De la extorsión política
De la extorsión política
Raúl Prada Alcoreza
La extorsión
política es, quizás, en el sistema de
extorsión generalizada, la práctica más usual y manifiesta. La política
institucionalizada se ha convertido en el ejercicio
mismo de la extorsión de la
delegación y la representación, mucho más evidente cuando se es gobierno. El
delegado, el representante del pueblo
se cobra su representación, cobra un
precio por encargarse de la representación,
de hacer de “vocero del pueblo”. Esto se hace patente cuando el representante forma parte del gobierno o
la representación se hace del
gobierno. La extorsión comienza en la
adulteración de la convocatoria; no
solo se convoca al pueblo, sino que se le exige seguir al partido que los representa, mucho más cuando este
partido se reclama de genuina representación
del pueblo. Esta exigencia se hace más notoria y conminatoria cuando es el
propio gobierno el que exige la “movilización popular” en defensa del gobierno
auténtico del pueblo; en el caso de versiones políticas no populistas, se exige
al pueblo defender la institucionalidad.
El pueblo, entonces, está conminado a defender el “proceso” o la “democracia”,
que sus representantes y sus gobernantes encarnan.
La extorsión
política no reconoce, por así decirlo, mayoría
de edad al pueblo, se lo considera como un niño, que debe ser educado y conducido. Las decisiones políticas
quedan a cargo de la clase política. Cuando
se acude al pueblo en relación a cuestiones debatidas y problemáticas, se lo
hace no para preguntar su opinión o constelación de opiniones, sino para
indicarle cuál debería ser su opinión,
de acuerdo a la verdad política. Las opiniones que preponderan y que se
difunden a través de los medios de comunicación son la de los políticos; cuando
se entrevista a la gente común, como se dice, de la calle, se lo hace para
edulcorar la opinión política ya
dada, se lo hace como pronunciamientos colaterales o, en su caso, como tendencias cuantificables de la “opinión
pública”. El pueblo es el objeto deseado
de la convocatoria política, también
es el sujeto de la extorsión política.
La extorsión
política cuenta con un complejo aparataje de incidencia y de inducción
de comportamientos. Lo que era la retórica
política, como recurso discursivo de convencimiento, se ha convertido en
una fabulosa maquinaria de publicidad
y propaganda, que implanta opiniones mediáticas, esquemáticas, como consignas
de mercadotecnia. En el lenguaje
polarizador de la política se lanza un mensaje simple: si no estás con nosotros
estás con los enemigos del “cambio”,
de la “revolución”, o, en otra versión, estás con los enemigos de la “democracia” institucionalizada. La forma y el
estilo de emitir el mensaje puede
variar, incluso puede adquirir expresiones más elaboradas, sin embargo, el mensaje, en el fondo, es similar; se
trata del chantaje político, que
puede adquirir connotaciones de chantaje
emocional o de chantaje ideológico,
se lo haga a nombre de lo que se lo haga, la “revolución” o el Estado, el “proceso
de cambio” o la institucionalidad.
La extorsión
política persigue variados réditos; uno de ellos tiene que ver con el
camuflaje de legitimidad; otro de
ellos tiene que ver con el mantener como rehén
al pueblo, rehén de la clase política o, en su caso específico,
del gobierno. Entre los réditos se encuentra el lograr beneficios no solo
políticos, si no también económicos. Lo que se denomina corrupción es, en realidad, el efecto
de la extorsión política, en sentido
de renta adulterada. Estos variados
réditos se logran cuando el ejercicio
de la política se presenta como la única manera de ejercerla, la
institucionalizada, la reglamentada, la normada, que, en definitiva, otorga el monopolio de lo político a la clase
política. Los límites de la realidad institucionalizada están
definidos por el Estado; cuando la realidad
es ésta, producto del poder, se
excluyen taxativamente otros ejercicios no estatalizados; se descartan las prácticas alterativas de los colectivos sociales; en efecto, aunque
no se lo diga, se prohíben otras prácticas políticas, descartando la
posibilidad del autogobierno.
