Los dispositivos de la extorsión
Los dispositivos de la extorsión
Raúl Prada
Alcoreza
Dedicado a Francisco, víctima de la extorsión judicial.
Se
dice que la extorsión es
un delito que consiste en obligar a una persona, a través de la
utilización de violencia o intimidación, a realizar u omitir un acto
jurídico o negocio jurídico con ánimo de lucro y con la intención de
producir un perjuicio de carácter patrimonial o bien del sujeto pasivo.
Bueno, la extorsión se ha convertido
en el modus operandi del sistema-mundo;
por lo tanto, de los Estado-nación contenidos en este sistema global; pero, lo
más grave, es que se ha convertido en un hábito perverso en las prácticas
sociales. En ensayos anteriores expusimos análisis sobre la decadencia, hablamos del derrumbe moral
y ético, de la diseminación de las
instituciones, de su atravesamiento por las estructuras del lado oscuro del poder. Cuando se lo hizo
no se pretendió que se lo hacía de manera abarcadora; hay tópicos que no fueron
tocados en lo que podemos llamar la composición
de la decadencia; uno de ellos es el
relativo a la extorsión.
La extorsión se ha convertido en un hábito institucional
o dentro del funcionamiento de las
instituciones. Como usufructúo para el funcionamiento
de las mismas se conforman grupos de
extorsión; estos grupos se colocan en todo el mapa institucional; desde los ingresos a las mismas instituciones
hasta sus salidas, pasando por toda la maquinaria burocrática, en plena
ejecución. Los extorsionados son los
usuarios del sistema institucional, ya
entren como víctimas o como imputadas. La extorsionada es la sociedad misma, que se ve obligada a recurrir al
sistema institucional, pues se
encuentra atrapada en sus redes. El funcionamiento
institucional se ha convertido en “normal”, pues “así funcionan las cosas”. No
importa si se violan derechos humanos, civiles, políticos, sociales,
colectivos, constitucionalizados. Lo que importa es que la máquina
institucional funcione como funciona,
mediante el ejercicio distribuido y proliferante de las extorsiones.
Es pues “normal” que se extorsione a las víctimas,
también a los imputados. Tanto víctimas como imputados tienen que pagar; se trata del pago a la institución por
haber ingresado a su “sistema”, donde debe seguir los pasos establecidos por
los grupos de extorsión. Los grupos
de extorsión están conformados por varios funcionarios implicados, que,
aunque cumplen tareas distintas, de acuerdo a sus asignaciones, se coaligan
cuando tienen que ejercer la extorsión.
Por ejemplo, en el sistema judicial,
cuando una víctima o, en su caso, un imputado, ingresa a la máquina de
justicia, el fiscal acusador, el defensor, el juez, a pesar de, por prescripción
normativa y de funciones, tienen que concurrir y competir desde las tareas que
les competen, contrastantes, todos ya están coaligados y comprometidos en hacer
funcionar la extorsión. No se trata de defender a la víctima o al imputado;
tampoco se trata de hacer una imputación
coherente y objetiva, que responda no solo a una investigación, sino también a
una consideración de los hechos y las circunstancias; así como no se trata de
dirimir como juez entre la argumentación acusadora y la argumentación defensora;
sino se trata de que el ejercicio de la
extorción funcione, opere, obtenga los resultados buscados, que están lejos
de corresponder a la realización de la justicia,
sino que corresponden a mantener y reproducir el funcionamiento de la maquinaria
de la extorsión.
La justicia
es lo que menos importa; lo que importa es que se la tema; es decir, que se
tema al aparato que se inviste simbólicamente de “justicia”, que se unge de
dispositivos y engranajes que se reclaman de ejercer justicia, cuando lo que
hacen es descargar la violencia
institucionalizada del sistema
judicial en los cuerpos
magullados de las víctimas, donde
también ingresan los imputados.
