Juego de máscaras

Juego de máscaras 

 

Sebastiano Mónada 

 


 


 


 


   

 


Como si no hubiera pasado nada,

como si no hubiera fluido el agua 

bajo el puente solitario, 

como si no hubieran ocurrido hechos,

ni sucesos, 

ni eventos,

ni la nada sostenida en el sueño,

ni hubiera acontecido algo, 

el último ideólogo del crepúsculo

evalúa la ausencia de todo,

la inercia repetida, 

trivial,

austera.

 

Habla de un mito momificado,

sin tumba ni piramide del desierto,

de una unidad desgarrada,

por las zarpas del monstruo

de mil cabezas, calabera de Medusa,

de un cambio que nunca ocurrió,

salvo en su abultada cabeza.

 

Habla desde una burbuja vagabunda, 

perdida en la atmósfera sileciada

por la amenaza del Leviatán,

repitiendo lo mismo que dijo

hace décadas rezagadas.

 

Insólito personaje 

del mundo artificial

de las apariencias 

y mimesis deshecha, 

atiborrado de pantallas,

de sonidos estridentes,

de luminosidad opaca,

escenarios fosforescentes,

enrevesadamente barrocos,

que duran una feria bullanguera.

 

Mundo anacrónico anclado en puerto fantasma,

donde los barcos brillan por su ausencia.

El delirio lo envuelve, ondulando a su alrededor.

Serpentinas de challa en oficinas corroídas,

donde galopa el caballo de la corrupción.

 

No puede mirar más allá de su halo confuso,

niebla  densa obstruyendo el camino,

que no lleva a ninguna parte,

perdido en el laberinto de soledad

abismal e insondable.

 

Es un ardid de astucia criolla, 

retórica para convencer sobre la versión

ficticia de la propaganda compulsiva. 

Sin sustento ni materialidad fáctica,

para encubrir el avasallamiento,

la apropiación indebida de los recursos,

el obsequio de los bienes naturales 

a los amos gerontocráticos del mundo.

 

Es la actuación teatral practicada

para beneplácito de los mortales,

mientras la élite gobernante 

se enriquece,

destruyendo los territorios,

las cuencas,

los nichos,

los aires,

los cuerpos,

asesinando los horizontes.

 

Escenario montado por medios oficiosos,

entrevista preparada de antemano,

preguntas cocinadas sin condimento

y respuestas consabidas,

atrapadas

en su agobiante letanía.

Escandaloso teatro público,

develando la decrepitud burocrática.

 

Juego  de máscaras en carnaval mediático,

invadiendo sin permiso la intimidad de los hogares,

prestidigitación abusiva ante miradas inocentes

y oídos entumecidos por la inercia aburrida.

 

El fantasma del jacobino decapitado

retorna  con su cabeza en la mano, 

se la coloca sobre el cuello de gacela

y habla como oráculo enfermo. 

 

 

 

 

 

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