La “democracia” institucionalizada, que se basa en la
Constitución, en el sistema de leyes, que se legitima en el discurso jurídico-político, precisamente
porque establece las reglas del juego
“democrático”, encubre el ejercicio efectivo de la política, la extorsión política. Las formas de gubernamentalidad, que parecen
exceder el encuadre de la “democracia” institucionalizada, como la forma de gubernamentalidad clientelar,
no hacen otra cosa que patentizar lo que motoriza el ejercicio de la política, el chantaje
político. Las formas de
gubernamentalidad que parecen circunscribirse al encuadre de la
“democracia” institucionalizada, como la forma
de gubernamentalidad liberal, no hacen otra cosa que reforzar el
encubrimiento institucional de la extorsión política. La forma de gubernamentalidad clientelar hace evidente, de manera
descarnada, la extorsión política; en
cambio, la forma de gubernamentalidad
liberal la encubre, de manera institucional, apegada a la Ley, el ejercicio
de la extorsión política.
Se puede definir la cuestión política de la siguiente manera: se nombra a la
“democracia” en discursos que la exaltan y pretenden su profundización, así
como en discursos que la conciben como lograda en el Estado liberal o el Estado
de derecho; yendo más lejos como realización histórica en el socialismo; o,
contrastando, como “decadencia occidental”, entonces susceptible de
concretizarla en el pueblo elegido o
el pueblo superior. A pesar de sus
diferencias, todas estas variedades discursivas políticas, incluso diferencias
ideológicas, sirven para preservar el ejercicio
del poder, que, en términos de la política institucionalizada, fácticamente
implican el desenvolvimiento de las formas de la extorsión política.
El problema de la política en la modernidad es que la
política se realiza de una manera paradójica
o perversamente complementaria: En el
discurso se pretende no solamente la verdad,
sino la realización de la libertad, de la justicia,
de la humanidad, o, en contraste, la
realización de la nación, como si se
persiguieran estas finalidades
gratuitamente; sin embargo, estas finalidades terminan justificando el uso de
los medios y los procedimientos que se reducen, en la práctica, a la extorsión política.
¿Cómo romper con la extorsión política? Aunque se lo diga sencillamente y hacerlo sea
difícil, parece que, por lo menos, teóricamente, hay que empezar por aquí: no
aceptar la extorsión, no dejarla
efectuarse. Pueden haberse conformado los grupos
de extorsión, distribuidos en el mapa
institucional del Estado, pueden emerger de los diagramas de poder vigentes, empero si no se acata su amenaza, la extorsión no se da lugar. Como la extorsión se da lugar en toda la malla
institucional, en la filigrana de sus recovecos, en distintos niveles y planos,
entonces concurre constantemente y profusamente, cuando el conjunto social
amenazado no acepta la extorsión, por
lo menos la mayoría o, incluso, una parte significativa, la extorsión como sistema expoliación se derrumba. Por lo tanto, el segundo paso o
actitud ante la extorsión es
movilizarse contra esta práctica de
coerción, chantaje y expoliación. Convocando a la sociedad liberarse del chantaje, de la economía política del chantaje, de asumirse como tal, como constelación de asociaciones, de dejar
de ser rehén de los grupos de extorsión. El tercer paso o
actitud ante la extorsión implica el desmantelamiento del sistema de extorsión generalizada. El cuarto paso o actitud
consiste en dar rienda suelta a la potencia social, a la potencia creativa de la vida, desenvolviendo la proliferante
invención de la sociedad alterativa.
El fenómeno generalizado de la extorsión alumbra sobre cómo funciona
la sociedad institucionalizada. Las historias
de las sociedades institucionalizadas, que han requerido construir la máquina
abstracta del poder, que nace como máquina
simbólica y mitológica, de donde emerge y se edifica el Estado, como
instrumento jurídico-político-económico-cultural, que legitima las dominaciones polimorfas, nos muestran que el poder
mismo, desde sus comienzos, como ámbito de realización de las dominaciones, se
estructura como deuda infinita, como deuda al soberano, propietario y
poseedor de la tierra y de todos los bienes; deuda impagable, que inocula la dependencia inicial y la subordinación
inaugural. La deuda convierte al deudor
y a la deudora en prisioneros de la
relación de dependencia con el soberano,
convertido en el déspota, símbolo
absoluto del poder. Entonces, desde un principio, el ejercicio del poder funciona efectivamente como extorsión.