No es justicia,
es violencia la que se realiza. Se legitima la violencia de la institucionalidad
corroída con el uso arbitrario de las leyes, con la administración abusiva de
las leyes, mediante interpretaciones provisionales, apresuradas, grotescas e
incongruentes. De lo que se trata es de usar las leyes como látigos para
castigar; por eso es indispensable señalar claramente al culpable, al “enemigo de la sociedad”, al “enemigo público”, al
peligro. La conclusión judicial: hay que encerrarlo, tiene que esperar
encarcelado su juicio, y cuando termine, tiene que cumplir con la pena
asignada. La premisa fundamental de la justicia
moderna, la de que nadie es culpable en tanto no se lo demuestra, es descartada
de inicio. Se retrocede, entonces, de una concepción liberal de la justicia a una concepción monárquica de
la justicia, a la del castigo.
Lo que sorprende no solo es este anacronismo perverso
de un sistema de justicia que ejerce extorsión, sino que a todos les
parece “normal”, pues “así funcionan las cosas”. No solo a funcionarios de justicia, a
abogados imputadores, a abogados defensores, a jueces, a policías, que
custodian, sino también a las mismas víctimas
e imputados, a las familias de éstos,
a la sociedad misma involucrada y afectada por esta forma violenta de ejercer
la justicia, que desconoce derechos
humanos, derechos civiles, derechos políticos, derechos sociales, derechos
colectivos, constitucionalizados.
Siguiendo con el ejemplo, relacionado a la
institucionalidad judicial, el ejercicio de la extorsión se hace elocuente en
lo que respecta a la famosa ley 1008, impuesta por el imperio; ley suspendida por la Constitución; por lo tanto,
ilegitima e ilegal, descartada por la Constitución. A pesar de esta situación
jurídica, de la condición ilegal e inconstitucional de dicha ley, se la sigue
aplicando, como si nada. No importa si es así, lo que importa es que el “sistema”
de castigos y penas, el “sistema” de extorsión, siga funcionando. A nadie le
conmueve que se lo haga, a pesar de cometer, teóricamente, delitos
constitucionales. Este comportamiento de sometimiento al anacronismo
institucional, que persiste, a pesar de la nueva Constitución, muestra
fehacientemente que no ha importado nunca la Constitución ni su cumplimiento;
lo que importa es que los diagramas de
poder funcionen tal como la han ven ido haciendo hasta ahora. Puede cambiar la Constitución, pero lo que no
puede cambiar es el régimen del poder.
La Constitución está bien como discurso, empero, la Constitución no puede
sustituir a las máquinas de poder,
que ejercen las dominaciones polimorfas.
Sabemos que la demagogia política es la que campea; se
habla de “transformar la justicia”, es decir, su ejercicio, plagado de corrupción; sin embargo, este es un enunciado fofo, que no tiene
consecuencias prácticas, salvo el de seguir manteniendo lo mismo, la corrupción, aunque cambie de formas,
perfiles, estilos.
El debate entre “oficialismo” y “oposición” se ha
circunscrito al tema de la elección de los magistrados, que, por cierto, es
donde ha perdido el “oficialismo”, aunque no haya ganado la “oposición”, sino
el rechazo social a la farsa. El sistema
judicial no solo está compuesto de magistrados, tribunales, jueces, sino,
sobre todo, de subsistemas y estructuras, además de relaciones, que lo hacen funcionar. El “debate” entre
“oficialismo” y “oposición” se ha perdido en el modo de elegir las jerarquías;
está muy lejos de haber tocado el problema,
menos el núcleo del problema. Ese debate, que tiene la
pretensión de “defender la democracia”, solo ha tocado el problema en alguna superficie visible de sus manifestaciones; solo
interesa denunciar las maniobras del gobierno o, en su caso, de lograr el
control de los aparatos de justicia. Para nada se ventila la preocupación por
la justicia misma, en las condiciones de
posibilidad históricas-políticas-económicas-institucionales de un
Estado-nación construido en genealogías
de la violencia.
El gobierno ha impuesto dos veces sus magistrados
afines, a pesar de haber perdido las elecciones consecutivas de magistrados –
lo que anulaba taxativamente la elección misma -; la población votante le ha
ganado al gobierno dos veces, en el intento de legitimar su maniobra; pero la problemática
de un sistema de justicia extorsionador
no ha sido abordado.
