Correlatos de la crisis política y la crisis universitaria
Correlatos de la crisis política y la crisis
universitaria
Raúl Prada Alcoreza
Dedicado a los y las movilizadas en el
conflicto de la UPEA.
Sorprende que se regatea desde el gobierno las
reivindicaciones de la Universidad Pública de El Alto (UPEA), sobre todo en lo
que respecta al presupuesto universitario. El asesor de la UPEA afirmó que el déficit de la
universidad alcanza los 152 millones de bolivianos y que sólo modificando la
ley 195 de coparticipación tributaria se podrá hablar de “una sostenibilidad
financiera”. Sorprende porque la administración económica del gobierno a
despilfarrado miles de millones de dólares en elefantes blancos, en empresas
fantasmas, en inversiones que se evaporan, en convenios que no se cumplen; en
definitiva, ha malgastado los recursos de propiedad del pueblo boliviano, de
acuerdo a la Constitución, que administra el Estado. Se ha encargado el aparato
publicitario y de propaganda del gobierno clientelar de descalificar las
demandas de la UPEA, de desinformar sobre las movilizaciones universitarias,
además de acusar a la Universidad Pública de El Alto de despilfarrar los
recursos que se le entregan. La Cámara de Senadores sancionó la ley corta que
otorga una subvención de 70 millones de bolivianos al presupuesto de la
Universidad Pública de El Alto (UPEA); la misma que pasó al Ejecutivo para su
respectiva sanción. Sin embargo, la norma es rechazada por la UPEA, que determinó
iniciar una marcha desde Patacamaya hacia la sede de gobierno, demandando un
mayor incremento a su presupuesto. Las movilizaciones continuaran en defensa de
la universidad pública, por una educación y formación gratuita, además de
exigir un presupuesto adecuado a los requerimientos de la academia. El asesor
legal de la UPEA, Hugo Madeni, señaló que, el viernes 22 de junio, comienza la
marcha desde Patacamaya. Se cuestiona la falta de consenso en la elaboración de
la ley, que le otorga a la universidad 70 millones de bolivianos a su
presupuesto. Se trata de “una ley no consensuada. Las leyes deben ser
consensuadas, los 70 millones de bolivianos son insuficientes; este monto no
permite tener un equilibrio financiero a la Universidad Pública de El Alto”.
Como se puede ver el conflicto universitario no ha
concluido, a pesar de todas las maniobras del gobierno; desde las acciones
represivas, que ya cuentan, en su haber, con un muerto, el estudiante Jonathan
Quispe, hasta la norma sacada de la maga, que otorga a la UPEA 70 millones de
bolivianos, pasando por la propaganda de descalificación de la movilización
universitaria. En este contexto alborotado, es indispensable detenerse a
reflexionar sobre este reciente conflicto, en el contexto y la coyuntura donde
emergen, teniendo en cuenta la larga historia de conflictos sociales
contra el “gobierno progresista”. Habría que partir de algunas descripciones
someras de la situación, que ayuden a conmensurar el problema desatado;
una de ellas tiene que ver con la crisis del sistema universitario;
otra de ellas tiene que ver con la crisis múltiple del Estado-nación,
concretamente de la forma de gubernamentalidad clientelar. Solo considerando,
por el momento, estas dos crisis desplegadas, se puede entrever ciertas
correspondencias entre ambas crisis.
