Diseminación y extorsión
Diseminación y extorsión
Raúl Prada Alcoreza
Estamos ante el acontecimiento
de la diseminación, la diseminación institucional, la diseminación política, la diseminación económica, la diseminación cultural, la diseminación ética y moral. La diseminación es material, en cambio, la deconstrucción es hermenéutica. La deconstrucción
desmantela los tejidos y las capas
del discurso y la escritura; la diseminación
diluye, desarma o destruye lo construido, lo edificado, las mallas
institucionales. De manera esquemática, se puede decir que la deconstrucción es crítica y la diseminación
es revolucionaria; sin embargo, hay
que tener cuidado, hemos usado dos términos que connotan significaciones
labradas socialmente y hundidas en los espesores
imaginarios colectivos. Puede
quedar mejor parada la crítica, por
no haber perdido su aire exigente e interpelador; en cambio la revolución habría perdido su halo
romántico, convertida en excusa para cambiar élites y restaurar dominaciones. La
diseminación política y cultural habría
llegado a deteriorar el término de revolución,
desgastándola, hasta dejar de la revolución,
su sentido e imagen, solo la impresión de la violencia y la sensación de impostura.
La diseminación
institucional se efectúa por
desmantelamiento o por deterioro; en el primer caso se trata del efecto de
acciones revolucionarias, para
decirlo de esa manera acostumbrada; en el segundo caso se trata de efectos
corrosivos en la maquinaria estatal. Vamos a hablar de lo segundo, pues lo
primero no acontece en el llamado eufemísticamente “proceso de cambio”. Aunque
el deterioro venga de antes, desde
periodos y gestiones de gobierno anteriores al “gobierno progresista”, lo que
llama la atención, contra lo esperado, es que es durante el “proceso de cambio”
cuando el deterioro alcanza niveles y
grados de deterioro sin precedentes,
quizás con la salvedad de las dictaduras militares. En todo caso, son las
distintas formas de gubernamentalidad,
que atraviesan la historia política de Bolivia, las que manifiestan distintos
ritmos y tonalidades del deterioro
político e institucional. Es como si fuese una marcha variada hacia la diseminación.
El deterioro
no solamente comienza con el desgaste,
sino también con el uso adulterado;
por ejemplo, cuando las instituciones son usadas con otros objetivos, no
contemplados ni en ley, ni en la norma, ni en los reglamentos institucionales.
Entonces, lo no normado ni reglamentado institucionalmente se comienza a
convertir en prácticas. Es cuando las
formas paralelas toman la institución
y la convierten en instrumento del lado oscuro del poder. La institución
deja de ser lo que es, una institución,
para convertirse en máscara de otras prácticas, de otros usos, y en medio de otros fines. Se puede decir que
con el deterioro comienza la diseminación.
El desajuste
institucional se da como consecuencia del deterioro
mencionado. El aparato no responde
para lo que fue construido; sus engranajes fallan y toda la maquinaria cruje, dando como resultado
la disfuncionalidad del sistema. Cuando esto ocurre los discursos adquieren otros sentidos,
dicen otra cosa de lo que emiten; las prácticas paralelas desbordan y modifican
la orientación institucional. La conducción paralela de la institución,
convertida en instrumento del lado oscuro del poder, obtiene otros
resultados no mentados ni en el discurso político, ni en las prescripciones
institucionales. En estas condiciones
se produce el desbarajuste, desde la
perspectiva institucional; empero corresponde a la adecuación de la institución tomada a los nuevos roles asignados de
manera opaca, sinuosa y adulterada.
Estas mutaciones
institucionales, en principio casi imperceptibles, son el substrato de otros comportamientos y conductas, que podemos llamar secretas o clandestinas. Se conforman otras cohesiones, basadas en
complicidades y concomitancias de los grupos de poder consolidados, que se
hacen cargo del funcionamiento efectivo institucional. Lo que antes aparecía
como prohibido institucionalmente, comienza a aparecer como permitido o si se
quiere, en principio, tolerado; para luego convertirse en “normal”, pues se
trata de servir a las solapadas directrices de los “jefes”. La corrosión institucional se convierte en funcionamiento aceptado, en despliegue
coordinado en las condiciones políticas
impuestas. La corrupción se vuelve
necesaria en el cumplimiento de las tareas asignadas por la conducción
política.
Cuando esto pasa, el compás desenvuelto del deterioro, que forma parte del fenómeno
arrasador de la diseminación, se
conforma un mundo paralelo, mas bien,
mundo sumergido, mundo clandestino, que se convierte en campo gravitante respecto al
mundo institucionalizado. En los
códigos del mundo paralelo se
valoriza la fidelidad y lealtad a los “jefes”, por más que los actos cómplices
vulneren la Constitución, la ley, las normas y reglamentos institucionales. Cuando
los fines ya no son los
institucionales, sino los impuestos por la forma
de gubernamentalidad clientelar, como la obtención de beneficios extraordinarios, administrados por el “sistema” de
funcionamiento oculto, se llega a extremos; por ejemplo, el pactar con una
empresa extorsionadora con el fin de
obtener lo que busca el circuito clientelar,
beneficio extraordinario, a pesar de
que este usufructo atente contra los intereses del Estado, del país y del
pueblo.