Ahora bien, el ejercicio
de la extorsión no se sitúa solamente en la institucionalidad judicial, sino
se extiende por toda la red institucional del Estado, incluso de la sociedad.
Por ejemplo, se extorsiona en el sistema de salud; los pacientes se convierten en rehenes en manos de estructuras
administrativas de la salud, que
funcionan con flujos dinerarios. Lo que interesa no es la salud, ni curar la enfermedad, menos atender las emergencias para
lograr la estabilización corporal, quitar el dolor e intervenir organizadamente
para resolver el problema agudo
contraído. Aunque estas sean las tareas asignadas, son como la excusa para extorsionar al paciente y a la familia del paciente. Lo peor no es esto, a pesar
que ya es espantoso, sino la negligencia
médica. Las equivocaciones de diagnóstico se suman, acarreando las muertes
por negligencia. Por otra parte, las instalaciones hospitalarias y clínicas
resultan inadecuadas o sobrepasadas por la magnitud de la demanda. La
tecnología médica ya es anacrónica, salvo en la implementación escasa de alguna
clínica privada, que cobra el ojo de la cara por su uso. Aunque se implemente
con gran propaganda algún instrumental médico reciente en el sistema de salud publica, éste, en
primer lugar, es insuficiente para la atención; en segundo lugar, la incorporación
tecnológica requiere de insumos constantes, operarios especializados, además de
la manutención y su uso por equipos
coordinados y preparados. En consecuencia, la tecnología médica implementada
resulta una muestra actualizada en un océano anacrónico de obsolescencias.
El reciente conflicto
médico destapó la crisis del sistema de salud público y privado. En
primer lugar, el sistema de salud no
cubre a la población demandante y necesitada; solo una proporción privilegiada
es atendida. Los y las aseguradas, los y las que tienen suficientes recursos
para ser atendidos. En segundo lugar, el nombrado sistema de salud no funciona como sistema, sino de una manera bastante descuajeringada; lo que sí funciona es la administración económica
de los recursos públicos y privados. Si no llegan los recursos del Estado,
entonces se para el sistema de salud pública, solo con el cobro alto de la
atención medica funciona el sistema de salud privada. El motor de
este funcionamiento es netamente
económico; la ciencia médica queda relegada, mucho más si se trata de
investigación, así como actualización y formación permanente. La ética médica
ha sido olvidada como si fuese un romanticismo de los viejos médicos de
vocación. En pocas palabras, el sistema
de salud es también un sistema de
extorsión.
Otro ejemplo, el sistema
educativo. Se sabe que la escuela
es dispositivo fundamental del diagrama de poder del disciplinamiento
escolar; emerge en los comienzos de la modernidad, junto al dispositivo del cuartel y al dispositivo
de la cárcel. Ha sido el gran modulador de los esquemas de comportamientos modernos e individuales, así como
constitutivo de las subjetividades
modernas; también, indispensable, en la instauración de la ideología moderna. Sin embargo, formando a los ciudadanos en el paradigma humanista, después,
acompañando con la formación técnica y científica, las especializaciones y en los
requerimientos de la investigación. Empero, en la contemporaneidad, los paradigmas educativos se encuentran en crisis; tanto sobrepasados por la
vertiginosa transformación de la civilización
moderna, así como porque estos paradigmas
han dejado de ser los referentes.
Ahora el referente es el paradigma económico. La educación se ha convertido en un
negocio; se enseña como parte de un costo de inversión para obtener beneficios
y ganancias. La formación se ha
banalizado a tal punto que de lo que se trata es de lograr el manejo de cierta
información seleccionada en los estudiantes, encomendarles la lectura de
manuales de disciplinas, reunidas por áreas, el manejo de determinados
instrumentos de acceso a la información y de medida, inclinándolos al
pragmatismo del cumplimiento de tareas a través de notas de evaluación y
examinaciones periódicas. Con estos
procedimientos educativos, el incentivo a la creatividad desaparece, así como la curiosidad es relegada a las predisposiciones individuales, que
vienen a ser como una singularidad
propia de los genios o de los excéntricos. Por lo tanto, no forman parte del sistema educativo mismo.