Resumiendo, la crisis del sistema
universitario tiene que ver con el rezago de las matrices curriculares academia
respecto a las transformaciones de la civilización moderna, sobre todo a
las llamadas revoluciones científicas y tecnológicas. Pero también tiene
que ver con que el crecimiento de la población estudiantil no es atendido ni
con la infraestructura adecuada, ni con el plantel docente requerido para
atender la buena formación profesional. Esto tiene que ver con el presupuesto
asignado, aunque también, ciertamente con la estructura de gastos en la
académica, donde debería preponderar la inversión en investigación, en
infraestructura y en logística académica requerida, además de garantizar la
calidad de la docencia. Resumiendo, la crisis múltiple del Estado-nación
y de la forma de gubernamentalidad clientelar tiene que ver con la
obsolescencia y anacronismo de la forma de Estado, que se expresa, en la
coyuntura, en los recorridos sinuosos de la forma de
gubernamentalidad clientelar. A todas luces se observa que la crisis del
sistema universitario no se resuelve con las asignaciones que le otorga el
Estado en la estructura del presupuesto general; tampoco se resuelve la crisis
de la UPEA con la asignación de 70 millones de bolivianos. Así mismo la crisis
múltiple del Estado nación y de la forma de gubernamentalidad clientelar
no se resuelve vadeando los problemas, como lo ha venido haciendo el “gobierno
progresista”. Todas las acciones del gobierno, que se encaminan a vadear los
problemas y no resolverlos, son manifestaciones de las mismas crisis;
son síntomas de las crisis.
Las movilizaciones universitarias son manifestaciones
de las crisis, hacen patente la crisis, que se encuentra no solamente
latente, sino en el mismo funcionamiento de la estructura del sistema
universitario; también en el mismo funcionamiento de un Estado anacrónico.
De nada le sirve al gobierno descalificar las movilizaciones; pues una crisis
no se resuelve buscando convencer a la opinión publica de la “verdad”
gubernamental y de la “mentira” de los movilizados. Las movilizaciones son hechos
desbordados, desencadenados; emiten el “lenguaje” corporal y la gramática de
las multitudes. El gobierno no resuelve su propia crisis, que no la
reconoce, ni ve, ocultándola con publicidades y propaganda, difundiendo
interpretaciones insostenibles, cuando se contrastan con lo que ocurre. Solo
calma, momentáneamente, su consciencia desdichada.
En las interpretaciones críticas de la crisis,
se las concibe tanto como estallidos de movimientos tectónicos de estructuras
anacrónicas, que se edificaron en otro tiempo, así como oportunidades
para resolver los problemas inherentes a los anacronismos
estructurales y sus obsolescencias. Lo que llama la atención en los
comportamientos políticos son dos actitudes notorias; la primara, la que tiende
a desconocer la crisis, por lo menos sus alcances, minimizándola como si
fuera una contingencia momentánea. La segunda, que no se aprovecha la oportunidad
para resolver los problemas inherentes. La crisis ilumina los
espesores no visibles del presente, abre los horizontes plegados
de las composiciones densas que hacen al presente. Al darse esta abertura,
no solo es una oportunidad de comprender, entender y conocer
mejor las dinámicas eco-sociales, sino también la oportunidad de
transformar los esquemas de comportamientos y conductas sociales,
construyendo instituciones adecuadas a las dinámicas eco-sociales, que
no dejan de re-sincronizarse planetariamente.
La crisis de la UPEA y del sistema universitario
es, entonces, una oportunidad; pero, ¿para quién? El gobierno no ve la crisis
múltiple del Estado y de la forma de gubernamentalidad clientelar,
por lo tanto, no ve la crisis de la UPEA como parte de la crisis del
Estado y de la crisis
gubernamental; en consecuencia, está lejos de acceder a la oportunidad.
Otra pregunta, ¿los voceros de la movilización universitaria alcanzan a
visualizar las dimensiones de la crisis o solo la reducen a un tema de
incremento del presupuesto universitario? Tal parece que es la sociedad
misma la que está convocada a abrir los ojos, a mirar en los horizontes
plegados en los espesores del presente, abiertos por la crisis.
¿Qué se requiere para que la sociedad lo haga? Que asuma la problemática
como suya, entender que las crisis forman parte de sus propias
composiciones, estructuras e instituciones edificadas. Que no es una
observadora neutral; o es cómplice de la decadencia o es actora en la
resolución de los problemas. Por lo tanto, se trata de que asuma su responsabilidad.
