Fantasma jacobino

Fantasma jacobino 

 

Sebastiano Mónada

 




 


 



 

 


 

Engreídos,

caras talladas en marmol 

o rostros de arlequines de papel, 

estampados en espejo acuático,

navegan en mar embravecido.

 

Amnésicos,

de ahogada memoria,

solo recuerdan sus guiones,

escritos en bocetos archivados,

burocrática estantería almacenada.

 

Embarcaciones perdidas 

en el laberinto angustiado, 

torrencial embrujo delirante.

Naufragios abismales 

contados en bares 

de puertos fantasmas.

 

Consideran su presencia en el mundo

divino evento, 

milagro político,

barruntos de oraculos asesinados,

suceso de premoniciones soñadas.

Elaborado obsequio de dioses muertos.

 

Mientras se atarean en demostrar su sueño delirante, 

el palacio quemado se derrumba, carcomido por dentro,

vaciado de voces atrapadas en los emohecidos espejos.

Implosiona la arquitectura burocrática de la plaza de armas.

Diseminación sinuosa del mundo de la representaciones.

Sombrío museo de momias sin mirada ni voz.

 

Arlequines del teatro de la crueldad,

danzan el baile macabro bajo cielo agonizante

y empapado de recuerdos ensangrentados

sin tiempo, 

ni gloria,

ni memoria.

 

Agitados

por patriarcales insomnios 

que no los dejan dormir.

Se alejan cadavéricos al cementerio 

de la diseminada inutilidad

aparatosa de sus maquinaciones.

 

Hablan a los medios especulativos, 

engominados o pulcros, máscaras inservibles,

despeinados o zaparrastrosos, descarnados vicios.

Se delatan en la emisión ficticia de sus logros 

y en sus desesperadas amenazas de eunucos.

 

Fingen dramas y sacrificios, complots y conspiraciones.

Escribidores de noveladas series para consumo doméstico.

Paranoicos jerarcas, se sienten emboscados 

por sus sombras atormentadas y sus fantasmas asesinos,

que los asedian sin tregua,

que los atormentan sin descanso.

 

La comedia se repite sin convencer.

Recurrencia vacua de farsa espectacular.

Inercia y rutina aburridas de la casta melindrosa

de rotación siniestra de los ocupantes del palacio

incendiado por mujeres corajudas,

hualaychas sin amos ni patrones. 


Se presentan disfrazados de profetas alucinados 

o de jacobinos guillotinados al atardecer.

No son más que pretenciosos funcionarios 

sin escrúpulos, sin ideas ni aventuras,

aprendices de brujo sin magia ni encanto.

 

Descalificadores por vocación, 

atacan asustados a sus propios espectros,

que los visitan en sus pesadillas atroces.

Huellas inscritas en la piel magullada,

marcas hendidas en consciencia desdichada.

 

A paso rutilante, el laberinto de sus soledades.

Personajes histriónicos de paranoica presencia,

novela inedita de narrador desamparado,

inventados en la mediática resonancia pagada.

 

Fugaces famas de ferias bulliciosas,

se perderán en álbum del anecdotario

de lo insólito y extravagante,

de la impostura alucinante.

 

El fantasma jacobino deambula las calles

de la oscura ciudad agonizante,

arrastrando cadenas de penas,

pesadas cargas, chirriantes al chocar el suelo

de la ineludible realidad de los hechos.

 

Fantasma errante pagando sus penas,

condenado eternamente a predicar promesas,

que nunca se cumplen,

que nunca convencen.

Fantasma levitando en ruinas 

del país saqueado por la casta

gobernante inescrupulosa.

 

 

 

 

 

 

 

 

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