Si bien se puede y se debe denunciar e interpelar
estas prácticas paralelas, lo que hay
que comprender es el contexto en el que se dan, los substratos de donde emergen. No basta la denuncia, tampoco basta la
interpelación, incluso no basta con lograr sancionar a los comprometidos, que
más de las veces son chivos expiatorios, pues mientras el contexto se mantenga y los substratos
se preserven, las prácticas paralelas
del poder serán reiterativas y recurrentes. Para salir del círculo vicioso del poder es menester efectuar la diseminación como desmantelamiento; es decir, desmantelar
las máquinas de poder, las
instituciones tomadas por el lado oscuro del poder. La diseminación como deterioro
genera un fenómeno parecido al parasitismo; los parásitos se alimentan del cuerpo tomado, en el que se incrustan.
Como se trata de toda una clase de
parásitos, la clase política, la
máquina de la economía política del
chantaje prefiere mantener con vida el cuerpo
tomado, para alimentarse permanentemente con su sangre.
En el primer folleto, Los mecanismos de la extorsión[1], que publicamos,
exponemos algunas formas del deterioro institucional, que denominamos extorsión. Se trata entonces de formas
de la extorsión. Hemos usado algunos ejemplos, de manera ilustrativa, buscando
mostrar ciertos rasgos del funcionamiento
de las máquinas de la extorsión. Con
esta exposición continuamos la labor de la crítica
del poder y de las dominaciones, sobre todo en lo que
respecta al lado oscuro del poder.
Tómese el folleto como la continuación de exposiciones, que abordamos en El lado oscuro del poder[2]
y en El círculo vicioso del poder.
También comprometerse como referente teórico lo escrito en Diseminaciones[3].
La diseminación,
entonces, como que tiene dos caras, para decirlo metafóricamente; una, la cara
del deterioro, que corresponde a la decadencia; la otra, la cara del desmantelamiento, que corresponde a la revolución. Por ambas caras se da lugar
a la diseminación, con la salvedad
que en la cara del deterioro la diseminación se mantiene en los límites
del deterioro, contribuyendo a la degradación y la decadencia; en cambio, en la cara del desmantelamiento, se
atraviesa los límites del círculo vicioso
del poder, haciendo que la diseminación
se radicalice y complete; por lo menos teóricamente.
El escabroso asunto de QUIBORAX, con la evidencia de
la extorsión económica[4],
así como haciéndose patente de la extorsión
política[5],
acompañada por la extorsión judicial[6],
nos muestra algunas formas singulares
del deterioro, por lo tanto, de la diseminación por degradación y
decadencia. La historia política y
económica de la forma de gubernamentalidad clientelar, que corresponde al
modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente y el Estado rentista,
está plagada de formas singulares del deterioro; en consecuencia, de
diseminación por decadencia. No vamos hacer un listado del acumulo de casos
singulares de la degradación política - nos remitimos a los escritos dedicados
al tema -; interesa mostrar este caso singular
como parte de la marcha corrosiva de
la diseminación por deterioro. Lo que diremos y remarcaremos
es que la corrosión institucional no
solo, por así decirlo, oxida el material,
sino que logra no solo carcomerlo, sino, incluso, destruirlo. Entonces, el material con el que esta
construida la malla institucional se
ahueca y pudre, de tal manera que ya no puede sostener la arquitectura del
Estado-nación. Vine lo que se llama la implosión,
el derrumbe por inconsistencia de la estructura
que sostiene el almatroste del poder.
La figura que tocamos de las formas de diseminación por deterioro es la de la extorsión,
que corresponde al chantaje, a la usurpación, a la expoliación, es decir, a la forma
de violencia solapada que se agita como amenaza, látigo suspendido sobre
los cuerpos, convertidos en objetos del poder y materia de la violencia. Se trata, usando metáforas ilustrativas,
del monstruo amenazante de muchas cabezas; individuos, grupos, colectivos,
pueblos, sociedades, son sometidos al chantaje
constante de la extorsión, ya sea
económica, política y judicial, que algunas veces viene acompañada por chantaje emocional.
[1] Ver Los mecanismos de
la extorsión. https://issuu.com/raulpradaa/docs/los_mecanismos_de_la_extorsi_n.
[4] Ver Extorsión económica. https://pradaraul.wordpress.com/2018/06/25/extorsion-economica/.
[6] Ver Los dispositivos de la extorsión.
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