El mundo paralelo del MAS

El mundo paralelo del MAS
Raúl Prada Alcoreza





El mundo paralelo del MAS














Parece ciencia ficción, pero no es, deberíamos llamarla política ficción. Afligido por los conflictos sociales, que, obviamente no los entiende, desde la ideología estrecha de un populismo trasnochado, el Movimiento al Socialismo (MAS), partido de gobierno, no solamente ha atinado a recurrir a la invención política de la realidad[1], sino para darle como cuerpo, aunque sea un cuerpo insostenible y no vital, conformar desesperadamente organizaciones sociales paralelas. Cree que con esto, eso de crear un mundo paralelo, mundo que pertenece al mundo de las representaciones, muy lejos del mundo efectivo, puede escapar como el avestruz, que oculta su cabeza en un hueco ante el peligro, para no mirar. Sea o no sea adecuada esta interpretación de la conducta del avestruz, que se ha hecho común, lo cierto es que en el MAS, que no es una avestruz, es una conducta constatada.

Esto ha ocurrido ya varias veces; durante el conflicto del TIPNIS, que puso en evidencia problemas de legitimidad del llamado “gobierno progresista”, el MAS, además de participar abiertamente en la represión a la marcha indígena, que defendía su territorio, sus derechos consagrados en la Constitución, conformó organizaciones paralelas indígenas apócrifas de tierras bajas y de tierras altas (CIDOB y CONAMAQ). Estuvo a punto de hacerlo con la legendaria Central Obrera Boliviana (COB). Respecto a la CSUTCB, Confederación Sindical de Trabajadores Campesinos de Bolivia, no se vio empujado a hacer lo mismo; toda la dirigencia está cooptada y nombrada a dedo, en Congresos escandalosos, donde preponderó la intervención desvergonzada del gobierno. Ahora, respecto al conflicto médico que ya se alarga y parece no concluir, afligido el caudillo, atareado el ejecutivo, mareado el Congreso, el MAS conforma una organización paralela de médicos; paralela al institucional y representativo Colegio de Médicos de Bolivia.

El mundo paralelo del MAS está conformado por organizaciones sociales paralelas apócrifas; por la propaganda apabullante y la publicidad compulsiva, que se desesperan por convencer que la “revolución democrático y cultural” avanza y está vigente, frente a una realidad efectiva, que evidencia no solo la regresión del “proceso de cambio”, sino su decadencia; por una ideología decrépita de un populismo tardío, que combina, sin coherencia, nacionalismo, indigenismo y socialismo del siglo XXI,  tres versiones retóricas de la demagogia galopante del siglo XXI. Es decir, el mundo paralelo del MAS es ficticio. La forma de gubernamentalidad clientelar gobierna basándose en este mundo paralelo; por eso, no es una sorpresa, que constantemente se choca con la materialidad social de la realidad efectiva.

La obsecuencia por el mundo paralelo es un delirio político, sobre todo, cuando el gobierno cuestionado se encuentra en plena crisis de legitimidad y de gobernabilidad. Esta invención política puede aquietar la angustia de los gobernantes y de la masa elocuente de llunk’us, pero no puede cambiar la realidad efectiva. La imaginación política acosada se deja llevar, en la desesperación, a la invención fantasiosa de otra “realidad”, que emerge del deseo incumplido, buscando llenar los vacíos y huecos abismales, que encuentra en su camino acortado. Se inventa un desecho o atajo para no cruzar el recorrido de la distancia, que demandan las tareas políticas, sobre todo, cuando se ha promulgado una Constitución que establece una transición hacia el Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. El mundo paralelo es el escape de la forma de gubernamentalidad clientelar, agobiada por la crisis de legitimidad, una vez agotados los circuitos y las redes clientelares. Pero, no es un escape, en pleno sentido de la palabra; no es una salida efectiva; sino, otra trampa en la que se enreda el gobierno clientelar. Las organizaciones apócrifas no son solidas, no representan a nadie, por lo tanto, no pueden defenderlo, no tienen la fuerza para hacerlo.

Lo único a mano que tiene el gobierno, sitiado por movilizaciones, son, prácticamente, los dispositivos de emergencia del Estado, el ejército y la policía. Por eso, tampoco es una sorpresa, que los que se encuentran en la calle defendiendo a un gobierno ilegitimo sean los policías y cuando es necesario los soldados y oficiales militares. Entonces tenemos una figura política barroca alucinante; una hipertrofia del mundo paralelo, montado en el caballo de la represión, que es lo que efectivamente se da en la marcha regresiva y el derrumbe decadente del gobierno clientelar. Entonces estamos ante lo que hace cualquier gobierno, sea de “derecha” o de “izquierda”, sea liberal o progresista, recurrir a su arquetipo original, el Estado de Sitio.

