesario. El logro de la productividad implica modificaciones en la longitud del tiempo
socialmente necesario, a mayor productividad
el tiempo socialmente necesario se
acorta. En consecuencia, los productores de mayor productividad definen o
determinan la longitud del tiempo socialmente necesario; los productores
de menor productividad sufren el
efecto de esta determinación; como su
longitud de tiempo de trabajo es
mayor al tiempo socialmente necesario
determinado, la parte sobrante de la longitud
es lo que no se valoriza, por así
decirlo, lo que pierden. Entonces, requieren más tiempo para producir lo mismo como producto. Se trata de tiempo que no se valoriza; se podría decir, tiempo
sin valor. Se habría trabajado en
vano, desde la perspectiva de la valorización.
Es un tiempo de trabajo consumado en
vano.
Es el tiempo
socialmente necesario el que se impone sobre el trabajo; este tiempo
califica al trabajo; no es cualquier trabajo el que valoriza, sino el tiempo de
trabajo socialmente necesario, vale decir el trabajo productivo. Entonces,
no se trata pues de trabajo; no es el
trabajo, en general, lo que valoriza, sino el trabajo productivo. De lo que se trata, por lo tanto, en la valorización, para valorizar, es ser trabajo
productivo, no cualquier trabajo,
menos un trabajo no productivo. Como
los ritmos de productividad cambian,
se aceleran, la productividad es compulsiva,
se acelera, la productividad se
encuentra en competencia. En esto,
tiene también razón Robert Kurz, en el sistema
moderno, en la teleología de la
valorización, no puede descartarse la competitividad,
se conciba este sistema en la forma liberal o en la forma socialista.
Sabemos que el socialismo real es precisamente lo que ha hecho, descartar y desentenderse
de la competencia; la consecuencia es
que se volvió cada vez menos productivo.
Un almatroste fabuloso que no valorizaba.
En última instancia, la caída y el derrumbe del socialismo real se debe a esto, a la ausencia de competitividad; en otras palabras, a la incompetencia.
Robert Kurz parte de que ambas formas del sistema-mundo moderno, el liberal y el socialista, se mueven en el marco de la teoría del valor; es decir, en el paradigma de la valorización. En otras palabras, comparten el supuesto instrumental del trabajo creador de valor. La diferencia es de que la forma liberal mide el tiempo de trabajo socialmente necesario
monetariamente, en tanto que la forma
socialista lo calcula como valor.
La forma liberal y la forma socialista del sistema-mundo
moderno son formas del modo de producción
capitalista a escala mundial.
El valor no solamente es la cristalización
del tiempo de trabajo socialmente necesario, sino que se convierte en finalidad; el fin de ambas formas es la valorización
del valor, la acumulación de valor.
Una de las consecuencias de esta teleología
abstracta es que a este fin se supedita la producción de valores de uso; además los medios de producción están también supeditados a cumplir esta finalidad
abstracta. El uso de los recursos
naturales, convertidos en materias
primas, está supeditado a
realizar esta finalidad; es más, el
proletariado está destinado a cumplir con esta finalidad, lo mismo pasa con el burgués. Que el burgués se apropie
de la plusvalía, que el obrero reciba
el salario, que el terrateniente
reciba la renta, que otros perfiles
sociales, involucrados en la economía, conformada en los procesos de
producción, distribución y consumo, reciban su parte no modifica esta múltiple supeditación a la finalidad abstracta de la acumulación
numeraria. En conclusión, el ser humano
se encuentra subsumido y supeditado a la finalidad de la acumulación abstracta, así mismo, los recursos naturales también están supeditados a cumplir con esta realización abstracta de la acumulación de valor. En definitiva, el
planeta, la vida está supeditada a la realización de la valorización.
Es esta supeditación de la vida a la valorización abstracta lo que lo que
muestra con claridad el sentido de la
modernidad. La vida está sometida a
la realización de la valorización
abstracta; es decir, está sometida a la no-vida.
Este es el sin-sentido de la modernidad,
concretamente del sistema-mundo moderno,
sistema productor de valor abstracto. Por eso, dijimos, en anteriores ensayos, que
el desarrollo, llámese desarrollo económico en la ideología de
la forma liberal o llámese desarrollo
de las fuerzas productivas en la
forma socialista, expresa patentemente la compulsión
tanática de este sistema-mundo
moderno. Esto es, el desajuste
inscrito inherentemente en los engranajes del funcionamiento de este modo de producción compartido por las
formas de organización mencionadas.
Siguiendo a Kurz,
estamos ante la crisis inmanente del sistema-mundo moderno; crisis que se
manifiesta como sobreproducción en la
forma liberal y como subproducción en
la forma socialista, crisis de
sobreabundancia in-consumible en la primera forma, crisis de escasez en la segunda forma. Serán perfiles diferentes de
la crisis orgánica, genética y estructural del sistema-mundo capitalista, sin embargo, se trata de la misma crisis compartida. Las ideologías de ambas formas propagan la promesa de acuerdo a la versión una de
ellas, la de autorreferencia, se presenten como se presenten, siendo una de sus
máscaras, en una de las formas, la libertad,
siendo otra de sus máscaras, en la otra forma, la de la justicia; sin embargo, la promesa,
en ambos casos es incumplible. La finalidad del sistema-mundo moderno no es la felicidad
humana, menos la armonización planetaria,
sino la realización abstracta de la valorización aritmética.
[1] Ver
crítica de
la economía política generalizada. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/cr__tica_de_la_econom__a_pol__tica_.
[3] Leer
de Robert Kurz El colapso de la modernización.
Editorial Marat, Buenos Aires 2016.
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