Las sociedades
institucionalizadas, no solamente se cohesionan en base a los mitos, después, a la ideología, así como en base a las estructuras de relaciones sociales,
convertidas en prácticas, en hábitos y habitus, sino que son inducidas a hacerlo reproduciendo las formas de la extorsión. Las sociedades
institucionalizadas no solamente aceptan como verdad sus mitos, después, sus ideologías,
sino que aceptan las estructuras opacas
de la economía política del chantaje
y las estructuras ocultas del lado
oscuro del poder. Entonces, no solo se cohesionan reproduciendo las relaciones
sociales y las estructuras sociales y culturales de cohesión social, sino
reproduciendo las estructuras del
chantaje y de la extorsión de las
máquinas en funcionamiento del poder.
Se trata de sociedades que conviven con el sistema de extorsión generalizado; por
lo tanto, de sociedades que reproducen su condición de rehenes. Es como si constantemente remacharan reforzando sus
propias cadenas; no solo resalta aquí el deseo
del amo, sino también una especie de masoquismo
convertido en costumbre. Se trata de
un padecimiento aceptado, incluso buscado. Aceptar recorrer el calvario,
cargando el peso agobiante de la extorsión.
Ahora bien, ¿por qué se lo hace? ¿Por costumbre, por hábito? ¿Por qué no hay de
otra? Es difícil responder a estas preguntas, aunque se tenga a mano hipótesis
más o menos adecuadas. Se tiene que comprender
que el poder no solamente es una máquina
abstracta sostenida por agenciamientos
concretos de poder, sino que se encarna,
por así decirlo, se inscribe en el cuerpo; políticamente en la superficie del cuerpo, en la piel,
subjetivamente, en el espesor corporal,
en los esquemas de comportamiento y
conducta, que responden a las modulaciones efectuadas por los diagramas de poder desplegados. Por lo
tanto, parece que el sujeto
constituido por el poder no encuentra otros recursos para responder a las
exigencias del poder que los incorporados por el poder mismo. En consecuencia,
el poder como maquinaria abstracta se
comunica con el poder como cuerpo
afectado y modulado por el poder;
el poder se comunica con el poder y logra las respuestas esperadas. La potencia del cuerpo está inhibida, contenida, sumergida, por el ejercicio efectivo del poder; la creatividad corporal, conectada a la creatividad de la potencia de la vida, se encuentra bloqueada. Las posibilidades
alternativas de acción están contenidas, las posibilidades alterativas de
acción están congeladas; las predisposiciones corporales a las fenomenologías
perceptuales están restringidas, dejando que solo se realicen las que son
funcionales a la reproducción del poder. En estas condiciones de imposibilidad histórica-cultural, las voluntades singulares se conculcan,
delegando a la voluntad general, a
nombre del bien común, las pasiones,
los quereres, los deseos, de las multitudes. El engaño o autoengaño se da en
este transcurso delegativo; la ilusión frustrante es que la voluntad singular se realiza en la voluntad general, que es la conjetura
liberal para legitimar el poder del
Estado.
La extorsión
es una de las formas de la violencia
desplegada del lado oscuro de la economía
y del lado oscuro del poder. La
violencia, como efecto en el sujeto del impacto de las fuerzas capturadas por el poder y usadas
para su reproducción, es el fenómeno
del ejercicio del poder en los planos
y espesores de intensidad social, controlados por las estructuras de las
dominaciones. El poder no puede sino reproducirse por captura de fuerzas sociales,
a las que separa de lo que pueden, y son usadas como disposición de fuerzas concentradas y dispositivos de fuerzas controladas para
inducir comportamientos y conductas
requeridas por los diagramas de poder
y las cartografías políticas. El
poder no puede sino reproducirse a través de los efectos de la violencia en los sujetos sociales. Tanto la amenaza, así
como el desencadenamiento de las fuerzas
controladas, que podemos llamar represión,
inducen comportamientos y también consolidad esquemas de comportamientos,
convirtiéndose en habitus. La
reproducción del poder y por lo tanto su despliegue puede ser comprendido y entendido no solo como relación
de fuerzas, diagramas de fuerzas,
que funcionan como estrategias materiales
e institucionalizadas, como consideraba Michel Foucault, sino que suponen genealogías y fenomenologías integrales,
que incluyen los efectos en las estructuras del sujeto, efectos que vienen con cargas simbólicas
e ideológicas, que son decodificadas en la inmediatez de los actos y las
acciones. En consecuencia, la comprensión
y el entendimiento de las dinámicas del poder no pueden desentenderse de las genealogías de la violencia y de sus imaginarios sociales.