La extorsión
en el sistema educativo es constante,
desde que se ingresa al sistema hasta
que se sale. En el subsistema público,
a pesar de que constitucionalmente es gratuito, las familias tienen que cubrir
los costos de los útiles, los libros y otros servicios, la alimentación y el
transporte. Cuando los estudiantes
reprueban o están por reprobar, las familias tienen que contratar a un profesor
para recuperarse. Por otra parte, hay otros gastos, en ferias, en festividades,
en festejos o actos culturales. Pero, lo más grave no es esto, sino la
constante extorsión a las familias y
a los estudiantes, en quienes pende la espada de Damocles sobre sus cabezas.
Para salir bachiller hay que al final doblegarse a las prácticas establecidas y
acostumbradas. O, como ocurre con la reforma
educativa, se facilita el paso de los alumnos por los grados primarios y
secundarios, de tal manera que, en la composición de las notas, resulta muy
difícil aplazarse, a pesar de la dejadez. En este caso la extorsión se reduce a la complicidad
entre estudiantes, familias, profesores, en el sistema educativo, para mantener un sistema de bajísima formación y bajísima exigencia, pero, que reproduce el funcionamiento de un sistema
de extorsión de baja intensidad, empero que deja réditos.
Estos tres ejemplos del sistema de extorsión generalizado, no son, obviamente los únicos ni
tampoco los principales y jerárquicamente referenciales; estamos ante la
expansión desbordante del ejercicio de la
extorción en distintos niveles y planos, en diferentes espacios de la
institucionalidad, cobrando peculiaridades propias, dependiendo de donde se da
lugar. Empero, se comparte en las distintas dependencias y dominios donde se da
la característica destacada que hace a la extorsión;
acto de expoliación que induce a las
personas afectadas a acatar prácticas no institucionales ni normadas por la
ley; sino que responden a lado oculto del
poder, a las formas paralelas de las relaciones de donación, no visibles. La
extorsión requiere de culpables, de imputados, de sancionados,
de encarcelados; la extorsión requiere de enfermos, de
pacientes, de dependientes y demandantes de atención; la extorsión requiere de pupilos, de alumnos, de demandantes de
títulos académicos. En fin, la extorsión
generalizada requiere de contenidos de las formas discursivas institucionalizadas; del señalado como víctima o como delincuente; del identificado como enfermo, contaminado o convaleciente;
del objetivado o clasificado como aprendiz o en proceso de formación educativa.
En fin, aunque parezca tautológico, el sistema
de extorsión generalizado requiere del o la extorsionada.
Por eso, no puede sostenerse la tesis de que el sistema judicial, el sistema de salud, el sistema educativo o cualquier otro sistema de la malla institucional del
Estado y de la malla de la sociedad institucionalizada están para resolver los problemas que ocasionaron su emergencia y su edificación. Paradójicamente,
el sistema judicial está, más bien, para
reproducirse como tal preservando la
masa critica de las victimas y de los
delincuentes; el sistema de salud está, mas bien, para reproducirse preservando la
masa critica de enfermos y pacientes; el sistema
educativo, está, mas bien, para reproducirse
preservando la masa crítica de aprendices y pupilos, que requieren titularse. Y
así sucesivamente, cualquier subsistema del sistema
de extorsión generalizada está para reproducirse
preservando la masa crítica de expuestos y vulnerables a la extorsión.
Lo que hay que anotar es que las composiciones del lado luminoso del poder, las institucionales, se
complementan con las composiciones
del lado oscuro del poder, no institucionales, pero que funcionan como “sistema”.
El sistema judicial, que responde a la organización del Estado, que tiene como
funciones las de ejercer justicia y garantizar el cumplimiento de los derechos,
se complementa, sobre todo encubre, con el funcionamiento
del ejercicio del poder del lado oscuro de las dominaciones.
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