La ilusión del desarrollo
La ilusión del desarrollo
Raúl Prada Alcoreza
La ilusión del desarrollo tiene varios
nombres; entre tantos, podemos citar el de modernización,
aunque también el de “bien estar”, entendido como acceso al consumo de bienes
diversos, sobre todo los que denotan, en el sistema
simbólico moderno, estándares de vida elevados. La ilusión del desarrollo ha desatado migraciones a las ciudades y las
ha convertido en monstruosas metrópolis. Ha empujado a las nacientes repúblicas
a incorporarse al mercado mundial con todo lo que tenían al alcance; por eso, las
repúblicas nacidas en el siglo XIX se sumergieron en las rutas marítimas de
exportación de sus recursos naturales.
La ilusión del desarrollo sedujo a
las revoluciones socialistas,
empujándolas a forzar saltos al desarrollo,
a la industrialización y la modernización; con esto se embarcaron en lo mismo
que atacaron, el capitalismo; solo que,
sin burguesía, sustituida por una burocracia implacable. La diferencia radicaba
en que implementaron un capitalismo de cuartel, haciendo
paráfrasis al socialismo de cuartel, tal como define Robert Kurz, en
tanto que sus simétricos cómplices, los “occidentales”, tenían un capitalismo
de libre mercado y libre empresa[1].
La ilusión del desarrollo condujo a los
nacionalismos populares por el mismo camino recorrido por las potencias
desarrolladas e industriales, las metrópolis
colonizadoras. Es donde se perdieron, después de nacionalizar los recursos
naturales, expropiados por empresas trasnacionales, y las empresas mismas
privadas trasnacionales. Algunos países,
los menos, un estrechísimo grupo, que se puede contar con los dedos de una mano,
se embarcan en la conocida estrategia económica de “sustitución de
importaciones”, para seguir con la “industrialización de las exportaciones”;
los más, centenares de países del llamado “tercer mundo” se entrampan en lo
mismo que heredaron de la condición colonial, en la denominada “economía primario
exportadora”. En ambos casos, con sus
diferencias estructurales, se sumergen, para hacerlo, ya sea, unos, para lograr
inversiones en la industrialización, después, mayores inversiones, para
el cambio tecnológico, ya sea, otros, para ampliar la economía extractivista, en el incremento acelerado de
endeudamientos, que los convierte en impagables o en la transferencia de buena
parte de la dependencia al pago de la
deuda externa. Se puede decir que la
situación de la dependencia se agrava
en las condiciones de la dominancia del capitalismo
financiero y especulativo.
La ilusión del desarrollo es como el método
del incentivo de la zanahoria al burro, obligado a seguir cargando con el peso
de su condena, la de cargar en sus espaldas con su castigo; en este caso, las dinámicas de acumulación ampliada del sistema-mundo
capitalista. Si bien puede cambiar la composición
de la estructura del centro de la geopolítica del
sistema-mundo capitalista, incluso su desplazamiento geográfico, lo que no
cambia es que el centro no puede ser
sino un núcleo denso y estrecho, quizás cada vez más estrecho, en tanto que la periferia de la geopolítica del sistema-mundo capitalista no deja de ser tampoco la
inmensa geografía política de la Tierra. Sin embargo, de ninguna manera se crea
que el centro de la economía-mundo escapa a las dinámicas de la crisis estructural inherente a los ciclos largos y mediados del
capitalismo. De las crisis relativas a los ciclos de mediano plazo, de ascenso
y descenso, anotados por Nikolái Dmítrievich
Kondrátiev, se pasa a la crisis orgánica
de los ciclos largos; haciendose éstos notorios, sobre todo, a partir de la
conocida crisis económica mundial de 1929, llamada crisis de la gran depresión. En la década de los setenta del siglo
XX se hace patente la crisis de
sobreproducción, que se trata de administrar con la manipulación de las crisis financieras diferidas e
intermitentes. Hay que sumar a este panorama el colapso de la modernización, descrito por Robert Kurz, incorporando
el derrotero dramático de la modernización
forzada al estilo del socialismo de cuartel,
derrotero cuyo desenlace es el
derrumbe de este socialismo de cuartel,
que abre las compuertas ideológicas, por lo tanto, fetichistas, a una nueva ilusión
de desarrollo, con una tardía e inocente esperanza en el sueño de vitrina
del capitalismo de libre empresa y de libre mercado. En suma, la ilusión del desarrollo
sigue motivando la compulsión de los
ilusos por el sistema de la producción de
mercancías, de la valorización
abstracta y de la apología, cada vez más triste y endémica, del egoísmo. Robert Kurz observa los síntomas y señales de la crisis,
agudizada en los distintos escenarios del sistema-mundo
capitalista; en lo que respecta al núcleo
central de la economía-mundo, la crisis de sobreproducción, diferida en crisis financiera, se hace notoria en el
incremento del desempleo y la extensión demográfica de la pobreza, apenas
ocultada. En lo que respecta a los países del “este”, que correspondieron a la
experiencia del socialismo real, se
observa en la transición trágica del gris socialismo
de cuartel, que manifestaba palmariamente una economía de la escasez y una crisis
de subproducción, hacia la condición “tercermundista”, empero, en la etapa
tardía de su incorporación; lo que conlleva la lapidaria caída de las “clases
medias” subvencionadas a la miseria. Por último, en el escenario de la llamada
geografía accidentada de “países en desarrollo”, no observa la continuidad de las características
de la etapa de la acumulación originaria
del capital, sino, más bien, una combinación perversa de endeudamiento para
invertir en industrialización tardía o en la transferencia de las tareas
industriales de la economía-mundo del
centro a la periferia, con la determinación estructural de nuevas composiciones
del extractivismo extensivo e
intensivo, implementado con tecnologías de punta. En los tres escenarios
mundiales, Kurz observa los síntomas de
la clausura de la modernidad, en sus distintos perfiles.