Tomando en cuenta la figura barroca que nos ofrece la forma de gubernamentalidad clientelar, vemos que el “gobierno progresista” no es tan distinto a los gobiernos que le precedieron; la diferencia es discursiva, además, si se quiere, ideológica. Quizás al principio, en el periodo inicial, cuando todavía había entusiasmo e irradiaba el viento de la movilización prolongada (2000-2005), incluyendo al lapso correspondiente a la Asamblea Constituyente, parecía que se daban pasos a recorridos políticos distintos; empero, no tardó de derrumbarse esta expectativa.  El gobierno del MAS no escapó a la regularidad repetida en distintas formas de gobierno, sobre todo, los gobiernos que intentaron reformas, de moverse en el círculo vicioso del poder. Repite las prácticas de los gobiernos que lo precedieron, sobre todo, de los gobiernos con características populistas; solamente que lo hace de manera desmesurada. Algo parecido pasó con los gobiernos de la revolución de 1952; quizás se deba esto precisamente a porque se trata de gobiernos que se sustentan en una convocatoria amplia, popular; también porque emergen de rebeliones y subversiones sociales. Se dan como certezas populares de que se trata de su gobierno, puesto por la voluntad popular. Entonces el momento constitutivo abre un horizonte de aperturas, además de impulsar una temporalidad que promete largo alcance. El substrato social sobre el que se sostienen estos gobiernos es la materialidad que prolonga el momento constitutivo, lo dilata convirtiéndolo en periodo posible, en clico largo posible. Sin embargo, para que esta tendencia, inscrita en los procesos del acontecimiento político, se dé, se requiere de condiciones de posibilidad históricas-políticas-sociales-culturales; como, por ejemplo, del acompañamiento participativo de la sociedad rebelada, lo que llamamos la sociedad alterativa[2]. Cuando el gobierno “revolucionario”, en vez de incorporar la participación social, la desecha, optando por formas de gobierno acostumbradas, como las de perfil vertical y piramidal, otorgando más peso a la burocracia del partido que a la movilización de los alzados en armas, entonces se trunca la tendencia inscrita en el momento constitutivo.

Los gobiernos del MNR de los primeros periodos de la revolución nacional no solo relegaron a las milicias obreras y campesinas, sino que las equilibraron con la reorganización del ejército y la policía. Con esta actitud lo que expresaban estos gobiernos era que preferían el Estado-nación clásico que aventurarse por senderos, que consideraban peligrosos. Después, el equilibrio entre ejército, policía y milicias se rompió a favor del ejército. El ejército se convirtió en la defensa principal de la “revolución”, dejando de lado a las milicias. Este recular vino acompañado por retrocesos en las medidas revolucionarias, en la nacionalización de las minas, en la reforma agraria, en la reforma educativa. La desnacionalización comenzó con la indemnización millonaria a los “barones del estaño”, descapitalizando a COMIBOL. Por otra parte, antes del desencanto, todavía en la etapa del entusiasmo, el MNR se inclina por la forma de gubernamentalidad clientelar; algo que podía postergar, pues contaba todavía con una amplia convocatoria. Sin embargo, bajo el lema de la constitución de una burguesía nacional, jerarcas del partido se enriquecen, a nombre de la “revolución”.  Este realismo político convertido rápidamente en pragmatismo utilitarista, después en oportunismo, deriva flagrantemente en una de las prácticas conocidas de la economía política del chantaje: la corrupción. Todo esto merma, por dentro, la consistencia misma de una revolución que se efectuó con las armas, apoderadas por el pueblo. El momento constitutivo irradiante, que anunciaba un ciclo largo, se reduce al momento constitutivo y a los actos de las nacionalizaciones, que se efectuaron con las milicias obreras, comandadas por la COB; también a las acciones campesinas de toma de tierras.  Esto es lo que se llama acto heroico de la revolución; después el partido se enfrasca en luchas intestinas y divisiones. Uno de los líderes, el más connotado, no respecta el “pacto de caballeros”, para turnarse en la presidencia, ocasionando las divisiones del partido de la revolución nacional. Como dice Sergio Almaraz Paz, el proceso de la revolución ingresa al tiempo de las cosas pequeñas. En este periodo es cuando se comienza a producir la implosión; la máquina de poder del MNR se desmorona poco a poco;  lo que ocurre en 1964, con el golpe militar, es nada más que el golpe de gracia.
Como se puede ver hay fuertes analogías con el “proceso de cambio” que conduce el MAS, ciertamente, también diferencias. Lo que llama la atención es que el MAS, como el MNR, opta por inclinarse por la forma de gobierno vertical, fuertemente concentrada en el caudillo. La diferencia con la revolución nacional es que el MNR era un partido y el MAS nunca llegó a serlo. El proyecto inicial que era convertirse en el instrumento político de las organizaciones sociales se desvaneció, una vez que se ganaron las elecciones de 2005. No solo porque cambio de sigla de Asamblea por la Soberanía de los Pueblos a MAS, que era una sigla de propiedad de una fracción de la Falange Socialista Boliviana, partido de tradición conservadora y de ideología fascista; esto sería lo de menos; sino que, efectivamente, se optó por una estructura de mando de carácter palaciego. Como se puede observar, los dispositivos organizativos de mando son más vulnerables en el MAS que los que tuvieron los del MNR.