Las movilizaciones universitarias, que tienen como
epicentro la movilización de la UPEA, son las manifestaciones de las crisis
desenvueltas de las mallas institucionales estatales y académicas. Que
la crisis del sistema universitario adquiera en el discurso la
forma de demanda de mayor presupuesto, no quiere decir que la crisis se
restringe a este tema; la demanda es como el iceberg del problema; la
problemática es más compleja, tiene que ver con el funcionamiento
y el deterioro de las dinámicas académicas. Que la crisis
del Estado-nación adquiera, en los
discursos en concurrencia, la interpretación reiterada gubernamental, que niega
la crisis y la sustituye por la “lucha antiimperialista” y por la conjetura
machacona de la “conspiración de la derecha”, así como adquiera, en el otro
discurso opuesto, la interpretación de la “conspiración comunista” y de la
“lucha contra la corrupción”, también la “lucha contra la dictadura”, no quiere
decir que la crisis se reduzca a
estos supuestos políticos; la problemática de la crisis estructural y
orgánica del Estado-nación y del orden mundial tiene que ver con la decadencia
del sistema-mundo capitalista y el derrumbe ético moral de la civilización
moderna. Estas problemáticas no son o no se realizan como lo expresan los
enunciados críticos interpretativos; no son generalidades, las
generalidades responden a proyecciones inductivas o a marcos teóricos
deductivos. Las inducciones o las deducciones son procedimientos del análisis,
útiles para construir interpretaciones; las interpretaciones son recursos del
entendimiento y de la razón para representar en narrativas explicativas
las capturas cognitivas de la realidad. No se pueden confundir estas
interpretaciones, por más valiosas y útiles que sean, con la realidad
efectiva, como lastimosamente se acostumbra. La realidad efectiva corresponde
a la integralidad de las dinámicas complejas sociales y territoriales;
las interpretaciones teóricas, por más elaboradas que sean, están lejos de
abarcar las dinámicas de la realidad efectiva.
En consecuencia, la realidad efectiva, sinónimo
de complejidad dinámica, se realiza en el devenir de
múltiples y plurales singularidades, en constante mutación y
metamorfosis, en permanente asociación, des-asociación y re-asociación. Por lo
tanto, las crisis de las que hablamos tienen que ser comprendidas
en sus singularidades; no como si fuesen generalidades. La crisis
del sistema universitario boliviano es comprensible teniendo en
cuenta las descripciones del acontecer específico de sus descomposiciones
y des-equilibraciones. Como, ahora, no se trata de exponer detalladamente
los recorridos de la crisis, sino, mas bien, de aproximaciones
analíticas de las movilizaciones universitarias, en los espesores de la
coyuntura, vamos a mencionar solamente algunos rasgos y características de
la crisis, desenvuelta en su peculiaridad propia.
Una característica notoria de la crisis es el
desborde de la población universitaria sobre una infraestructura detenida en el
tiempo, que responde a las proyecciones cortas de cuando fue construida. A
pesar de los añadidos colaterales, la infraestructura se mantuvo en una
cobertura de servicios que queda corta ante la demanda. Si tomamos en cuenta la logística académica,
ésta también es restringida y se encuentra rebasada por la demanda de servicios
y por los problemas que tiene que resolver. Considerando al plantel docente,
éste no solamente ha quedado rebasado, sino que aparece como improvisado
para atender las necesidades de formación profesional, además de no garantizar
la calidad académica. Si bien hay excepciones, que confirman la regla, de
puntales docencias, de algunas carreras y escasas facultades, el peso
preponderante corrobora las características mencionadas. Hasta aquí, lo que
describimos someramente, como ejemplos, parece mostrarnos, mas bien, generalidades
compartidas por los sistemas universitarios en la región. Empero, la singularidad
boliviana se encuentra en la extensidad del rebasamiento y en la intensidad de
las dificultades no resueltas. Ocurre como que la improvisación generalizada
adquiriera dimensiones demoledoras, a tal punto que la profesionalización se
convierte en un bluf, encubierto apenas con la entrega de titulaciones.