Estamos, entonces, ante el colapso de la modernización y la modernidad, en sus distintos perfiles y facetas. Desde esta
perspectiva, la insistencia en la promesa modernizadora no tiene sentido ni es
sostenible, salvo el de alimentar la ilusión
en un espejismo cada vez más borroso y fantasmagórico. El retroceso al nacionalismo
trasnochado en la hiper-potencia mundial y complejo económico-militar-tecnológico-cibernético-comunicacional,
muestran el repliegue de la ideología
de la modernidad a sus estratos más conservadores. Las compulsas del
capitalismo europeo productivo, basado en la innovación y organización tecnológica,
por mercados para la realización de la plusvalía,
se encuentra con la competencia productiva e innovadora de los “tigres del Asia”
y de la hiper-potencia-industrial-economica-militar-tecnologica-cibernetica de
China. El desplazamiento del centro
de la economía-mundo al Oriente asiático
se topa con límites económicos de los
mercados saturados, a los cuales puede acceder con precios competitivos,
logrados con la composición diferenciadas de ofertas; desde productos de
chatarra, productos desechables, hasta productos de alta calidad, con mejores
precios que los europeos y los estadounidenses. Sin embargo, se enfrenta a las políticas
proteccionistas de estos países. Por
otra parte, afronta, de manera ineludible, los límites físicos del planeta, al que no se le puede seguir
extrayendo, depredando y contaminando, salvo a costa de la sobrevivencia
humana. El proceso de
desindustrialización en países como Argentina, Brasil y México, ante la
competencia de las revoluciones tecnológicas y científicas, cada vez más
avanzadas, el retroceso al extractivismo
más descomunal, muestra patentemente el fracaso de la modernización en América
Latina.
Con el colapso
de la modernización y de la modernidad
no hay pues más cabida para el encantamiento de la ilusión del desarrollo. Lo que pasa es que la insistencia, ahora,
se promueve de manera artificial recurriendo a los medios de comunicación, a la
publicidad y a las puestas en escena
espectaculares, con lo que se quiere embriagar a las masas, atraídas por el
consumo exacerbado de las banalidades proliferantes. Todas las formas políticas e ideológicas, todavía
en despliegue, se esmeran por darle distintas versiones a estas puestas en escena; en el núcleo del centro de la geopolítica del sistema-mundo capitalista se
dan expresiones con distinta tonalidad y acento; en Estados Unidos de Norte América
se hace apología del pasado dominante de la ahora potencia en retirada; en
Europa se afanan por mantener la credibilidad en la estabilidad de un sistema-mundo capitalista que se
desvencija; en la República Popular China se recurre a un barroco que tiene
como referencia al pasado “comunista” y su logro en el “socialismo de mercado”,
haciendo énfasis en las revoluciones tecnológicas y científicas de la hiper-potencia
asiática; el barroco se hace más saturado con la recurrencia a los resabios del
nacionalismo trasnochado.
En cambio, la ilusión
del desarrollo, adquiere dos versiones en América Latina, parte de la periferia de la geografía política del sistema-mundo
capitalista, aunque también parte de la geografía
política de las “potencias emergentes”; una de ellas es el discurso plano y
al extremo esquemático del neoliberalismo, que ya no puede prometer, como lo
hizo antes, la compra del paraíso a través de la expansión de los créditos,
sino que ofrece mezquinamente un ordenamiento económico a través de las
conocidas privatizaciones, externalizaciones de la economía, restricciones
abusivas de la inversión social. La otra versión es “progresista”; el “socialismo
del siglo XXI”, que ofreció la tierra prometida, corrigiendo los errores del socialismo real, una vez que esta
promesa se entrampó en el laberinto de las formas
de gubernamentalidad clientelar, haciendo patentemente grotesco no un socialismo de cuartel, sino un populismo encuartelado, solo ofrece monedas virtuales para salvarse de la
crisis económica, social y política, que ya llegó a niveles catastróficos.
No hay salida en la clausura del
sistema-mundo moderno. La salida se encuentra en horizontes abiertos más allá de la
modernidad; hay que desandar el camino, por así
decirlo, encontrar otros comienzos,
conformar otras condiciones de
posibilidad históricos-culturales institucionalizables, sobre todo, que cumplan
con la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales planetarios. Empero, para
lograr cruzar los umbrales y límites del horizonte de la civilización
moderna es menester vencer los obstáculos
histórico-políticos que impiden el avance de los pueblos hacia la situación inaugural de otros horizontes civilizatorios; estos obstáculos son los que tienen que ver
con las mallas institucionales constituidas
en las historias políticas y sociales de la modernidad. Los Estado-nación, el
orden mundial, el imperio del sistema-mundo , que impera, las
estructuras institucionales de representación
y delegación, que expropian y usurpan
las constelaciones de voluntades
singulares de los pueblos, las geopolíticas puestas en juego, las ideologías,
que sustituyen al mundo efectivo por
mundos de representaciones, la competencia
por la acumulación abstracta del
capital, son algunos de los obstáculos
que hay que sortear. La responsabilidad
ineludible de los pueblos es asumirse como tales; asumir los usos críticos de la razón, sus voluntades singulares, autorepresentarse, autogestionarse y autogobernarse,
asumiendo la democracia, en pleno
sentido de la palabra, construyendo consensos entre los pueblos, abriendo
senderos, encontrando otras rutas, que sean las de la reinserción de las sociedades
humanas al Oikos planetario.
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