Si bien podemos encontrar diferencias ideológicas entre el MNR de la revolución nacional y el MAS de la “revolución democrática y cultural”, tienen espacios de interjección, como los relativos al nacionalismo revolucionario. Como hemos anotado en otros escritos, la ideología del MAS responde a una composición barroca, no del todo lograda; el nacionalismo revolucionario se combina con el discurso indigenista; en sus expresiones más elaboradas y radicales, con el discurso indianista; sin embargo, el indianismo entra en menor dosis. La composición ideológica no termina ahí, algo así como una concepción comunitarista se incorpora, empero, más como diseño del discurso intelectualizado. En realidad se deja de lado la concepción anti-estatal comunitarista, forzando su encajamiento en la ideología estatalista, como una pieza puesta torpemente en el rompecabezas. Nos falta mencionar la incorporación de moda, el llamado “socialismo del siglo XXI”. Estos son los componentes de la ideología barroca del MAS; se trata de los componentes visibles y audibles; faltan los componentes no necesariamente visibles ni audibles, los componentes de substratos más profundos de la narrativa ideológica.   Solo tocaremos uno, en todo caso, nos remitimos al ensayo Crítica de la ideología[3]; este es el que corresponde a la memoria religiosa mesiánica y milenarista. La llegada del mesías redentor. En la convocatoria del caudillo, la convocatoria del mito, se halla su núcleo mesiánico. Quizás sea este mito y alegoría simbólica, que reproduce la antigua narrativa de la lucha entre el bien y el mal, el que vincula afectivamente al pueblo y al caudillo. El pueblo interpreta desde los arquetipos más simbólicos, más alegóricos, más encarnados, el acontecimiento político, en pleno desenvolvimiento y despliegue.

Tanto la revolución nacional de 1952 y la movilización prolongada (2000-2005), con la continuidad del proceso constituyente y el interregno de la victoria electoral, no dejan de ser acontecimientos políticos trascendentales, en pleno sentido de la palabra. No se trata de disminuir su impacto en lo que se acostumbra llamar historia política nacional, como habitúa hacer la ideología liberal, que, obviamente, no entiende la dinámica política, en su complejidad, sino que solo atina a interpretar los procesos políticos desde el paradigma elemental jurídico-político.  Su centro de comparación o referente es su arquetipo ideal de Estado de derecho; lo que se aleja de este modelo es criticable, lo que se acerca al modelo es valorado. Con estos instrumentos de análisis no es pues posible comprender el acontecimiento político. De lo que se trata es de responder a la pregunta: ¿Cómo semejantes acontecimientos políticos, revolución nacional, uno, “revolución democrático-cultural”, el otro, se desmoronan tan rápido?

En Ethos y politeia y en Praxis y acontecimiento[4],  sugerimos que cuando el acto heroico se dilata, es decir, se prolonga, entonces el proceso de la revolución, se alarga y realiza, por lo menos, parte de su programa, por así decirlo. Empero, para que el acto heroico se mantenga, motivando e impulsando el proceso de transformaciones, se requiere del cumplimiento de la condición de posibilidad ética. No hay revolución que no se sostenga sino en  la ética convertida en praxis. Bueno pues, es esto lo que no ocurrió ni con la revolución nacional, tampoco con la “revolución democrática y cultural”.  No fueron la excepción de la regla en la historia de las revoluciones, como es el caso de la revolución cubana[5].

Lo que no van a entender los apologistas, esa intelectualidad que se agarra del acontecimiento político reciente, para mantenerse vigentes, en su versión gubernamental y estatal, como si se tratara de una revolución pura, sin contradicciones; menos los llunk’us, tampoco el ideólogo del “gobierno progresista”, es que el proceso de cambio está muerto, sustituido por ellos por un contra-proceso; que el ciclo de la forma de gubernamentalidad clientelar vigente se encuentra en su etapa decadente; que están ante una implosión, todas las columnas del Estado están podridas, ya no pueden sostener nada. Que fueron parte de la paradoja de las revoluciones modernas, que no salen del fetichismo estatal, que cambian el mundo y se hunden en sus contradicciones; por lo tanto, fueron y son parte del círculo vicioso del poder.

No interesa convencer a apologistas, menos a llunk’us, tampoco al ideólogo encaracolado en su delirio narciso; sino que importa compartir estas reflexiones con los colectivos activistas, que son la reserva ética, la posibilidad de activar la potencia social. Importa continuar con la revolución, usando este término heredado de la modernidad; no parapetarse en la ideología “revolucionaria” o lo que sea para defender una verdad que no existe.  

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