La extorsión,
como forma de la violencia desatada,
en los términos de la expoliación, responde como a un culto de la violencia, profesado por los grupos y corporaciones de
la extorsión, pero también aceptada
pasivamente por la sociedad institucionalizada. Si bien no podemos hablar de
“cultura de la violencia”, salvo metafóricamente, pues la cultura supone la articulación
dinámica de sistemas simbólicos, sistemas de signos, narrativas,
formaciones discursivas, además de prácticas
culturales, se puede identificar ámbitos
culturales donde se hace apología de
la violencia. Por ejemplo, las ideologías
que se reclaman como portadoras de la promesa,
legitiman el uso de la violencia como
medio para lograr los fines perseguidos. No solo entran en
esta fetichización ideológica de la
violencia las ideologías que reclaman la realización de justicia, sino también las ideologías que se reclaman como
realización de la libertad. Unas
justifican el uso de la violencia para alcanzar el paraíso prometido, otras
justifican el uso de la violencia para defender el orden de libertad alcanzado.
Las ideologías, a pesar de sus diferencias y contrastes discursivos, además de
políticos, funcionan como legitimadoras
de la violencia ejercida.
La extorsión
política es, en sí misma, despliegue de la violencia; no busca claramente o
declaradamente legitimarse, sino que
se satisface en caer y circunscribirse en el pragmatismo descarnado: “así funcionan las cosas”. Las
comunicaciones asociadas a la extorsión política
suponen ya el “marco cultural” donde se mueven, “marco cultural” de la apología
de la violencia. Se apoyan, de antemano, en la ideología política, que hace como de atmósfera de simbolizaciones y
significaciones, que cobijan las comunicaciones de la extorsión. Por ejemplo, si se obliga a pagar tributos no normados
ni institucionalizados, pero que funcionan como “sistema” oculto aceptado, se
lo hace suponiendo la formación
discursiva en boga. Si se exige a la población a votar por la opción
representativa y auténtica del pueblo, se lo hace suponiendo la verdad dada en las pretensiones de la
ideología. Algo parecido pasa cuando se reclama a la población a votar por la
opción representativa de la institucionalidad
y del Estado de derecho. Si se
presentan elefantes blancos como logros del “proceso de cambio”, expoliando a
la población, pues se trata del uso de recursos públicos, se lo hace suponiendo
que los que lo hacen están ungidos de la aureola “revolucionaria”. Algo
parecido, aunque de manera distinta, pasa cuando se presentan las privatizaciones, el despojo del ahorro
social, la restricción de la inversión social, como procedimientos ineludibles
del equilibrio económico. En ambos
casos, la extorsión política se
desenvuelve expoliando a los pueblos.
La extorsión
política, así como las otras formas
de extorsión, en el contexto de las formas
de la economía política del chantaje, iluminan, hacen inteligible, los
funcionamientos de las máquinas de poder,
abarcando sus ámbitos entrelazados y complementarios; los correspondientes al lado luminoso del poder, el
institucional, y los correspondientes al lado
oscuro del poder, relativo a las prácticas paralelas. Si bien la extorsión funciona en el lado oscuro del poder, está articulada y
complementada o encubierta por los funcionamientos en el lado luminoso del poder; las instituciones hacen como máscaras que
encubren funcionamientos del sistema de
la extorsión generalizada.
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