Esta improvisación generalizada forja ambientes
propicios a la corrosión institucional y académica, donde el co-gobierno,
en vez de lograr lo que postularon las conquistas de la autonomía
universitaria, refuerce, ahora, sobre estas condiciones de imposibilidad,
la irradiación de redes y grupos de poder, que monopolizan la representación
universitaria y la autoridad institucional. Un mundo al revés, en escala
localizada. Sin pretender verificar esta hipótesis interpretativa, se pueden
mencionar datos que conmueven y muestran, por lo menos uno de los desequilibrios
de la administración universitaria; el peso de los gastos corresponde a los
gastos corrientes, a los gastos en sueldos y salarios de docentes y
administrativo; quedando proporciones reducidas de inversión destinadas a la
investigación, a las bibliotecas, al instrumental requerido por los centros de
investigación, de datos y de información. Esto es mucho más notorio, cuando se
trata de invertir en infraestructura, que cubra la demanda de la población
universitaria. Otro aspecto sobresaliente de la crisis es el que tiene
que ver con el plantel docente; no solo que resulta escaso y se encuentra
rebasado por la demanda, sino que se encuentra afectado por el deterioro
irradiante de la improvisación; solo una proporción minoritaria
corresponde a la docencia titular, la proporción aplastante de docentes
corresponde a los profesores interinos. El deterioro también tiene que
ver con la formación docente, que debe garantizar la cualidad, la calidad y la
pertinencia de la formación profesional. El perfil docente es débil en
lo que respecta a la actualización de la formación, a la investigación y a las publicaciones. Otro dato citable es el que muestra la
condición de las tesis de graduación; solo un escaso número de ellas es aporte
y responde a la investigación, además de a la elaboración escrupulosa.
Esta situación se agudiza cuando nos encontramos en un
supuesto “proceso de cambio”, que se propone la “revolución industrial”, además
de mencionar la revolución cibernética y las nuevas olas de las revoluciones
científicas y tecnológicas; fuera de exigir la vinculación del conocimiento
con las transformaciones estructurales e institucionales del Estado y la
sociedad. Si fuese así, la atención a la formación universitaria debería ser
mucho mayor que la que se requiere, sin considerar las condicionalidades del
“proceso de cambio”; por lo tanto, muchísimo mayor a la mezquina atención del
Estado al sistema universitario. Los argumentos del gobierno caen por su propio
peso, peso de la levedad de una retórica política insostenible.
Ahora bien, la singularidad de la crisis
múltiple del Estado en Bolivia y de su remate en la crisis de la forma
de gubernamentalidad clientelar, radica en la peculiaridad de un “proceso
de cambio” que pretende la “descolonización” y el “socialismo comunitario”.
Ambas finalidades planteadas en la Constitución, empero conculcadas por el ejercicio
del poder del gobierno clientelar. La descolonización se ha
convertido en un enunciado retórico, que ampara la re-colonización por
el camino de las simulaciones y las usurpaciones, haciendo efectiva
la continuidad colonial con rostro indígena. La finalidad social y comunitaria,
como se expresa la Constitución, diferenciando el objetivo de la igualación
social y el objetivo de la restauración y renovación comunitaria, se ha
convertido no solo en un enunciado
retórico, sino en una afrenta al pueblo combativo y a las comunidades, pues se
banaliza los sentidos de socialismo y de comunitarismo, a tal
punto que aparecen como estadísticas sociales del PNUD, que cuantifica el
incremento proporcional de la “clase media”, y como presencia de rostros
cobrizos en el congreso. Todo esto encubriendo las renovadas diferenciaciones
sociales y los cambios de élite, ocultando la vulneración de los derechos
colectivos de las naciones y pueblos indígenas, consagrados en la
Constitución.
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